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CONCEDIERON AL ESCRITOR JUAN GELMAN EL PREMIO JUAN RULFO DE LITERATURA
Un acto de estricta justicia poética

Es una de las distinciones más importantes de la lengua castellana. Gelman, de 70 años, recordó a Olga Orozco, que obtuvo el mismo premio hace dos años. Este año el poeta recuperó a su nieta, tras una búsqueda de 24 años.

Por Fernando D’Addario

t.gif (862 bytes)  Si el conflicto entre vivencia e imaginación selló el destino literario de Juan Gelman, podría inferirse que la jornada de ayer acercó estas coordenadas a un efímero y gratificante punto de concordia: los sueños ganados y perdidos, la métrica perfecta, los dolores, la belleza poética, encontraron una síntesis de reconocimiento en el premio Juan Rulfo de Literatura Latinoamericana y del Caribe 2000, que le otorgó la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara. “Este es el premio más importante de América latina, que han ganado grandes poetas y escritores a quienes me siento cercano y cuya obra forma parte de mis lecturas como Augusto Monterroso, Nélida Piñón, Sergio Pitol u Olga Orozco. Olga ya no está con nosotros, pero siempre permanecerá presente y cerca de mí y de todos sus lectores a partir de su obra”, dijo Gelman al agradecer la distinción, la segunda en importancia en la lengua castellana, después del Cervantes. En su larga trayectoria, Gelman había sido distinguido anteriormente con el Premio Internacional Mondelo de Poesía, Italia (1981), así como con los premios argentinos Boris Vian (1983), Juan Bautista Alberdi (1995) y Premio Nacional de Poesía de Argentina en 1997. También es reconocida su labor como periodista.
El autor de libros como Gotán (1962), Fábulas (1971), Interrupciones (1988) y Ni el flaco perdón de Dios (1998) se dejó guiar por el itinerario de su ecléctica producción artística sin permitir que ese recorrido fuese anulado o sobredimensionado por los vaivenes políticos. Más bien, la militancia se le coló en la literatura a través de sonoridades enigmáticas, de perplejidades que se sucedieron en pliegues de esperanzas y desencantos, sin un eje preestablecido. Acaso sea el resultado de esta tensión lo que premió el jurado: una poesía que, sin pretenderlo, se constituye en la crónica de un presente continuo, fragmentado por las esquirlas de ese pasado complejo y doloroso. “Su vasta obra se caracteriza por la apropiación de numerosas facetas poéticas y culturales con las que dialoga: la poesía mística española, la hebrea –y sus vertientes bíblica y sefardí–, la poesía norteamericana, la cultura popular”, señaló el jurado (integrado por Soledad Alvarez, Gonzalo Celorio, Claude Fell, Jean Franco, Margo Glantz y Juan Gustavo Cobo Borda) en su veredicto, que más adelante también debió agregar sobre la obra de Gelman: “Poesía de duelo y de exilio, vinculada a las utopías latinoamericanas y a la reflexión crítica sobre ellas; poesía sustentada en la ética”. Habría que agregarles a estos considerandos la lista de las obsesiones que justifican su obra y que según él son pocas: “El otoño, la niñez, la revolución, la mujer, la muerte, la belleza de la mujer y la ausencia de Dios. Por eso, a lo más que puedo aspirar es que se repita en forma de espiral a lo largo del tiempo”.
Es que en Gelman, la estatura poética (para muchos, se trata del mejor poeta vivo en lengua española) es producto de una confabulación entre los códigos genéticos y su aventura de vivir. Su padre era un obrero ucraniano, revolucionario y culto; su madre era amante de la música. A los 11 años, Juan publicó su primer poema, dedicado al amor esquivo de una vecinita. Más tarde trabajó como fletero, como vendedor de repuestos para autos. Vivía en Villa Crespo, hacía vida de barrio, iba a los bares, leía, escribía. Su proceso de maduración política fue acompañando, sin estorbos ni indiferencia, su evolución artística. La frescura de Violín y otras cuestiones (1956), los tiempos en que fundó con otros escritores el grupo literario El Pan Duro, apadrinado por Raúl González Tuñón, devinieron más tarde en la ebullición del lenguaje que evidenciaban Cólera buey (1965) y Los poemas de Sidney West (1969), a tono con la época, pero sin sobreactuaciones de progresismo intelectual. Desde los años ‘70 (los de su adhesión y posterior ruptura con el movimiento Montoneros), y convencido de que la poesía no ayuda a mitigar el dolor, pero sí a expresarlo, Gelman sacudió, con urgencia y elegancia, la conciencia de una realidad que se caía a pedazos. Así quedó plasmado el poema “Glorias”, en homenaje a loscaídos en la masacre de Trelew: “Con sangre verdaderamente están regando el país ahora / oh amores 16 que todavía volarán aromando / la justicia por fin conseguida el trabajo furioso de la felicidad / oh sangre así caída condúcenos al triunfo”.
Pocos años más tarde, en 1976, fueron secuestrados su hijo Marcelo y su cuñada, Claudia, que dio a luz en cautiverio a la nieta que marcaría desde entonces la vida de Gelman. Llegó el exilio, el retorno en 1988 a la Argentina democrática de la obediencia debida, el punto final y –ya en tiempos de Menem– el indulto. Y siempre la poesía, allí, “apuntando con el dedo”. Fue entonces el turno del autoexilio, mientras proseguía su búsqueda, que en los últimos años involucró a militares, políticos (los presidentes de Uruguay, Julio Sanguinetti y Jorge Batlle) y a un mundo que asistía azorado al “caso Gelman”. En marzo se anunciaba la identificación de la nieta del poeta. La poesía, ese “buscar el imposible”, seguirá su camino.

OPINIONES

Por Juan Sasturain

Poeta en el costado izquierdo

De memoria, uno cita como debe ser, a conmovidos golpes de emoción y de alevosa poesía. “Si tuviera que elegir / yo elegiría esta esperanza / que come panes desesperados”, dijo él. Si tuviera que elegir (para hablar) yo mentaría el primer golpe: Gotán. Gelman entró en nuestra demorada adolescencia con ese libro del ‘62, de La Rosa Blindada y con tapa de Gorriarena, chiquito y poderoso: “Esa mujer se parecía a la palabra nunca / Subía de su nuca un encanto muy particular / Una especie de olvido donde guardar los ojos / Esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo”. Qué bárbaro. No se parecía a nada de lo (poco) que habíamos leído. Gelman mezclaba los huesos, el otoño, la lluvia y las uñas del terrible Vallejo con la urgencia de los tiempos (“se fue otro mes / y no hicimos la revolución todavía”) y esa sintaxis conversada que sería –en otros– signo y plaga de los ‘60. Y la ironía, claro; la cita jodona contra la imbécil solemnidad, el saltito mortal contra la muerte, siempre ahí. Qué pedazo de poeta. Y qué librito ése, que no fue el primero, pero era como si. Porque Gotán pegó el zarpazo, (lo) lastimó el exceso, la huella del reconocimiento: el mismo Gelman se quejó años después en un poema que lo exorcizaba, trataba de sacárselo de encima pudoroso, entre comillas: “Yo nunca escribí libros”. Claro que no: Gelman siempre escribió poesía, que es otra cosa. Los libros son cosas que se publican. Por eso se pasó casi una década sin publicar, acumuló esa Cólera buey que reventó en los ‘70 con tantas cosas. Con esos amorosos pedazos está hecha su poesía, hasta hoy.


Por Juan Forn

Los libros y los Gelman

Conoció la poesía a los cinco años, oyendo a su hermano mayor recitar a Pushkin en ruso. A los nueve se enamoró de una vecinita y, como ella no entendía ruso y él no sabía ni escribirlo ni traducirlo, empezó a mandarle poemas de Almafuerte. Cuando vio que la cosa no daba resultado, empezó a escribir él los envíos. La vecinita nunca se enteró de lo que había originado. El resto del mundo, sí. Juan Gelman ha logrado como pocos lo que pontificaba Paul Eluard con su sabiduría habitual: escribir sobre política cuando la circunstancia exterior coincide con la del corazón. O, como dice Gelman, cuando son una. Llama la atención, como él mismo ha señalado muchas veces, que resalte tanto lo político en su obra cuando, en realidad, no lo ha visitado tanto. Es que su obra ha demostrado que la justicia poética es muchísimo más que una figura del lenguaje.
Su acercamiento a lo inefable (así define Gelman su oficio), ese “acontecimiento que emerge a través de una trama de palabras para arrancar algo de la nada”, ha combinado las más diversas formas de lo poético. Desde lo puramente lírico a lo ásperamente narrativo, desde la métrica impecable hasta el quiebre por dentro de esa métrica, desde lo místico a lo político, explorando los alcances del verso “conversado” o la textura a contrapelo de las palabras “bellas”, Gelman ha construido una obra de enorme coherencia interna en los sucesivos pasos de su itinerario.
Alguna vez le preguntaron a Roberto Matta, el pintor chileno, cómo festejaba su cumpleaños y él dijo: “Invito a los Matta que fui y discutimos toda la noche”. Algo similar ocurre con “los” Gelman: sumergirse en cada nuevo libro suyo permite escuchar, por debajo de las palabras, una fascinante beligerancia y complementación entre todos esos modos de decir. Para aquellos que descubrieron sus primeros libros en los ‘70 siendo adolescentes, como fue mi caso, la aparición de sus libros posteriores, cada dos o tres o cinco años, obligaba a bruscos pasos de maduración como lector, se quisiera o no: su profundización progresiva, sin respiro y sin clemencia, en ese territorio llamado poesía ha sido ejemplar. A diferencia de muchos grandes, Gelman nunca se repitió, ni se estableció cómodamente en un registro desde el cual seguir mirando el mundo dócilmente. Sin embargo (o a causa de eso), casi cualquier circunstancia de la vida puede retratarse con una frase suya: he ahí una evidencia inequívoca de la grandeza de su obra. De sus libros, mis preferidos son dos: Los poemas de Sydney West y Carta a mi madre (dos extremos de su obra), pero otro de los méritos de Gelman es justamente ése: la cantidad de opciones que ofrece al lector a la hora de elegir sus preferidos. Con el tema de los premios pasa lo mismo: muy pero muy pocos premios parecen absolutamente justos cuando se anuncia su ganador; en el caso de Gelman ocurre lo inverso: no hay premio que no resulte absolutamente merecido cuando él lo gana.

 

LA MIRADA DE LOS ESCRITORES

Noe Jitrik *.
Me produce una inmensa alegría. El Rulfo es especial, además, porque es uno de esos reconocimientos que responden a un criterio de consagración. La mayor parte de las veces lo ganan quienes ya se ganaron un lugar en la historia. La de Gelman es una obra consumada, de una épica impecable, de altísimo nivel poético, que lo posiciona en primera línea, con los más grandes.
* Crítico y escritor.

Hector Yanover *.
No me llama la atención: comparto la certeza de que se lo merece. Gelman siempre fue un inmenso poeta. El trabajo de la palabra, su hondura, su profundo compromiso en la búsqueda creativa me convirtieron en uno de sus admiradores confesos, y en uno de sus amigos desde 1952. El dice que la búsqueda del poeta es siempre frustrante, porque éste nunca llega a alcanzar aquello que persigue, y sin embargo él se acerca tanto a ese centro, tanto...
* Escritor y librero.

Mempo Giardinelli.
Estoy encantado con la noticia. Creo que es un premio a la trayectoria de un gran poeta, el mayor que tiene hoy nuestro país, y también a una trayectoria ética. Esta es una muestra más de la vieja y sabia costumbre que tienen los mexicanos de reconocer sin chauvinismos a los talentos que eligen vivir en tierra azteca. Espero que el premio regocije a toda la literatura argentina. A mí, por lo pronto, me parece una maravilla.

Rodolfo Rabanal.
Gelman es uno de nuestros más grandes poetas vivos y me parece muy justo que se lo reconozca. Y más teniendo en cuenta que es un premio tan importante, uno de los pocos que se ha sostenido como una institución a través del tiempo. Me alegro mucho por Juan, porque es un poeta con una obra inmensa y que ha hecho innovaciones sustanciales en la poesía argentina durante los últimos veinte años.

Abelardo Castillo.
Creo que es absolutamente merecido que se haya premiado a Gelman, porque para mí es el mayor poeta vivo de la Argentina y uno de los más intensos de América latina. Además, su trayectoria ética y su conducta no dejan lugar a duda de que merece no sólo el Juan Rulfo sino cualquier otro premio. Es absoluta justicia.

Martin Caparros.
Cuando me fui de la Argentina en 1976, el único libro que me llevé fue la obra poética de Gelman editada por Corregidor. Todavía lo conservo, aunque está destrozado por el uso. Por entonces yo tenía 18 años y trataba de escribir poesía. Y durante un tiempo bastante largo temí no poder zafar de escribir con el ritmo y las maneras de Gelman. Creo que eso dice lo que siento por su obra, así que es obvio que me alegro de que le den este premio o cualquier otro.

Vicente Battista.
Que de vez en cuando se haga justicia no deja de ser una buena noticia. Y éste es el caso, porque considero a Gelman uno de los grandes poetas de América. Y tengo esa opinión desde mucho antes de conocer su militancia y todas las tragedias que vivió. Más allá de su obra poética, siempre me pareció un ser humano de una enorme ética. Por eso me alegra que lo hayan distinguido, aunque no sorprende: él se merece todos los premios del mundo.

 

 

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