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La Alianza agoniza pese a las promesas en contrario
Un largo adiós

La renuncia del vicepresidente coloca a la Alianza in extremis pese a las promesas recíprocas de lealtad. De ahora en más los legisladores del Frepaso discutirán artículo por artículo de cada ley que interese al Ejecutivo. Esto abre un nuevo capítulo en la historia del bipartidismo o, dicho en términos menos formales, en la relación entre Enrique Nosiglia y Luis Barrionuevo.


Por Horacio Verbitsky

t.gif (862 bytes) Carlos Alvarez supo siempre que la sociedad con el radicalismo tenía un plazo de vencimiento, que no era un proyecto estratégico, sino apenas una etapa táctica en el crecimiento del Frepaso. Pero la imaginaba distinta. Desde el primer día tuvo en claro que se iría con el portazo de la denuncia contra la corrupción, pero pensó que en ese momento tendría a su disposición una fuerza política más poderosa y cohesionada.
La Alianza logró sus objetivos demasiado pronto. Formada en agosto de 1997, dos meses después ya había acabado con el menemismo, que había sido su factor de unidad. El eclipse de la insoportable década presidida por los Menem, Duhalde, Rückauf y Pierri era ostensible, aunque todavía restaran dos largos años hasta la elección presidencial. 
Al lanzar a Graciela Fernández Meijide para las elecciones legislativas de Buenos Aires, Alvarez anunció que, si triunfaba, a ella le correspondería la candidatura presidencial por el Frepaso. Que no postulara la propia, indicaba su escasa convicción en las posibilidades de su partido frente a Fernando de la Rúa, el candidato obvio de la Unión Cívica Radical. 
Por eso intentó evitarlas y propuso la nominación por consenso, en la que se reconocieran generosos espacios al socio menor en las listas comunes en todo el país. Ella no aceptó porque creía que su buena estrella electoral era imbatible y prevalecería sobre la maquina partidaria radical. Pero perdió por 7 a 3. Si le hubieran dado tiempo, el radicalismo hubiera reclamado también la candidatura a la gobernación de Buenos Aires, que sólo había cedido a regañadientes cuando la relación entre ambos aliados parecía más equilibrada. Fue necesario anunciar la misma noche de los comicios aún sin escrutinio definitivo que Fernández Meijide sería la candidata de la Alianza en Buenos Aires. Pero de este modo Alvarez quedó obligado a integrar la fórmula nacional, en contra de sus deseos. Enrique Nosiglia dijo en una reunión con radicales de la Capital: �Ahora que Chacho ya está en la bolsa el Frepaso está muerto. No hay que darles nada en ningún lado. En octubre ganaremos los radicales�. Allí había un plan, que no dejó de aplicarse.

La trampa

La corrupción del sistema político no apareció como eje de conflicto entre los aliados recién al destaparse la podredumbre del Senado. El Frepaso nació a la vida política denunciando la corrupción del menemismo, pero su despegue como fuerza con proyección nacional se produjo al postularse como alternativa al Pacto de Olivos, un tango que Menem no bailó solo. Ya durante la campaña electoral para las primarias de 1998, Alvarez propuso crear lo que llamó la �Conadep de la Corrupción� y Raúl Alfonsín se opuso. En el equipo de trabajo no hubo radicales, lo cual ilustró las diferentes concepciones de ambos partidos sobre la construcción democrática. 
Con el mayor sigilo, Alvarez ordenó a sus representantes que entre la documentación que acopiaban reservaran espacio al menos para un caso que afectara a De la Rúa. Cuando Adalberto Rodríguez Giavarini (el más puro de los amigos de De la Rúa, un católico practicante que cree en lo que cree) chocó con Nicolás Gallo en el gabinete de la Ciudad Autónoma, Alvarez lo apoyó. El recaudador partidario no puede encargarse de las concesiones de servicios, dijo. 
Cuando vio que el retroceso de Fernández Meijide en las preferencias electorales se acentuaba, Alvarez lanzó un brulote radial matutino contra el �sistema delarruista de corrupción�. El radical volvió a jugar el rol de víctima que tanto le place e hizo saber que sólo una retractación lisa y llana impediría la ruptura de la Alianza. Al caer la noche Alvarez ya había capitulado. En aquel momento no podía hacer lo que hizo ahora. En la Alianza se cifraban las ilusiones populares de batir a Menem y Duhalde y quien la rompiera lo pagaría caro. 
Desde entonces militantes y dirigentes del Frepaso se sintieron en una trampa, de la que no sabían cómo salir. �¿Hicimos todo esto para devolverles el gobierno a los radicales?�, preguntaba un dirigente envenenado por tal perspectiva. Alvarez no lo veía así. Soñaba con las jefaturas de gobierno de la Ciudad y de la provincia de Buenos Aires, las gobernaciones de Neuquén y Santiago del Estero, algunas vicegobernaciones, un bloque de medio centenar de diputados, posiciones en diversas legislaturas y concejos deliberantes y varias decenas de intendencias. Desde esa plataforma proyectaría su poder nacional. Pero sólo consiguió la jefatura de gobierno de la Capital y tres intendencias en el Gran Buenos Aires, el bloque de diputados se redujo en un par de miembros y el partido no existe fuera de las dos Buenos Aires y Rosario (gracias a la histórica inserción socialista y a la descollante gestión del intendente Hermes Binner).
Las trayectorias que hicieron colisión esta semana venían juntando impulso desde lejos. Tres meses antes de las elecciones presidenciales Alvarez hizo saber a Duhalde su sospecha de un acuerdo entre Menem y De la Rúa, gestado por Enrique Nosiglia y Luis Barrionuevo. Otro interlocutor habitual de Alvarez, Domingo Cavallo, denunció el presunto plan canje de gobernabilidad por impunidad.
Al radicalismo tampoco le faltaron disensos al respecto. Por esa misma época, Leopoldo Moreau dijo en una reunión partidaria: �O hacemos sangrar al menenismo, preparamos los juicios y mandamos presos a varios o nos encaminamos a una conciliación y negociación. Desde mi punto de vista hay que adoptar la primera�. De la Rúa le respondió: �La primera alternativa fue la que adoptó inicialmente Alfonsín, y así le fue�. El primer indicio de que el candidato había impuesto su visión fue el archivo de la investigación sobre el uso de los fondos reservados del Senado por parte de Rückauf.

Testimonio y poder

�Queremos ser un partido del poder y no un partido testimonial�, repetía Alvarez para justificar cada retroceso de sus posiciones históricas. El Frepaso fue dejando en el camino las reivindicaciones socioeconómicas que fundamentaron su nacimiento, desistió de las alianzas sociales con los sectores castigados por el ajuste. Graciela Fernández Meijide hizo silencio sobre las cuestiones de derechos humanos que fueron su camino de aproximación a la política. Ante el desencanto creciente de quienes, sin afiliación partidaria, anhelaban un cambio de personal, de valores y estilos en la política, pero también de la alianza social gobernante, la respuesta de Alvarez bordeó el cinismo. Esos sectores no tienen otra opción electoral. Igual nos van a votar, dijo. 
Así fue, pero el Frepaso llegó al gobierno en condiciones de extrema debilidad. Sus instancias organizativas nunca se desarrollaron. El Frepaso no discute políticas sino candidaturas, algo que calza bien con la personalidad de su jefe. A la participación colectiva prefirió la decisión solitaria, con un par de laderos que compartieran su visión del debate político como un engorro que resta tiempo y fuerzas para la aplicación de tácticas. Uno de ellos fue desplazando a todos los demás. Era un mendocino pragmático, heredado de Bordón después de la ruptura. El tiempo lo reveló más activo que fiel. 
Quienes suponían que el partido de Alvarez y Alberto Flamarique era el componente de centro-izquierda de la coalición oficial constataron que tema por tema se colocaba incluso a la derecha del radicalismo. En su respaldo acrítico al voto en Naciones Unidas contra Cuba, a la ortodoxia liberal del equipo económico, al ajuste salarial, a la reforma laboral, a la privatización de la salud pública, Alvarez sobreactuó. Llegó a recriminarle al radical Moreau falta de lealtad al presidente, por reclamar la reimplantación de los aportes patronales a las empresas privatizadas. 
El guiño de complicidad que Alvarez y Flamarique se cruzaron al terminar la sesión del Senado en la que se votó la ley que el Fondo Monetario Internacional reclamaba para bajar los costos salariales, como con sajona precisión informó el New York Times, describía la difícil situación del Frepaso dentro de la Alianza. Con la bandera de la sensibilidad social hecha jirones, y la de la transparencia manchada por los escándalos que afectaron al Frepaso bonaerense y a sus dirigentes Fernández Meijide y Mary Sánchez, sólo le quedaba hacer flamear la de la eficiencia, para lo que el presidente gustara mandar. El problema era la incongruencia entre tales directivas y las concepciones que el Frepaso defendió hasta su acceso al gobierno. La divisa de la transparencia había ocultado la falta de definiciones políticas del Frepaso. La idea de que los recursos ahorrados al suprimirse la corrupción solucionarían los más graves problemas sociales era una prestidigitación con las cifras, al comparar magnitudes económicas tan dispares, un modo de ignorar la inequidad esencial del modelo económico, que no había voluntad por corregir. Pero sin esa consigna, ¿qué quedaría del Frepaso? Alvarez estaba siguiendo las huellas de Menem y empezó a recibir insultos en la calle.

Política y delito

Recuperar su rol de denunciante de las prácticas que hacen que los jóvenes asocien política con delito, como dijo en su despedida del poder, es tanto una táctica política como una necesidad psicológica de supervivencia. De la Rúa no está dispuesto a ceder ese rol. Pero si en 1998 Alvarez se retractó porque percibió que la opinión pública no lo favorecía, ahora parece estar ocurriendo lo contrario. Las situaciones relativas de los socios son distintas. El radicalismo posee al menos una clara inercia reproductiva, expresada, para bien y para mal, en su aparato partidario. El Frepaso es más virtual y su home page debe renovarse todos los días, con material que atraiga a un público más exigente, tan inclinado al fervor como al desdén, según lo que perciba.
Ante un hecho tan grave como la renuncia a la vicepresidencia, los dirigentes del Frepaso no estaba deprimidos, sino eufóricos, como el propio Alvarez desde que se erigió en el azote del Senado. Los gestos de alegría ponen en duda las palabras de compromiso con la continuidad de la Alianza. Si los acuerdos fueron cada día más difíciles en los últimos diez meses, no se facilitarán ahora. En sus mensajes del viernes, Alvarez y De la Rúa profundizaron el disenso. Sus visiones sobre lo que ocurrió en el Senado son contrapuestas. Aníbal Ibarra, quien necesita de la coalición para gobernar su distrito, intentó desde Roma impedir la fractura y propició un diálogo entre Alvarez y De la Rúa que ratificara la Alianza. Pero no fue escuchado. De la Rúa confundió sus atribuciones legales con la legitimidad política de sus decisiones. Su mandato constitucional le permite designar a quien se le ocurra. El contrato político de la Alianza lo obligaba a consultarlo, primero con su partido, luego con su socio. La provocación que escogió pone a la Alianza in extremis y es posible que el presidente tenga tiempo de arrepentirse. La presencia de Alvarez lo fortalecía, tanto política como institucionalmente. El temor a una presidencia del Frepaso jugaba a su favor. Desde el viernes ha pasado a ser concebible que en algún momento también De la Rúa se aleje. En las nuevas condiciones ninguna invocación a la disciplina partidaria bastará para que la bancada del Frepaso vote cualquier ley que envíe el Poder Ejecutivo. En el mejor de los casos, se abrirá un proceso de negociación tema por tema, tal como ocurre con los partidos provinciales. La pérdida de la mayoría en la Cámara de Diputados abre un nuevo capítulo en la historia del bipartidismo. O dicho en términos menos formales, en la relación de Nosiglia y Barrionuevo.

 

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