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panorama politico
Por J. M. Pasquini Durán

Rupturas

Lograr una sociedad más justa y más igualitaria y otra manera de hacer política, sin dinero negro ni compraventa de leyes. Dos definiciones esenciales de Chacho Alvarez a la hora de explicar en público los motivos de su renuncia a la vicepresidencia. Usó palabras duras pero tuvo cuidado en resguardar la continuidad de la Alianza entre la UCR y el Frepaso, aunque explicó también su deseo de recuperar la libertad para opinar y actuar según sus convicciones sin los límites del cargo que ocupaba. La drástica dimisión expresa, sin duda, el rudo estilo particular del ahora ex vicepresidente, pero sus alcances no pueden reducirse a un choque de personalidades o de ritmos con Fernando de la Rúa o con algunos miembros aislados del gabinete o del Senado. En el trasfondo hay que distinguir una confrontación cierta entre dos proyectos diferentes, uno conservador y otro progresista, y entre dos visiones del poder y la política. Para repetir conceptos del renunciante: entre lo viejo que no acaba de morir y lo nuevo que no termina de alumbrar.
Tampoco las disidencias pueden limitarse a una cruzada moralizadora que se agota en sí misma cada vez que se propone como un fin último en vez de ser un instrumento para la justicia y la verdad. La moral y la ética no son una marca de distinción ideológica: hay honestos en la derecha y hay corruptos en la izquierda. La honestidad y el espíritu de servicio son precondiciones para recuperar la confianza pública en la política, porque sin esta relación franca sólo queda el imperio de la prepotencia de los más fuertes, la ruptura del sentido de equidad y equilibrio que necesita una sociedad plural con ricos y pobres. El modelo conservador que otorga al mercado, donde rige la ley del tiburón y las sardinas, la condición de máximo o único regulador de las relaciones políticas y sociales, necesita subordinar a la representación popular, degradándola, para controlarla a su antojo. Por eso es que en los últimos años la corrupción dejó de ser el pecado individual para extenderse a dimensiones estructurales. La crisis terminal que denuncia Alvarez debería ubicarse, por lo tanto, en el contexto de un modelo agotado que perdura atando a la autoridad política a los negocios sucios.
Como la mayoría de la sociedad está asqueada de inmundicias y de impunidad, los conservadores no podían combatir de frente los reclamos de Alvarez contra la corrupción sin ponerse en evidencia. Por lo tanto, concentraron sus argumentos de propaganda alrededor de una pulseada por el mero espacio de poder, alentando a De la Rúa a recuperar el liderazgo único, presuntamente amenazado. El Presidente quiso creer en la arenga y aprovechó la oportunidad de reacomodar el gabinete para exponer un ejercicio de autoridad, que humillaba al supuesto desafiante para �ponerlo en caja�. Fue más allá, sin embargo, y su mensaje no se redujo a conservar a Flamarique y Santibañes a su lado, sino que avanzó para consolidar la política económica contraria al programa electoral de la Alianza. La promoción de Flamarique implicaba un guiño a todos los demás sospechados en el expediente sobre sobornos en el Senado. El ex ministro de Trabajo, la misma noche del jueves, bajo el paraguas presidencial, ya aseguraba que para la reforma laboral nadie pagó y nadie cobró, descalificando todas las evidencias preliminares. Era el elegido para ocupar el despacho contiguo al del Presidente, que hace menos de un mes había proclamado que asumía el �liderazgo moral� de la república.
En la economía, no dudó en romper con su viejo amigo y recaudador Gallo, con tal de llevar tranquilidad al establishment que está encerrado en el dogma del ajuste perpetuo, donde la caja fiscal es más importante que las miserias populares y que no acepta que se distraiga un solo peso en obras públicas para contestar a la prolongada recesión, porque eso significaría además recuperar un papel activo para el Estado, al que prefieren inerme, como era con Menem. Puso al frente del gabinete, en reemplazo de Terragno, a un banquero que dos horas más tarde ya estaba reivindicando ante la prensa las ideas de Roberto Alemann y de Federico Sturzenegger, dos bastoneros del proyecto conservador. Cuando la Alianza asumió el gobierno, dejó en suspenso el programa que habían prometido, inspirado en torcer el rumbo de la década menemista, para atender la coyuntura fiscal, que amenazaba con la asfixia económico-financiera, según los voceros oficiales. En nombre de esa urgencia, bajaron salarios, subieron impuestos, aumentó el desempleo y el destino nacional quedó supeditado a la opinión de los organismos financieros internacionales. Lo que era una emergencia transitoria devino rápidamente en política estable y repetida, como si el modelo menemista tuviera aún resto para satisfacer las expectativas y demandas populares. 
Al afirmar un liderazgo de tono conservador quiso establecer un mecanismo de falsas compensaciones para impedir que el Vicepresidente fortaleciera su imagen, que aparecía ganadora en todas las encuestas. Con ese cálculo, el Presidente puso a la Alianza al borde de la extinción y subestimó la firmeza de las convicciones de Alvarez, que lo prestigiaba porque sintonizaba con sus denuncias un estado de ánimo generalizado en la sociedad. Los resultados de las decisiones presidenciales están a la vista: la coalición quedó herida de gravedad, perdió la coartada de tener a su lado a un líder progresista que lo habilitaba para ocupar las tribunas de la socialdemocracia, encima, Flamarique tuvo que renunciar de todos modos y el conjunto del gobierno es más débil hoy que anteayer. No pudo sostener más de un día al nunca asumido secretario general de la Presidencia. 
De la Rúa, a juzgar por el discurso que difundió anoche por cadena, tampoco comparte estas conclusiones. Al contrario, quiso dar la impresión de que Alvarez desertó de sus responsabilidades (�hay que cumplir hasta el fin con el mandato del pueblo�, aseguró, en coincidencia con la misma opinión de Menem) y que el único liderazgo moral es el suyo. Rechazó, por supuesto, el tremendo impacto que significa la renuncia del Vicepresidente y negó cualquier posibilidad de reconsiderar el rumbo económico. Fue un discurso que podría haber pronunciado Menem en algún momento de su segundo mandato: increíble por irreal. Sus asesores deberían corregir la idea publicitaria de que la realidad y los sentimientos públicos no importan, porque creen que la buena venta de un producto depende sobre todo del fraseo que lo promueve.
La realidad indica que el rumbo económico y político que eligió el Presidente están lejos de producir eficiencia y más lejos aún de satisfacer las angustias populares. Cada mes, los voceros de la economía oficial ofrecen explicaciones sobre sus profecías frustradas en lugar de soluciones efectivas para la reactivación nacional. En lugar de construir consensos, la conducta gubernamental promueve disensos y debilitado como está hoy ni siquiera puede garantizar que la coalición pueda sobrevivir a los efectos de esta crisis en las instituciones republicanas. La Alianza es hoy una sociedad que deberá renovar el contrato por semana o por mes. ¿Cómo atraer inversiones productivas si hoy en día nadie está en condiciones de garantizar el futuro, porque ni siquiera se sabe como será el futuro? ¿Cómo impedir que se pierda del todo la confianza popular en el gobierno que aún no cumplió un año de ejercicio? A partir de hoy comienza un período de final abierto.


 

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