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Sexo de Punta
NANA Y SUS CHICAS ESTEÑAS REVELAN LAS NUEVAS TENDENCIAS SEXUALES DE LOS ARGENTINOS

"Los argentinos son muy anales", dice Naná, la madama esteña, al detallar las fantasías no oficiales que crecen entre los porteños que veranean en Punta. Y explica que hay una liberalidad creciente. Radiografía del sexo argentino en la otra orilla de los prejuicios.

El prostíbulo de Naná, el más famoso del este, tiene 24 habitaciones y por noche llegan entre quinientos y mil autos, la mayoría de turistas argentinos.


Por Cristian Alarcón
Desde Punta del Este

t.gif (862 bytes) No es que a todos esos hombres los espere un minotauro en su recorrido por este laberinto que no es otra cosa que un quilombo. No es que vayan a encontrarse con fabulosos premios, o que las chicas que se ofrecen en las puertas de 24 habitaciones puedan transformarlos con su arte. No es que el mundo se esté jugando entre estas paredes blancas, bajo la luz de los faroles mezquinos, ni es que sea este quilombo uruguayo un sitio de revelaciones globales. De ninguna manera. Pero esas mujeres hablando sobre ellos, retratando sus costumbres, describiendo sus placeres, confesando sus pedidos, deben ser escuchadas, resultan hasta para los especialistas una fuente clave. Tras sus relatos prostibularios late el pulso de una sexualidad imposible de sondear en la superficie urbana de Buenos Aires, en las prácticas públicas de la clase media alta porteña, acostumbrada, como a las vacaciones y la buena carne, a la doble moral de las burguesías. A saber: debuts de adolescentes a la más vieja usansa, barras enteras de amigos entregadas al placer gregario de las fiestas, y toda una variedad de caricias y aparatos fálicos para erotizar zonas prohibidas, bajo el rótulo comercial de servicios especiales. "Los argentinos van cambiando de maravillas, son muy anales y de una liberalidad creciente", dice Naná, la madama de las madamas, en bata y apoltronada en su cama llena de almohadones y volados, segura por los resultados del negocio que florece basado, entre otras preguntas, en la que hacen los clientes porteños a su chicas: "¿Tenés algo diferente?".

  Las mujeres se ofertan paradas en la puerta de cada pieza junto a su nombre de fantasía escrito con letra infantil en carteles de cartulina. Una lenta procesión de hombres recorre y discute con ellas, la propia mercancía, el precio, las modalidades, el tiempo y la calidad del servicio. Como si se tratara de uno de esos telos de ruta con bolas de luces rojas sobre las columnas de un gran portón, "la casa de Naná" --el antológico prostíbulo de Maldonado en el que varias generaciones de argentinos han debutado y practicado una y otra vez el sexo pago-- se levanta sobre una calle suburbana en el medio de un barrio en el que lo único distinguible, además de la trastienda miserable de Punta del Este, son los quilombos de siempre, en pie gracias a que en Uruguay el Estado reglamenta la prostitución considerándola legal. A "lo de Naná" lo secundan la clásica Hiroshima --donde la propia madama debutó como prostituta cuando tenía 45 años--, lo de Margot, Ipanema, todos con menos habitaciones y chicas y sin ese patricio halo de respeto que la madama suscita entre los argentinos más ganadores. No le costará al lector encontrar ejemplos y anécdotas vividas por algún conocido o por él mismo, tras alguna de esas 24 puertas en la calle Soriano, donde unos importados poco frecuentes en los barrios porteños son mayoría en la gran playa de estacionamiento. En enero, de cada diez clientes, siete son argentinos.

Anales y diferentes

  Naná recibe envuelta en su bata de satén rosado y en un salón a estrenar al que le faltarían unas mesas de poker para albergar unas bacanales al gusto de una gran jugadora que no prueba cigarros y toma sólo agua. "Pasen, chiquilines, pasen por donde quieran", dice caminando entre penumbras por una gran sala pegada al prostíbulo como los gimnasios suelen estarlo a los clubes de barrio. Con algún esfuerzo se acomoda en uno de los sillones de los cuatro livings del ambiente. "Chiquilines, una lámpara para que el periodista vea lo que escribe", manda a dos empleados. La traen, la encienden sin que a ella y a sus décadas las alcancen. La dama habla a media luz bajo gigantografías de rascacielos neoyorquinos. "En 20 años uno se da idea de cómo cambia el hombre. Hay cosas que quizás una mujer no quiera hacer con su marido y que se pueden obtener o se descubren acá... El hombre delicadamente pregunta: "¿Tenés algo diferente?".

  Cruza el salón un sobrino adolescente y lo presenta con la chochera de una tía soltera. Le da dinero para que el chico organice una reunión de amigos con Coca Cola y pizzas en uno de estos livings donde conviven las poltronas con una pared espejada. Excepto este sector casi no estrenado, la casa tiene más años que los críos acomodándose en la otra punta, casi todos nacidos después de aquel 1978 inaugural, cuando lo de Naná era "limpio como siempre, pero con sólo seis piezas" y en sus camas la complejidad del servicio llegaba únicamente al completo. Naná va dejando un tono pedagógico e higiénico que emula al discurso histórico sobre la prostitución y da paso a su convicción sobre "lo bueno que es perder los tabúes y lograr el paroxismo con el goce". Critica a "algunos porteños que siguen ofreciendo dinero suplementario para que las chicas los dejen no usar preservativo, algo que ni por todo el dinero del mundo sucede". Discurre sobre las ventajas del "relajo muscular" que permite los descubrimientos. "Los argentinos van cambiando, son muy anales y de una liberalidad creciente. Cuando empecé teníamos un solo aparato que raramente se usaba para toda la casa. Ahora cada una de las 24 chicas tiene tres y de distintos tamaños. Es muy importante el stock de consoladores", dice como si hablase de la doméstica necesidad de una licuadora.   

La fiesta del guachaje

  Desde el fondo del patio llega la banda de sonido de la vida de una chica que se llama Cecilia y en este minuto se cree Shakira: "No encontreeeeeé-ojos así-como-los-que-tienes-tú!", canta sobre la música a todo dar de un minicomponente lleno de luces como el que casi todas tienen encendido en sus coquetos cuartos. De varios de ellos salen más canciones del romancero latino de la MTV y unos boleros perdidos en las profundidades del quilombo. De ligas, con breteles caídos adrede, Johana espera en la puerta de su cuarto, excepcionalmente libre a las diez de la noche. Es castaña, pequeña y está trepada a unos suecos. Tiene los ojos azules y sonríe tensionando los labios carmesí con una timidez aniñada que quizás sea el motivo de las colas de púberes vírgenes esperando su turno con ella. "¿Les molesta que fume?". Fuma y cuenta parada al borde de una cama redonda cómo fue que dejó la fábrica de medias donde era obrera textil, la niñez con los abuelos que la criaron y la composición de la demanda sexual de los argentinos que la requieren: "Mucho debutante, mucho fiestero y muchos servicios especiales", resume adjudicándole sociológicamente una costumbre a cada franja etaria.

  Dos años en la casa y Johana ya tiene un registro claro de su cotidiano sexual con los argentinos a quienes divide en gurises, "el guachaje" y los grandes. "Lo más difícil es el guachaje, que tiene entre unos 20 y unos 30 años y siempre quiere fiesta. Claro que te regatean y te tacañean todo lo que pueden". Los clientes creen que la simultaneidad --todos con una-- y el ahorro de tiempo --seis en una hora-- abarata el servicio. La fiesta, para la que en esta casa no hay números imposibles de participantes, se ofrece a 800 pesos uruguayos y se cierra a 700, unos 65 dólares por cada fiestero. Caro si se tiene en cuenta que el servicio mínimo es de 30 pesos y el completo está en los 50. Pero no tan caro como los servicios especiales, consumidos por los "grandes", o sea porteños que superan la treintena y sucumben secretamente y en el extranjero a los placeres sodomitas. Lo sabe Kate --esa chica de 20 a la que todos le preguntan si sus ojos verdes son auténticos-- que en un año de duro empleo ha hecho el dinero para pagar un apartamento con sus servicios especiales. Kate describe a sus clientes argentinos como "chicos lindos a los que les gusta lo raro" y expone como a chiches, una serie de consoladores y un látigo. Con un solo movimiento explica cómo chasquea las nalgas de los      porteños más audaces.  

Breves visitas a Sodoma

  El ritmo de los lupanares de Maldonado va cambiando con las horas y los días, pero en ningún otro prostíbulo se reúne semejante cantidad de argentinos por noche. A la casa de Naná entran más hombres que a la disco top de Punta del Este, aunque como el ingreso y la contemplación son gratis, no todos consumen. Hasta mil autos por noche pasan por la playa de estacionamiento, rotándose entre las 8 de la noche y el cierre, a las 5 AM. A las cuatro de la mañana de un sábado, el ralo pasillo de la tarde es una correntada de hombres calientes. Con unas fellinianas dimensiones, Angela cautiva a los argentinos que en la intimidad de su cama llena de peluches le dicen "la mulatona" y despotrican "porque en Punta del Este no se coge". Hacia el fondo del primero de los cuatro patios hay un recodo con piezas que confluyen en un hall. El lugar es conocido porque se presta para organizar fiestas casi instantáneamente con más de dos mujeres. Reina en su sector, la altísima Fabiana dice que cómo no van ser tantos los clientes si "vienen de pasarse la noche calentándose para nada hasta que vienen acá a desatarse". El nivel de histeria de la ciudad fashion que carece de hoteles alojamiento colabora con el éxito de los piringundines.

  Es la medianoche y Celia Cruz ataca con "La vida es un caranaval" desde el mundo privado de Cecilia, que coquetea con tres clientes ante los que se baja el minishort para mostrarse en una tanga simbólica. Un chico de remera blanca le alcanza el sexto té de la jornada en un vaso de trago largo y su vecina, Fabiana, discute con el grupo de cinco muchachos de Belgrano que le pelean el precio con piropos y mimoseos. "Dale flaca, sos hermosa, vos también la vas a pasar bien, haceme un simple a veinte", le pide un chico con cara de buen yerno y vestido con ese inconfundible estilo rugbier. "Dale flaca, está con vos, hacéle el favor", aporta uno. Las chicas coinciden en que el argentino no procede como un cliente cualquiera porque galantea como si no existiera una transacción en marcha. Pero las rebajas no corren con Fabiana, que los echa. "¡Fuera! ¡Si no compran no tocan!", les grita de buen humor y ellos continúan con el tour. "A éstos --explica-- les decimos pollos al spiedo, calientes, secos y dando vueltas". Fabiana reconoce a los argentinos sin que abran la boca, por las señales del status, por los perfumes, en suma, "por lo cancheros".    --Ellos vienen en banda. Les encanta manosearte, hacerse los novios un rato y piden lo fuera de lo común. Los que tienen entre 25 y 30 son más anales, o lo buscan sin decirlo o lo piden directamente. También se lo ofrecemos nosotras porque es un servicio más caro que lo habitual.

  --¿Cómo es que se llega a ese punto?

  --En este oficio podés tener cuerpo, ser una diosa, pero si no tenés nada en la cabeza estás muerta. Te van a pagar una vez y no van a volver más. Una tiene que ir midiéndolos y ofreciéndoles --explica Fabiana desde su metro 76, divertida con la labor docente.

  Además agrega: "Vos primero empezás por abajo. El parado y vos vas trabajando mientras le hacés unos mimitos entre las piernas, hacia atrás. Pasás los dedos. Vas y venís, despacio, vas y venís y cada vez vas más allá. Si ves que hace esto --muestra con sus larguísimas piernas una inflexión, una leve apertura angular, como la de una bailarina clásica--, entonces a esa altura ya vas a estar adentro y él ni siquiera tuvo tiempo de arrepentirse".

  Después dice Fabiana que corresponde la sugerencia concreta de los "servicios especiales", dicha en medios tonos, con diminutivos, susurrándole clásicamente las posibilidades sin mencionar jamás palabras que puedan resultar violentas o amenazantes. Fabiana logra quitarle cualquier carga negativa a una práctica que insinuada en frío en algún rincón de Buenos Aires puede desequilibrar una romántica noche. "Está claro que lo que hacen con nosotras allá no lo hacen. A sus mujeres jamás les pedirían algo como esto. Ellos mismos cuando terminan te dicen 'puta, encima tengo que pagarte'. Igual, después la mayoría vuelve. Saben que somos profesionales y que acá se los protege".

  Fabiana se divierte con los detalles y mientras conversa va atendiendo las consultas de los clientes hostigándolos, armada de un cinismo con el que los seduce. "Vamos, chicos, decidan, ¡pasen o vuelen!", les grita recostada en el marco de la puerta con una elongada pose Dietrich. "¿Alguna fantasía especial, mi amor?", ofrece a un porteño de piel rosada y extremadamente joven. "¡Rubio, hacéme el amor, que acá todos somos pecadores!", le insiste, ante una candorosa sonrisa, segura de que no hay hombre que pueda tirar la primera piedra esta noche.

 

 

El mercado persa explicado

Por C.A.
 
¿Qué implica un mercado persa del sexo en el que los argentinos que visitan Punta del Este sacan a pasear cada vez más fantasías no oficiales? "Está muy ligado a que las relaciones entre hombres y mujeres son cada vez mas catastróficas --sostiene el psicoanalista Germán García--. El amor y la exploración mutua han desaparecido en la pareja moderna, son parte de un modelo que languidece de manera bastante triste por el temor a todo, los asaltos, el sida, las fobias en ascenso. Y paradójicamente hay un desafío de estos hombres que recurren al sexo pago contraexponiéndose". Consultado León Gindín, decano de la sexología argentina, sostiene que el auge de las fiestas se explica simplemente en "una cuestión imitativa del cine y la televisión". Y destaca que la orgía "brinda un reaseguramiento mutuo, un mirar cómo cogen los otros y ver quién la tiene más grande, pero no hay homosexualidad entre esos hombres".

  ¿Qué es entonces lo que se pone en juego en una fiesta? Para García, "es evidente que la relación grupal con una prostituta pone de manifiesto la relación 'homosexual', en tanto lo predominante es la relación entre ellos y no con la mujer". Lo que no significa que esos hombres sean homosexuales velados, sino que la relación que entablaron lo es. El sexólogo y psiquiatra Enrique Schcolnik, coordinador de grupos de reflexión de hombres, no se sorprende por los relatos del quilombo. "Son hombres con un poder adquisitivo que de por sí habilita más permisos: el dinero da un aval independiente de la experiencia del sujeto". Resulta lógico que busquen en un antro extranjero practicar lo que en Buenos Aires "sería directamente homologable a la homosexualidad tan temida". Las sodomías que se ofertan en lo de Naná se tratan para Schcolnik del simple descubrimiento de "una zona exquisitamente sensible, donde se pueden dar una sumatoria de estímulos con un monto de eroticidad muy alto que no está explorado porque históricamente ha sido una zona vedada". Gindín reafirma: "Si esos consoladores se los quiere colocar un macho, al tipo no le interesa".

 

EL DEBUT EN MANOS DE LOS MAYORES
"Tratámelo bien al nene"

Por C.A.

No ha cambiado para los muchachitos de las familias que veranean con religiosidad en Punta del Este ese conservador debut prostibulario propuesto desde antaño por los mayores. La misma propuesta paterna que, según contó Estela Canto, le produjo a Jorge Luis Borges esa impotencia que padeció durante años. Así lo cuentan las prostitutas de los lupanares y así es posible verlo cuando avanzan los hombres de panza haciendo de guardaespaldas para los debutantes. Naná habla como una astróloga de la iniciación de los querubines. "Puede ser perniciosa o traer ventura", dice. Por eso reconoce que es ella misma quien suele aconsejar a los padres. "Les digo que vayan tres pasos atrás para sean los chiquilines los que elijan y no el que lo trae".

  No es el caso de Lenny, un chico de 15 años apodado así porque supo llevar una melena a lo Kravitz. En medio de una peregrinación junto a su mejor amigo cuenta que su primera vez fue hace tres días en un cuarto de Hiroshima. Ha vuelto, dispuesto a aprovechar esta licencia que le permiten las vacaciones. "¿No sabés de un lugar así en Buenos Aires?", requiere. Lenny está convencido de que no hay manera de seguir adelante sin cercanos lupanares. "Vamos a un colegio donde está toda la chetada de La Horqueta y ahí no la ponés ni en pedo. Si tenés novia, no le podés ni tocar una teta, así que no veo que quede otra que ésta", dice.

  Lo de Lenny es lo más parecido a la larga tradición argentina de debutar con meretrices. Su padre lo hizo a los quince. Su abuelo, que ahora tiene 78, lo hizo a los once en un prostíbulo de Buenos Aires. Su tío a los doce en uno de Carmelo. Ninguno de ellos sabe que anda por Maldonado en estos menesteres, pero ninguno se extrañaría por eso. "Mi abuelo es un ex corredor de autos que tuvo concesionarias y después vendió todo y se hizo ganadero. Es el flaco más pajero que conozco. El tiene un campo en Entre Ríos. En invierno, cuando cumplí 15, estaba allá de vacaciones. Yo no lo pude creer cuando me despertó, me dijo feliz cumpleaños y me preguntó:

  --¿Querés ir al pueblo a mojar el bizcocho?

  Yo le dije: ¡Con esas negras ni loco!".

  Lenny ha tardado sólo seis meses en reconsiderarlo y aquí se mece entre un piringundín y otro, intentando ocultar con un rictus serio su corta edad para que no lo rajen. Lenny y su amigo parecen aprender rápido y ya tiene el nombre de quien es la recomendada para debutantes. Ella, de todos sus clientes, los prefiere: "Los gurises son los más ubicados, son excelentes, parece que van a ver al médico cuando vienen. De repente cae un grupito, preguntan el precio y cuando se deciden pasa el más corajudo de todos. Tampoco falta el padre que te dice "tratámelo bien al nene".

 

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