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el Kiosco de Página/12

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Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona

t.gif (862 bytes) UNO Hay algo de curiosa coherencia en el hecho de que el norteamericano y moderno Beck y el español y atemporal Raphael ofrezcan sendos recitales al mismo tiempo en la misma ciudad. Raphael larga con temporada barcelonesa de diez fechas y al que no le guste que se joda. Beck pasa por una noche como un viento funk y está bien que así sea. Raphael --voy a verlo el día de su debut-- sigue sin decepcionar y encaramado en las cúspides de un estilo que empieza y termina en él. Ya lo había visto por televisión cantando villancicos sobre un burro en Nochebuena como si eso fuera lo más normal del mundo y probablemente, para él, lo sea. Para sus seguidores --¿quiénes son y qué hacen los seguidores de Raphael?-- también aunque más de uno, al verlo girar como un derviche sobre el escenario, pensó que su héroe estaba cada vez más fuera de órbita. Y probablemente así sea. Sí, Raphael sigue siendo aquél.

 

DOS Beck también, claro. Beck limita con Raphael en el hecho de que ambos viven en mundos propios y privados e invitan al extranjero a visitarlo con los brazos y las pupilas bien abiertas. A mí me había gustado Midnite Vultures --último CD de Beck y aproximación al estilo faux Prince funkadélico--, pero me había molestado que me hubiera gustado tanto porque, por primera vez, lo sentí como una pose artificial en el currículum de un artista hasta entonces inclasificable y polimorfo y perverso. Midnite Vultures --se lo comprende recién en vivo e in situ-- fue parido para ser apreciado sobre un escenario. Beck en acción agota y se agota gritando, bailando y peleando con una banda de diez músicos que acaba derrumbándose sobre sus instrumentos. Beck termina con sus cachetes bien rojos de tanto saltar y se divierte y divierte y, sí, la casi obscena sensación de estar viendo a alguien que no puede creer que le paguen --le paguen bien, le paguen mucho-- por hacer eso que haría gratis y, si hay que poner unos pesos, bueno, también, ¿no?

 

TRES Lo que me lleva a la vida y mente del cómico muerto y recientemente resucitado Andy Kaufman. Gracioso e infantil vanguardista que revolucionó el universo del american stand-up comedian con rutinas patafísicas que consistían en imitaciones de Elvis, lecturas en voz alta de El Gran Gatsby, contar chistes malos con acento extranjero desde adentro de una bolsa de dormir, esas cosas. Kaufman volvió primero como una muy buena canción de R.E.M. ("Man in the Moon") y ahora como una regular película de Milos Forman con Jim Carrey (Man in the Moon), pero, cosa interesante, el verdadero mundo interior de Kaufman se aprecia mejor y resulta más gracioso en dos excelentes y atípicas biografías de reciente aparición. Lost in the Funhouse de Bill Zehme y Andy Kaufman Revealed: Best Friend Tells All de Bob Zmuda producen el crioso efecto de convertir al tontuelo Kaufman en un héroe casi salingeriano y sin-zen-tido que, seguro, haría las delicias de Beck y Raphael.

 

CUATRO "¿Qué se siente estar de moda desde hace tanto tiempo?", le preguntó la otra noche una incauta a Raphael. "Yo nunca estuve de moda, yo siempre fui Raphael", respondió la bestia con justicia y razón plenas. Me pregunto si --habiendo visto la película hot de este año Being John Malkovich, dirigida por Spike Jonze--, alguien querría vivir adentro de las cabezas de El Niño Raphael, de El Niño Beck, o de El Niño Kaufman del mismo modo, que en este film, John Cusack se desespera por quedarse adentro del protagonista de Las relaciones peligrosas. Todo esto para decir que --saliendo de ver Being John Malkovich-- no pude evitar preguntarme una y otra vez, inseguro, si lo que acababa de presenciar era una muestra de raro y humilde genio o de una soberana estupidez. Aplicar el mismo sentimiento a Raphael, a Beck, a Andy Kaufman. Preguntarse si la misión del verdadero arte no será precisamente ésa: provocar la duda cósmica, participativa y temblorosa; las ganas extranjeras y casi suicidas de sentirnos parte de esos interiores definitivamente lejanos, exóticos y perturbadoramente hospitalarios y ordenados por decoradores de interiores que viven en otros mundos, pero que están en éste. Mundos al que, muy de vez en cuando, se nos permite viajar por apenas unos instantes y nos dejan con ganas de quedarnos a vivir ahí, para siempre, con todo lo que eso significa. ¿Qué significa? No importa demasiado. Quedarse ahí, aprender el idioma y después --antes de que sea demasiado tarde-- pedirle al ser más querido de todos que nos envíe dinero para el pasaje de vuelta y salir de ahí adentro para ser alguien un poco mejor y un poco diferente acá afuera. 

 


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