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�La máscara es un órgano de relaciones sociales�

Mario Buchbinder y Elina Matoso dirigen el Instituto de la Máscara, que está cumpliendo 25 años. Desde esa experiencia, repasan un cuarto de siglo de historia social de la Argentina.

Buchbinder es psicoanalista; Matoso es licenciada en letras. Ambos fundaron el Instituto.


Por Luis Bruschtein

t.gif (862 bytes) �Para un país con tantos problemas de identidad no resulta una coincidencia que aquí haya surgido tan fuerte esta experiencia de la máscara�, afirma a Página/12 el médico psicoanalista y psicodramatista Mario Buchbinder quien, junto a su esposa, la licenciada en letras Elina Matoso, dirige el Instituto de la Máscara, que este mes cumple 25 años. En ese tiempo la experiencia derivó hacia espectáculos de danza y de teatro �uno de ellos se presentó en Teatro Abierto en 1982� y en la creación de la carrera de Coordinador de Trabajo Corporal. �La máscara puede servir para ocultar o para desenmascarar; nosotros la proyectamos en este último significado: la poética del desenmascaramiento, caminos de la cura�. 
�¿Qué celebran en estos 25 años del Instituto de la Máscara?
M. B.: �Celebramos fundamentalmente una continuidad, una línea, un tema y los proyectos. Un tema de inserción de la máscara en la cultura, que hemos hecho durante estos años, alrededor de la problemática del cuerpo, de la máscara en sí.
E. M.: �Creo que celebramos haber sido consecuentes con una línea que entrecruzaba distintas líneas, que tenía que ver con el arte, con la psicología, con la creatividad o con lo grupal. En el �75 esto era realmente innovador, pero no se sabía si se iba a sostener y fue creciendo cada vez más. La máscara fue un elemento que le dio consistencia porque se instaló desde la importancia de la heterogeneidad, de lo múltiple, de las distintas miradas.
�La máscara empieza desde su elaboración artesanal, pasando por el aspecto terapéutico, hasta lo teatral...
E. M.: �Se trata de sacar ese trabajo de un lugar fijo que no es la máscara del teatro, la máscara de un ritual, o la máscara de un cirujano, por decir una actividad, sino el significado de la máscara como el de muchas miradas, que puede ser para la terapia, para la expresión, para el teatro o la danza, para lo expresivo.
M. B.: �En lo humano siempre está implicada la máscara, desde las máscaras tribales en las comunidades primitivas, hasta las máscaras sociales, lo carnavalesco, que no es sólo el Carnaval, sino como cultura carnavalesca, la aparición de una cultura popular donde la máscara tiene un lugar importante y después simplemente está la máscara que tapa el rostro y también hay una visión más extendida que tiene que ver con el disfraz como máscara. Después fuimos viendo que los hábitos, las profesiones, eran máscaras también. Y llegamos a la definición de que la máscara es el órgano de superficie del conjunto de las relaciones sociales.
�En la historia del Instituto, hay un punto de inflexión cuando participan en Teatro Abierto, como si allí confluyeran todos sus planteos...
M. B.: �Sí, durante la dictadura, en el �78, hicimos un espectáculo en el Teatrón y después nos dimos cuenta de que allí estaba representado mucho de la problemática de los desaparecidos, de la represión y todo el tema de la destrucción. Ese mismo año inventamos un espectáculo que denominamos Mascarada: el público venía, confeccionaba máscaras con técnicas plásticas sencillas y luego participaba en escenas breves. Lo hemos hecho con 50, 200, 500 personas, en plena dictadura en Los Teatros de San Telmo. Nos daba temor tener esa gente reunida con un movimiento grande. Después participamos en Teatro Abierto ya con una puesta teatral, no con participación del público, sino con puestas del Teatro de Máscaras, donde el teatro se construye a partir de las experiencias con máscaras.
�En ese momento, la idea de máscaras con la que ustedes habían empezado a trabajar formó parte de un fenómeno social más amplio que era el retorno a la democracia...
E. M.: �Exacto, era sacar a la gente de un lugar de espectador, que después se siguió trabajando con la democracia. Pero ese momento fue muy importante porque pudimos hacer algo del orden de salir del lugar de espectador.
�¿También fue importante el reconocimiento oficial de la carrera?
E. M.: �La carrera de Coordinador de Trabajo Corporal fue reconocida hace cinco años. Es la primera carrera que hace de lo corporal no un campo ligado a la danza, a la educación física o al deporte, sino que pretende ser otra mirada del cuerpo que signifique creatividad, que cuerpo tiene que ver con expresión, con el gesto, el lenguaje directo, las relaciones vinculares. Esto no era aceptado institucionalmente. Otro momento importante para mí fue entrar a la Universidad como docente en la materia Teoría General del Movimiento en la carrera de Artes. Lo primero que creyeron los alumnos fue que los iba a hacer bailar y lo que entendieron finalmente es que el arte tiene una manera de reflejar cuerpo y el cuerpo tiene que ver con el arte. Ahora asisten antropólogos y de otras carreras. No es mérito personal, el mérito está en haber dado lugar a una mirada.
�Ahora todos los asesores de imagen hablan del cuerpo y los gestos.
E. M.: �Pero está hecho en forma ficticia...
M. B.: �Eso tiene que ver con cómo jugamos el tema de la máscara: si se juega la máscara para enmascarar, o en función de desenmascarar. Como las cirugías plásticas de los políticos o cómo se levantó el culo Manzano. Desenmascarar es abrir a la comunicación, abrir al pueblo, abrir a las identidades, a lo creativo. Definimos nuestro trabajo como la poética del desenmascaramiento. En el desenmascarar y en el abrir hay posibilidades de crear nuevas relaciones, nuevos movimientos, nuevas significaciones, nuevas historias, por ejemplo, en un sujeto en particular. Con tanta destructividad a nivel de las relaciones sociales, de la solidaridad, de la caída de los grandes relatos, unimos esta poética del desenmascaramiento a la poética de la cura. Junto con el desenmascarar y el construir está la posibilidad de que, en la relación con los otros, es importante la construcción.
�No parece casual que haya surgido esta idea del desenmascarar, aquí, en Argentina.
M. B.: �La máscara no la inventamos nosotros, es milenaria. Pero en el campo de las relaciones humanas con la intensidad con que nosotros la trabajamos y las elaboraciones que realizamos, podríamos decir que sí. Hemos dado clases en Italia, Finlandia, España, Estados Unidos, Chile, Uruguay, Brasil, Cuba, Polonia, Israel y México.
E. M.: �Cuando empezó la democracia nos hizo esa pregunta la escritora Luisa Valenzuela. �¿No les parece raro que en el período que se dio en el país ustedes hayan trabajado con las máscaras�. Es una coincidencia. Y eso nos dio para pensar nuestro trabajo desde otra mirada, de orden social, desde la identidad, que me parece que germinó porque éste es un país con grandes quiebres en estas identidades.

 

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