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UNA POLEMICA ORIGINADA EN DECLARACIONES DE MARTIN VARSAVSKY A PAGINA/12
¿Se pueden disolver las fuerzas armadas?

El empresario argentino de Internet lo dijo casi al pasar: si hay que ajustar más, que no se toquen los gastos sociales y se disuelvan las Fuerzas Armadas. El guante lo recogió el secretario general del Ejército, Eduardo Alfonso. Aquí, cuatro voces opinan si es posible y deseable, o no.

Por José Luis D’Andrea Mohr *
t.gif (862 bytes)  David Horacio Varsavsky, técnico electrónico, tenía 19 años y preparaba el ingreso a la Facultad de Ingeniería. El 17 de febrero de 1977 debía presentarse en el Distrito Militar Buenos Aires para comenzar con el servicio militar. Vivía en la Capital Federal, dentro de la Zona 1, bajo la autoridad del general Carlos G. Suárez Mason y del general José Montes como comandante de Subzona. La noche anterior cuatro civiles armados y un uniformado como Policía Federal allanaron la casa familiar y se llevaron a David en presencia de su madre. Dijeron a la señora que era un procedimiento rutinario, que se quedara tranquila. Tras un calvario de siete años, el 8 de mayo de 1984, el Estado Mayor del Ejército respondió al Ministerio de Defensa que “David Horacio Varsavsky, al no presentarse para su incorporación, fue acusado como infractor a la Ley de Servicio militar obligatorio el 18 de febrero de 1977”. David continúa desaparecido junto a 128 soldados conscriptos de la época procesista.
Ese año de 1977 un primo del desaparecido, Martín Varsavsky, emigró a los Estados Unidos para no correr la suerte de su pariente, judío como él. Los argentinos lo conocimos hace pocos meses como un joven multimillonario dedicado a negocios en Internet y donante de 11 millones de dólares al Estado argentino para su empleo en educación. Martín Granovsky entrevistó a su homónimo en EE.UU. la semana pasada y el reportaje se publicó en Página/12. El Martín millonario, entre más respuestas, afirmó estar de acuerdo con el ajuste dispuesto por el gobierno argentino, porque de no haberse realizado habría que haber recortado presupuesto de educación, entre otras quitas. Y agregó que él aboliría las Fuerzas Armadas porque la Argentina carece de enemigos. (Entiendo que habló de enemigos armados y que no conoce a los fabricantes de enemigos que viven aquí.)
El general Eduardo Alfonso, secretario general del Ejército, contestó a Martín Varsavsky con una carta de lector publicada en el diario La Nación esta semana y no en Página/12 donde salió el reportaje de Martín a Martín. Lo que todavía no se ha convertido en un cruce de fundamentos entre el primo del casi soldado desaparecido y el general secretario merece al menos algunas líneas.
1 El señor Varsavsky ha sostenido que si las Fuerzas Armadas carecen de enemigo están de más y son suprimibles.
2 El general secretario reconoció que la Argentina carece de hipótesis de conflicto, pero que se prepara para escenarios futuros que incluyen riesgos y amenazas de distinta naturaleza. Será interesante conocer lo que nos espera y saber cómo imagina Alfonso habremos de prevenir y actuar.
3 El señor secretario, además de advertirnos sobre “una verdadera metamorfosis de la violencia”, califica de utópicas y simplistas las opiniones de Martín Varsavsky. Y puede ser –por qué no– utópico lo que propone este millonario, tanto como el puente entre su exilio y su realidad de hoy. Oscar Wilde, autor poco leído por los militares argentinos, escribió: “El progreso es la realización de la utopía”. Y en cuanto a la afirmación de Alfonso de que la existencia de las Fuerzas Armadas no está en duda porque la Constitución las institucionaliza, cabe responder que son muchos quienes no dudan de lo acertado de su disolución mediante una reforma constitucional.
4 Sin pretender faltar el respeto a las ideas avanzadas del señor secretario, sus afirmaciones en el sentido de que la paz gozada por los argentinos de hoy se debe al sacrificio de muchas generaciones de argentinos que cumplieron con el mandato de armarse en defensa de nuestra Patria, merecen un pedido de aclaración. De acuerdo con la historia nacional de los últimos cien años, los alteradores de la paz, los golpistas y los genocidas fueron militares, bajo excusas diversas como elpeligro marxista, mientras en el Estado Mayor condecoraban al jefe de Estado Mayor soviético.
5 Escribe el secretario Alfonso que lo expresado por Varsavsky constituye un agravio. Agravio, señor secretario general, es que las Fuerzas Armadas argentinas mantengan con grado a los peores criminales. Individuos refugiados en leyes exculpatorias –que los convirtieron en culpables– o en indultos, con la única excepción del general José Luis Sexton, quien se negó a aceptar la indignidad de la “obediencia debida”, compareció ante el Poder Judicial y fue absuelto. Y agravio es hablar de guerras no ocurridas, como que el Informe Rattenbach en su acápite 874 reza: “Este (Malvinas) ha sido el único conflicto bélico de la Nación en lo que va del siglo”.
6 La verdadera hipótesis de conflicto está originada en la asfixia que provoca al desarrollo el endeudamiento exterior ilegítimo originado así en los siete años del terrorismo de Estado e imparable hasta ahora. Como que fue una estrategia de largo plazo urdida por los mandantes extranjeros de los jerarcas militares argentinos.
7 Un primer paso hacia lo que propone Varsavsky sería convocar a representantes de los gobiernos sudamericanos para elaborar entre todos un desarme paulatino. Sería el camino inverso al armamentismo nacido al influjo de hipótesis de guerra fronterizas, hoy superadas por la necesidad de integración.
8 Para el caso argentino-chileno, a las Fuerzas Armadas les queda un trabajo valioso. Las tropas de Ingenieros de ambas naciones podrían terminar los 187 kilómetros de rieles que faltan para unir Zapala con Lonquimay, en Chile, y cumplir la utopía de la bioceanidad soñada por Juan Bautista Alberdi. Y bajo el durmiente que cubrirá el límite exacto se deberían enterrar toneladas de documentos y planes de invasiones que nutrieron el pensamiento militar y los bolsillos de vendedores de armas y comisionistas. Armas que terminaron por matar al propio pueblo y a sus instituciones republicanas.
9 No hubo agravio en la opinión de Varsavsky y lo dicho por él y la respuesta de Alfonso, pese a sus errores históricos y a la dificultad literaria para hacer entender lo del enemigo, los riesgos y la metamorfosis de la violencia, es una confrontación útil para poner el tema en debate. Y después de mucho debate habría que hacer una consulta popular sudamericana para saber qué piensan los pueblos de la disolución de las Fuerzas Armadas. Pero no como consecuencia del ajuste sino de una apuesta a la paz como fruto de la justicia. Y en el camino hacia la justicia habrá que enfrentar en conjunto firme de naciones a los efectos del endeudamiento usurario y a los usureros porque, como lo definió un Papa de este siglo: “Las deudas exteriores amenazan con convertir a las naciones de América latina en periferias miserables de democracias impracticables”. Y para esta lucha no hacen falta guerreros sino representantes cabales de sus respectivas naciones y del conjunto de ellas.
* Ex militar.

 

Por Juan De Wandelaer *
Sería un gran ejemplo para el mundo

El presupuesto de las Fuerzas Armadas ha disminuido mucho desde el final de la última dictadura, pero sigue siendo más importante que los presupuestos de los Ministerios de Salud o Educación, limitando así las políticas sociales y la creación de empleo, problema mayor del país, y una de las causas más profundas de la inseguridad. En el mundo hay un soldado por cada 43 personas y un médico cada 1030. Con un solo minuto del gasto
militar a nivel mundial, se podría alimentar a 2000 personas durante un año. Uno podría seguir haciendo muchas comparaciones entre gastos socialmente útiles (educación, salud, vivienda, creación de empleos) y los gastos totalmente inútiles de las fuerzas armadas.
¿No es tiempo de plantearse seriamente la posibilidad de abolirlas? ¿De dedicar el presupuesto destinado al Ministerio de Defensa (antes llamado, con más precisión, Ministerio de Guerra) a lo que realmente se debe defender? La “defensa” es una necesidad que nadie cuestiona. La cuestión es defender qué, y cómo. Las fuerzas armadas han servido para oprimir al pueblo que en principio debía defender, para matar indios, para secuestrar y hacer desaparecer a miles de personas, niños incluidos. ¿Eso es defensa?
Creo que lo que se debe defender es la Paz y la Democracia, con todo lo que implica: la libertad, la igualdad, los derechos humanos y los derechos económicos, sociales y culturales, con coherencia entre los medios y los fines.
La historia demuestra que el dicho “si quieres la paz, prepárate para la guerra” ha fracasado. La preparación para la guerra en sí ya crea injusticia al priorizar el gasto militar sobre el gasto socialmente útil, impidiendo un desarrollo integral. El factor de “disuasión” que da la preparación para la guerra no ha sido suficiente para preservar la paz, y la ausencia de guerra tampoco es paz. Además, la gran mayoría de los conflictos que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial han sido conflictos internos, oponiendo a las FF.AA. contra su propio pueblo, y con un aumento impresionante de las víctimas civiles sobre las víctimas uniformadas. La coherencia entre los medios y el fin es entonces primordial. Se defenderá la libertad con más libertad, la educación con más educación, la vivienda con la construcción de más casas, el trabajo con la creación de más empleos. Esto creará a su vez más seguridad, más democracia y más justicia.
Para responder brevemente al inevitable argumento de “la invasión” del territorio por fuerzas extranjeras, pregunto: ¿no hay ya invasión en Argentina? Soros, Benetton, Telefónica, y una larga lista de empresas extranjeras dueñas de buena parte de la economía, el FMI, el Banco Mundial... Cabe mencionar que se han hecho muchos estudios sobre la defensa civil y popular no violenta, basada en la no cooperación con un agresor externo, no cooperación que se puede preparar de forma similar a la preparación de las FF.AA., salvo que sería toda la población, y no una elite, que participaría de esta no colaboración, por medios coherentes con el objetivo de defender la democracia, como las huelgas, marchas, solidaridad internacional, y sin matar.
Un país que suprime sus fuerzas armadas sería un gran ejemplo para el mundo, una clara señal de que la paz y el respeto de los derechos humanos son posibles.
* Miembro de la Internacional de Resistentes a la Guerra y militante del Equipo Serpaj Buenos Aires.


Por Miguel Angel Toma *
María no se lo pregunta

La mujer, mojada hasta el tuétano, escuchó un ruido de aspas que golpeaban graves contra el aire. Agarró fuerte a sus dos hijos, un varón y una nena, de pocos años, que no se dieron cuenta de que su mamá estaba llorando, porque las lágrimas se confundían con las gotas de lluvia. Un helicóptero verde oscuro, aterrizó cerca pocos minutos después, entre los árboles, a escasos metros de la casa. María y sus dos hijos fueron subidos, veloces, a la máquina, ayudados por unos hombres que tenían puestos unos cascos muy grandes que les tapaban la cara hasta las orejas. Media hora después ya estaban en una escuela, con ropa seca y tomando un “yerbeado”. A la misma hora que el agua arrasaba su rancho por el desborde del río Paraná.
A María nunca se le ocurrió preguntar si las Fuerzas Armadas sirven para algo. Ni a María ni a sus hijos. No era necesario.
Podría contar otras anécdotas. Quizás alguna que ocurriera con algún contingente de las Fuerzas de Paz de la ONU, en Kosovo o Kuwait. O del reconocimiento que han ganado de sus pares de los países más avanzados del planeta, de la gente a la que han asistido y del prestigio y la presencia que para la Argentina ello supone.
Pero esto no es todo ni, por desgracia, lo principal.
Las fuerzas armadas existen porque la violencia y el conflicto están en la naturaleza del hombre y la sociedad, aunque a alguno no le guste o no lo acepte. Existen porque somos un pueblo, una Nación, porque tenemos un Estado y porque necesitamos preservarlos en un mundo donde no impera el derecho y la justicia. Existen, no para agredir a nadie, sino para preservarnos de la agresión de otros.
Existen, en definitiva, porque no queremos la guerra. Y todos saben que el mejor modo de evitarla es la disuasión. Pobres los ingenuos que no entienden eso.
Hegel ya nos habló del fin de la dialéctica, del conflicto, de la contradicción, del “espíritu absoluto”, del fin de la historia. Ese día, pero no antes, habrá desaparecido el sentido de su existencia.
* Diputado Nacional.

 

Por Horacio Jaunarena *
Doctrina de Seguridad Nacional II

La caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS implicaron la aparición de un nuevo orden (¿o desorden?) internacional. El equilibrio del terror que signó la época anterior sirvió para un cierto disciplinamiento de las relaciones internacionales. La evidencia de muertes masivas y daños incomensurables aún para la potencia que resultare vencedora en una eventual confrontación, garantizaba que la guerra no podía producirse. Paradójicamente, la certeza de la muerte garantizaba la vida. La emergencia del nuevo orden significó la subsistencia de una sola superpotencia militar y la esperanza de que esta nueva realidad permitiera pensar un futuro cercano sin conflictos o, por lo menos, que si un conflicto aparecía, una fuerza internacional se encargaría de restituir las cosas a su estado anterior. Así ocurrió en la guerra de Irak-Kuwait.
Lamentablemente, este no fue el único conflicto. Se suscitaron muchos otros, y quedó en evidencia que la posibilidad de una intervención rápida y eficaz de un grupo de países o de la comunidad internacional estaba influida por la importancia estratégica de la región en guerra. Las tragedias que se viven en Africa son una dolorosa demostración de lo que sostenemos. Simultáneamente, podemos constatar que vivimos un tiempo de notoria distensión en el Cono Sur. Hoy, un conflicto internacional en esta zona es posible, pero no es probable. Ante este diagnóstico, alguien podría sostener que lo que debiéramos hacer es transformar a nuestras Fuerzas Armadas en fuerzas de seguridad encargadas, por ejemplo, de luchar contra el narcotráfico. Es decir, generar una suerte de Doctrina de la Seguridad Nacional II, en donde lo único que cambia es el enemigo, pero la consecuencia es la misma. Nuestras Fuerzas Armadas se ocuparían del orden interno y alguien, si Dios quiere y las circunstancias lo permiten, vendrá a defendernos si estima que vale la pena hacerlo. En el interín, ese alguien deberá convencer a sus contribuyentes que deben pagar más impuestos para defender a los argentinos que han decidido no pagar para defenderse. Propuesta que, convengamos, no es políticamente demasiado seductora para ellos ni gratuita para nosotros, aunque el precio a pagar no sea necesariamente en dinero. Sin dejar de considerar, además, que seríamos el primer país en el mundo que decide desarmarse unilateralmente, lo cual se puede pensar que se trata de un gesto de suprema inteligencia o de magnífica estupidez. Mucho más sensato nos parece trabajar en la construcción de un sistema de defensa regional que va a reforzar las perspectivas de paz en la región y garantizará, de paso, que la eventualidad de un conflicto intrarregional se solucionará de acuerdo con los intereses de la región los cuales no siempre coinciden con los intereses extrarregionales. Pero para la construcción de este sistema todos los socios deben aportar, entre ellos la Argentina. Mientras recorremos el camino, deberemos seguir con atención la aparición y el desarrollo de nuevas amenazas a la paz y a la seguridad internacional, tratando de acordar con nuestros socios un sistema de respuestas racionales, congruentes y coordinadas.
* Diputado Nacional

 

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