Por Horacio Bernades
Frente a cámara, descalzo junto a un arroyo, el hombre toma el libro y lee. �A pie y con el corazón bien dispuesto tomo el camino abierto/Fortuna, aclara el mundo delante de mí/El largo camino castaño delante de mí/para que me lleve allí donde yo elija ir.� Luego aclara: �Leo a Whitman, que representa la América que amo, para poder hacer frente a esa otra América que temo y espera allí�.
Es el comienzo de Ruta Uno, monumental realización de Robert Kramer y verdadero hito del documental, que a lo largo de cuatro horas y un ratito funciona, a la vez, como una road movie en la que Kramer con su cámara y su alter ego Doc delante de ella, atraviesan Estados Unidos de norte a sur. Durante esta semana, Ruta Uno ocupa la pantalla de la sala 2 del cine Cosmos, donde será proyectada en video, en dos partes, dando continuidad al ciclo �Grandes maestros del documental�. Ya desde sus primerísimas imágenes, cuando Doc guarda un libro y un estetoscopio en su maletín de médico y sale a cubierta del barco que lo trae de regreso a América, es evidente que Ruta Uno no es un documental �común�.
Hay una cualidad como de ficción en esas imágenes, en la elocuente belleza del encuadre, en la dramática oscuridad del camarote, en la fluidez se diría que musical, con que un plano da paso al si- guiente. Y también en la manera en que se presenta a quien inmediatamente queda definido como verdadero personaje. Antes de que se haya pronunciado una sola palabra, esas imágenes hablan, ya, de un modo de filmar lo real como si se tratara de ficción. La sensación se completa, de inmediato, cuando el hombre sale a cubierta y la cámara mira a través de sus ojos, fotografiando amarres, los bordes del barco y al fondo el río Hudson, con su Estatua de la Libertad imponiéndose, majestuosa y lejana, sobre el encuadre. El relato off, melancólico como el de un film noir, introduce a un segundo personaje, de allí en más el narrador, que se asume, tácitamente, como el propio Kramer, y nunca aparecerá ante cámaras. �Doc y yo habíamos estado fuera del país y ahora volvíamos, diez años más tarde, para reencontrar a América...�
Ruta Uno es la historia de ese viaje de a dos. Uno fuera de campo, filmando, el otro en cuadro. Ambos recorrerán América tras una larga ausencia, atravesando la Costa Este a lo largo de más de 3500 kilómetros, desde la helada frontera con Canadá hasta los caribeños cayos de la Florida. Ese recorrido va armando algo que bien podría ser un Atlas de Geografía Humana en movimiento. Y también una radiografía de América, en un momento preciso: fines de los 80, cuando las reaganomics y la política de derecha todavía no abrieron paso a la era Clinton. Ya la vía misma que Doc y Kramer eligen para atravesar ese territorio tiene un alto valor significativo. Desde el propio nombre. Es la Ruta Uno, pero no parece serlo más, porque las autopistas velocísimas levantadas a su flanco la hicieron a un lado.
La Ruta Uno, entonces, como retrato de la América del Sueño Americano, que el reaganismo dejó atrás para encarar la construcción del país �moderno�, cada vez más injusto, cada vez más impiadosa, cada vez más clasista. Antiguo militante forjado a la luz de las marchas y manifestaciones de los 60, documentalista que no sabe narrar si no es asumiendo la primera persona, Kramer (fallecido a fines del año pasado) jamás incurre en el pecado de imponer sentidos, mucho menos bajar ninguna línea o declamar nada. Deja que las imágenes hablen solas, limitándose a contraponer dialécticamente unas con otras. Los agujeros de bala en las paredes de una escuela del ghetto, la pobreza y la violencia, la falta de esperanzas para los sectores más pobres de la población, por un lado; el heredero de un riquísimo grupo económico, por otro, mostrando orgulloso sus bancos y edificios, desde las alturas olímpicas de una ciudad.
De modo semejante, el viaje describe también un contrapunto espiritual, si se quiere, al contraponer la visita a la casa de Whitman o la de Thoreau, el espíritu mismo de Kerouac y los beatniks animando el viaje on the road, con el grupo de seguidores de un predicador de derecha, que despotrica contra el comunismo, la rebelión y otras amenazas. No existe símil más obvio, pero tampoco más preciso para la predisposición que Ruta Uno requiere de su espectador, que la idea del viaje. En sentido literal, como trayecto físico a través de cuatro horas de cine y tres mil kilómetros en la América de los 80. Y en sentido figurado también, hacia otras vidas, otras voces y otros ámbitos, a la vez totalmente singulares y enormemente representativas de cierto tiempo y cierto lugar. Maravillas que el cine permite de tanto en tanto.
�SANTITOS�, DE ALEJANDRO SPRINGALL
Realismo mágico (mexicano)
Por Martín Pérez
De Veracruz a Tijuana, y de ahí a Los Angeles. Esa es la hoja de ruta de Santitos, un film movilizado a base de sospechas, confesiones y, especialmente, apariciones. Su historia es la del drama de Esperanza Díaz, una madre que descubre un buen día que su hija ha fallecido víctima de una extraña enfermedad. En el medio de su luto, el santo de su devoción se le aparece entre la grasa del horno de su cocina para decirle que es su deber descubrir la verdad.
Film gratamente extraño, que juguetea con el realismo mágico, Santitos va de la iglesia al prostíbulo, y luego sale al camino, convirtiéndose en una suerte de road movie estática, anclada en ambientes cerrados en los que el desfile de personajes sucede sin necesidad de salir al camino. Lleno de lo mejor del costumbrismo latinoamericano �esa cotidianeidad burocrática que para el primer mundo es algo mágico�, Santitos tiene curas que deben ir al baño en medio de una charla o empleados del Estado que le recuerdan a su interlocutor que no golpee su escritorio porque tiene un vidrio roto. Drama que no olvida su humor a la hora de recorrer su trama, la ópera prima del mexicano Alberto Springall termina paradójicamente perdiendo su dinamismo con el correr de su movimiento.
Santitos pierde fuego cuanto más se acerca al primer mundo. Como si decidiese ponerse cada vez más seria y trascendente al acercarse a la fuente de todo su poder, al mercado en el que se pretende infiltrar (algo que, a juzgar por los premios y su trascendencia, logró exitosamente). Filmado en blanco y negro, con un elenco impecable, Santitos es un film que asegura que �hace falta mucha fe para creer en los milagros�. Claro que también otro de sus personajes asegura que �vender el cuerpo es como matar: suena muy fácil, pero no toda la gente se atreve�. Es una lástima que Santitos no se haya atrevido a librarse de todos esos asesinatos cotidianos que tan bien testimonia en Veracruz, pero que devienen en lejanos milagros en Los Angeles.
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