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el Kiosco de Página/12

�Porque te quiero, te apedreo�

Por Juan Sasturain

Cuando el sábado a la noche el joven y azorado árbitro Brazenas decidió en La Plata que Gimnasia y Huracán no jugarían porque todavía no se inventó el fútbol al tacto (aunque los ciegos lo hacen y tan bien, como se ve en sensible campaña publicitaria), muchos pensaron que el apagón que convirtió al Bosque en el ámbito paradigmático de Caperucita al agregarle tenebrosas tinieblas no era sino un acto de justicia: basta de fútbol, todo el mundo a casa y sin tele, a comer, vivir o lo que sea, que se fue la luz...
¿Pero por qué se fue la luz? ¿Por qué volvieron las Tinieblas al Bosque y a la pampa chata en general? “Porque se cayeron dos torres en Bolívar”, dijo la usina de excusas (ya que no de fluido eléctrico) de la privatizada de turno. “¿Y por qué se cayeron las torres en Bolívar?”. Por la tormenta, claro. Más precisamente por el granizo. ¿Y de dónde viene el granizo? El granizo, como todo lo que la gravedad precipita, viene del cielo para el pronóstico y del Cielo para la plegaria. Desde que el hombre mira para Arriba, pide y se queja, espera y desespera, semblantea al oculto interlocutor, siempre ha estado pendiente, atento a los mensajes que bajan desde Allá y preocupado por decodificar su sentido. Claro que a veces se le queman los papeles: el granizo es difícil de digerir.
La Lengua del Cielo, ese aparatoso repertorio de gestos climáticos con que se expresa el Infinito, tiene sus reglas y economía. Entre pedidos y respuestas, plegarias e imprecaciones, los mensajes suben y bajan: hay diálogo. Va sed y baja agua. A veces, de más: porque incluso los excesos tienen sentido. Inundaciones (y sequías) no son sino demasías de celo en la respuesta: “¿Querías agua?. Ahí va” o “¿Te cansa la humedad? Ahí va”. Truman Capote, citando a Santa Teresa, ha sostenido con perspicacia que la mayoría de las desgracias son producto de las “plegarias atendidas”. Hay muchas variantes del cuento de los tres deseos y de los genios literales de Las mil y una noches, de equívoca solicitud. Todo termina mal, como siempre.
La idea es que el talante de Arriba es factible de ser desculado a partir de sus reacciones, sus respuestas. La lluvia es su rostro apasionado y sensible, expresada en nubes y desgarramientos aparatosos; la sequía –cielo azul, aire limpio– es la respuesta indiferente, la ausencia, el vacío del que te deja vivir, pero te desconoce, te puede matar con una sonrisa lejana; la nieve son las ganas de reír, el impulso estético, la joda incluso a tu costa, el recreo personal. Y está bien: todos alternativamente piden agua, quieren nieve o esperan que todo pare y despeje. Sólo queda el granizo: nadie jamás pidió granizo.
Las piedras congeladas no son de la misma calaña. Caen desde otro tiempo, son un gesto supérstite de otra era, de cuando el Cielo se expresaba con un repertorio más variado e imprevisto: el maná que permitió comer en el desierto, la lluvia de fuego que cocinó a los sodomitas. De punta o de perfil, todo podía caer entonces del Cielo. El granizo es -como el olímpico y personalizado rayo– un gesto duro e insólito de los de aquellos tiempos.
Si nadie lo pide –porque no “sirve” para nada sino para joder, como los mosquitos–, ¿qué significa? El granizo es un exabrupto, un gesto brusco y breve, un coscorrón celestial, una puteada irrazonable, instintiva, que baja violenta, inmotivada y contundente. En la Lengua del Cielo, la Piedra Helada que cae como un insulto sin aviso ni atenuante es casi una demostración de autoridad expresada con fastidio: a ver si la acaban, che. El granizo excepcional del sábado que rompió todo en cinco minutos, apagó la luz, suspendió el fútbol y provocó las patéticas imágenes de pobre gente cascoteada sin piedad y con puntería desde un Cielo irritado tiene toda la pinta de un gesto de supremo fastidio. No faltará el frívolo que pese los pampeanos huevos de hielo para anotarnos en el Guinness y compita por Internet con los que cayeron en 1938 en Dinamarca, en 1970 en Portugal. Si todavía El es criollo y no tramita la doble ciudadanía como tantos con menos derechos, harto de nosotros, porque nos quiere nos apedrea.


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