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Retrato de hombre con multitud
adentro

¿Quién es Antonio Gasalla? Actor Empezó en el under más
anónimo, fue uno de los fundadores del café-concert, llenó teatros durante una década hasta que se pasó a la televisión. Desde hace doce años, escribe y actúa un programa que cambio de nombre, canal, horario, elenco y duración sin dejar de ser una rareza saludable en la enfermiza pantalla vernácula. Pero ¿quién es Antonio Gasalla? A continuación, el hombre más extraño de la televisión argentina explica por qué se sabe poco de su vida, cuáles son las ventajas de la TV sobre el teatro, qué lo llevó a convocar a personajes como Mariana Nannis y cómo se lleva con todos los freaks que tiene adentro.

POR JUAN IGNACIO BOIDO

¿Qué es un freak? Según el diccionario inglés Webster –lengua en que fue acuñado el término antes de convertirse en moneda corriente de los más diversos idiomas– un freak es: 1) una criatura viviente de formas o apariencia poco convencionales; 2) un suceso extraño e inesperado; 3) una persona con ideas o hábitos excéntricos; y 4) una persona fuertemente interesada en un tema particular.
¿Qué tiene que ver esto con Antonio Gasalla? 1) Los personajes de Gasalla son apariciones televisivas cuanto menos excéntricas, aunque sus poco convencionales hábitos y apariencias produzcan una rara familiaridad; 2) Gasalla contiene personajes como otros contienen multitudes; 3) Gasalla compartió escena, programas y personajes con una multitud considerable de freaks; 4) Gasalla conoce lo que significa la palabra freak porque lee y colecciona diccionarios con una seriedad casi enfermiza.
Entonces: ¿Antonio Gasalla es un freak? No; es muchos. Gasalla esconde los freaks que lleva dentro como si fuera indispensable dejarlos salir sólo bajo las condiciones adecuadas. Así esquivó durante treinta y cinco años preguntas sobre la vida privada del freak público, y ahora, después de grabar parte del programa, habla y tararea boleros, incluso hasta el último segundo –el segundo en el que alguien grita: “Silencio, estamos grabando”–, con la placidez cristalina de un Hannibal Lecter que acuna la cabeza siguiendo el tempo de una sonata hasta que alguien abra la jaula y el monstruo salga a jugar.

SER FREAK
“¿Y cómo tendría que ser?”, contesta Gasalla. “Estuve releyendo muchas de las notas que me hicieron en los últimos años. Muchas revistas se pasaron años tratando de descubrir si yo era agresivo, gracioso o triste. No es que me preocupe demasiado, pero me pasé 35 años hablando de cosas de mi vida que no me resultan interesantes. Si tengo una vida interesante, pasa en gran medida por el trabajo. El teatro y la televisión. Escribo lo que hago y digo lo que pienso. O sea que, escuchándome, se saca alguna conclusión. No sé por qué se empeñan en aclarar vaya a saberse qué de un actor. No me parece que haya que mostrar la cosa cotidiana. ¿Viste que ahora todo se convierte en noticia: lo que come, cómo lo caga y si por eso se separó?”, dice Gasalla después de escuchar lo que hasta ahora se sabe de la biografía pública del freak privado: que estudió Odontología; que dejó y después volvió a la Escuela Nacional de Arte Dramático; que actuó durante años en un sótano de Córdoba y Callao en espectáculos que los críticos obviaron sistemáticamente; que junto a Carlos Perciavalle es el alma mater del café-concert en versión nacional; que después estuvo veinte años haciendo teatro y que, desde hace doce, su programa es una inoculación virósica lamentablemente poco contagiosa en la televisión. Ésa es más o menos la biografía. Y así va a seguir siendo, para que otros la lean en las mismas condiciones en que Gasalla lee biografías ajenas: “Sí, leo vidas de actores, porque aprendés cosas de la profesión. Pero no las aprendés sabiendo si se tiraba un pedo todas las mañanas o si desayunaba con whisky; aprendés al ver cómo se manejaron, cuál era su punto de vista sobre su carrera. O a veces cuentan cómo encaraba a tal o cual personaje. Son biografías, no esos reportajes casi policíacos que imperan hoy, esa cosa de tenerte ahí agarrado para averiguar no sé qué. Las características personales es lo que menos importa. Si hoy ves una película vieja, y te gusta el trabajo de un actor, no te importa qué comía, a qué hora se levantaba y qué hacía en la casa”.
Ver a Gasalla hoy en una película nueva es difícil. No lo llaman seguido. No lo convocan ni lo invocan. Otra maldición del cine argentino. “Lo que más me gustaría es hacer cine. Porque el cine es mantener el personaje incluso cuando no estás frente a la cámara, durante siete semanas, en las que a lo mejor hoy hacés la muerte y mañana el comienzo dela película. Si boludeás, se te va”. Por eso, hasta que en marzo empiece a filmar Almejas y mejillones con Leticia Brédice en España, y el hábito actoral siga comulgando en la televisión, Gasalla se excusa: “No estoy con el personaje prendido las 24 horas. Incluso cuando en el programa aparezco vestido de Gasalla, no soy del todo yo, el de tiempo completo. Puedo ponerme muy gracioso y divertido, pero arriba del escenario hay que lograr que todo se entienda, que sea claro y gracioso, manejar los silencios. Eso, en la vida privada no se hace, porque si no estaría loco. Es cierto que se espera que uno esté con las luces prendidas todo el tiempo. Esos que te dicen Contate un chiste. Cuando yo empecé, el que contaba cuentos era de cuarta. Yo no me sé ninguno. Pero ahora, si no sabés un chiste, parece que te falta un pedazo. Para mí, eso viene a formar parte del límite de la actuación. Cualquiera que hace de sí mismo en cámara -presentador, animador, monologuista– no es el mismo que el de su casa. Aunque hay algunos que andan con el bicho puesto las 24 horas ¿no?”.
Gasalla y el bicho puesto: “Cuando me calzo, por ejemplo, la ropa de la Empleada Pública, puedo llegar a decir cualquier cosa. Pero por eso mismo me cuesta mucho pensar qué puede decir el personaje si yo no estoy vestido de ese personaje. Esas cosas salen en el desenfreno. Entiendo que dé un poco de miedo a algunos que vienen al programa. Me ha pasado de tener a un candidato a presidente agarrado del brazo diciéndome por lo bajo que estaba temblando como una hoja. Y están los que vienen a hacerse los graciosos. A mí eso no me sirve. Si viene De la Rúa, le hablo a él, porque si se pone a joder, y yo me pongo a joder por encima de él, lo puedo destruir. Sobre todo porque los políticos no tienen gracia, por lo general. Y después están los que vienen a la Empleada o a Barbara Don’t Worry con eso de Qué linda que estás, me gustaría.... Ayer vino Ricardo Montaner y empezó con que Barbara tenía lindos labios. Eso no rinde, dentro del sketch, porque me llevaría a mí al extremo de decirle: ¿Qué? ¿Me querés tocar? Tocáme. Y si lo vamos a sostener, sería muy violento: yo tengo que creer que su personaje está caliente con el mío, y yo lo tengo que tocar y qué: ¿vamos a coger ahí? No quiero entrar en eso. Me divierte más cuando sale un diálogo interesante. O esos que te cuentan todo sobre la familia, los chicos, la abuela y la madre”.
La familia, la madre, la abuela: todo eso de lo que Gasalla no habla. “¿Sabés qué pasa? Cuando mi madre estuvo enferma, me la llevé a vivir conmigo durante sus últimos siete años. Un día me preguntaron con quién vivía y conté. Desde entonces no pararon de preguntarme si mi madre esto o si yo lo otro. Eso me dio una especie de prestigio, como si yo fuera el único que quiere a su madre. Mucha gente quiere a su madre. No me parece que sea para tanto”.

PERSONA FUERTEMENTE INTERESADA POR UN TEMA PARTICULAR
La definición que un diccionario da de sí mismo es: “Reunión, por orden alfabético o ideológico, de todas las palabras de un idioma o de una ciencia”. La definición que da Gasalla de su fascinación casi compulsiva por los diccionarios es: “Cuando entré a la televisión descubrí que estaba obligado a hablar de muchos temas y cosas de las que no tenía idea. Había que barajar palabras para preguntar sobre una cosa o la otra. Entonces, nada mejor que los diccionarios. Y ¿qué pasa? Te comprás un diccionario y te das cuenta de que todos estamos hablando todo el tiempo de cosas de las que no tenemos ni idea. Y es mejor aprender. Porque, quieras o no, el humor tiene una función moralizadora: de marcar los tantos, de aclarar. A no ser que sea un humor pelotudo, de contar cuentos y nada más. Cuando hace diez años repartí forros a la platea en cámara, los teléfonos de ATC explotaban. Hasta que Mirtha Legrand dijo preservativo en cámara y la gente ya se relajó. Ojo, yo fui a comer mil veces con Mirtha. Aunque ahoraestá enojada, porque el verano pasado, en el show con Perciavalle, contábamos su velorio”.
Si “se puede” contar el velorio de alguien vivo, ¿con qué no se puede hacer humor? “Mirá, chistes se me ocurren sobre cualquier cosa. Pero hay temas muy grandes, que en general son de toda la comunidad, con los que no se pueden hacer chistes, porque son como dolores sociales: la guerra de las Malvinas y los desaparecidos son cosas demasiado fuertes, con las que a mí no me da para hacer humor. Sobre todo porque somos un pueblo que no tiene esa costumbre. En Francia se han hecho miles de películas sobre la vida de Napoleón donde se toma con humor su vida sexual. Acá, te metés con un prócer y aparece el Instituto de No Sé Qué y la Liga de No Sé Cuánto que te empiezan a mandar cartas documento. Los yanquis hicieron miles de películas de humor sobre Vietnam y el Salón Oval y presidentes que son estúpidos, y nadie dice nada. Entonces, el tema es: ¿hasta dónde? ¿Tengo yo tanta desesperación por hablar de esos temas? No. Hay algo que a veces te dice la gente cuando te para por la calle, yo creo que porque no lo sabe decir de otra manera: Qué necesidad tiene de decir eso. Yo no tengo ninguna necesidad. Pareciera que uno tiene atragantadas diez mil puteadas que le quieren salir para afuera. Y, para volver sobre el tema de los diccionarios, me parece que eso tiene que ver con la relación que tenemos con el idioma. Uno va a España y ellos dicen carajo, joder, me cago en tus muertos, a cualquier hora y en cualquier parte, porque tienen un solo idioma. Nosotros tenemos un montón: las mujeres entre ellas hablan de una manera, los hombres de otra, con los nenes y con los viejos hablan todos de otra manera. Muy hipócrita. Y después te increpan: Cómo dice tal cosa. Todavía hoy decís forro y se cabrean; decís profiláctico y ya parece que estás diciendo otra cosa”.

SUCESO EXTRAÑO E INESPERADO
Empujado a definir su programa, Gasalla asume la condición de clásico con la sorna resignada de quien se ha visto superado por el sinsentido: “Mi programa fue una rareza, pero ahora creo que hay otras rarezas en la televisión”, dice y –otra rareza– sonríe. Durante doce años el programa acumuló un prontuario considerable en su elenco, horario y canal, con rating estable y picos más que saludables. Un mínimo que le ha garantizado a Gasalla el ritmo sostenido y el beneficio de la pantalla televisiva sobre el telón del teatro: “Hoy, las entradas de teatro cuestan tanto que no te pueden ver todos los que te quieren ver. La gente rica en general no va porque lo ve en Europa; la clase media, que cada vez tiene menos plata, va cada tanto a ver Brecht al San Martín. El público que hoy tiene 20, 30 o 40 dólares para gastar en una entrada tiene un montón de cosas resueltas. Pero de la clase media para abajo, no van al cine ni se divierten ni salen a dar una vuelta por el Centro, y algunos casi ni comen... Mucho menos van a ir al teatro. Además, hay algo que parece mentira: el teatro tiene una repercusión inmediata, te devuelve todo en las dos horas que dura, pero la televisión tiene mucho más feedback: al día siguiente abrís la puerta para salir a la calle y terminás saludando a la nena, a la mujer y a la abuela. Y, para bien o para mal, la gente te dice todo lo que piensa”.
Si sabe cuál no es el público que llenaría un teatro para verlo, ¿cómo es el público que no iría al teatro pero lo ve por televisión? “Tengo un público variado: desde nenes chiquitos que no saben ni por qué me miran hasta señoras mayores que tampoco. Como ahora puse el programa en Internet, tengo además público en lugares increíbles. Para mí es muy fuerte que un tipo que se fue de la Argentina hace 25 años vea el programa por Internet y le agarre tal vértigo que me escribe todos los días. Y yo le contesto. Porque la gente entabla un vínculo muy particular con los humoristas: entre otras cosas te cuentan quiénes son, queriendo o sinquerer. Yo recibo mails que dicen Yo soy la Empleada Pública, mi nena es Soledad, mi suegra es mamá Cora. Algunas madres me cuentan que la maestra de la nena se pinta menos ahora para no parecerse tanto a Noelia. Hay viejitas que me dejan notas por abajo de la puerta que dicen Tengo 80 años, yo soy como mamá Cora. Sí, el público es un poco invasor. Pero es cariño, y mejor asumir que es así. Si vas al Alto Palermo un sábado a la tarde, te van a amasijar. Y la verdad es que yo no necesito ir un sábado a la tarde al Alto Palermo”.

“La gente entabla un vínculo muy particular con los humoristas: entre otras cosas te cuentan quiénes son, queriendo o sin querer. Yo recibo mails donde las madres me cuentan que la maestra de la nena se pinta menos ahora para no parecerse tanto a Noelia. Y hay viejitas que me dejan notas por abajo de la puerta que dicen Tengo 80 años, yo soy como mamá Cora”.

CRIATURAS VIVIENTES DE FORMAS POCO CONVENCIONALES
La de Gasalla es una galería genial de freaks extrañamente familiares. Lisergia hiperrealista: freaks conocidos, que están entre nosotros. Pero, ¿dónde? “No están en ningún lugar en particular. Una manera de trabajar que a mí me rinde es poder definir a los personajes con la menor cantidad de palabras posible, un poco en contra de eso de la gran biografía del personaje, que a mí me parece un poco arbitraria. Te podría inventar la vida de Soledad desde que nació, pero eso no me sirve en el momento de actuar. Con ella digamos que trabajo a partir del miedo, de la inseguridad. Con la vieja, en cambio, es a partir del desequilibrio, tanto físico como mental: eso de no tener eje, de entender todo un poco por aproximación. Con Mamá Cora casi ni miro, camino en un equilibrio muy inestable. La maestra Noelia es la intriga shakespeareana. Barbara Don’t Worry es una señora normal, clase media, que un día se encuentra frente a la cámara; con ella trato de no saber nada de lo que sé de televisión. Barbara es lo que para mí hay en la TV: una gran falta de competencia. Y es cierto que la mayoría de mis personajes son mujeres, pero es porque hay un montón de conflictos que en los últimos años les pasaron más a las minas que a los hombres. Por ejemplo, me parecía redondo contar la decadencia de la clase media desde la mujer que se queda en la casa, mucho mejor que desde el marido que se va a trabajar de lo que puede. Y en el caso de la Empleada Pública, por supuesto que existen hombres en las dependencias estatales, pero la que te atiende siempre es una mujer. Por todo eso alguna vez dije que trabajo los personajes desde un concepto. Si para cada personaje estuviera observando a alguien, tendría que volver a espiarlo todo el tiempo”.
Si no hay modelo sobre el que volver ni abultada biografía sobre la que recostar al personaje, ¿cuál es el combustible, el Método Gasalla por excelencia? “Hay un montón de cosas que tienen que ver con las acciones de los personajes y me hacen falta: el pañuelito de la Vieja, la carpeta y los prendedores de Noelia. Es algo medio raro, externo al personaje, que me termina ayudando. Por ejemplo, hago un montón de cosas con el pañuelo de la Vieja que ni se ven, pero si un día no lo tengo, me distraigo. Algunos necesitan todo un papo teórico, o la biografía. A mí no me sirve, pero en definitiva todo es un montón de sensaciones que tenés que transmitir al público, no importa cómo. Algunos se concentran y otros no piensan en nada, algunos sienten mucho y no transmiten nada. Yo, sin el pañuelo, me distraigo”.

MAS CRIATURAS VIVIENTES DE FORMAS POCO CONVENCIONALES
Lo de Gasalla es también un generoso ejercicio de reclutar actores ignotos hasta entonces para la ignorancia televisiva y sumarlos a sus huestes: Juana Molina, Carlos Parrilla, Atilio Veronelli, Juan y Ana Acosta, Roberto Carnaghi, Claudio Gallardou, Claudio Giúdice y los predilectos Urdapilleta y Tortonese. En los últimos tiempos, para miedo y asco de los miedosos de siempre, tiró un poco más de la cuerda e inauguró los trips de Federico Klemm en cámara, apadrinó las incursiones catódicas de Mariana Nannis y, ahora, de Alejandra Pradón. Donde Olmedo desnudaba las virtudes de Beatriz Salomón y Adriana Brodsky, Gasalla puso enpantalla a Norma Pons y a Nelly Láinez. Donde Tato llamaba al Presidente, Gasalla invita a Florencia de la Vega a una oscura fiesta en la Casa Rosada. Gasalla escucha no como si le hablaran de sus retoños sino de viejos cómplices en crímenes inimputables: “Yo trabajé siempre con actores que recién empezaban. Como yo también recién empezaba en la TV, me sentía más cómodo. Aunque siempre había alguien con muchos años de laburo, como Norma Pons. A Klemm lo conozco desde hace más de treinta años, y me parecía que meterlo en el programa era acercar de una manera casi dislocada a pintores muy importantes que tiene en su galería. Además, él me parecía prácticamente un personaje de ficción: el día anterior a grabar estaba estudiando todo lo que tenía que decir. Me fascinaba el esfuerzo que hacía. Por Mariana Nannis se pelearon todos los canales: era eso lo que me divertía y lo que todavía me divierte de ella. Que se convierta en una cosa casi patriótica, donde se toma partido intensamente a favor o en contra de alguien que es la mujer de un jugador de fútbol. ¡Había gente que me paraba por la calle y me felicitaba por darle lugar a una mina que reivindicaba a las mujeres por no dejar que el marido la explotara! No niego que, cuando ya había estado en el programa con cierta continuidad, yo tenía la ilusión de que siguiera camino sola, como conductora o periodista o llamálo como quieras. Después de todo, no es la primera improvisada o loca que hay en la televisión. Yo intenté hablar con ella de distintos temas: como iba y venía, le propuse que hiciera una mirada de lo que pasaba en Italia, Miami, Nueva York. Eso nunca caminó, pero tampoco me hice demasiado problema. De hecho, todavía hoy, cada dos por tres, recibe propuestas. Por ahí, como estaba conmigo, y yo estoy un poco sobrevalorado, me salían con eso de cómo podía ser que yo la tuviera en mi programa. ¿En este país, que está todo resquebrajado? Cuando trabajás con gente nueva, corrés el riesgo de que funcione o de que no pase nada. Y la mina tiene bastante pico y sabe hablar. En definitiva, a mí me interesa tener personajes que empujen los límites”.

PERSONA CON IDEAS O HABITOS EXCÉNTRICOS
La definición que Gasalla, en algún momento, sin darse cuenta, da de sí mismo: “Yo estudié para actor, no para humorista ni chistoso. Pero la gente se empezó a reír con mi visión de la realidad, que a mí no me parece tan divertida. Con el tiempo aprendí a ponerle algo de gracia, pero no sé si mis personajes pasan por el humor. Marta, por ejemplo: una mina que está en una silla de ruedas... no sé si tiene humor. Soledad tiene gracia a través de lo que sufre. La Vieja, al estar transitando los últimos tramos de la vida. Con el humor, al hablar de los demás corrés el riesgo de que se transforme en algo muy negro. Con el humor podés destruir mucho más que con el drama. Entonces tenés que elegir: ¿quiero ser una especie de maldad personificada, que anda destruyendo cualquier tema del que habla? El cinismo está ahí del humor, y a mí no me interesa ser cínico en estos tiempos. No quiero ser alguien que habla de otro de manera lapidaria. Yo no investigo nada de lo que digo: está todo en las revistas. Si Raquel Mancini se desmaya porque no durmió en 48 horas y quedó con los dos labios para arriba, eso tiene humor en sí mismo. Pero yo no tengo a nadie investigando a nadie”.
Para el final, una teoría de la risa y la posibilidad cada día más latente y aberrante de que la risa quede en teoría y deje de ser una práctica porque ya no hay nada de qué reírse: “Hay libros escritos sobre la risa. Te cuentan que es una cosa orgánica, que nos diferencia de los animales o enuncia los motivos por los cuales alguien que se ríe, cambia. Nosotros tenemos un montón de palabras para definir casi lo mismo: diversión, esparcimiento, evasión. A mí la que más me gusta es divertirse, que etimológicamente significa salirse del vértice. El vértice sería como la aguja de la balanza, que señala hacia donde marcha tu vida. Cuandoaparece un acontecimiento que te distrae, te saca del vértice. Bueno, eso es la diversión, para mí. Por eso, a mí me da una especie de pena esa gente que me para por la calle y me dice: Yo no me río nunca. Con usted es con el único que me río. Alguien que pueda decir con tanta claridad que no se ríe nunca... Qué pena. Es verdad que lo que pasó en los últimos diez años no fue diversión, sino un espejismo para estupidizar. Esta cosa del mundo moderno, de que hay que reírse a las 9 con Tinelli, a las 10 con Gasalla y a las 11 con otro... Pareciera que andan todos desesperados hasta que llega esa hora y se ríen”. Y, como el doctor Lecter, que en la última escena apura la despedida porque alguien lo espera para comer, Gasalla termina el segundo té con leche y se despide con el apuro más lento del mundo: “Me espera alguien a las dos. Tengo una prueba de ropa para un personaje nuevo”, se excusa y se va solo, cantando No sé tú, pero yo.... Canta para adentro. Alguien lo escucha.

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