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A CINCO AÑOS DE LA MUERTE DE MIGUEL BRIANTE
Buscando la última curación

El escritor, pintor y crítico de arte fue homenajeado en General Belgrano, su pueblo natal. Briante disfrutaría, además, con el recuerdo crítico de sus lectores menos complacientes. 

Miguel Briante formó parte de una brillante generación de escritores y pintores.
Falleció hace cinco años, al caer de una escalera en su casa de General Belgrano.


Por María Moreno

t.gif (862 bytes) "Poné una coma para bajar a tomar agua", indicaba como quien enseña a desmalezar un campo. O a una mujer respondona a la que desaconsejaba posar de James Dean: "Si ganás siempre no vas a perder nunca". Se trataba de algo más que de cultivar aforismos: de un gusto por la síntesis que comenzó como un ideal aristocrático y terminó afilándose en un estilo que hacía de lo mínimo otra cosa. Miguel Briante, escritor, pintor y crítico de arte, murió hace cinco años pero, involuntariamente, curó, el día del aniversario de su muerte, 25 de enero, una suerte de performance con la estructura de la Cruz del Sur. En un punto de la pampa (Tandil) Jorge Di Paola se sirvió un whisky y brindó con un fantasma. En otro, cruzando el río (Salto), Antonio Dal Masetto fue a sentarse en un lugar sobre la barranca que da al balneario y pidió cerveza. No habló de fantasma sino de "encuentro" y se acordó que "la prosa no es más que nostalgia de la poesía". En un tercero (Gral. Belgrano) un grupo de hombres y mujeres respondió a unas palabras de homenaje, al borde de una tumba, en el cementerio, esperando para brindar. En el último (Buenos Aires), Fogwill tal vez no levantaba ninguna copa, pero escuchaba el mensaje con la cita en Belgrano, creía que era al día siguiente, entonces evocó a Briante y una versión de la canción "Papiros" (cigarrillos) cantada por Barbara, una francesa de origen polaco, bellísima --Briante la hubiera aprobado-- y la diseminó por Internet.

  En Gral. Belgrano era, dicen, demasiado tarde o demasiado temprano para detectar entre las sombras esas lucecitas de bar que orientan, en los cuentos de Briante, al Loco Toledo a quien le tocó un caballo como a nadie, a Marcelino Iglesias el que pide perdón, al Moro que sabe que seguir la ley de juego que consiste en lanzar la taba con la mano (literalmente, quedar manco por no perder la mano de la suerte), todos ordenados en torno al bolichero Arispe que comparte con Enrique Wernicke el "Don" que indica respeto (Don Enrique Wernicke es un nombre en una dedicatoria, Don Arispe la insistencia de muchos relatos). Pero es mejor porque de ese modo se puede seguir soñando con esas pulperías metafísicas adonde unos gauchos de Molina Campos hablan con sentencias zen, creando una postgauchesca adonde la única política es la de la lengua. 

  Si la poesía es nostalgia de la prosa, el homenaje es nostalgia de la crítica. Reescribe recuerdos, corrige los retratos y disuelve los libros en el personaje. Cicatrizar e inscribir viene a ser lo mismo y está bien esa placa en el cementerio, aunque a Briante debía de gustarle más ese otro, lleno de yerbas malas y de ladrones, adonde el Huckleberry Finn de Mark Twain iba a fumar su pipa de pasto y a buscar gatos muertos para frotarse las verrugas y hacerlas desaparecer. Pero faltan las versiones de Briante de aquellos que a él le importaban por sobre todo, los lectores capaces de usar el facón contra la corrección política y de guiarse por el propio gusto sabiendo explicarlo (cortito). Por algo leyó mucho antes que la mayoría La cultura de la queja  de Robert Hughes, crítico destemplado y fino, hombre de otro gran lugar vacío: Australia, que es como decir --al menos en el mito-- una manera de la pampa.

 


 

El rito de las hamacas voladoras

Por Lilia Ferreyra

"Miguel nació aquí y fue nuestro amigo. Y también escribió sobre nosotros, como escribió sobre ese personaje de este pueblo que se llamaba Kin Kon, en realidad un policía malo cuya historia Miguel transformó en poesía." El intendente de Gral. Belgrano, Esteban Tolosa, se sonrió frente a las cincuenta personas que anteayer se reunieron en el cementerio local para recordar a Briante, fallecido hace cinco años al caer de una escalera en su casa en las afueras de la ciudad bonaerense.

  A las 8 de la tarde comenzó el homenaje que vecinos, familiares, autoridades y amigos del escritor le hicieron frente a su tumba, donde se descubrió la placa que testimonia el recuerdo del pueblo de General Belgrano. Allí estaban y también hablaron sus amigos, entre ellos los artistas plásticos Luis Felipe Noé y Oscar Smoje, como si todavía no hubiesen podido disipar el estupor que les causó aquel 25 de enero de 1995 la muerte de Briante. El acto fue breve y terminó bajo la luz cada vez más tenue del atardecer. Hubo un silencio que se rompió con un aplauso que resonó entre las tumbas del cementerio. Afuera, en el inmenso cielo sobre el horizonte del campo bonaerense volaba una bandada de pájaros. Alguien recordó el rito de las Hamacas Voladoras del noroeste argentino. Cuando muere una persona, sus amigos buscan el árbol más alto para colgar una hamaca y balancearse hasta el vértigo para ayudar al alma del muerto a llegar rápido al cielo. Miguel Briante supo de ese rito y así se llama uno de sus libros. Pero afuera del cementerio no había ningún árbol cercano y mucho menos una hamaca. Entonces, el otro homenaje --más próximo a su memoria-- se hizo en el café frente a la plaza del pueblo donde las anécdotas corrieron sobre la mesa como el cinzano y el fernet. Y después, un asado al asador con litros de vino tinto donde se decidió que en mayo del 2001, en el mes que el escritor, amigo y vecino hubiese cumplido 56 años, el homenaje se hará en el Centro Cultural Miguel Briante de este pueblo que cada vez se llama más Miguel Briante.

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