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Cómo obtener beneficios con la mentira histórica

Motivado por una solicitada de América Scarfó, mujer de Severino Di Giovanni, el escritor argentino cuenta aquí su conexión con la adaptación de Luis Puenzo sobre la historia del anarquista. Y denuncia haber sido sorprendido en su buena fe por un contrato que �es un ejemplo de lo leonino�.

 

Por Osvaldo Bayer
 Acabo de leer la conmovedora, honrada y valiente solicitada de América Scarfó dirigida al director de cine Luis Puenzo, publicada el sábado 15 en Página/12. Todo lo que dice ella allí es la absoluta verdad y en su indignación se nota todo el dolor que le ha ocasionado. Tal vez el culpable involuntario de esto sea yo. Hace dos años, Puenzo me vino a visitar –yo estaba muy enfermo– para decirme que quería comprarme los derechos de mi libro Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia. Le dije que aceptaba pero que quería que se fuera fiel a la verdad histórica y no se tergiversaran para nada los hechos documentados en el libro. Por supuesto, hasta allí el señor Puenzo, pura sonrisa, me dijo que justamente el libro le había apasionado y que por eso lo iba a filmar respetándolo en todos sus alcances. A los pocos días vino con un contrato, que no leí, porque tengo por costumbre creer que un hombre de bien jamás va a hacer trampa a otro hombre de bien. Además, esa mañana me encontraba en malas condiciones físicas, esto lo sabía muy bien el señor Puenzo.
Antes le había señalado que como siempre ocurrió en las películas que se hicieron sobre libros míos, yo deseaba estar en la redacción del guión y supervisarlo. El señor Puenzo, siempre pura sonrisa, me dijo “faltaba más, es un honor”. Pero después vino la realidad: el contrato es un documento del abuso y de la peor explotación, parecen aquellos papeles que les hacían firmar a los trabajadores de la lana en la Patagonia del ‘20. Por el contrato le transfiero el libro (textual) “para todo el mundo y a perpetuidad”. Además, “Puenzo podrá utilizar los contenidos del libro de referencia sin ninguna limitación de ningún tipo siendo dueño de todas las decisiones incluyendo sin limitación alguna el tema, argumento, situaciones, personajes, diálogos y trama según su propia y exclusiva decisión”. Otro: “Como guionista, a todo efecto, Puenzo será considerado el autor del guión que escriba y el único propietario de todos los copyrights, marcas y cualquier otro derecho... en todo el mundo y a perpetuidad”. Es decir que, por el contrato, el libro de mi investigación pasa a ser propiedad del señor Puenzo “en todo el mundo y a perpetuidad”. Cuando me di cuenta lo que había firmado, se lo reproché, y como único argumento, me dijo: “Vos firmaste”.
Es decir, toda la honestidad se basa en la firma del sorprendido. Como en un cuento del tío cuando le hacen firmar a cualquier crédulo pajuerano la cesión de su campo por un auto usado. Su otro argumento fue: “En Hollywood se hacen los contratos así”. En Hollywood este contrato pasará a la historia de lo leonino. Más, servirá para definir lo que quiere decir esta palabra. Alguna vez encontrará su lugar en el museo del cine. Nada es gratuito.
Pero vayamos a la histórico. Los guiones que firman Puenzo y su hija Lucía Puenzo es una siembra y una cosecha de lugares comunes no para “asustar al burgués” sino para “divertir el burgués”. La ignorancia es tal que Puenzo sostiene en el guión que durante el gobierno radical de Yrigoyen se torturaba a los presos políticos con la picana eléctrica, y se lo hace aparecer al comisario Leopoldo Lugones (h) haciendo mediciones de descargas eléctricas. La ignorancia del guionista es supina ya que todo eso perteneció al período de la dictadura de Uriburu. Pero para el señor director todo es igual. En Hollywood se hace así. La biblia y el calefón. ¿A quién le interesa la verdad histórica? Ni el más ignorante de los guionistas puede cometer un error así. Ante todo es una falta de respeto al espectador.
Aquí me tengo que reprochar a mí mismo, ya que yo conecté a América Scarfó con Puenzo. Aprovechó toda la sinceridad y la cordialidad de América para hundir en la obscenidad hasta el hartazgo la hermosísima amistad de esos dos hermanos, América y Paulino, éste fusilado un día después que Severino. Una relación absolutamente pura e idealista que enel guión de Puenzo aparece ensuciada por la falta de buen gusto y el afán de sorprender al espectador.
Pero todo es descrito así con liviandad y mal gusto. Además de la burla baja, Puenzo traiciona toda la realidad épica que tuvieron los hechos. Rebaja al anarquismo como un par de locos que a veces tiran una frase hecha de la ideología pero en el fondo los describe como unos descolgados sanguinarios. El caso de Paulino Scarfó es patético. Tal vez haya sido el joven más idealista de todo el grupo. Puenzo lo pone como un asesino frío y calculador. Eso es una mentira que imita a los comunicados oficiales de la época de la dictadura. Esto no sólo hiere a la familia Scarfó, sino también al historiador que escribió la verdad basada en centenares de testimonios y documentos de todos lados del acontecer histórico. Bastaría mencionar las escenas elaboradas por Puenzo sobre el robo del ataúd de Magrassi con el cadáver adentro. Eso no ocurrió nunca y se necesita tener una mentalidad sin pudor para meter de rondón algo de tan mal gusto y cavernario, el jugar con cadáveres. En fin, los anarquistas hablan en cocoliche, cantan una canción de lucha con arreglos fascistas, son vagos, no trabajan. Cuando describe a la familia Scarfó, el propósito de Puenzo es describir una familia de tanos grébanos. Claro, es más de firulete, de tango de comedieta, ridícula en su significado, baja, deplorable, ni siquiera tiene la calidad del sainete. Hasta Vacarezza lo hubiera deplorado. Ni siquiera Puenzo se tomó el trabajo de estudiar el idioma de los años veinte. Total para qué. Dale que va, diría Discepolín.
Llevaría páginas enteras describir escena por escena para demostrar que lo que se quiere es una serie de anécdotas más o menos chistosas con algunas escenas de extrema crueldad que haga pensar que los izquierdistas revolucionarios son siempre así. Mi libro fue prohibido por el presidente Lastiri hace más de treinta años. Directores como Ricardo Becher, Leonardo Favio, Francesco Rosi, Héctor Olivera tuvieron en sus planes filmarlo pero por razones de la actualidad política de esos años, o por costos exorbitantes por la reconstrucción de época, tuvieron que dejar de lado el proyecto. Pero en todos los guiones preparados para ese fin había un respeto absoluto por la verdad histórica y por la dignidad de los protagonistas, con sus aciertos y sus equivocaciones.
Así, como la noble América Scarfó –quien hace poco, con una dignidad impresionante, recuperó en la Casa Rosada las cartas de su amado Severino, que estaban en manos de la policía– ahora defiende la verdad sobre quienes ya no pueden defenderse, de la misma manera yo voy a defender mi libro del mal gusto y el afán de lucro. Se lo merecen todos aquellos protagonistas que me dieron hace más de treinta años los datos de sus vidas, los detalles de sus ideas pero también la verdad recogida de documentos oficiales y no oficiales en un estricto respeto por la verdad histórica. La mejor demostración es que, a pesar de estar implicados personajes que todavía vivían, nadie de ellos se atrevió a iniciarme proceso por injurias y calumnias.
No se hace arte con la mentira. Les pido a los actores que proyectan actuar en el engendro de Puenzo que piensen que aquellos protagonistas ya no pueden defenderse. Le pido a Puenzo que me devuelva el libro. Le pido a Puenzo que respete a quienes dieron sus vidas por sus ideales. Le pido que no juegue con los amados recuerdos de esa heroína llamada América Scarfó, que hoy tiene tanta fuerza para defender a sus seres queridos como cuando éstos cayeron bajo las balas del dictador Uriburu.

 

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