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el Kiosco de Página/12

La ingeniería genética del paladar
Por M. Vázquez Montalbán

Los dos temas culturales dominantes en el tránsito del siglo son el control del hegemonismo científico y el aumento de la desigualdad social. Para empezar se debate si el hegemonismo científico ha de ejercerlo el poder económico y la lógica del mercado en general y del técnico-militar en particular o si ese hegemonismo corresponde al poder político-social elegido en condiciones democráticas, algo así como un happy end en technicolor para la Historia de la Ciencia. Sobre el aumento de la desigualdad, la derecha de siempre y la vieja izquierda incapaz de reciclarse sostienen, convergentemente, que el desarrollo económico compensará los déficit de la desigualdad y no conciben otra alternativa distributiva que la marcada por los impuestos. La iniciativa en todos los frentes la lleva el economicismo global.
Dentro de la discusión cientifista, el papel de la biotecnología en alimentación y agricultura aparece marcado por todas las impotencias en presencia. La ingeniería biológica aplicada a la producción de alimentos se mueve todavía en fase experimental, activada por el interés del lanzamiento de nuevos productos que activen el mercado y por el interés indagador esperable dentro de cualquier lógica interna. Pero día a día intervienen con más pasión sociólogos, políticos, dietistas y gourmets para juzgar la finalidad misma de la biotecnología alimentaria y muy especialmente el papel de los alimentos transgénicos que ha pillado a muchos, sobre todos a los gourmets, con el paso cambiado. Precisamente la ofensiva cultural moderna más interesante en el campo alimentario y de placer gastronómico era la representada por la defensa de productos y sabores naturales, pertenecientes al paladar tradicional, a punto de extinción, y la acción decidida contra la cultura de la prisa, marcada tan de cerca por el movimiento italiano Archie Gola y el internacionalizado Slow Food. De pronto, el coro de científicos y gourmets tiene que pronunciarse sobre los alimentos transgénicos que la ingeniería alimentaria ya ha conseguido convertir en tema de debate globalizado a través de la FAO y del Internet, y los sociólogos se han apoderado casi de la cuestión planteándose si la indagación alimentaria transgénica se aplica o no a crear condiciones para superar el hambre en el mundo. Creo que no. Una indagación de este tipo, movida por quien la mueve, no se plantea desterrar el hambre sino crear nuevos productos prêt à porter mejor o peor fumigados. ¿Qué sujeto político o económico está en condiciones de decidir cosechas biotécnicas para imponer una agricultura de la necesidad frente a una agricultura del beneficio económico?
Hasta ahora la producción de alimentos transgénicos no resiste una valoración ética, aunque tal vez podríamos empezar discutiendo qué pinta ahora el mandato o el referente ético en todo proceso productivo. Desde posiciones aparentemente muy ideologizadas se discute incluso la virtud sanitaria de esos productos, pero nadie está en condiciones de demostrar que esas producciones han reducido mínimamente el subdesarrollo alimentario que marca la fase actual de la globalización neocapitalista. Incluso los más decididos partidarios de seguir una línea investigatoria en pos de productos no creados por ningún Dios mayor o menor en ninguna Creación homologada admiten que esa indagación está muy lejos de perseguir, salvar de la condena a los condenados de la Tierra, tal como los diseñó Fanon hace cuarenta años. Aparece así un nuevo frente estratégico y filosófico para los preocupados por establecer la lógica de un proceso universal de cambio marcado por el inventario de las necesidades mayoritarias reales, y se contempla, por primera vez en la Historia del Hambre, un encuentro positivo entre los críticos de la desigualdad alimentaria y los gourmets de sensibilidad social. Encuentro que quizá rinda sus frutos en la muestra universal de octubre, en Torino, donde en un interesantísimo Salón del Gusto se ofrecerá un marco extraordinario de apariencias coincidentes y que pueden coincidir en la demanda de una biotécnica alimentaria capaz de elaborar productos alimentarios a la vez socializables y de sabores y texturas sorprendentes. Demasiado para el cuerpo o, tal vez, demasiado para la imaginación y para la lógica.


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