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el Kiosco de Página/12

La espuma de los días
Por Juan Sasturain

La camiseta y el resto de los accesorios que componen la indumentaria de los equipos de fútbol fueron, durante mucho tiempo, un auténtico uniforme. Ya no lo son. Los colores con su tono específico y su distribución precisa; la forma especial de la camiseta o casaca: bolsillitos o no y botones o no, cuello redondo o en V... Porque un uniforme �algo que ha quedado reservado a los colegios garcas, pues ni los pragmáticos ejércitos ya lo utilizan� es, pese a lo que indicaría su nombre, una manera de institucionalizar la diferencia: todos los iguales son otros respecto de otros también iguales, pero entre sí. Una funcionalidad distintiva que subrayaba cierta famosa marcha militar de Les Luthiers ��¡A los de uniforme colorado!� clamaba en segundo plano una voz de mando ante oídos sordos o desorientados� y que se han encargado de desdibujar estos tiempos: en la guerra, hoy todos los soldados son pardos, y en la cancha, todos los equipos pueden ser cualquier otro. Y la difuminación es más �grave� en el fútbol, porque mientras en la guerra la bandera es anterior al uniforme, baja hacia él; en el fútbol, el uniforme original le da colores, sube hasta la bandera. Todo viene de ahí. 
Y todo se pierde ahí. El concepto diferencial ya no es cosa de historia sino de pura coyuntura. Se avanza hacia el modelo NBA, en que la oposición claro/oscuro determinada por las necesidades de la televisión no remite a otra cosa que a la condición de local o visitante. Como incluso esa misma circunstancia se ha enrarecido en el fútbol argentino (Ferro ha jugado de visitante en su propia cancha ante Argentinos Juniors en uno de los más curiosos despropósitos lógico-organizativos) todas las oposiciones alguna vez paradigmáticas hoy en día son sólo virtuales. Se prende el televisor y si no hay un cartelito arriba a la izquierda que diga quién juega contra quién no es simple enterarse a simple vista. 
Volviendo a las camisetas que ya no son uniformes, cabe preguntarse qué carajo son entonces. Por los besos aparatosos que se les prodigan, parecen objetos merecedores de amor ferviente; pero por la facilidad con que los ocasionales usuarios se las quitan o arremangan en medio del enfático festejo para dejar al descubierto otras camisetas más pegadas a la piel o a los afectos verdaderos, se acercan más a las desechables primeras hojas del alcaucil: sólo sirven para dar una forma externa, pues el corazón y la sustancia está más atrás o más abajo. 
El ritual celebratorio del gol, tan elaborado hoy en día, necesita compensar la fragilidad de los vínculos (del jugador con el club por el que pasa como un turista; del club y del jugador con la camiseta que cambia cada tantos meses) subrayando los gestos exteriores. �No la beso porque la ame sino para significar que sí� parece decir el goleador que lleva cuatro partidos en el club y se irá dentro de veinte: �La beso porque los hinchas que me aplauden (se supone que) la aman�. Y además: �No me la saco porque rememoro el viejo ritual de usarla de bandera y ofrendarla después, sino porque debajo tengo el gol personalizado, el mismo que dedico o enrostro con el dedo�. Y tal vez, por alevoso y sentimental efecto cebolla, haya alguna camiseta más, debajo de todo.
Es que la camiseta no es ya un uniforme ni una bandera ni una segunda piel. Seamos obvios: es un espacio publicitario. Como tal, sólo responde en principio a las necesidades y urgencias de la marca que anuncia en esa superficie más o menos bien pagada. Tanto es así que los que no tienen publicidad �caso Los Andes� dejan la alevosa ventana negra en señal de vacío, de disponibilidad o de luto económico... Los imperativos del proveedor de la pilcha hacen que no falte la marca repetida y que cambien los diseños cada (medio) campeonato criollo. Las expansiones del sponsor hacen que en la Argentina en general no exista �entre omóplato y omóplato� lugar para el nombre de los jugadores, el único servicio real para el espectador en medio de semejante saturación de mensajes. 
Ayer, domingo de perdedores y ganadores �como cada giornata, al fin�, la tornadiza Gloria de Instituto fue Devoto en el dicho popular y laliviana espuma que sube con Boca y River casi por rutina se derramó con pena también rutinaria de frustraciones multiplicadas al cuadrado, subrayada por la marca. La espuma de los días aciagos de Quilmes no tuvo una V de Vian que la firmara sino una B de Belgrano, que la ató a la B. 
Nada más emblemático de la fugacidad que esa espuma derramada que una vez más �por definición� será negociada. 


REP

 

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