Por Suzanne Goldenberg*
Desde Beit Sahour, Cisjordania
Un
día antes de partir con rumbo a Washington y al saludo final del
presidente Clinton al proceso de paz, el primer ministro de Israel, Ehud
Barak, no estaba arrepentido ayer por el asesinato del militante palestino,
que fue enterrado entre los tañidos de campanas de iglesias y el
ruido de disparos. Monjas y hombres armados, empresarios de mediana edad
con pañuelos almidonados en los bolsillos, e islamitas en túnicas
flotantes se presentaron de a miles para el entierro del líder
del partido Fatah de Yasser Arafat y de dos mujeres mayores muertas en
un rico suburbio de Belén por misiles de helicópteros artillados
israelíes.
Los ataques del jueves unieron a los palestinos, suprimiendo las divisiones
religiosas, clasistas y de afiliación política y uniendo
a la población en el dolor y la furia. Pero Barak, impertérrito
ante la creciente resolución palestina de continuar con su intifada,
dijo que Israel estaba comprometido con una nueva política ofensiva
de ataques preventivos. Seguiremos con estas operaciones,
dijo el primer ministro durante una visita a los cuarteles generales del
ejército en Cisjordania. Atacaremos a aquellos que nos ataquen.
La dura postura de Barak seguramente va a causar más consternación
en Washington, donde el presidente Clinton se reunió el jueves
con Arafat en otro intento de llevar a Israel y a los palestinos de la
guerra a las negociaciones.
El líder palestino dijo que había reafirmado su compromiso
de lograr la paz y aun de hablar directamente con Barak, siempre que tal
encuentro tuviera más oportunidades de éxito que la cumbre
de Camp David en julio pasado. Debía visitar las Naciones Unidas
esta noche para presionar por su campaña para lograr una fuerza
de protección internacional en Cisjordania y Gaza. La diplomacia
restablecida no trajo muchas señales de esperanza. Seguimos
frustrados, dijo el vocero de la Casa Blanca, P. J. Crowley. Es
improbable que esa situación cambie mañana cuando Barak
se reúna con el presidente Clinton. Ayer, dijo que sería
un tanto improbable esperar una reanudación de las
negociaciones. En cambio, como lo hizo tantas veces durante estas últimas
seis semanas, Barak dijo que primero se debía terminar la violencia.
Pero en Beit Sahour, donde miles se reunieron en un patio de escuela local
alrededor de los dos féretros de las dos mujeres envueltos en la
bandera, que fueron las primeras víctimas de esta nueva política
militar ofensiva, para los palestinos era claro que Israel era la fuente
de la violencia. Este es un verdadero crimen... que le hacen a nuestro
pueblo, dijo una monja del colegio San José en Belén.
Detrás de ellas había un camión cargado de adolescentes,
en remeras negras impresas con la imagen del más nuevo de los mártires:
Hussein Abayat, un líder local de la milicia Fatah de Arafat, vestido
de fajina y con un rifle de asalto. Abajo con la rama de olivo,
arriba con el arma, cantaban.
Israel dijo que Abayat era responsable de la muerte de tres de sus soldados
y de los disparos nocturnos en el asentamiento judío de Gilo, construido
en tierra confiscada a un poblado palestino en los bordes del sur de Jerusalén.
Los palestinos consideran su asesinato y la matanza de las dos mujeres
como una clara señal de que Israel apuntó sus armas sobre
el movimiento Fatah de Arafat, que ha estado predicando la paz durante
siete años. Ayer, la sensación de traición era profunda.
Venganza, venganza para los tres palestinos asesinados con sus misiles,
dijo el imán que presidía el funeral de las mujeres.
Otro soldado israelí resultó herido afuera de Ramalá,
mientras durante el día de la ira declarado ayer, los
choques se sucedían a lo largo de Cisjordania y de Gaza. Ayer,
por lo menos tres palestinos fueron muertos y 168 heridos, dijo la Sociedad
de la Medialuna Roja.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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