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Yo me pregunto

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Un pie feliz

Consultada por Anka Radakovich, una periodista norteamericana dedicada a registrar las infinitas variaciones de la vida sexual, Dian Hanson, directora de Leg Show, la revista más importante dedicada al fetichismo de piernas y pies, finalmente rompió el autoimpuesto secreto profesional y accedió a recorrer los mitos de la podofilia (no confundir con pedofilia).
* La mayoría de los podofílicos les esconde el fetichismo a sus parejas por miedo a ser considerados “perversos”. Es decir: les miran y les tocan los pies de la manera más disimulada.
* Una vez en confianza, el ochenta por ciento prefiere los pies chicos, con dedos derechos y un arco marcado (el mismo ochenta por ciento afirma que nada peor para un podófilo que un pie plano).
* La práctica que registró el mayor aumento en los últimos tiempos es la de mirar a otro manejar descalzo, mientras sigue en alza excitarse mirando al otro aplastar descalzo objetos frágiles, como uvas o cucarachas.
* A contrapelo de las campañas de perfumes que aparecen en la revista, el olor a pata sigue considerándose un gran afrodisíaco.
* La zona debajo del dedo gordo es el sector preferido del pie.
Enterado del Informe Hanson, Scott Baker, la estrella más célebre de cine porno dedicado a la podofilia, consideró que el análisis podía no dejar completamente en claro cuál es el placer que sienten los podofílicos por un pie, así que decidió aclarar los tantos: “Miro un pie descalzo y pienso que cada dedo es un clítoris”.

Páginas amarillas

En su tapa del 8 de febrero, The New York Times denunció que detrás de las recomendaciones literarias que amazon.com presentaba como elecciones editoriales del staff de la librería virtual, en realidad se escondía un negocio organizado que vendía posiciones en las listas de best-sellers al mejor postor. En su momento, amazon.com negó todos los cargos. Pero hace poco se hizo público un documento que la firma habría repartido entre distintas editoriales a manera de tarifario (con el título “Enero–junio de 1999, programa de merchandising”). Si, por ejemplo, una editorial lanza un libro para chicos, por una cifra que va de los dos mil a los cinco mil dólares, amazon.com garantiza promocionarlo dentro de la sección “Destinado para ser un clásico” y ubicarlo en la lista de best-sellers. Por un extra de 2 lucas, el libro accede a “un lugar destacado en la página de compras para niños”. Por 5 lucas más, una novela puede acceder a “un comentario en la página de best-sellers con destino de grandeza”. Si el libro resulta no ser lo suficientemente bueno como para evitar sospechas, por otras 2 lucas amazon.com se muestra dispuesto a ubicarlo durante dos días en la cima de la sección “¿Qué estamos leyendo?”, y dejarlo descender paulatinamente durante cinco días, hasta llegar al final de la página, donde sobrevivirá otros cinco días en la sección “Nuestros clientes recomiendan”. La presentación virtual del libro auspiciado garantiza la leyenda “Construido para durar: hábitos exitosos de compañías visionarias” y por lo menos una reseña de un “lector” que se muestre encantado con el libro y asegure que el libro “merece convertirse en un clásico”. Después de que se conociera este documento, amazon.com no hizo comentario alguno sobre los cargos, pero propuso a los clientes que se hayan sentido inducidos a comprar libros por algún tipo de publicidad que los devolvieran, cualquiera sea el estado en que se encuentren. Mientras los usuarios de Internet acusan a amazon.com de violar “el espíritu de la red”, Peter Osnos, uno de los editores de la librería virtual, no tuvo mejor idea que buchonear a la competencia para sacarse de encima las acusaciones: “Los de Barnes & Nobles hacen lo mismo”.

Los hombres duros no hablan

Cuando en octubre del año pasado Jay McInerney publicó Model Behavior, una novela ambientada en el mundo de las supermodelos, James Wolcott, el crítico de la revista Vanity Fair, la destrozó en una nota que empezaba con la lapidaria frase: “La obsesión con las modelos es algo que todo hombre deja atrás, a menos que sea un idiota”. Después de la nota, McInerney contestó: “No creo que Wolcott sea el más indicado para reseñar mi libro, ya que tenemos una vieja animosidad”. La historia del enfrentamiento se remonta al 87, cuando McInerney, Bret Easton Ellis y Tama Janowitz conformaban una troupe literaria habitué de las fiestas neoyorquinas y Wolcott se ocupó de destrozarlos desde las páginas de Vanity Fair. Al año siguiente, reseñó La historia de mi vida, la tercera novela de McInerney, con un diagnósitico igual de lapidario: “Puras palabras, nada de textura”. En julio del 89 el escritor le contestó desde Esquire, acusando a Vanity Fair de estar llena de “resentimiento y sexismo furioso” (el ataque no era sólo para Wolcott, ya que el actual editor de la revista, Graydon Carter, era el responsable de la revista Spy cuando apareció la nota de tapa “McInerney querido”, en la que la segunda ex mujer del escritor contaba los excesos de drogas y mujeres en los que solía caer el bueno de Jay). Después de años de silencio público y de evitarlo en privado, en su último libro McInerney tomó a Wolcott para la chacota, al convertirlo en un tal Kevin Shipley, “un asesino de libros” que trabaja para Beau Monde, la revista con la que a su vez parodia a Vanity Fair de la siguiente manera: “el pasquín de lujo dedicado a publicar fotos desnudas de Demi Moore”). Wolcott aparece como un periodista con problemas para conseguir citas con modelos y como “una de esas personas a quien uno quiere preguntarle: ¿Alguna vez experimentaste en carne propia la palabra diversión?”. Según McInerney, Shipley “no es Wolcott per se, pero entiendo que puede recordar a una persona como él: un misántropo con porblemas gástricos”. Esa caracterización sería la causante de la invectiva posterior de Wolcott. Pero la gota que rebasó el vaso fue, según McInerney, las acusaciones del crítico según las cuales “parece haber un componente homoerótico en la sobreidentificación de McInerney con las divas de la moda”. McInerney le contestó: “Después de tantos años de heterosexualidad, le agradezco mucho que me permita salir del closet”, y ahora parece que Wolcott prepara un contraataque. Aunque, la verdad, la discusión parece no dar ya para más. Chicas, no se peleen. O espérense en la esquina.