Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
ESPACIO PUBLICITARIO


LA INDUSTRIA DEL TERROR CRECE EN BUENOS AIRES
veni que te asusto

Se han vuelto a poner de moda: fantasmas, vampiros, muertos vivos pueblan diversos escenarios. Son actores, ex deportistas, obreros que aprenden a dar miedo. Aquí cuentan cómo lo hacen. Conozca a los monstruos porteños.

Por Alejandra Dandan

Cardíacos y claustrofóbicos, abstenerse: esta nota puede provocar m-i-e-do, o, a lo menos un sustito. El motivo: Buenos Aires está jaqueada. Un ejército de monstruos está por atacar. Buscan flancos débiles, especialmente las molestas cavernas del inconsciente. En la web se prepararan antídotos para combatir a esos seres de ultratumba. Una guía virtual de supervivencia contra monstruos aconseja: “Cuando sus hijos empiecen a hablar en latín o con voz ronca, dispáreles: a la larga terminará agradeciéndolo”. Fuera de la red, en plena urbe, un contestador no para de advertir sobre la andanzas de espíritus encargados de desenterrar temores profundos: “guaja ja ja –se ufana la voz–, enfréntense a los límites de su propio miedo”, y por las dudas avisa: “Nos morimos por recibirlo”. Y no mienten. Son los malos, made in Buenos Aires. Son ex obreros, ex aceiteros o ex actores de segunda línea, ahora habitantes de sótanos montados bajo las normas bizarras del género. Los malos atienden en trenes fantasmas, castillos del terror y laberintos. Se entrenan para dar miedo, pero no sólo asustan. También exorcizan: mientras la crisis económica castiga, los porteños corren a conjurar sus miedos entre los túneles del terror donde ahora los monstruos hasta se visten de piqueteros.
Los pasillos son oscuros, anticipa uno de los monstruos de Haedo en la entrada del Castillo del Terror, construido sobre 300 metros cuadrados en el Showcenter. No corran, recomienda a los visitantes, tampoco se queden parados: jamás retrocedan, avancen en todo momento.
Para los creadores del horror no hay pánico más genuino en las cavernas que las disparatadas reacciones de los consumidores del género. “Por eso les decimos que no retrocedan –dictamina el Maestro, monstruo guía del castillo de Showcenter–: se desmaya uno y le pasan todos por arriba. Es absolutamente animal la cosa.” Por eso el Maestro, vestido ahora de su alter ego, Ricardo Santillán, no deja de asombrarse con los efectos del miedo. Sobre todo con uno: la alienación. “El miedo aliena y acá lo ves. La gente se olvida de que está en un juego, que está en el shopping, que es de Boca o es domingo.”
Y así, la fábrica del miedo se pone en funcionamiento. “Adelante.... –invita, ronco, un monje capuchino–, hace siglos los estábamos esperando.” Mientras los flujos salivales de los diez visitantes se aceleran, el monje ronco insiste con que a partir de allí se recorrerá un laberinto repleto de criaturas diabólicas. Y encima se ríe.

Buenos Aires fantasma

Los fabricantes de espectáculos de miedo con factura nacional reconocen como origen el legendario tren fantasma del Italpark. Desde su clausura hasta mediados de los noventa lo que siguió, dicen, fueron producciones de pseudopánico donde se ensamblaban sólo escenografías dominadas por pobres diablos. Desde hace tres años el género volvió a activarse. Durante ese período, se abrieron tres megacomplejos de monstruos humanos, además de otros dos en Bariloche y Mar del Plata, que atacan sólo en temporada.
Marcelo Angiolín administra uno de los Laberintos en el Parque de la Costa. Los otros epicentros del mal quedaron en cambio encerrados bajo los Showcenters de Haedo y Martínez. Juan Tenaglia, de Indiana Mystery, se adjudica la reinvención del género en Buenos Aires. Comenzó hace tres años con el castillo de Haedo, un elegido día 13 de diciembre. El otro castillo del miedo está en Martínez. Hace un año desembarcó allí la norteamericana Terror, administrada aquí por Alejandro Cossavella, un hombre del mundo del teatro.
Los juegos del terror tiene detractores y cultores más finos. Y de eso discuten los creativos divididos entre los que apuestan por el terror electrónico y los que articulan escenarios con monstruos vivos. A la lista de paseos, Miguel Battaglia le agrega los suyos. Es dueño de ese Dragón Aéreo armado en el patio de juegos del Unicenter de Martínez. Su juguete no está atendido por humanos, sino por seres electrónicos. El engranaje inspirado en juegos informáticos trabaja con efectos especiales donde se cruzan el rigor del láser, tonos negros y grises y una estética futurista. Battaglia es museólogo, víctima de torturas de no ficción en el Pozo de Banfield. De regreso del exilio, dice, vendió tomates sobre un carro prestado hasta que consiguió un espacio sin demasiada censura para la creación.

Pido gancho

No hay culpa entre los malos. De eso habla el Maestro, guía del castillo de Haedo. Ex Moisés Guevara en la película del Che, Santillán se pone serio para detallar:
–Me fascina asustar.
–¿No le da lástima?
–No, si es un juego. Los monstruos nos medimos. Vamos advirtiendo cuando estamos llegando al límite del tipo, por la mirada lo notamos.
–¿Por qué cree que la gente se asusta en un juego?
–Porque igual atraviesa una situación desconocida.
–¿Se meten por placer?
–No, porque es un juego: nadie se va a meter de noche en un cementerio.
Juan Tenaglia ha experimentado durante horas para ajustar mecanismos del horror en Haedo. Para montar los escenarios del castillo se encargó de inspeccionar desde morgues judiciales hasta cementerios. De un rezago en el cementerio de Morón cargó algunas lápidas que dejó desparramadas tierra adentro. Hasta el cajón de Drácula, asegura el hombre, no es de utilería ni fue estrenado durante el show. O sea, perteneció a un muerto. Sólo esa información espanta, no a las visitas que por la sucesión de sustos no pueden ni admirarlo, sino al propio Drácula obligado por el guión a meterse cada día en el cómodo cajón.
La búsqueda obsesiva por los detalles escénicos no se detiene. Los de Mistery han colocado entre sus sets hasta la tierna lapidita de una nena. “No es que no tengamos límites, los hay –advierten–, de hecho tuvimos que sacar un fantasma porque la gente se nos caía desplomada”, asegura seriamente el apoderado de la filial argentina. El hombre habla de una proyección de luz blanca que levitaba entre lápidas verdosas del cementerio de mentira del castillo. El haz blanquísimo iluminado como un fantasma consiguió mientras duró la mayoría de los desmayos (y también insultos) entre las visitas. Al final fue eliminado.
Lejos de ahí, en el oeste, Tenaglia acaba de meterse a uno de sus pasadizos favoritos: el cuarto de la poseída, la chica que en el castillo juega al exorcista. “Me vi la película miles de veces: descubrí cómo hacer para que la cama se mueva y active las ventanas”, va contando antes de apoyar una mano en el maldito mecanismo que provoca, de pronto, que todas las puertas se abran y golpeen. Aunque para el hombre es un problema, por suerte todavía no sabe cómo abrir y cerrar mecánicamente los cajones del ropero: “Porque si lo hago –insiste, empecinadísimo–, no va a quedar demasiado espacio para la gente”.

La mujer de Drácula

Los golpes de todos modos no faltan. Y no son sólo producidos por elementos mecánicos. La gente golpea desenfrenada sólo como respuesta al miedo.
El consejo número 84 de la guía del terror recomienda:
–Si la cruz de su iglesia está puesta al revés, busque la salida más próxima.
El problema para los que huyan será, en todo caso, encontrarse a Mariela Tartaglia con su cruz de endemoniada estampada en la frente. Es la poseída que cada noche deja su cama disparada por el resorte de Tenaglia. Desde su lecho de espanto inspecciona cuántos golpes y tropiezos provoca entre los visitantes cuando su mano aprieta el resorte y sale disparada. “A veces los veo tan locos –dice– que tengo que salir del papel para frenarlos.” Pero los problemas para la monstruo no terminan. Su cara de desvarío suele activar el morbo entre algunos visitantes que buscan probarle la cama.
La fábrica del terror tiene estadísticas propias. De cada cincuenta visitantes del castillo, detalla Juan Tenaglia, diez quedan fuera de juego: “Hay muchos que se hacen pis, pero la mayoría se desmaya”. La trastienda del castillo tiene una habitación lista para los más débiles, aunque nada indica que se hará lo mismo para incorporar pañaleras.
Marcelo Armand todavía no entiende por qué cuando se lo cruzan en el castillo y vestido de monstruo hay mujeres que repiten:
–El señor es mi pastor, nada me puede faltar.
A la fórmula, otras le agregan un murmullo, a veces histérico: “¡¡Aléjate, Satanás, aléjate!!”. Justo a él, dice, rubio y de ojos azules.
Drácula está ahora sentado en uno de los rincones del paseo de compras. Es uno de los monstruos mimados por la tribuna femenina. Es que a la legendaria mitología del conde de Transilvania, los varones de Haedo le sumaron seducción propia. En ese trámite anda ahora Mauricio Buzón, ex voleibolista de Ferro devenido en varón vampiro. “Lo de Ferro no daba porque nada más me pagaban la casa y yo tenía que hacer otras cosas para vivir.” Había llegado de Entre Ríos y la necesidad de sobrevivir lo dejó un día en las puertas del castillo. Pasó por todos los escenarios, incluso por ese cajón de muerto desde donde ahora se levanta despacito.
Los vampiros así son los más beneficiados. Por eso ellos recomiendan: “Si su mujer de pronto queda hipnotizada frente al cajón de Drácula, evite reproches de celos y corra a un analista: ella padece el síndrome de vampiresa”. Y no hablan de una leyenda. Repiten la historia de una mujer de Haedo. Durante treinta días, excepto dos miércoles, pagó diez veces cada vez su boleto de entrada para acercarse solamente a la tumba de Drácula. “No se movía, se quedaba en esa escena y no había forma de convencerla para que se fuera: cuando la sacábamos pagaba y volvía a entrar”, dice Tenaglia todavía turbado. La conducta de la señora no se alteró, ni siquiera, cuando decidieron desenmascarar al conde. “Señora –la sacudieron–, éste es Drácula.” Y le mostraron al conde sin chorros de sangre ni cara de vampiro.
–No funcionó –sigue Tenaglia–; la mujer estaba enamorada del personaje.

 


 

EL TERROR SE MODERNIZA Y SE ADAPTA SEGUN EL SECTOR SOCIAL
De los monstruos a los piqueteros

Por A.D.

El rubio en breve cambiará sus rulos por una capucha de fraile. Los tirabuzones los coloreará de café y la cara, de obvia baba roja. El rubio, ya de capuchino maldito, se pasa un dedito por la cara surcada de sangre y, en vez de espantar, convida: “Es miel con colorante, probá”. Truco, monje y rubio, no lo saben, pero están muriendo. Y sí. El tema es que ya no sólo deben competirles a los mecanos y monstruos tecnotrónicos de la tevé y la informática, ahora la pelea incluye un cóctel de mutantes con siluetas de piqueteros y torturadores made in Buenos Aires.
Fabián Orfano es el autor de esa idea que en Martínez intenta “meter en esta historia (de terror) la cultura de acá”. Por eso apenas notó que la traducción al español del guión de sus jefes americanos en lugar de miedo daba risa resolvió alterarlo sin consultas a la jerarquía. A ese acto insurrecto incorporó otro: nada menos que piqueteros. Alojados en los fondos de la cavernas de Martínez, los piqueteros, sin rutas para paralizar, vagan cargados de bastones y cadenas esperando descargarse sobre las víctimas chetas del barrio. Los diarios, dice Orfano, son una de las fuentes desde donde los monstruos succionan, no yugulares, sino noticias malvadas que aceleran ritmos cardíacos de los visitantes.
Los enemigos así están más cerca. No son ya villanos mitológicos, no hace falta actualizar molestos recuerdos de ese inconsciente siempre rector. O al menos de eso parece hablar uno de los creativos del juego, para quien los miedos terminan también metamorfoseados por la clase.
“Fijate cómo cambian las cosas –va diciendo Miguel Battaglia–; el vagón tipo western entrando a una mina no asusta porque hoy los miedos son otros.” Por eso sus cavernas de animatrónix pueden volverse buenas consultoras de espantos. “No puede ser igual un juego de Haedo que el de Martínez –sigue el fabricante–: los miedos de la gente son distintos.”
La hipótesis psi que rápidamente improvisa Battaglia articula la fábrica de horrores con los miedos colectivos. “La gente de Martínez que tiene las cuestiones económicas prácticamente resueltas tiene miedos que están más cercanos con la inseguridad, el miedo al otro.”
Por eso recoge esos pánicos para disfrazarlos de monstruitos en sus juegos: “Yo puedo poner un cocodrilo saliendo de un pantano a uno de Martínez, pero si se lo pongo a un pibe de Chaco, con más contacto con los animales, seguro que se acerca para acariciarlo”.
Algo de todo esto se le cruzó por la cabeza también a Juan Tagliano de Indiana Mystery, cuando preparó el diseño del castillo en Colombia. “Ya nos dijeron –aclara–, con lo violentos que son allá, no podés asustar tanto porque enseguida se creen que los vas a asesinar y capaz que te matan.”
En el otro rincón, el productor de juguetes electrónicos cultiva trabajo y un juicio crítico que lo aleja de los espacios donde el terror se acciona por la interacción con un otro humano. Los motivos para Battaglia son varios, pero los principales son que en los pasillos oscuros se altera a los visitantes, pero también a los monstruos, más explotados que villanos. “Las horas de trabajo son demasiadas repitiendo la misma escena y no son actores –cuenta–: es Juan que era un obrero y se puso a trabajar de monstruo.”

 


 

¿POR QUE RESULTA ATRACTIVO SENTIR MIEDO?
Un espacio para la catarsis

Por A.D.

Hay algo de exorcismo logrado entre los pasadizos del terror. De eso hablan algunos de los especialistas consultados por Página/12 para tratar de desentrañar el porqué de la obsesión de entrar a un juego para morirse de miedo. A la explicación psi, uno de los artífices de la mecánica del terror le opone su propia teoría: “Es un juego recomendado para la catarsis: acá adentro todos tienen permiso de gritar”, y mucho.
Para Beatriz Zelser, de la Asociación Psicoanalítica Argentina, la explicación debe buscarse en el binomio del placer-terror. “Cuando la realidad es muy imbancable –dice–, cuando la sociedad no protege, cuando no hay espacio para que lo que nos ocurre se mediatice a través de un cuento o pesadilla, aparecen esos productos.” Para la psicóloga las personas responden a los clásicos del ser humano, al gran otro, dice, de uno mismo que persigue, la madre bruja, devoradora; el hermano que mata, la caída que expulsa de este mundo. En realidad, advierte, es preferible jugar estos juegos, a padecer crisis de angustia donde no hay ficción sino una realidad psíquica que hace creer al sujeto que está frente a una situación de muerte. Frente a eso, se levanta el espacio del juego. Incluso éstos donde quedan armadas las ficciones para no sufrir la realidad acuciante del día al día.
Casi un escape. La salida donde una puerta se seduce vestida de horror. Ese juego para Natán Sonis, psicoanalista y psicólogo social, es un modo de ejercer dominio sobre una situación que desde lo cotidiano jaquea la existencia del sujeto.
Para Sonis, de todos modos, los elementos de terror han virado. Reclutados tiempo atrás entre brujas y fantasmas, hoy existe un desplazamiento: “El otro como semejante es amenazante a mi seguridad”. Esa es para el analista la característica de los juegos de guerra: aniquilar al otro como goce perverso de disfrute. Se conjura al miedo, es cierto dice, pero es una conjura ficticia: nunca se termina de eliminar al objeto hostil y, por eso, lo del eterno retorno. “Se juega en esas cavernas a eliminar así un obstáculo –explica– que en verdad nunca se elabora de manera más eficaz.”

 

 

KIOSCO12

PRINCIPAL