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MATARON A LOS DOS LADRONES QUE TOMARON VARIOS REHENES
Crónica de una fuga sangrienta

Los dos hombres asaltaron una concesionaria, donde tomaron dos rehenes. Negociaron durante cuatro horas: al fin los dejaron escapar con los rehenes. En la huida, entraron en otra casa donde capturaron a tres personas más. El final llegó en la noche: al intentar una nueva fuga fueron muertos por la policía. Dos de los rehenes y tres policías resultaron heridos.

La última fuga fue a pie: los ladrones intentaron escapar con los rehenes, pero la policía disparó. Los dos murieron.

t.gif (862 bytes) Un asalto con toma de rehenes volvió a poner en vilo al país durante horas, y puso en juego una vez más la eficiencia policial en la resolución de este tipo de casos. Un grupo de delincuentes asaltó un comercio en el barrio porteño de Villa Urquiza, y al verse rodeado por la policía, tomó al dueño del local y a su empleado como escudos. Los mantuvo allí durante cuatro horas, hasta que el juez Héctor Yrimia decidió preservar la vida de los cautivos y les franqueó la huida. La persecución continuó por aire y tierra apenas por unas 15 cuadras: hasta que el auto con ladrones y rehenes se metió en una calle sin salida, en el barrio de La Paternal. Allí tomaron una casa y tres nuevos cautivos, entre ellos, una abuela y una nena de 12 años. El desenlace tuvo lugar casi a la medianoche: en la última fuga, a pie, se desencadenó un tiroteo que terminó con los dos asaltantes muertos, dos rehenes y tres policías heridos.
Todo comenzó poco después de las 17, cuando tres delincuentes asaltaron la agencia de motos SA Automotores, ubicada en Avenida de los Incas 5063. Ya se llevaban 950 pesos y un reloj cuando se toparon con dos policías a bordo de una moto. Hubo un breve tiroteo: uno de los delincuentes fue detenido, el cabo 1º Marcelo Ramos recibió un balazo en el muslo, y los otros dos ladrones se replegaron dentro del local y tomaron como rehenes al dueño, Damián Quirós (27), a su empleado, Marcelo Rodríguez (30) y a una tercera persona que estaba allí, de apellido Bogado.
Los asaltantes, rápidamente rodeados por la policía, exigieron la presencia de un juez. La demanda fue una sola durante las cuatro horas que duraron las negociaciones: salir con los rehenes a bordo de un auto.
La policía cortó la cuadra entre Andonaegui y Victorica, desalojó a curiosos y periodistas y cercó la salida de los delincuentes, poniendo una fila de automóviles frente a la salida del local y cortando con otros vehículos la circulación por Avenida de los Incas.
En ese marco se llevó a cabo la negociación, primero cara a cara, a cargo de un mediador policial, y por momentos, vía telefónica, a través del propio juez Héctor Yrimia, que llegó al lugar alrededor de las 18 y estableció su búnker en el local lindero con el tomado por los rehenes: un service de aire acondicionado para el automotor.
Los movimientos se hicieron más intensos a partir de las 19.15, lo que hizo vislumbrar un desenlace. El despliegue policial se volvió más fuerte, a la vez que se amplió el cerco otros 100 metros. Hasta las cámaras de TV, habituales protagonistas de estos episodios, fueron alejadas del lugar.
Los delincuentes habían pedido combustible para garantizar la huida en un Pointer del dueño del local. El mediador intentó disuadirlos, pero la decisión de los delincuentes era inquebrantable: �Yo voy a salir igual papito, vas a matar a los rehenes y me vas a matar a mí�, dijo el asaltante que obraba como interlocutor con la policía. Y advirtió: �¿Vos querés otro Ramallo? Yo no�.
En la esquina de Victorica, un oficial de Infantería se desgañitaba dando instrucciones a la tropa: �El personal policial no toma decisión autónoma�, gritó, en busca de evitar una nueva masacre, al estilo Ramallo.
La decisión ya estaba tomada: el juez Yrimia había autorizado la salida de los delincuentes con sus rehenes, en un Volkswagen Pointer bordó, ubicado justo frente a la puerta del local. Desde la calle Andonaegui se vio como salía uno de los ladrones con su rehen, apuntándole a la cabeza, ambos con las caras cubiertas, y cómo entraban por la puerta delantera del lado del conductor. Enseguida salió el otro, de la misma manera, dibujando círculos en el piso para escrutar la posible presencia de francotiradores policiales. Con su escudo humano, ingresó por el lado del acompañante.
Con los cautivos sentados sobre su falda, los asaltantes esperaban una imaginaria luz verde para emprender la fuga. Pese a que no había autos que obstruyeran la salida por la avenida, una línea de miguelitos se tendía de cordón a cordón, lista para herir los neumáticos de quien pasara por allí. Los ladrones lo advirtieron y entonces continuó la negociación. Esta vezpor teléfono y, curiosamente, con los cuatro protagonistas de la historia en medio de la calle, ante la línea de fuego de un centenar de policías.
Pero ningún efectivo apuntaba al auto, y nadie respondió cuando desde el auto, el que estaba al volante disparó dos tiros al aire, como advertencia de que no cambiaría de idea en toda la noche.
Eso ocurrió minutos después de las ocho. El auto siguió allí durante más de media hora de nervios y tensión. Finalmente, con lentitud, enfiló hacia la vereda, quedó trabado con un Falcon policial, y al cabo de unos 10 minutos de forcejeo se esfumó por Andonaegui. Ocurrió minutos antes de las 21. Cuando la madre de Damián Quirós se enteró que se habían llevado a su hijo, se desmayó. Según fuentes del gobierno, en el local hubo otros dos cautivos: uno habría sido liberado en medio de la negociación, mientras que el otro se mantuvo oculto y escapó cuando los ladrones se fueron del local.
El helicóptero policial que durante todo el tiempo sobrevoló la zona siguió los pasos del Pointer, lo mismo que una ristra de autos policiales, que controlaban al auto desde unos 50 metros.
Los delincuentes enfilaron hacia La Paternal. Tomaron la Avenida Del Campo y doblaron a toda velocidad por 14 de julio, donde embistieron un Renault, y luego trataron de perderse en el pasaje Balboa. Con tan mala fortuna que descubrieron que las vías del tren les cerraban la ruta.
Entonces se subieron con el auto a la vereda, bajaron y se metieron en la primera casa que vieron, tal vez la más vulnerable de la cuadra. Forzaron la puerta y allí se encontraron, como alimento para sus propósitos, a otros tres rehenes: una nena de 12 años recién cumplidos, su papá Hugo Bono, un colectivero viudo de 50 años, y la abuela, una mujer de 80 años afectada por una cardiopatía.
Por cuestión de minutos, se salvaron de caer como víctimas los tres hijos varones del hombre, de 16, 18 y 22 años, que llegaron al rato y se encontraron con el despliegue policial y periodístico, y quedaron envueltos en un ataque de nervios.
Entonces, todo empezó de nuevo. Los delincuentes pidieron primero chalecos antibalas y una ambulancia, para evacuar a la anciana. Y volvieron a reclamar la presencia del juez. A los Bono les habían cortado el teléfono días atrás, por falta de pago. Por eso, la negociación fue cara a cara. A las 22.15, los delincuentes decidieron liberar a la familia y volvieron al Pointer con los dos primeros rehenes. Otra vez, hubo que esperar una hora larga para esperar que el auto emprendiera de nuevo la huida. Después todo se desencadenó en forma súbita y sangrienta.

Producción: Eduardo Videla, Cristian Alarcón y Gustavo Slep

 

Otra toma, en paralelo

En medio de la conmoción por la toma de rehenes en Villa Urquiza y la réplica en Paternal, otro asalto, también con rehenes, castigó ayer a Buenos Aires: ocurrió en un hipermercado de Caballito, aunque en ese caso el captor finalmente resultó detenido. A las 20.30, en el Disco de José María Moreno 365, un hombre armado amenazó a empleados y clientes y se apoderó del dinero que había en una de las cajas. Pero un policía de la seccional 10ª, que vigilaba la zona, advirtió lo que pasaba, entró en el supermercado y le ordenó al asaltante que se entregara.
Entonces el ladrón le puso el revólver en la sien a una cajera, a quien mantuvo bajo esa amenaza durante varios minutos. Luego, con la mujer como escudo, salió del local. Poco después la soltó y el asaltante terminó escapando a pie.
El policía lo persiguió una cuadra. Pero frente al 461 de la misma avenida, el delincuente amenazó con su arma a un transeúnte que pasaba por allí y se escudó en él. El agente se le abalanzó y, tras un forcejeo, consiguió apresarlo sin que nadie resultara herido.
El asaltante fue trasladado a la seccional y puesto a la disposición de la Justicia. La policía logró además recuperar el dinero robado en el supermercado: 3500 pesos.

�Solo no me voy, papito�

Este es el diálogo mantenido por uno de los secuestradores con el negociador policial minutos antes de abandonar la agencia en un vehículo, junto a su cómplice y los dos rehenes.
Asaltante: �Vos estás haciendo las cosas mal... van a matar a los rehenes... Yo estoy jugado... Yo me llevo a varios... Te lo digo una sola vez, no tenés tiempo. Sacame a los grupos que me están rodeando.
Policía: �No te pongas nervioso.
Asaltante: �¿Qué me querés hacer?
Policía: �Tranquilo...
Asaltante: �A mi compañero le tiraron... vos y el subcomisario... me están empaquetando.
Policía: �¿Cómo te voy a estar engañando?
Asaltante: �¿Vos estás a cargo?... ¿Estás a cargo o no? Me pediste que te deje hablar, que ibas a consultar, que ibas a negociar... Para qué ponés eso... para que se pinchen las ruedas...
Policía: �Te la saqué.
Asaltante: �No seas así, papá, no seas malo... Me tenés encañonado de todos lados... ¿Vos querés otro Ramallo? Yo no. Yo me tengo que ir con los rehenes, porque sólo no me voy, papito.
Policía: �Salgan juntos.
Asaltante: �Bueno, salimos, a ver qué hacés.

 

LA MOVILIZACION DEL GOBIERNO Y LA POLICIA
�No se hace nada que no diga el juez�

�Sí, dejá, que ya puse la televisión...
La respuesta se oyó en medio de la crisis desde el ministerio del Interior, como indicio del ajetreo provocado ayer por la toma de rehenes en Villa Urquiza. La maratónica movilización para conducir el operativo en Urquiza incluyó la instalación de un microcine en el Departamento Central de Policía. Con ocho pantallas instaladas a modo de panóptico, los comisarios monitorearon todo. El ministro Federico Storani, en tanto, vaticinaba que no habría otro Ramallo y, ordenaba a los ladrones que �depongan su actitud�. Como esta vez los dos ladrones no tenían desde dónde mirar la tele, jamás oyeron la sugerencia del ministro. Sí la oyó la policía que tenía una instrucción clara: no hacer nada que no dispusiera el juez. Nadie quería otro Ramallo.
Un rápido movimiento puso en movimiento el ingreso al Departamento Central, sobre Moreno. Habían pasado las nueve de la noche. El Superintendente de Seguridad Metropolitana, Roberto Galvarino acababa de dejar la sala de Situación desde donde un séquito de comisarios de la plana mayor seguía los movimientos de Villa Urquiza. Algo tenso apagó un cigarro y atolondró pasos sobre las escaleras del Departamento sin esperar el ascensor. Cruzó el hall de entrada y se instaló en la calle: no hubo demasiado tiempo que esperar, apenas llegó frenaba el auto rojo que conducía al secretario de Seguridad, Enrique Mathov. Con otros dos hombres, Mathov se disponía así a cumplir órdenes de Storani.
En el primer piso, la camarilla policial no dejaba las butacas del microcine. La plana mayor de la Policía munida de auriculares, seguía cada uno de los pasos en Urquiza. Frente a ellos una hilera de monitores permitía seguir la escena desde distintos sectores. No sólo llegaba hasta el microcine la cámara sofisticada del helicóptero, también quedó prendida la de Crónica TV. �Esta vez, acá no se hace nada que no pida el juez�, dice un oficial en un rato de descanso. �Y �dice un comisario� lamentablemente vamos aprendiendo a fuerza de desgracias.�
Ramallo no podía volver a producirse. Storani lo había anticipado. Desde las 5 de la tarde, cuando un parte del jefe de Policía Rubén Santos atravesaba su máquina de fax, el ministro supo lo que ocurría en Urquiza. Desde ese momento ya nadie podría sacar los ojos de la pantalla y de los partes que iban llegando con la cambiante información. También para los hombres del Gobierno la noche iba a ser larga.

 

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