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DE LA RUA, MENEM Y EL PRINCIPE SAUDI INAUGURARON LA MEZQUITA
Las mil y una noches en Palermo

Zulemita estuvo de negro y con velo. Su papá, el ex presidente, fue el más vitoreado. De la Rúa habló en árabe y recibió del príncipe un collar de 700 mil dólares. La fiesta en la mezquita fue tan pintoresca como el edificio.

Por Horacio Cecchi

t.gif (862 bytes)  Había tantos árabes que el ex embajador en Portugal, Jorge “Turco” Asís, pasó inadvertido. Ocurrió ayer, durante la inauguración de la mayor mezquita porteña, instalada en un monumental edificio levantado sobre un terreno de 34 mil metros cuadrados donado a Arabia Saudita por el ex presidente Carlos Menem durante su gestión. Concurrieron no menos de 700 invitados, muchos de ellos ataviados con sus trajes típicos. Encabezaron la ceremonia el príncipe heredero, vicepresidente del Consejo de Ministros y jefe de la Guardia Nacional, Su Alteza Real Abdullah Ibn Abdul Aziz AlSaud, y el nada más que presidente argentino, Fernando de la Rúa. El público pasó del fastidio al éxtasis, momentos coincidentes con la caótica organización musulmana y la llegada del príncipe Abdullah, respectivamente. Pero el clímax lo alcanzó cuando cruzó la amplia galería Carlos Menem acompañado por Zulemita, vestida de negro y cubierta con un velo del mismo color.
–¡Yo primero, yo primero! –gritaba una mujer de unos 60 años, engalanada de joyas, junto al portón principal de acceso a la mezquita, sobre Intendente Bullrich 55. Una masa informe de invitados especiales agitaba su tarjeta personal, tratando de ganar un espacio frente a la muralla de policías que intentaba controlar el ingreso, mientras desde adentro los encargados de la seguridad de la mezquita analizaban en ceremonioso arábigo las credenciales, de una en una. Eran las cuatro de la tarde, y aún faltaba una hora y media para la llegada de Su Alteza Real.
“S.A.R.” no es el único beneficiario de extensos títulos. Las costumbres árabes dieron pomposo nombre también a la mezquita: Centro Cultural Islámico “Custodio de las Dos Sagradas Mezquitas Rey Fahd Ibn Abdul Aziz Al-Saud”.
Por dentro, traspasando rejas y amplios jardines, la tensión no era menor: a esa hora, las dos primeras filas, de veinte mullidos sillones cada una, pasaron a ser el eje de una controversia sumergida. “Estos árabes ocuparon todos los primeros asientos y todavía falta Cecilia Felgueras, los ministros. Parados no van a estar”, se quejaba un funcionario del protocolo, que hasta tuvo que batallar para que la condición femenina de Felgueras no la dejara en segunda línea (ver aparte).
Pero la vicejefa de Gobierno y el Presidente fueron los últimos en llegar. Antes, cuando la sala ya estaba colmada, hizo su ingreso Carlos Menem. Lo acompañaba Zulemita, que en esta ocasión, cumpliendo con los preceptos islámicos, se ubicó en segunda línea, junto a Alberto Kohan y Eduardo Menem. También hizo acto de presencia Erman González. Al lado del ex secretario general de la Presidencia se ubicó el secretario de Seguridad, Enrique Mathov. En la primera línea, justo en el centro, el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini quedó perdido entre dos ghotras (la túnica rojiblanca que cubre las cabezas árabes) con sus funcionarios debajo. Aplausos, vítores, algún grito comprensible y murmuraciones islámicas acompañaron a Menem hasta su asiento.
Después llegó S.A.R. Abdullah, quien recibió a De la Rúa, acompañado por Felgueras, para ingresar los tres juntos a escena. Abdullah saludó el aplauso del público. El locutor oficial dio lectura a la lista de los principales funcionarios presentes. Nombró a De la Rúa, nombró al príncipe de los múltiples títulos y después tuvo un fallido: “Está también presente el ex vicepresidente Carlos Menem”. El lapsus fue corregido tras unos murmullos de desaprobación. Después, el silencio avanzó por la sala. Comenzaba la lectura del Corán. La voz islámica del orador fue interrumpida por algún que otro celular y el handy de un remisero, en alto volumen:
–Aquí Alejandra. ¿Me escucha? Lo tiene que pasar a buscar ahora –se oyó una voz femenina, insistente, supuestamente desde una agencia de remises, mientras el remisero, que luchaba nerviosamente por bajar elvolumen de su aparato, no lograba evitar que todas las cabezas dejaran de mirar hacia La Meca para apuntar hacia su aparato.
Pasado el momento de oración, se iniciaron los discursos: párrafos en árabe luego traducidos al español. Habló el presidente de la comunidad islámica en Argentina, Mohammed El-Kadri. Luego el arquitecto árabe Zuhair Fayez, que trabajó “ad honorem” según aclaró el locutor. Lo siguió el ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudita. Los tres lo hicieron desde un púlpito ubicado en el extremo izquierdo del frente de la sala, cubiertos por una nube de cámaras y fotógrafos que superaron todas las barreras medio-orientales.
Siguió el discurso del príncipe heredero Abdullah. El cierre estuvo a cargo de De la Rúa, con un discurso de paz entre los pueblos. La salida quedó situada en el otro extremo de los deseos principescos y presidenciales: macetas caídas, flores en el piso, la extensa alfombra roja totalmente desacomodada, cruzada por cables de cámaras y micrófonos, quedaron como última imagen de la inauguración.

Apostillas musulmanas
De los 700 invitados, 250 formaban la comitiva del príncipe. Vestían túnicas y thowb, besht y ghotras (atuendos que cubren sus cabezas, sujetos por una cinta negra, equal). El canciller árabe perdió su equal al pasar entre los tumultuosos medios de prensa.
Antes de ingresar al recinto, el príncipe heredero le entregó al presidente argentino el collar “Abdul Aziz”, fabricado en oro y zafiros, con un valor de 700 mil dólares. De la Rúa entregó la invaluable Orden del Libertador.
Cuatro árabes, con sus vestimentas típicas, sirvieron té al príncipe, al Presidente y a los funcionarios de la primera línea. Zulemita, desde la segunda fila, pasó su mano por encima del hombro de su padre, y tomó un vaso. Los vasos estaban contados: el último príncipe se quedó sin té.
Cada vez que De la Rúa mencionaba al rey o al príncipe, lo hacía abreviando nombres y títulos. “Rey Fahd”, se lo oyó decir en uno de sus párrafos. “Rey Fahd Bin Abdul Aziz Al-Saud guárdele Dios”, tradujo el locutor islámico.
En su discurso, De la Rúa recordó que la piedra basal de la mezquita la puso Carlos Menem. En ese momento, el actual presidente, como senador, había votado en contra de la cesión del terreno que hoy ocupa la sede islámica.

 

El lugar de la vicejefa
“La quiero enfrente mío”, pidió Fernando de la Rúa. Cecilia Felgueras, vicejefa de Gobierno porteño en ejercicio por ausencia de Aníbal Ibarra, estuvo, de hecho, sentada frente al Presidente. Con ella ocurrió una situación peculiar. En el Islam, la mujer debe ir siempre detrás del hombre. Tras tensas negociaciones protocolares en arábigo español, Felgueras fue la única mujer ubicada a la misma altura que príncipes y principales, una línea delante que la ex primera dama, Zulemita, que jamás habría osado desatender las órdenes del Corán. Felgueras entró antes que el Presidente, pero salió del recinto para ingresar junto a él. Ambos fueron recibidos por el príncipe heredero. Intercambiaron unas palabras. De la Rúa se animó a expresar su saludo en árabe fonético. El príncipe le respondió en el mismo idioma. Después, fuera del diálogo público de mandatarios, y tras las firmas de convenios, los funcionarios protocolares islámicos hicieron llegar una recomendación de Abdullah: “Por favor, que mañana (por hoy), la gobernadora vaya en polleras a la entrega de las llaves de la ciudad”.

 

 

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