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�HUMO SAGRADO�, DE JANE CAMPION, CON KATE WINSLET Y HARVEY KEITEL
Vuelve el ritual de la guerra de los sexos

La directora de �La lección de piano� rompe con el estilo de su obra anterior y consigue ofrecer una película impredecible y vital.

Kate Winslet, la heroína de �Titanic�, se convierte en el principal motor de la película.


Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) El cine de la directora neocelandesa Jane Campion tiene siempre la virtud de desconcertar, de no ceñirse ni a lugares comunes ni a fórmulas probadas. Ni siquiera dentro de su propia obra. De la capacidad de introspección de Sweetie (1989) y Un ángel en mi mesa (1990) probó que era capaz de pasar a producciones más amplias y ambiciosas, como La lección de piano (1993) y Retrato de una dama (1996), sobre la novela de Henry James. Su quinto largometraje, Humo sagrado, presentado en la Mostra de Venecia del año pasado, tiene elementos en común con esos films previos �una mujer en conflicto con su mundo; la excentricidad de la protagonista como expresión de rebeldía contra lo que se entiende por normalidad� pero también establece una nueva, bienvenida ruptura con el estilo de su obra anterior. 
La nueva heroína de Campion es ahora Ruth Barron (Kate Winslet), una chica australiana de suburbios que, en un viaje de aventuras adolescentes por la India, dice de pronto sentirse �iluminada� por un gurú y resuelve, para desesperación de su familia, quedarse a servir a la secta. La madre vuela inmediatamente al rescate y no tiene mejor idea que llevarla de vuelta a casa con el argumento (falso) de que su padre está a punto de morir. Para cuando Ruth descubra la verdad, ya de vuelta en Australia, será tarde. Los Barron no sólo la tienen prisionera en su vulgar, asfixiante entorno familiar sino que han contratado en los Estados Unidos a un especialista en liberar del hechizo a las supuestas víctimas de cualquier santón. Es P.J. Waters (Harvey Keitel), una suerte de cowboy en decadencia, con botas tejanas y el pelo patéticamente teñido, que promete exorcizar a Ruth en sólo tres días, si le permiten llevársela a un lugar aislado, que en este caso será una cabaña perdida en la inmensidad del desierto australiano. 
A partir de ese momento, Humo sagrado pasará de ser un film coral, poblado por una colorida galería de personajes, todos un poco grotescos (los padres, los hermanos y sus parejas, las amigas de infancia) a convertirse en un duelo personal entre Ruth y P.J., un match en el que ambos contendientes harán todo lo posible por torcerle la voluntad a su adversario, en una nueva vuelta de tuerca sobre la vieja batalla de los sexos. Por supuesto, Ruth desprecia a P.J. y hasta lo subestima. Para ella, ese hombrecito un poco absurdo, que se da aires de sabiondo y de gran macho, puede ser una presa fácil de su capacidad de seducción y de su visceral erotismo. Pero aunque es verdad, y P.J. no puede sustraerse al magnetismo de Ruth, también es cierto que no es tan ridículo como parece, que tiene más de un argumento para oponerle y que, llegado el caso, hasta es capaz de dejarse humillar, como una forma de rendirse incondicionalmente ante esa chica que le ha sabido transmitir una vitalidad que él creía perdida.
Vitalidad, precisamente, es quizás la palabra que define mejor a Humo sagrado, una película que tiene en Kate Winslet a su protagonista ideal, una actriz poderosa, puro instinto y energía, pero también ferozmente inteligente, capaz de hacer de Ruth un personaje arrollador, al que no le cuesta incluso opacar al P.J. de Harvey Keitel. Esa exuberancia que despliega Kate/Ruth es un poco la de la película misma. Es verdad que a Humo sagrado resulta fácil cuestionarle su esquematismo y hasta su ingenuidad, muy evidentes en todo momento. Pero a cambio, Jane Campion ofrece un film muchas veces imprevisible, que se resiste al encasillamiento, una película que por momentos se permite ser desembozadamente kitsch, que apela a los recursos del viejo psicodrama y que al mismo tiempo no duda en subvertirlos, con un tono burlesco que espanta las sombras de solemnidad que rondaban peligrosamente las dos realizaciones anteriores de la directora. En este sentido, se diría que Holy Smoke es un film inmaduro, en el sentido de inmadurez que Gombrowicz le exigía a toda creación artística, como una forma de conservar la irreverencia de la primera juventud.

 


 

�LA CASA en LA MONTAÑA EMBRUJADA�, una de terror DE WILLIAM MALONE
Una mesa de saldos, con cortes baratos

Por Horacio Bernades

Como tanto cine de Hollywood de hoy, La casa en la montaña embrujada parece, más que una película, una suma de retazos. Remake de una clase B de los 50, empieza con un prólogo gratuitamente sádico, anuncia un esquema de trampas y jueguitos mortales y termina entregándose a una de esas orgías de efectos especiales que son el peor karma del (mal) cine fantástico y de terror. Dirigida a mazazo limpio por William Malone, el resultado parece una mesa de saldos visual, en la que todos los cortes son baratos.
No hay nada con lo que el supermillonario Steven Price disfrute más que dándole sustos a la gente. Magnate de los parques de diversiones y perverso polimorfo, el tipo inaugura uno en el que los ascensores caen a pico, los rieles de la montaña rusa se parten y hay muñecos que hacen las veces de clientes espantados, cuestión de infundir una buena dosis de psicosis colectiva a la concurrencia. La escena es divertida, el tipo parece un canalla simpático y encima su nombre homenajea a Vincent Price, que fuera el protagonista de la original. Esta era una pequeña clase B en blanco y negro que dirigió William Castle. A medias inventor juguetón, hábil marketinero y adelantado de la multimedia a pequeña escala, el tal Castle (conocido como �rey del artilugio�) solía pergeñar, para cada película, un nuevo truquito que sorprendiera a los espectadores. Podía lanzar descargas eléctricas en las butacas, avisar a los �gallinas� para que abandonen la sala antes de una escena presuntamente shoqueante o descolgar un esqueleto falso sobre los espectadores. A este último le puso por nombre �Emergo�, y fue el que utilizó para el estreno de House on Haunted Hill.
Producida por la propia hija de don Castle, si esta remake mantuviera el tono de aquella secuencia del parque de diversiones podría haber sido divertida. Pero a partir del momento en que el bueno de Price encierra en un caserón a un grupo de invitados para jugarles algunas de sus bromas (y de paso joderle la vida a su odiada esposa, que cumple años), todo el asunto pierde humor y frescura. El caserón contiene unos fantasmas sangrientos que librarán con los ocupantes (incluido Price) el juego del gato y el ratón. A partir de allí, todo se vuelve elemental y mecánico. Siguiéndole los pasos a Anthony Hopkins (que pasó del prestigio a La máscara del zorro, sin escalas), el australiano Geoffrey Rush, famoso por su pianista minusválido de Claroscuro, hace de Price y pasa a cobrar. Luego de Goldeneye, Agua viva y Celebrity, la holandesa Famke Janssen vuelve a lucir su tipo inteligente, de ojos pícaros y lengua encantadoramente viperina. A guionista y director la imaginación les da apenas para convertirla en asesina. No saben lo que se perdieron.

 


 

Jackie Chan ya tiene un rival de quien cuidarse

�Romeo debe morir� está al servicio de Jet Li, una star del cine asiático que será inevitable a la hora de hablar de las artes marciales.

Hay por lo menos ocho escenas de golpes y patadas en las que se luce el acrobático Jet Li.
Están coreografiadas con el ingenio y el cuidado con el que se hacían los musicales de antes.

Por Martín Pérez

Colgado del techo en una celda de alta seguridad y a punto de ser apaleado por cuatro guardias fuertemente armados. Así es como es presentado Jet Li en Romeo debe morir, un producto de Joel Silver al servicio de la estrella del cine asiático que viene tocando bocina detrás de Jackie Chan a la hora de hablar de artes marciales. Carta de presentación de Jet Li en Hollywood después de su debut occidental en Arma mortal 4, Romeo debe morir es un híbrido divertido y extraño, que ubica a la estrella en el papel del Romeo del título. Con el romance entre los hijos de los jefes de dos familias rivales como fondo �única conexión con Shakespeare�, este film de artes marciales ambientado en Los Angeles y dirigido por un fotógrafo polaco devenido realizador, no escatima piruetas y/o monerías a la hora de entretener a su público. Algo que logra desde esa primera escena, en la que el condenado escapa, no sin antes propinarle una golpiza a sus guardias. Con lo que no sólo queda claro quién es el héroe, sino que nada lo detendrá hasta alcanzar su objetivo. 
Con ocho escenas de artes marciales tan ingeniosas y cuidadosamente coreografiadas como cada canción en un musical de los de antes, Romeo debe morir pretende contar la historia de la escalada final en la guerra entre un clan asiático y otro afronorteamericano por el dominio de la zona portuaria de Oakland. Con los amarillos de un lado y los negros del otro, ambos luchando por el dinero de un cierto Mr. Roth, la pareja protagónica está encarnada por los hijos rebeldes de los cabecillas mafiosos de ambos bandos. Ella es Trish, una joven independiente y emprendedora, que detesta los negocios de su padre. Y él es Han, un ex convicto que acaba de escapar de una prisión de máxima de seguridad en la que su vida colgaba de un hilo, para vengar el asesinato de Po, su hermano menor. 
Esquemática y algo pretenciosa a la hora de buscar el tono de su relato, Romeo debe morir es, sin embargo, un entretenimiento dinámico y sustancioso. Por lo menos a la hora de preparar el escenario para el lucimiento de Jet Li, que ya ha sido seleccionado para hacer de Kato (el rol de Bruce Lee en la serie televisiva) en una futura remake de �El avispón verde� y tiene asignado un papel en las secuelas de The Matrix. En lo que respecta a Romeo..., Li demuestra que sabe disfrutar de las ventajas de un nuevo mundo al que define, luego de sus primeros escarceos con las bandas locales, como �un país generoso�. Capaz de utilizar desde una manguera hasta una chica como arma contra sus contrincantes, e incluso de encontrarle el sentido a las artes marciales en un partido de fútbol americano, Han sabrá conquistar el amor de su Julieta, así como el respeto de su suegro y la venganza contra los asesinos de su hermano. A diferencia de Jackie Chan, capaz de trabajar en un nivel festivo de autoconciencia en sus películas, la única falencia de Romeo debe morir es que �desde su nombre� parece ser un producto que pretende tomarse demasiado en serio. Allí están sus esquematismos raciales para subrayar sus pretensiones. Pero también están los saltos, las patadas y los mohínes de Jet Li, para escapar de la trampa de la seriedad de la misma manera en que sabe hacerlo de las prisiones más inexpugnables.

 


 

�PAPA ES UN IDOLO�, DE J.J. JUSID, CON GUILLERMO FRANCELLA
El cine argentino que atrasa un siglo

Por H. B.

Es raro, y puede llegar a resultar deprimente, escribir �Argentina 2000� en la ficha técnica de Papá es un ídolo, la nueva �película para toda la familia� producida por Argentina Sono Film y el grupo Telefé, con el hombre de la casa Guillermo Francella como crédit. Y, se supone, principal argumento para llevar a las salas al público cautivo de la tele. Cine cautivo de la tele, también, en este caso, porque Papá es un ídolo es una comedia tan blanca como �Los Benvenuto�. Aunque, pensándolo bien, al lado de esto �Los Benvenuto� era una comedia negra, televisión de avanzada, producto de riesgo.
Y no es por la nieve, que abunda en la película, que Papá es un ídolo lava blanco-blanquísimo, sino por su moral de principios de siglo, y su estética de mediados. ¿Argentina 2000? Para festejar el cumpleaños de su hijo, papá (Francella) lo lleva de vacaciones a Sierra Nevada, centro español de esquí. Tal como lo dejan bien claro las escenas de presentación, papá y el nene (Sebastián Francini, que acaba de recibir el Martín Fierro en la misma ceremonia en la que otro crédito de la casa, Nicolás Repetto, ganó su segundo Oro) se aman tan incondicionalmente como sólo pueden amarse un papá y su hijo en esta clase de productos. El nene anda con problemas en la escuela, algo de lo que el público se entera (como todo en la película) gracias a un diálogo entre papá y la maestra. Esos problemas, y todos los otros problemas del mundo (del mundo que muestra Papá es un ídolo) tienen un responsable directo: mamá. 
Hace tres años que la familia ya no es la misma (�¿por qué será que hoy en día las familias son cada vez más chicas?�, se lamenta Francella, como podría lamentarse el Enrique Muiño de Así es la vida, si resucitara hoy). Y todo por culpa de mamá (Millie Stegmann, en la vida real esposa de uno de los productores de la película). Mala madre, Stegmann abandonó a papá y al nene, dando un portazo y yéndose ... ¡con el peor enemigo de papá! Este es el campeón internacional de esquí que hace el español Manuel Bandera. Papá debió abandonar la práctica del níveo deporte, por problemas de salud. ¿De qué otro órgano podía sufrir papá si no del corazón? ¿Qué otra cosa podía hacer papá para recuperar el amor del nene si no retornar a las pistas, poniendo en peligro su vida? ¿Qué tiene que ver el amor con el esquí? ¿Por qué el personaje �cómico� de la película es una mariquita de caricatura, como hace milenios no se veía en cine o TV?
Esta historia fue escrita por el rea-lizador Marcos Carnevale (que estrenará este año su nueva película, Almejas y mejillones, que trata sobre nuevas formas de relación a comienzos de milenio) y dirigida por Juan José Jusid, que siglos antes de ésta y la anterior Un argentino en Nueva York realizó Tute cabrero, todo un icono del �nuevo cine argentino�, allá por los lejanísimos �60.

 

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