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Massimo Cacciari, el filósofo alcalde de Venecia

Venecia Rojo Shocking

No es nada frecuente en estos tiempos que un político sea, a la vez, un gran pensador. Y que además tenga ideas transgresoras y originales para la ciudad cuyo destino le toca dirigir desde 1993. Massimo Cacciari, alcalde de Venecia, proviene de la izquierda marxista y obrera pero también de la filosofía, y es tan capaz de reflexionar sobre la tragedia o sobre Nietzsche como de promover una campaña para ahuyentar turistas de la ciudad en vez de atraerlos.

Para muchos, Massimo Cacciari es el filósofo vivo más importante de Italia y uno de los hombres más consultados y requeridos en el escenario político europeo. Para muchos también, el alcalde de Venecia sintetiza en sí mismo los signos de una generación de intelectuales italianos, emblemática de los vaivenes de la izquierda desde los combativos 70 hasta este tibio fin de siglo en el que, según el autor de Krisis –uno de los estudios más lúcidos sobre el pensamiento de Nietzsche–, las categorías izquierda y derecha son arcaicas y sus respectivos lenguajes ya no sirven para explicar el mundo contemporáneo.
DEL CLAUSTRO AL PODER Cacciari nació en Venecia en 1944, se licenció en Filosofía en la Universidad de Padova, es profesor de Estética en la Universidad de Venecia, fundador y director de las revistas Contropiano, Angelus Novo, Lavoratorio politico y de Il Centauro y autor de los libros Oikos (1975), Krisis (ensayo sobre la crisis del pensamiento de Nietzsche a Wittgenstein (1976), Pensamiento negativo y racionalización (1977), Drama y duelo (1978), Hombres póstumos (la cultura vienesa del primer novecientos) (1980), El angel necesario (1986), Desde Nietzsche (tiempo, arte y política) (1994). Pero simultáneamente a su carrera filosófica, a fines de los 60 el filósofo comenzó a incursionar en la política: junto a Toni Negri fue uno de los teóricos con más peso de la tendencia obrera marxista agrupada en Poder Obrero; en el ‘69 se inscribió en el Partido Comunista Italiano, cuando el partido atravesaba su mayor enfrentamiento con el movimiento estudiantil. Fue diputado del PCI desde el ‘76 hasta el ‘83, año en el que abandonó el partido, aunque siguió en la política, trabajando y polemizando siempre dentro de la izquierda. Desde 1993 es el alcalde de Venecia.
Usted es un hombre de izquierda que paradójicamente está muy bien visto y considerado por ciertos sectores de la derecha, ¿cómo se lo explica?
–Porque izquierda y derecha son categorías superadas. Representan una geografía política de tipo sustancialmente ottocentesco, del siglo pasado. Creo que para los grandes temas que hoy debemos pensar, discutir y decidir (es decir, los aspectos de la globalización, los aspectos multi y metanacionales en todos los poderes fundamentales del mundo contemporáneo: finanzas, tecnología, ciencia, economía, cultura, técnica), estas dos tendencias con lógicas que van en direcciones opuestas ya no sirven. ¿Cómo afrontar las cuestiones del reconocimiento de la especificidad, cómo contemporizar la “globalización” si los estados nacionales jamás concedieron atención a las diferencias específicas (de nacionalidad, de lengua, de religión, de etnia)? La derecha y la izquierda en el mundo contemporáneo acuerdan absolutamente respecto de cómo concebir la solidaridad: como una entidad indivisible. Y sobre los problemas que antes mencioné finalmente piensan lo mismo: debe haber una sociedad solidaria, un “corazón” del Estado a conquistar, y el partido (sea de un signo o del otro) debe ser una forma burocrática, centralista a imagen del Estado. Las diferencias, las especificidades son residuos de un pasado a superar porque en definitiva lo que cuenta, tanto para la izquierda como para la derecha de hoy, es la unidad. Por eso mismo, ambos lenguajes (que son análogos) no pueden representar lo contemporáneo.
¿Cuál es el canon de pensadores que puede representar lo contemporáneo?
–Algunos autores de la llamada derecha han comprendido este mundo y sus novedades infinitamente mejor que la mayoría de los autores de la llamada izquierda. Si debo entender cómo va este mundo debo leer a Tocqueville, a Smith, a Heidegger, a Nietzsche y por cierto, a Marx. Sobre todo a Marx. Pero no debo leer al 99 por ciento de los marxistas ni al 99 por ciento de los políticos de derecha. ¿Quién me hace entender el fin del Estadonacional mejor que Adam Smith? ¿Quién me hace entender las tendencias del dominio de la técnica, no como factor instrumental sino como nuevo hábitat, como nuevo contexto, mejor que Marx? Éste debe ser nuestro canon para entender hacia dónde vamos.
Llama la atención que no haya mencionado a Hegel...
–Hegel es el gran teórico de este destino unificante, homologante del mundo. Al final, el espíritu del mundo se explica según un sentido, un recorrido, y si hay un pensador que piensa este mundo como destinado a la unidad del espíritu, ése es Hegel. Su concepción del Estado es un testimonio perfecto en ese sentido. Claro, hay que leer a Hegel con atención; en él está la consabida tendencia idealista tantas veces criticada, pero su Estado, la idea de su Estado ético, tiene y custodia en sí la contradicción. No la anula. Es decir: es una razón superior a la contradicción pero que no niega la contradicción, a diferencia de lo que después serán las concepciones de derecha sobre un Estado ético en este siglo, más nacionalistas que fascistas.
En varios de sus trabajos la búsqueda filosófica incluye a la Iglesia.
–Durante los últimos casi veinte años, desde El ángel necesario hasta Dell’inizio (mi libro especulativo más fuerte, que nunca se tradujo al castellano, quizá por sus 700 páginas) intenté mostrar la relación entre la tradición filológica y la tradición teológica europea. La Iglesia es un gran misterio a ser indagado y que se debe tomar sin prejuicios, porque es indudable que, ya sea como norma política o como autoridad moral, la Iglesia ha tenido y tiene un rol fundamental en Europa o en la cristiandad toda. Y este fenómeno no puede ser analizado en clave sociológica o puramente política. Lo espiritual no puede ser indagado si no es bajo sus propios principios. Y esto nada tiene que ver con creer o no creer. Por eso en mis textos reaccioné ante cierta moda laicista que analiza estas cuestiones sin tener en cuenta su lenguaje propio. Por otra parte, jamás pude entender cómo se pueden distinguir bien filosofía y teología. El lenguaje filosófico es un lenguaje que nace teológico: en la filosofía greco-helenística no se puede ver ninguna diferencia de principios entre filosofía y teología. La especulación filosófica se cumple en lo teológico, en el discurso en torno de Dios. Todo nuestro lenguaje filosófico tiene esta impronta. ¿Cómo se puede distinguir entonces netamente dos campos? Es una cuestión problemática. La distinción de principios es simple: la filosofía no puede suponer nada; es un discurso que tiene el deber de retornar ingenuamente a la cosa y que, por lo tanto, no puede suponer un revelatum. Se parte de la cosa y se pone frente a ella en situación de estupor y de maravilla para intentar decirla, representarla. La teología, en cambio, parte de un revelatum: de una palabra que, se presupone, nos precede. Esta es una distinción muy simple y válida. Pero hecha la distinción, es también evidente que el entrecruzamiento y la confusión son inevitables porque, ¿cómo hace la filosofía para no interesarse por este revelatum? Separar estos dos ámbitos es pura negligencia; hay que distinguirlos y de inmediato trabajar su inseparabilidad.
En muchas ocasiones usted se ha referido a la incapacidad creciente del hombre para elaborar la tragedia, ¿por qué?
–Tragedia es un término muy comprometido. Tragedia no es mera representación del conflicto, de la contradicción. Tragedia es representar el conflicto, la contradicción, en un espacio: un teatro, un ágora, frente a espectadores que se sienten pertenecientes a un thèos, a una pólis. La tragedia es un hecho eminentemente comunitario. ¿Cómo se puede establecer hoy esta situación? ¿Cómo resignificar la tragedia en esta época de nomadismo universal? ¿Dónde está el espacio, el lugar, la comunidad de la tragedia? Las nuestras no son tragedias, son dramas o comedias. Tener una tragedia significaría tener incluso un dios de la ciudad, sentir quepertenecemos no sólo a una ciudad sino a un dominio, a un sector, de lo divino. Llamamos tragedia a conflictos psicológicos entre individuos, entre singularidades, entre visiones del mundo, cuando se trata en realidad de dramas. La tragedia conlleva en sí una compresión de lo trágico, una palabra última, una “solución”. Éste es el significado que le daba Aristóteles: la catarsis. Es decir, al final de la tragedia hay una “solución” a través de la que uno se purifica, se “cura” del dolor que padeció atravesándola. Cuando asistimos a las tragedias contemporáneas, ¿dónde está la catarsis, dónde está la cura? ¿Cómo se puede hablar entonces de tragedia? Se pasa de un drama a otro drama, sin comprensión, sin que uno pueda tomar posesión del dolor. Creo que es del todo impropio hablar hoy de tragedia porque faltan los elementos de su quintaesencia: el lugar, el espacio, la comunidad, la capacidad de purificar el dolor.
¿Y qué pasa con la resignificación de la tragedia a través del arte?
–Hay tragedia cuando al final se entiende el dolor. Viendo cómo sufre Orestes, o Edipo, o Medea, uno entiende la medida de su sufrimiento y en esa comprensión alcanza cierta purificación... Frente al Holocausto, por ejemplo, ¿dónde está la posibilidad de purificarse, de curarse? Creo que es interesante lo que se está creando alrededor de este tema, como el caso de La vida es bella, el film de Roberto Benigni. El intento de contar trágicamente el Holocausto siempre fracasó; no he visto una sola obra en esa dirección que no haya fracasado en su idea de mostrar trágicamente ese horror. Quizá sea más auténtico contar el Holocausto en términos de comedia. Las grandes “tragedias contemporáneas” no son decibles en términos trágicos, porque no son decibles por una comunidad, en un lugar y porque no permiten ninguna catarsis. En la comedia es tan evidente la distancia entre ese hecho y el modo en que se lo representa, que el hecho queda intacto. La comedia no tiene la veleidad de representar el horror y así muestra su irrepresentabilidad.

La imaginación al poder

Por A. M. P.

Acostumbrado a protagonizar interminables polémicas referidas al futuro de Venecia, Massimo Cacciari acaba de anunciar una idea explosiva: convocar al no menos polémico y talentoso Oliviero Toscani -autor de las emblemáticas campañas fotográficas de Benetton– para producir una campaña sobre la ciudad: pero no para atraer turistas sino para ahuyentarlos. ¿Cómo? Con tomas que, lejos de mostrar el Puente de los Suspiros o visiones idílicas en góndola, registren a ciertos venecianos tirando la basura a los canales, o a los pichones muertos que suelen poblar la Piazza San Marco. Cacciari quiere “turistas inteligentes que puedan entender, respetar los problemas de Venecia” –por la que pasan cada año doce millones de turistas–, una ciudad que ofrece bastante más que una espléndida –única– arquitectura, canales y calles laberínticas. Como contrapartida, el filósofo prefiere armar otra postal: un programa cultural de vanguardia que, además de las famosas bienales, ofrezca por ejemplo, un concierto de música clásica con cuatro mil músicos que, situados en distintos ángulos en toda la ciudad, a la misma hora comiencen a tocar todos juntos una misma partitura (como ocurrirá el próximo día 20 de junio) o la posibilidad ver a Venecia como “la ciudad de los lectores”. ¿Cómo? A través de Fondamenta, un evento que acaba de demostrar en su primera edición una originalidad sin precedentes: durante cuatro días, lectores de toda Italia y de Nueva York, Madrid, Salamanca, Chambery y París se dieron cita en la Venecia de “crepúsculo y cristal” –como la definió alguna vez Borges–, para escuchar, discutir y dialogar con José Saramago, Claudio Magris, el antropólogo Marc Augè, el físico MarioRasetti (que investiga la inteligencia de la materia), los teólogos Enzo Bianchi y Christos Yannaras, el poeta Andrea Zanzotto y el mismo Cacciari. De alguna manera los lectores ya se conocían: desde su lanzamiento en enero, Fondamenta tiene su site en la red (www.fondamenta.it); allí, y a partir de las sugerencias de un comité conformado por Saramago, Magris, Daniele Del Giudice, Ernesto Franco, Mohammed Abed Jabri, Predrag Matvejevic y Paolo Zellini (y que iba a integrar también Bioy Casares), se organizó una biblioteca virtual, especialmente pensada para tratar el tema central de esta primera edición (Futuro necesario) desde cinco perspectivas: 1) lugares del futuro; 2) futuro anterior, como espera y anticipación; 3) de la profecía geológica a la previsión científica; 4) cuerpo real, cuerpo virtual; 5) ética para un futuro. La biblioteca incluyó entre otros, los libros La invención de la soledad, de Paul Auster; El señor del tiempo, de Christophe Bataille; India, de V.S. Naipaul; Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago; Utopía y desencanto, de Claudio Magris, La lectura infinita de Marc Alain Ouaknim y Antígonas, una poética y una filosofía de la lectura, de George Steiner. La movida veneciana ofreció lectios magistralis, conversaciones, diálogos a dos voces, seminarios de encuentros entre los lectores, lecturas de poesía con música al aire libre y cerró con un concierto de Patti Smith en la emblemática Piazza San Marco. La idea de Fondamenta pertenece a Daniele Del Giudice –amigo personal de Cacciari desde hace más de dos décadas–, uno de los escritores más singulares y más premiados de las letras italianas y autor de El estadio de Wimbledon, Atlas occidental, El Museo de Reims, Despegando la sombra del suelo y Manía. En diálogo con Radar explicó la génesis de Fondamenta:
¿Cómo fue la génesis del proyecto?
–Es una idea promovida por la Comuna de Venecia, que propone un nuevo tipo de relación entre autor y lector. Se trata de un laboratorio permanente sobre literatura, pero también de un lugar de encuentro donde puedan discutir los lectores que integran una comunidad formada durante el curso del año. Fondamenta funciona como una estructura abierta, una estación orbital a la que se puede enganchar según los propios gustos, pero también una idea líquida y mutante, que buscará en su propia capacidad de modificarse el modo para hacer interactuar a los lectores. Los lectores son los verdaderos sujetos que eligen e imaginan itinerarios personales a partir de la reflexión con otros lectores y en confrontación con los escritores. En una palabra, son una comunidad, o mejor aún, varias. Se encuentran en librerías, bibliotecas, escuelas, en los centros culturales o sociales, en los cafés. O, vía informática, en Internet.
¿Por qué llamarla Fondamenta?
–En veneciano fondamenta es el andén, la parte pavimentada a piedra que costea los canales. Pero no hay nada de metafórico, de enfático. Si se quiere, es un recorrido: humilde, espontáneo.
El tema central de esta cita fue el “futuro necesario”, ¿por qué?
–Necesario quiere decir inevitable. Mientras nos hacemos una imagen compleja del pasado, y vemos una multiplicidad contradictoria de pasados, tendemos a ver el futuro como único, aunque también los futuros serán múltiples. En Fondamenta se apuesta a mirar a los futuros, sin demasiadas ilusiones de progreso, aunque también sin demasiadas, interminables nostalgias.
¿Cuál es el objetivo de este evento?
–Poner en contacto a las comunidades de lectores dispersas en todas partes y formar una especie de red entre ellas. De chico, yo me encontraba todas las semanas en un bar para hablar con amigos de un libro que habíamos elegido. Es positivo que estas comunidades se comuniquen entre ellas a través de una estructura ligera, modificable: se necesita poco equipaje para caminar.
¿Qué significa para usted el acto de la lectura?
–Un acto antiquísimo del cuerpo. Un libro se tiene en la mano... trabajan los ojos. Es cierto que hoy no leemos sólo libros, también están la publicidad sobre las paredes e Internet. Pero no cambia nada. Hace poco leí en Lo stile del Web (“El estilo de la red”), de Franco Carlini, que la lectura de una página de 15 líneas en la pantalla de la computadora se parece a la lectura de los antiguos rollos. En el futuro está también el pasado. ¿Quién hubiera previsto que Internet actualizaría, por ejemplo, la escritura epistolar, aunque fuera en forma sincopada, sintética?
Hace veinte años dejó Roma para instalarse aquí, ¿por qué en Venecia?
–Venecia es una ciudad excepcional. Pero para vivir aquí es preciso construir una ciudad normal y Fondamenta quiere ser, precisamente, un componente de una ciudad normal.