Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

el Kiosco de Página/12

Sobornos y transacciones
Por Leonardo Moledo


En la segunda década del siglo XVI la vejez y probable muerte del emperador Maximiliano I (que se produjo en 1519), amenazaba con dejar vacante la corona del Sacro Imperio Romano Germánico, que reunía a los principados alemanes, algunos italianos y a la que aspiraban el joven rey de Francia Francisco I y el nieto de Maximiliano Carlos de Austria (el futuro Carlos V). La elección de un nuevo emperador (que siempre se hacía en vida del anterior para evitar un peligroso interregno) estaba a cargo de un cuerpo colegiado de siete electores (los arzobispos de Colonia, Maguncia y Tréveris, y los príncipes de Bohemia, Sajonia, Brandenburgo y el Palatinado). No era una cuestión menor el hecho de que la corona imperial quedara en manos de Francia o de la dinastía Habsburgo, que acababa de adquirir derechos sobre el trono de España. Maximiliano lo comprendió, y por la modesta suma de 514 mil florines (aportados por la banca Fugger) compró los votos de cinco de los siete electores para su nieto, reservándose una comisión de 50 mil florines. Resultado: el 28 de junio de 1519 Carlos fue elegido por unanimidad.
En realidad, sería superficial considerar la compra de los votos para la elección imperial como un simple acto de venalidad, por lo menos a la luz de lo que estaba ocurriendo por entonces en el conjunto de principados y territorios conocidos por entonces como Alemania, y núcleo del Sacro Imperio: Alemania era el centro de la vida económica europea como consecuencia de la decadencia de Francia tras dos siglos de guerras y la depresión de Italia tras treinta años de guerra con España, con el desarrollo de un vigoroso mercado monetario, y empresas como la banca Fugger, que extendían sus negocios desde la periferia de Hungría hasta las colonias españolas de América y al igual que el resto de los grandes emprendimientos financieros de la época mantenían fluidos contactos con los gobiernos, en una especie de miniglobalización local en la que, lentamente, el poder económico y monetario iba sustituyendo el entramado político. Así, la transacción efectuada entre Maximiliano y los honorables electores del Imperio era una demostración de la pujanza del nuevo capitalismo alemán, y no hacía otra cosa que poner en blanco y negro (o mejor, en amarillo) las relaciones reales de poder, sin complicaciones dinásticas ni costosas guerras. Más que un acto de venalidad, fue un acto de sinceramiento. Si de todas maneras el Imperio se ganaba indirectamente por la potencia económica, o las presiones económicas indirectas, ¿por qué no comprarlo directamente y lograr que todo se volviera transparente? 
Naturalmente, es excesivo comparar un ejemplo tan ilustre con los recientes acontecimientos en el Senado; pero en éste, como en aquel caso, �si es que hubo verdaderamente transferencias monetarias, para decirlo de alguna manera� es injusto decir que se trató exactamente de un �soborno�. Al fin de cuentas, si se pagó, no se lo hizo para que este o aquel senador cometiera ningún acto ilegal, sino para que votaran una ley, lo cual dista, por cierto, de ser un delito (votar, al fin y al cabo, es parte de la tarea de un senador y en ese sentido hasta podría considerárselo como un premio a la productividad). Es más interesante verlo (y pensarlo) como una transacción, que simplemente ajusta la política a las leyes del mercado y le confiere, incluso, transparencia ya que traduce en términos económicos, contables y simples, la capacidad de votar (al fin y al cabo, no hay que tener mucha memoria para recordar ciertas internas locales en las que los votos se compraban abiertamente y los precios �reducidos por cierto� se publicaban en los medios). ¿Por qué este sinceramiento no habría de alcanzar otros niveles electivos? ¿Por qué cambiar un voto por dinero sería más reprobable que cambiar votos por un cargo o la promesa de un cargo que es una práctica común y ampliamente conocida en política? ¿Por qué inducir a un votante en forma directa no habría de ser más transparente que inducirlo de manera indirecta, a travésde campañas publicitarias y asesores de imagen que se cotizan muy alto, o que a través de las sofisticadas apariencias del lobby en el que nadie es tan ingenuo para pensar que sólo se manejan ideas? Por qué financiar una ley de flexibilización laboral sería menos legítimo que financiar nada menos que una corona imperial?
Apenas dos años antes de la monetaria elección de Carlos V, en 1517, Martín Lutero clavaba en la puerta iglesia del castillo de Wittemberg sus noventa y cinco tesis, que atacaban la venta de �indulgencias� que los Papas practicaban con total transparencia. Las indulgencias eran documentos que ofrecían la conmutación de penitencia mediante el pago de cierta cantidad de dinero, permitiendo a cualquiera que pudiera, según los alcances de su patrimonio, asegurarse un lugarcito en el Paraíso más allá de los pecados que hubiera cometido. La Iglesia consideraba absolutamente legítimo este comercio para financiar su misión pastoral y le sobraban argumentos teológicos para sostener tal posición. Que fue justamente la que cuestionó Lutero, iniciando la Reforma Protestante y un siglo y medio de sangrientas guerras de religión en Europa.


REP

 

PRINCIPAL