Por Carlos Mendo *
Desde Washington
A 11 días de la gran cita electoral para decidir quién se convertirá en el 43º presidente de Estados Unidos, la incertidumbre sobre el resultado final sigue siendo la protagonista de la campaña. Nadie comprende por qué a esta altura de la película ninguno de los dos candidatos, el demócrata Al Gore y el republicano George W. Bush, consigue distanciarse del rival en las encuestas, aunque esta semana el gobernador de Texas termine con una ligera ventaja en casi todos los sondeos, inapreciable si se aplica el margen de error admitido en las radiografías demoscópicas. Ante esta situación, el ciudadano medio comienza a ironizar sobre la conveniencia de suspender la votación y decidir el resultado �a cara o cruz�.
La perplejidad en que está sumida la ciudadanía afecta por igual a los cuarteles generales de los dos candidatos, que ya no saben qué recomendar a sus pupilos para adelantarse en la carrera. En elecciones anteriores, a sólo 10 días del Día-D, los aspirantes a la Casa Blanca concentraban sus esfuerzos en un número de estados, nunca superior a la media docena, cuyos votantes podrían bascular hacia uno u otro bando. En esta elección, las cosas no están claras en una quincena de estados y no quedan días para visitar todos, a pesar de que tanto Gore como Bush recorren todos los días, en un país de dimensión continental, una media superior a los 1500 kilómetros.
La lucha es tan reñida y la indecisión de los votantes es tan acusada que los candidatos tienen que desplazarse a territorios que hace meses consideraban como seguros para volver a machacar su mensaje. Esta misma semana, Al Gore, hijo predilecto de Tennessee, tuvo que regresar a su tierra, donde su familia reside desde hace generaciones y cuyo padre sirvió brillantemente los intereses estatales en el Senado de Washington, en un intento desesperado de asegurarse los 11 votos del estado en el Colegio Electoral, institución que constitucionalmente elige al presidente y vicepresidente. Por su parte, el mismo día, Bush dedicaba sus esfuerzos a Florida, estado gobernado por su hermano Jeb y que, hasta hace poco, estaba en la lista segura de los republicanos y que, a 10 días del 7 de noviembre, empieza a vacilar como consecuencia de la emigración a sus ciudades de miles de profesionales de otras partes del país, cuyas intenciones de voto constituyen una incógnita.
Las incursiones a terrenos que ambos candidatos daban por conquistado hace sólo unas semanas les impide dedicar todos sus esfuerzos a los llamados battleground states o estados de primera línea, que son los que van a decidir la elección, como, por ejemplo, Michigan (18 votos electorales), Wisconsin (11), Washington (11), Oregon (7), Ohio (21), Pensilvania (23) y Virginia Occidental (5).
Por su tradición liberal y su comportamiento electoral en pasadas elecciones, varios de estos estados deberían estar claramente al lado de Gore. Pero esta vez no ocurre. El vicepresidente tiene que luchar en algunos de ellos, Oregon, Washington (estado, no la capital federal) y Wisconsin con un enemigo inesperado, el candidato de Los Verdes, Ralph Nader, cuyas posturas progresistas y antiestablishment han calado hondo en un sector clave de la población, y, en otros, de honda tradición sindical, como Michigan, que alberga en Detroit el cuartel general de la industria automovilística norteamericana, y Virginia occidental, estado carbonífero por excelencia, donde las posturas ecológicas de Gore frente al motor de combustión y anticontaminación no son precisamente una buena tarjeta de visita ante los trabajadores de ambos estados, a pesar de que el candidato demócrata tiene el apoyo oficial de la confederación sindical AFL-CIO y del sindicato de trabajadores del automóvil. Consciente de esa debilidad de Gore, los republicanos han contratado los servicios del popular ex presidente de Chrysler, Lee Iacocca, que, en unos anuncios televisivos,arremete contra el candidato demócrata, cuya política ecologista, dice, �constituye una amenaza para los puestos de trabajo del estado�. �Al Gore puede considerar el coche como un enemigo, pero en Michigan (el automóvil) nos asegura el puesto de trabajo�, afirma Iacocca en unos de los spots.
Los avances del iconoclasta y árabe-americano Nader en el oeste podrían hacer peligrar la victoria de Gore en California, la �joya de la Corona� en la lista del vicepresidente, sin cuyos 54 votos electorales, el candidato demócrata perdería irremisiblemente la Casa Blanca.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.
UN ESCENARIO DE PESADILLA CONSTITUCIONAL
Cuando el que gana, pierde
Por C.M.
Por primera vez desde 1888, y ante el empate virtual de los dos candidatos en intención de voto, el 7 de noviembre podría contemplar una situación en la que un candidato perdiera la Presidencia a pesar de ganar el voto popular. Fue lo que le ocurrió al presidente Grover Cleveland ese año. Obtuvo 110.476 votos más que su rival, Benjamin Harrison, pero éste ganó la Casa Blanca al conseguir la mayoría de los votos del Colegio Electoral.
Porque hay que recordar que las elecciones presidenciales en este país no son directas sino indirectas. Los ciudadanos eligen en cada estado un bloque de electores, que son, a su vez, los que votan al presidente y vicepresidente �el miércoles que sigue al segundo lunes de diciembre�. Cada estado tiene un número de electores que es igual al de los senadores (siempre dos por estado) y diputados (varían según el censo estatal) que envía al Congreso de Washington. El sistema que se aplica para la asignación de votos es el mayoritario puro: el candidato que tiene un solo voto popular más se lleva todos los electores del estado, con excepción de Maine y Nebraska, donde se aplica el sistema proporcional. En la actualidad, el Colegio Electoral, al que no pueden optar ni congresistas ni funcionarios federales, está compuesto por 538 miembros.
La pesadilla de esta elección es que podría producirse no sólo la anomalía señalada anteriormente �por ejemplo, un Bush vencedor del voto popular y un Gore ganador del Colegio Electoral� sino también un empate a votos en el Colegio Electoral, como ya ocurrió en 1800 con Thomas Jefferson y en 1824 con John Quincy Adams. Pero, tranquilos. Todo está previsto. Si se produce un empate, la Cámara de Representantes lo deshace con una votación en la que a cada estado se le asigna un voto y el Senado hace lo propio con el vicepresidente.
Los Fundadores de la República se inclinaron por el voto indirecto para proteger los intereses de los estados pequeños e impedir que los presidentes procedieran siempre de los estados más populosos. Una prueba más de la teoría de los controles y equilibrios sobre la que se basa la bicentenaria Constitución estadounidense.
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