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Vale decir


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FOR FAI AL PODER

 
 
LOS
CHICOS
AL
PODER

Apareció en 1995 como Magazine For Fai en el canal Cablín, el universo dominado por una única corporación en manos del tenebroso y desconocido Orwell For Fai se volvió un programa de culto entre los grandes que veían un canal para chicos. Dos años después tuvo unas vacaciones forzosas y volvió en T&C como una versión deportiva de sí mismo. En este año de elecciones, la genialidad encabezada por Mex Urtizberea y una jauría de chicos desembarcó en la televisión de aire bajo el lema proselitista For Fai Presidente. Para demostrar lo que siempre se sospechó: que es un programa político y anarquista. Como si fuera poco, cuentan con una ayudita de sus enemigos: los políticos argentinos empeñados en demostrar que, después de todo, lo mejor va a ser votar a For Fai.

Por ALAN PAULS

El vicepresidente Carlos Ruckauf usa la Casa Rosada para festejar el cumpleaños de su nieta Agustina. Aníbal Ibarra es un ex cadete del Frepaso que usurpó el lugar de otro militante. Graciela Fernández Meijide, que corrobora la impostura por teléfono (“Ibarra, te mandé a buscar un café y un pan de leche y fuiste un desastre: el café frío, el pan de leche viejo...”), habla con una asombrosa voz de hombre. Antonio Cafiero es incapaz de entonar la marcha peronista, y mucho más de lucir alguna dignidad motriz a la hora de tocar el bombo. Mientras los valores más conspicuos de la intelligentzia política son literalmente atormentados por una jauría de niños implacables, mientras las caras del ‘99 balbucean y ensayan sonrisas cómplices y dan manotazos de ahogado en la ficción que acaba de sepultarlos, nuevas fuerzas asoman en el horizonte y amenazan con renovar el escenario político. Los militantes del MAFE (Movimiento Anarquista de Fabricantes de Empanadas) amasan mientras cantan: “Su voto no aporta nada / cómprenos las empanadas”. Con gran despliegue de uniformes, corcho quemado y mazamorra falsa, el MoVolVi (Movimiento Volver al Virreinato) proclama su utopía retrógrada: “Queremos volver al Virreinato / cuando todo era más lindo y más barato”. Más previsible, el PaPoTe (Partido Político Televisivo) arriesga un slogan que casi toda la Argentina contemporánea ya practica: “Nuestra única ambición / es aparecer por televisión”.

Cualquiera sea el veredicto de las urnas el próximo octubre, las elecciones nacionales de este año ya tienen la justificación histórica que sus protagonistas directos difícilmente puedan conferirle: haber propiciado -involuntariamente, desde luego- la aparición en la TV de aire del “Magazine For Fai”, el programa creado en 1995 por Mex Urtizberea, Lucrecia Martel, Alberto Muñoz y Nora Moseinco e interpretado por una inspirada horda de niños. Refugiado hasta ahora en el cable, “Magazine For Fai” había deslumbrado originalmente en la señal Cablín, donde vivió dos años y se convirtió en un verdadero fenómeno de culto. Los niños lo miraban medio de costado, entre atónitos y exigentes, mientras sus padres, totalmente fuera de sí, comentaban por teléfono los fraudes de la tómbola For Fai, la trabajosa clarividencia del mentalista Bellini o los neologismos chambones de Mario Podestá, moderador supremo de la Corporación For Fai. Luego, como suele suceder, el programa estuvo un año en hibernación, tragado por uno de esos agujeros negros con que la TV vernácula suele agasajar a las ovejas negras que la dejan perpleja. Cuando los fanáticos ya desesperaban, For Fai -“el For Fai”, como a Mex le gusta llamarlo- resucitó en la señal T&C con algunos cambios, en formato reducido, y dedicado a temáticas más bien deportivas. Lejos de debilitarlo, esos avatares, fatales para cualquier programa, probaron su resistencia y su maleabilidad y parecen haberlo fortalecido.

Explotando la coyuntura electoral de 1999, el flamante “For Fai Presidente” (martes a las 22, por América) hinca ahora sus dientes en la carne de la actualidad y parece un programa más político que el que desconcertó al mundo desde la señal infantil de VCC. Invita a senadores y diputados en ejercicio, a estrellitas de la farándula; alude a las mismas noticias que aparecen en la primera plana de los diarios; se ha vuelto más disciplinado, más “legible”, y ha morigerado las arbitrariedades geniales de antaño, cuando cualquier cosa podía derivar en cualquier otra. Pero todo lo que verdaderamente importa está intacto: el lirismo bizarro, la mirada estrábica sobre las cosas, la impunidad del delirio elevado a la categoría de ortodoxia. Está intacto Mario Podestá, con su peluca canosa, sus ademanes y su trajecito a la Pee Wee Herman. “Podestá es un mediocre”, dice Mex Urtizberea: “Uno de esos tipos que creen que hablan bien, que completan las frases con las manos y que se plantan en la tele para dar sensación de seguridad, de respaldo. Tiene los gestos y la actitud de los animadores que a mí siempre me gustaron: Brizuela Méndez, Guillermo Cervantes Luro, toda esa gente de los principios de la televisión”. También están intactos (aunque un poco crecidos) los “históricos”, como los fans llaman al grupo de chicos que formaron parte del primer For Fai (Martín Etcheverry, Julieta Zylberberg, Violeta Urtizberea, Alejandro Goldberg, Martín Slipak, Laura Wajcymer, Joaquín Gomila). Y está intacta, casi más saludable que nunca, la figura de Orwell For Fai, ominosa y a contraluz, que ahora barrunta entre las volutas de su cigarro su designio más audaz: la toma del poder en la Argentina.

En rigor, “Magazine For Fai” siempre fue un programa político. Urtizberea y Muñoz, en la huella de los utopistas negativos, imaginaron una sociedad corporativa con un líder omnipotente (Orwell For Fai), una suerte de mediador o de portavoz del líder (Mario Podestá) y una población de especialistas obsecuentes (escribanos, abogados, policías, poetisas, secretarias, bomberos) interpretados por chicos. Inventaron un mundo y, con el mundo, algo de lo que sólo pueden jactarse Niní Marshall, Pepe Biondi, Alberto Olmedo, Alfredo Casero y todos los grandes fundadores de humor del espectáculo argentino: inventaron un idioma, esa jerga o esa media lengua que reclama, para expresarse, una visión del mundo que no cabe en los idiomas ya conocidos. Mario Podestá tiene el suyo: un idioma atropellado, casi un puro balbuceo facial, gestual, que busca la hipercorrección televisiva, tropieza e improvisa combinaciones descabelladas para salir del paso. Los chicos tienen el suyo: una especie de flujo verbal lleno de ecos adultos, palabras especializadas, jirones de lengua escolar, acentos y entonaciones regionales que arman extrañas geografías lingüísticas. Y Orwell también tiene el suyo, un idioma incomprensible, exótico, que murmura con su voz de traqueotomizado.

Como lo estipula una sólida tradición de ficciones antitotalitarias, el poder de Orwell For Fai es proporcional a su invisibilidad; la única imagen que el Magazine difunde de él lo muestra de espaldas, con sombrero y fumando un puro, como el Akim Tamiroff de Alphaville de Godard; alguna vez supo patrocinar a una oscura starlet del cine mudo llamada Mara. “Nadie sabe de dónde vino”, dice Mex, “y también la edad es un misterio. Algunos dicen que ya andaba merodeando cuando se firmó la Constitución de 1853, y que estuvo cerca de Roca en la Conquista del Desierto. Lo único seguro es que es dueño de todo. Y que ahora se ha postulado para las elecciones de octubre como candidato a la presidencia”.

Así, For Fai Presidente no es más que el brazo electoral y nacional de una ficción televisiva que ya venía especializándose en imaginar destinos políticos atroces y desopilantes. Mezcla de Charles Foster Kane y de Howard Hughes, Orwell For Fai sigue reinando desde las sombras, y ahora ha decidido transformar el “Magazine For Fai” en el órgano de su campaña proselitista. Las funciones, antes abstractas, empiezan a definirse: el mentalista Bellini (Martín Etcheverry) adivina para Orwell For Fai, y Katy (Violeta Urtizberea) y Eugenia Molovsky (Julieta Zylberberg) son, respectivamente, la secretaria y la psicóloga de la corporación: la primera administra las donaciones para la corporación; la segunda, puesta a grafóloga, analiza dibujos hechos por políticos.

La estrategia de Orwell es evidente: cooptar figurones (ya proclamaron que votarán por él Santo Biasatti, Mariana Fabbiani, Roberto Galán y siguen las firmas) y multiplicar la publicidad propia, cuya estética, como la de los separadores del programa, hereda el estilo ampuloso, optimista y naïf de la propaganda bolchevique o la del primer peronismo. En uno de los spots se ve a un niño-chofer que forcejea con la palanca de cambios de un viejo rodado; un locutor pomposo dice: “Si tiene problemas con los cambios, si está en punto muerto, vote por For Fai. Vote por una buena caja de cambios”. Pero el verdadero For Fai’s touch -esa mezcla de manipulación y de torpeza, de omnipotencia y de puerilidad- está sobre todo en el costado “democrático” del programa, que invita a los políticos rivales a dar cuenta en cámara de sus ideas y sus plataformas. El pluralismo, naturalmente, no es más que una farsa: conducida por Mario Podestá, que obedece órdenes del Jefe Supremo, una jauría de niños entrevistadores, niños-abogados y niños-políticos se abalanza sobre los políticos y los trituran sin piedad, obligándolos a “confesar” crímenes y pecados imaginarios que suenan, con todo, asombrosamente verosímiles. Por ese delicioso calvario -uno de los espectáculos más crueles y disparatados que haya dado la TV argentina- ya desfilaron Ibarra, Cafiero, Jorge Yoma. El martes próximo le tocará el turno a Ruckauf, que sonreirá largo pero en vano. Dada la TCIP (Tasa de Cholulismo Imperante entre Políticos) actual, no es improbable que todas las celebridades de la Realpolitik se sumen más adelante a la lista de damnificados.

El espectáculo es cruel -y también regocijante- por varias razones. La primera es la impunidad, la elegancia, el inescrupuloso deleite con que los chicos, abandonados a la ficción pura de sus personajes, sus vestuarios, sus peinados (“For Fai Presidente” tiene la mejor colección de pelucas que se haya visto en la TV argentina), ignoran por completo la investidura de sus interlocutores y los arrastran despreocupadamente a la simulación que habrá de enterrarlos. (“Los chicos no tienen un guión escrito”, dice Mex: “Tienen una situación, algunas puntas, y a partir de ahí improvisan todo. Las mejores cosas las inventan sobre la marcha, cuando tienen al invitado enfrente”.) La segunda es que las imputaciones que los chicos lanzan, por falaces e irrisorias que sean, parecen activar en los políticos un reflejo condicionado de honestidad, la suerte de Decencia Pavloviana, levemente paranoica, que aprendieron esforzadamente para protegerse del fantasma de la corrupción. Es el gran momento brechtiano de “For Fai Presidente”: un juego teatral, un ejercicio de simulación dramática ponen al desnudo la verdad del gesto social con que los políticos representan su tarea principal: defenderse. La tercera razón, acaso la que más misericordia inspira, es que las entrevistas y debates de “For Fai Presidente” demuestran la absoluta incapacidad de entrar en la ficción que padecen los políticos. Aceptan jugar el juego, sí, pero el modo en que juegan sólo reproduce la avaricia negativa con que se mueven fuera del juego: retroceden, niegan, se atrincheran. Y cuando finalmente confiesan -es el acto final del juego: Ibarra confiesa que era cadete del Frepaso; Ruckauf, que su nieta Agustina sopló velitas en la Casa Rosada-, confiesan como a regañadientes, tragando saliva, preocupados por dejar bien en claro que se trata de un juego, y que todo parecido entre el juego y la verdad es pura coincidencia. De la mano de los niños-pirañas, tan inspirados y aristocráticos, los interrogatorios de “For Fai Presidente” cobran un extraño valor y contestan una pregunta que ni Graciela Römer ni Mora y Araujo usarían jamás para emprender un sondeo: ¿a qué le tienen miedo los políticos?

Antes de cada emisión de “For Fai Presidente”, un cartón cauteloso advierte: “Este es un programa de ficción. No es recomendable que los niños reproduzcan los comportamientos que vean en él”. La prudencia es comprensible: “For Fai...” es un bloque de una hora de anarquismo incrustado en el cuerpo de la televisión argentina. Mejor que verlo con premeditación es sorprenderlo de golpe, haciendo zapping: “For Fai...” tiene la brutalidad de un cortocircuito, una interferencia, un copamiento, como si una banda de locos -Mario Podestá y su corte de niños-freaks- hubiese tomado la señal para poner en el aire las proclamas que anuncian el mundo que vendrá, un extraño mundo retrofuturista de fábricas humeantes, puños en alto, símbolos, soles que asoman, niños-granaderos, pequeños ponys... “Sí, el humor es anarquismo”, dice Mex: “en el ‘For Fai...’ no creemos en el gobierno, no creemos en la democracia, no creemos en nada. No es como en los programas de Tato Bores, que también eran políticos pero donde siempre se trataba de pegarle al gobierno. Y, en lo personal, eso yo lo siento mucho más con estas elecciones, que son de una hibridez tan grande... Hay tantos indecisos que estoy seguro de que muchísima gente votaría realmente por Orwell For Fai. Por el simple hecho de que con Orwell todo está claro. El lema de campaña es: Todos dominados por igual”. Pero si sólo se limitara a disparar contra los políticos, “For Fai Presidente” sería apenas un ejercicio más -sin duda el más inteligente e implacable de todos- del deporte con que los medios, últimamente, pretenden reemplazar al fútbol en el ranking de deportes nacionales. “For Fai Presidente” no es sólo un programa sobre (contra) política y políticos; es también, y sobre todo, un programa sobre los modos en que la televisión pone en escena a la política y a los políticos. No son sólo el aplomo de Ruckauf, la soltura de Ibarra o la experta veteranía de Cafiero las que caen bajo el efecto corrosivo del For Fai; son también la Entrevista, el Debate, la Confrontación de Ideas (con su repertorio de reglas y buenos modales: turnos, tiempos, ecuanimidades, etc.) y todas las formas que el intercambio y la representación política asumen cuando suceden en televisión. Jorge Yoma, por ejemplo, debate con Sandro Lagloteria, un representante de For Fai, sobre un nuevo capítulo de la inseguridad urbana: las ojotas -el calzado que la Policía Federal usa en verano- entorpece a los agentes a la hora de perseguir corriendo a los ladrones.

Yoma expone su propuesta; desdeñoso, Mario Podestá lo interrumpe rápidamente; Lagloteria, sensiblemente favorecido por el tiempo, presenta su idea y es vitoreado por la misma tribuna que abucheó a Yoma. En un gesto de suprema imparcialidad, Podestá ofrece zanjar la controversia y llegar a la verdad con un viejo ritual de kermesse: el tiro a la lata. (Cada lata tiene escrito el nombre de un político y un puntaje.) Lagloteria, en dos tiros, derriba sus blancos. Cuando dispara Yoma, un alambre levanta en el aire la pirámide de latas y vuelve a depositarla, intacta, en el pedestal. Lagloteria ha ganado el debate. La TV, siempre empeñada en presentar, desplegar y dramatizar racionalmente la política, pasa a ser en “For Fai...” una mezcla de escenario primitivo, de circo y de arena romana. El debate y el diálogo son formas vacías; la relación de fuerzas (la política) ya está decidida antes de que los interlocutores digan la primera palabra; la verdad no nace de la argumentación sino de un certamen de feria. “For Fai...”, en rigor, siempre fue un programa sobre la televisión. Desafió a la TV haciendo -mejor que la TV- lo que la TV hace todo el tiempo, incluso cuando no se lo propone: reemplazar el mundo por la representación, por una ficción de mundo que tiene la lógica paradójica de la autosuficiencia y la voracidad parasitaria. Con su omnipotencia, su soberbia y su ubicuidad, la sociedad orwelliana de Urtizberea y compañía se parece mucho a una versión risueña del fantasma del totalitarismo televisivo. Es ahí donde las intuiciones de “For Fai Presidente” suenan particularmente certeras. No es posible, hoy, hacer un programa político de TV sin hacer un programa sobre política y sobre TV. “For Fai Presidente” mata los dos pájaros de un tiro. ¿Alguna vez vimos antes algo que llegara tan lejos?

 

Mario Podestá, moderador oficial, en un momento distendido junto a otro de los agentes de Orwell For Fai.
Ruckauf confesó a sus biógrafos de For Fai que usó la Casa Rosada para festejar el cumpleaños de su nieta.