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PANORAMA POLITICO
Por J. M. Pasquini Durán

Rehenes

Cuando acepta sin chistar las crueles condiciones de doce prestamistas, cabecillas de carne y hueso de esa abstracción que llama mercado, y rezonga contra los infortunados que cortan rutas, queriéndolo o no el Gobierno pervierte las relaciones de la política con la sociedad, confunde las prioridades nacionales y defrauda a sus votantes. Peor todavía cuando la respuesta a la explosiva combinación de injusticia, desesperación y bronca sin salida queda en manos de la represión. La violencia desbordada ayer en General Mosconi y Tartagal (Salta), zona vaciada por la privatización de YPF, tras el asesinato de un manifestante con un balazo en la cara, incendió una comisaría y oficinas públicas y saqueó comercios en la ciudad. Los antecedentes de Teresa Rodríguez de Neuquén (asesinada por la represión oficial aunque la bala fuera de un calibre distinto al de las armas reglamentarias) y los crímenes en Corrientes, aún impunes, que inauguraron la actual administración, más los cortes de ruta que se multiplican en el país, son huellas precedentes de un reguero que nadie sabe cómo puede terminar.
A pesar de la vertiginosa confusión de estos días, de las oleadas de rumores, de los subibajas en las Bolsas de Valores, en términos políticos pueden distinguirse tres movimientos contradictorios de distinto espesor que provocan la ebullición superficial mientras cada uno busca imponerse sobre los demás. El primero es la demanda de un liderazgo enérgico, enarbolada por los conservadores y los ortodoxos del ajuste perpetuo, que significa lo mismo de siempre: un Poder Ejecutivo personalista que haga de la Justicia una servidumbre y del Congreso una máquina de aprobar. En términos éticos desean, a lo sumo, abaratar las coimas para compartir menos las ganancias. Otra vez el unicato menemista, con diferente rostro, dispuesto a aplicar lo que Domingo Cavallo llama “la segunda generación de reformas estructurales”.
O sea, desbaratar lo que sobrevive del sistema previsional heredado del antiguo Estado de bienestar para reforzar más las cajas privadas; eliminar los impuestos al capital aunque aumenten los del consumo masivo; cancelar los estatutos remanentes que se opongan a la máxima precariedad laboral; transferir la atención de la salud al control privado; asfixiar el presupuesto universitario para imponer el arancel obligatorio; reducir la producción educativa a los requerimientos imprescindibles de la economía concentrada; desguazar a la banca estatal, el Banco Nación en primer lugar, que pueda perturbar la aplicación de tasas de interés de máxima rentabilidad; expulsar empleados públicos en masa, sobre todo en las provincias, y contraer los recursos del Estado, en sus tres niveles, a la mínima expresión; garantizar el pago estricto de las interminables deudas con los prestamistas privados; y cualquier otra medida del mismo género que haya quedado pendiente desde la década pasada. Los muy glotones quieren más, muchísimo más, de lo mismo. Basta comparar esta plataforma conservadora con los anuncios oficiales de ayer para entender cuál es el sentido final de las últimas decisiones presidenciales.
Para realizar este programa no sirve la Alianza que ganó las elecciones hace un año, que presumía de centroizquierda, porque el Gobierno debería instalarse en la derecha sin vergüenzas ni vacilaciones. Por eso, una maciza propaganda golpea a Chacho Alvarez y Raúl Alfonsín, acusando al renunciante de causar la crisis política y al ex presidente de espantar inversores por boquiflojo, como si ésos fueran sus pecados verdaderos. Ese es el “golpismo oculto” que Fernando de la Rúa denuncia pero no combate y, por el contrario, le abre espacio cada vez que intenta dar señales de máxima autoridad. En ese proyecto, Domingo Cavallo se ofrece como el aliado natural, invocando la representatividad que le otorgan los “mercados” de las oligarquías transnacionales, ya que en las urnasnacionales consiguió el diez por ciento de los votos ciudadanos y un tercio en las de la Ciudad de Buenos Aires.
No toda la culpa es del chancho, según el refrán popular. Las réplicas del Gobierno a la presión conservadora es el segundo movimiento en el cuadro político general. Desde que se instaló en la Casa Rosada la coalición que emergió por voluntad popular, desistió de su plataforma electoral para perseguir en vano la aprobación del FMI y de sus seguidores. Jamás comprendió que era una carrera inútil porque quienes gobernaron de facto durante la década menemista son como tigres cebados, insaciables. Después de un año de prolijos deberes, el Gobierno sólo consiguió quebrar la relación con su base popular, desde la clase media para abajo. Aislado y débil, está incapacitado para responder a los golpes de mercado y apenas si puede consentir: el riesgo-país subió por encima de Colombia y de Venezuela y el costo del dinero trepó hasta donde sólo llegan los más ricos sin desangrarse en el camino. El Presidente ufano –“Somos más” era su consigna de victoria– estaba anoche rindiendo examen frente a la mesa de los que son menos.
El Frepaso, bastión del progresismo, parece verse a sí mismo instalado en una encrucijada: si se va del Gobierno les hace el campo orégano a los conservadores, pero si se queda en el rol actual será una falsa coartada dentro de una coalición que ya es más virtual que real. El mayor gesto de rebeldía, la renuncia a la Vicepresidencia, que levantó fervor popular como el comienzo de algo, perdió consistencia en los pasos posteriores cuando su máximo líder decidió organizar a las muchedumbres juveniles por caminos cibernéticos y, además, con la condición de renunciar desde ese movimiento hipotético a la lucha por el poder, que es lo mismo que renunciar a la política. Además, la otrora candidata triunfal es hoy en día una ministra desacreditada por su gestión y por su espíritu viajero, que camina sobre cáscaras de huevo.
Ellos, que supieron ganar la confianza pública expresada en millones de votos, deberían saber cuál es la salida a las falsas opciones. Por ahora, Alvarez eligió la de Ezeiza y viajó al Brasil, porque quizá espera que los hechos decidan por su cuenta. A lo mejor, la pregunta correcta sería ésta: ¿Por qué no aprender de los conservadores y, desde la otra vereda, pelear igual con uñas y dientes por las propias convicciones, en lugar de jugar al gallo ciego y mudo? A estas horas, hay una quincena de diputados nacionales que buscan la respuesta justa porque están indispuestos con la idea de adherir al Presupuesto 2001 a libro cerrado y a ser un engranaje más de la máquina de aprobar. Mientras trepida la cúspide de la convergencia en el Gobierno, en algunas zonas de la base social se insinúan otros frentes posibles.
En el corte de ruta de La Matanza confluyeron dirigentes vecinales, gremiales y políticos del Frente Grande, la CTA, la Corriente Clasista, del peronismo, sacerdotes y miles de matanceros. Esa conducción política ofreció interlocutores válidos a la hora de negociar con las autoridades y evitó las explosiones anárquicas como las de ayer en Salta. Los cazadores de brujas, en su mediocridad, creen que la presencia de la política en la base social envenena el medio ambiente, cuando en realidad es la única expectativa abierta para la democracia porque reconcilia a la gente común con las representaciones orgánicas. Pero la diferencia no fue la mera existencia de una conducción responsable sino el criterio básico que los inspiró. En tanto el gobernador Romero analizó el estallido social equiparando a la protesta con delincuentes comunes –“hay que tratarlos como ladrones de banco”, declaró–, en La Matanza elogiaron al intendente Ballestrini del PJ porque se “había amigado con el conflicto”. Ahí hay una clave del tercer movimiento –que no es la “tercera vía”, por cierto, a la que ya nadie nombra– en el paisaje nacional. La multisectorial que acudió al Congreso esta semana, con la CTA y la CGT disidente a la cabeza, es otra expresión de frentes de lucha, aunque el Presidente y el ministro de Economía no acudan a sus coloquios. En estos frentes radica, sin duda, cualquier posibilidad de resistencia al programa conservador.
Los conservadores reclaman liderazgos autoritarios, pero la mayoría popular pide gobernantes confiables. Cuando en Tartagal el huracán de saqueos parecía indetenible y las autoridades se declaraban impotentes, una monja desde la plaza principal convocó a procesión y echó bálsamo sobre las heridas abiertas. Lo mismo hizo el párroco de General Mosconi, mientras el gobernador confundía la irracional desesperación de la miseria sin horizontes con atracos planificados. No en balde fueron convocados de urgencia el arzobispo de Salta y el obispo de Tartagal para evitar las reincidencias violentas. En el último día de sesiones plenarias de la asamblea episcopal, la realidad se empeñó en mostrar la crueldad de la situación que había denunciado monseñor Karlic, el lunes pasado, en su homilía durante la misa inaugural de las deliberaciones. Hay obispos que no quieren asfixiar al Gobierno con sus condenas, así como otros sienten nostalgia por el menemismo pasado, pero cómo podría la cúpula institucional del catolicismo ignorar en el documento que se conocerá hoy el sufrimiento de los desvalidos y los desamparados y retacearles la debida solidaridad. La “opción por los pobres” es lo único que puede evitar que la Iglesia se convierta también en otro rehén del ajuste perpetuo.


 

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