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LOS PUNTOS OSCUROS DEL CASO MONZER AL KASSAR
El cliente

Cómo se tejió la estrategia para defender al traficante de armas sirio. Cuál es la relación entre Cúneo Libarona y Stinfale. Cómo se logró que Nicolás Becerra no fuera llamado a declarar. Por qué Menem apareció como el más perjudicado en la causa.


Por Susana Viau
t.gif (862 bytes) Hace menos de un año, Mariano Cúneo Libarona contó que el traficante de armas sirio Monzer Al Kassar le había propuesto tomar su defensa y narró una sabrosa anécdota que involucraba a Carlos Menem. Al joven penalista no se le pueden imputar prejuicios respecto de la clientela. Sin embargo, cuando la semana anterior Al Kassar arribó a Buenos Aires citado por la Justicia federal --ante la que, muy en línea con las confesiones de Cúneo Libarona, responsabilizó al ex presidente del espinoso tema de su documentación--, quien lo guió por los pasillos de Comodoro Py fue Víctor Stinfale. Stinfale ocupó la letra pequeña en procesos sonados donde, por el contrario, el nombre de Cúneo Libarona titilaba en las marquesinas. A cargo siempre de los personajes secundarios de esas historias, Stinfale sorprendió ahora a propios y ajenos asumiendo la defensa del poderoso --y protegido-- sirio afincado en Marbella. Resulta inevitable que muchos se planteen, al menos, dos interrogantes. El primero, ¿quién es, en realidad, el verdadero artífice de la defensa de Al Kassar? El segundo va más allá: ¿quién le dio al sirio carta blanca para poner a Carlos Menem en el centro del ruedo?  

  Hacete amigo  

  "Miralo a Carlos. ¡Qué bien le fue a este muchacho! Pensar que era empleado mío", dijo Mariano Cúneo Libarona que ironizó Monzer Al Kassar al ver la portada de La pista siria. El comentario formaba parte de las que, según Mariano Cúneo, serán sus memorias y fue hecho en 1994, en el hotel Meliá Castilla, de Madrid, donde había sido convocado por los abogados españoles del sirio para contratar sus servicios profesionales y llevar la causa abierta en Argentina. No obstante, la negociación la mantuvo, en persona, el propio interesado. Al Kassar --cuenta Cúneo Libarona-- quería visitar a su hermano enfermo en Siria y necesitaba estar seguro de no ser alcanzado por una orden internacional de busca y captura dictada por la Justicia federal argentina. El joven penalista le advirtió que la caución que se le fijaría por la eximición de prisión podía rondar los 300 mil pesos. "Es mucho", habría contestado el árabe.

  Monzer Al Kassar no había sido muy delicado para elegir a sus abogados españoles, Ernesto Díaz Bastien y José Luis Sanz Arribas. Resulta difícil imaginar, de todos modos, que la fama ganada por Cúneo Libarona hubiera cruzado el océano y llegado a oídos de los titulares del despacho predilecto de la derecha madrileña. La decisión de Al Kassar pudo haber seguido una vía más sencilla, abierta por el mismo currículum de Cúneo Libarona, ex miembro del estudio Iribarne, abogado de Emir Yoma y defensor de Amira. Y la amistad entre las dos familias yabrudenses, los Yoma y los Al Kassar, es un asunto, a estas alturas, público. Pero había una segunda razón --y no menos importante-- para que Al Kassar buscara confiar a Mariano Cúneo Libarona su suerte en el proceso: Cúneo Libarona tiene como socio en su estudio a Julio César --Coco-- Ballestero, hermano de Jorge Ballestero, titular del juzgado federal 2, donde se tramita una pequeña porción de la causa. Ese mismo hecho impedía que Cúneo Libarona tomara formalmente la defensa del sirio. No habría, en cambio, ningún obstáculo para que el bufete de la calle Carlos Pellegrini al 800 se constituyera en el verdadero poder detrás del trono de la estrategia a diseñar. 

  La preocupación del sirio fue infundada. En los seis años que siguieron, el juzgado federal 2 jamás dictó una orden de captura en su contra. Es más, el expediente quedó afectado por una parálisis de la que ya parecía no salir. Hasta que hace dos semanas, Monzer Al Kassar recibió la citación para prestar declaración indagatoria. Al pisar la sede de los tribunales de Retiro, Al Kassar emanaba tranquilidad y, con la anuencia de sus letrados, respondió sin pelos en la lengua. Como ya lo había anticipado Cúneo Libarona, el sirio no ahorró menciones a su relación con Menem. El ex presidente lo recibió varias veces, le insistió en proveerle de un pasaporte, puso a su disposición funcionarios que le allanaron los trámites y hasta la corbata para la foto. "El problema lo tiene él, no yo", fue la conclusión. Contra toda previsión, su paso por Buenos Aires estuvo signado por un importante despliegue mediático: entrevistas en gráfica y en televisión. Un recurso que bien podría haberse inspirado en la filosofía de Cúneo Libarona, quien sostiene que "al cliente hay que defenderlo en todos los ámbitos. Y a mí, en el fondo, me gusta dar la cara ante los medios. A veces lo pide el mismo cliente". En este caso no fue Víctor Stinfale quien se sentó frente a Mariano Grondona sino el imputado. Cúneo Libarona no hubiera podido hacerlo. Al Kassar logró un doble propósito: puso la pelota en el tejado del por el momento intocable Carlos Menem, seriamente comprometido por las confesiones de su medio pariente. Y lanzó un desafío: habrá que ver quién se atreve a continuar investigando en esa dirección; quién es el guapo que le pone el cascabel al gato.

  Cúneo Libarona y Víctor Stinfale son viejos conocidos e, incluso, Stinfale ha admitido el lazo de amistad que los vincula. Ambos fueron letrados en el "caso Coppola" (Cúneo, del representante de Maradona y Stinfale, del amigo del jugador y novio de Samantha, Yayo Cozza); luego, ambos volvieron a cruzarse en la investigación del atentado a la AMIA. Stinfale como defensor del desarmador de coches Carlos Telleldín y Cúneo, del comisario Juan José Ribelli. A raíz de esa causa y de la sustracción de un video en el que se podía ver y oír un extraño diálogo entre el juez Juan José Galeano y el detenido Telleldín, Cúneo Libarona y Coco Ballestero fueron a dar con sus huesos a prisión. Cúneo Libarona es famoso por sus recursos poco ortodoxos y su habilidad para trabajar sobre las fisuras --reales o imaginarias-- de los procesos en los que interviene, una táctica que no es ajena tampoco a las marañas de relaciones que cimentan el entramado entre el poder político y el Poder Judicial.

  Dos a excusarse

  Es obvio que si el amigo de Emir y ex abogado de Amira hubiese asumido públicamente la defensa del socio de Amira, Monzer Al Kassar, el juez Ballestero hubiera estado obligado a excusarse. Con Víctor Stinfale en la tarea, Ballestero no tuvo necesidad de apartarse. Pero la causa de la radicación y obtención de pasaporte del traficante de armas sirio, un mago en el arte de circular por el mundo con falsa documentación, tuvo como detonante una interna entre magistrados, que no sabían que el asunto doméstico iba a atravesar de arriba a abajo al gobierno de Carlos Menem y a complicarle la vida a más de un juez federal.

  Un duro encono se había desatado en Mendoza entre los jueces federales Gerardo Walter Rodríguez y Jorge Burad. Burad fue quien dio jaque mate al descubrir que Rodríguez era el artífice de una media docena de radicaciones irregulares otorgadas a ciudadanos árabes. Burad incriminó como cerebro del negocio a Roberto Sastre, un empresario de la provincia, cuñado del ex ministro de Trabajo y ex procurador del Tesoro Rodolfo Díaz, quien tiempo antes había tenido que emigrar a España a causa de una defraudación. Sastre confesó en su declaración que el asesoramiento para esas radicaciones, incluida la primera de Abboud Kamel Abder Rahman, cuñado del también traficante de armas Adnan Kashogui, en 1986, lo había dado el estudio del actual procurador general Nicolás Becerra, entonces diputado justicialista. Su socio en el estudio, el ex juez federal de la dictadura Jorge Garguir. Conrado Gómez y Horacio Palma. Garguir, en sus declaraciones ante el tribunal y luego ante la Comisión de Juicio Político que investigó a Gerardo Walter Rodríguez, volvió a señalar a Becerra como presentador de todos los actores de la operación: Sastre, Abdon Adur, Walter Rodríguez. Es más, el cuñado de Kashogui había fijado domicilio en la calle Pedro Molina 351, sexto piso, oficina 2, sede del estudio jurídico de Becerra y Garguir. El juez Walter Rodríguez, en su defensa frente a los senadores, reiteró las aseveraciones de los dos hombres. Ninguna de las radicaciones, incluida la de Al Kassar y su mujer, reunía los requisitos de estadía exigidos por la ley y las sociedades que se habían constituido para demostrar solvencia y medios de subsistencia eran cartón pintado. El juez Rodríguez y el fiscal interviniente fueron suspendidos en sus funciones por decisión unánime del Senado que, a fines de 1966 y en sesión secreta, dio una violenta vuelta de campana absolviendo a ambos. Nicolás Becerra, al contrario de su socio, Jorge Garguir, y pese a la contundencia de los testimonios y la documentación aportada, jamás fue citado a declarar. Por esos días, ocupaba un importante cargo de coordinación entre el Ejecutivo y el Legislativo junto al también mendocino Eduardo Bauzá, jefe del Gabinete de Ministros. Luego Becerra fue designado en la Defensoría General de la Nación y más tarde reemplazó a Nicolás Agüero Iturbe en el decisivo puesto de procurador general. En su calidad de jefe de los fiscales, Becerra debería abstenerse de interiorizarse del desarrollo de la causa Al Kassar, así como de aconsejar al fiscal federal Carlos Rivolo.

  Como se ve, el tema tiene sus bemoles. Jueces, fiscales, funcionarios judiciales tan comprometidos como relevantes ex miembros del Ejecutivo: Amira Yoma, Julio Mera Figueroa, Humberto Romero, Carlos Aurelio "Za-Za" Martínez, Nicolás Becerra, y el propio Carlos Menem. Queda por saber, además, si el tranquilo viaje de Al Kassar a Buenos Aires, así como sus audaces e inesperadas declaraciones respecto de Carlos Menem, no está dando a entender que quizás desde algún lugar, mucho más importante que los tribunales federales porteños, al ex presidente le hayan bajado el pulgar. La reciente publicación del informe francés que señala la creciente presencia del narcotráfico durante sus diez años de gestión  coincidió con el súbito apego a la verdad del ciudadano sirio, protegido del gobierno español. Un personaje al que gente muy informada suele adjudicar, además de fluidos contactos con servicios secretos internacionales, la pertenencia al MI5 inglés.

 

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