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ENTREVISTA CON EL PEDAGOGO NORTEAMERICANO HENRY GIROUX
“La escuela debe enseñar a luchar”

Quiere jerarquizar la tarea docente y evitar que el liberalismo le quite rol de �intelectual público� al maestro. Y advierte sobre el peligro para la democracia de privatizar la escuela.

Por Nora Veiras

“Debemos acercarnos a la reforma educativa como un asunto de liderazgo moral y político y no como un tema de administración. Debemos recordarnos a nosotros mismos en este momento en que predomina el individualismo que el consumismo no debería ser la única forma de ciudadanía ofrecida a nuestros niños y que las escuelas deberían funcionar para servir al bien público y no ser vistas como fuentes de ventajas particulares aisladas de la dinámica de poder y equidad”, postula y se apasiona Henry Giroux ante un auditorio colmado de estudiantes de Ciencias de la Educación. Con su pelo largo, su arito y sus inmensos anillos, este pedagogo estadounidense que en los ‘70 descolló dentro de la Pedagogía Crítica desafía estereotipos no sólo estéticos y apuesta a la escuela y a los medios como espacios de resistencia de la cultura dominante. Llegó a Buenos Ai- res desde la Universidad de Pennsylvania para participar en el congreso nacional organizado por la Asociación de Diarios de la República Argentina y aprovechó para dialogar con los maestros sobre la trascendencia de su rol como “intelectuales críticos”.
–¿Cuál es su impresión de las charlas que tuvo con docentes en distintas ciudades del país?
–Tengo la sensación de que los docentes perciben una relación muy fuerte entre educación y democracia y entre aprendizaje y la noción de “cambio social”. Pareciera que hay realmente instalada una sensación de que no hay una democracia que marche y que funcione sin un sistema educativo que de alguna manera abra una posibilidad y sin una educación que no le hable a los alumnos de comprometerse social y críticamente. Creo que aquí el docente entiende lo que es el conocimiento, pero pregunta sobre el compromiso y la justicia social.
–Se dice que la escuela argentina es “caja de resonancia” de conflictos sociales y problemas económicos y que se termina desvirtuando su función pedagógica por tener que atender estos problemas. ¿Usted lo ve así?
–Estoy de acuerdo. Evidentemente, muchos de los problemas impactan en la escuela, y la escuela sola nunca cambia una sociedad; pero al mismo tiempo, la escuela es uno de los pocos lugares en donde las preguntas pueden ser formuladas críticamente. En un sentido, la escuela representa una de las pocas esferas sociales en la que los alumnos tienen la posibilidad de cuestionar la relación entre la escuela y la sociedad. Quizás la escuela es el único lugar donde los estudiantes pueden formularse preguntas acerca de a qué deberían parecerse la escuela y la sociedad. No se trata solamente de aprender a vivir en sociedad sino a cambiarla cuando sea necesario. La tensión es entre una escuela que enseña a los chicos cómo ser gobernados y otra que les enseña cómo gobernar.
–En gran parte de América latina, las posibilidades de ese cambio social se ven muy acotadas, dado que parece imponerse un modelo único. ¿Qué hace ese chico que sale con ganas de modificar esto, para hacerlo?
–Esto habla de la importancia del rol que tienen las escuelas. Las escuelas deben proveer condiciones para que los alumnos se conviertan en actores políticos. La ciudadanía no es un tema privado. Cuando el chico deje la escuela debe estar preparado para poder pelear, combatir y transformar las cosas que son importantes. Lo que no queremos hacer es educar a los chicos para que crean en un modelo autoritario y corporativo, en donde no haya oportunidades para combatir y pelear. No queremos que crean que no hay oportunidades para resistir. Estas peleas son difíciles, y no pueden darse en soledad. Pienso que, si se quiere vivir en democracia, uno de los elementos más importantes que los chicos tienen que aprender en la escuela justamente es saber pelear.
–¿Cómo puede hacerlo la escuela si los medios de comunicación incitan al chico a verse como consumidor más que como ciudadano?
–Hay tres o cuatro puntos que quisiera remarcar: la escuela debe tener claro su sentido y su propósito; debe definirse a sí misma como una esfera única y esencial, capaz de educar a los alumnos para que entiendan cómo funciona el capitalismo, con sus limitaciones, y que existe una alternativa por la que hay que pelear. Hay que educar a los docentes y la escuela los tiene que ver como intelectuales públicos; debe tener claro que la cuestión del aprendizaje no es un objetivo más. También deben permitirles a los alumnos que participen del gobierno de la escuela y proveer experiencias para sugerir a los alumnos que su rol es de sujetos activos y no como simples consumidores. Tiene que saber que hay una relación entre conocimiento y poder, y que hay que resistir a la lógica del mercado.
–¿Qué diferencia existe entre la visión tradicional del docente en el aula y la del docente como “intelectual público”?
–La mayoría de los maestros, por lo menos en los Estados Unidos, son formados para ser loros; aprenden métodos, pero no tienen sentido de su función social. Como grupos y como individuos pueden desempeñar un rol fundamental, ofreciéndoles a los alumnos lenguaje y conocimiento no para que se adapten pasivamente a la sociedad sino para que la transformen cuando sea necesario. Por lo tanto, los docentes deben entender su función como una práctica ética y política, no técnica. Para hacer esto, tenemos que tener una visión del tipo de sociedad que queremos que los estudiantes creen. También tenemos que tener en claro la relación entre conocimiento y los efectos que produce. Mi deseo es defender las condiciones laborales de los docentes, su autonomía y habilidad como fuerza vital para la defensa de una democracia orgánica. Esta visión es opuesta al liberalismo y la visión comercial de la escuela, que nunca comienza con la palabra “justicia” sino con la palabra “beneficio”. No se ve la escuela como un bien social, sólo como un bien privado. A largo plazo, esto representa no sólo la muerte de la escuela como esfera pública sino también un ataque al Estado de bienestar, a la justicia social y a la democracia.
–Entonces, el neoliberalismo usa a la escuela como un instrumento más para legitimar la segmentación social...
–La derecha neoliberal ve a la escuela como uno de los lugares más peligrosos de la sociedad, como un lugar de batalla contra la privatización de la sociedad. Esperan descapacitar a los docentes y convertir a la escuela en una cultura corporativa que eduque a los chicos como consumidores y segmente la vida pública. Como la escuela es uno de los pocos lugares que quedan donde las preguntas pueden ser formuladas abiertamente, y como la escuela es un lugar donde se resiste la idea de que “democracia” y “mercado” son lo mismo, por eso mismo se convierten en lugares de batalla, junto con los medios.
–En la Argentina hay un discurso que se escucha con insistencia que dice que las escuelas deben ser redituables y que el Estado no puede “despilfarrar recursos”, entonces se propone subsidiar a la demanda. ¿Qué pasa en los lugares en donde se aplican estas ideas?
–En los Estados Unidos, muchas corporaciones y grandes compañías han subsidiado estos esfuerzos y en muchos casos los políticos que apoyan estas ideas están vinculados con la derecha y dominan el debate en los partidos. Sobre la política de privatización que implican los “vouchers”, en Estados Unidos no hubo discusión sobre el desmantelamiento del Estado de bienestar que llevan implícito. Esta política es un ataque a los chicos de las clases trabajadoras, a las escuelas pobres urbanas y especialmente a los chicos negros. También es una manera de transformar la definición de “escuela”, sacándola del lugar de la política pública, ya que estamos en un espacio donde lo único que interesa es el beneficio individual. La escuela se está transformando en un lugar de beneficio privado. Entonces, los que no tengan recursos para hacer la elección, terminan en escuelas absolutamente segmentadas, las peores escuelas. Es un discurso vicioso, que sólo beneficia a los chicos de clases medias y altas, y convierte a la escuela en socia de las corporaciones. La escuela se convierte en un lugar de entrenamiento para producir trabajadores.
–Cuando se habla de la crisis del Estado de bienestar y que el Estado “ya fue”, ¿cómo mantiene la esperanza de un rol activo del Estado en la educación?
–Porque me parece que lo que tenemos que reconocer es que a medida que el Estado va desapareciendo, y con lo difícil que está la relación entre la sociedad civil y la cultura corporativa, lo único que al Estado le queda no es preguntarse si las escuelas van a sobrevivir sino si la democracia va a sobrevivir. Porque si se habla de reformar las escuelas sin reformar la democracia, uno se queda sin argumentos. Cuando todo se reduce a algo pragmático, en cómo sobrevivir en una sociedad que trata a cada uno como una expresión del mercado, es una gran oportunidad hablar de la crisis de la escuela en relación con la crisis del Estado y de la democracia misma. Por lo cual, la escuela tiene que tener un nuevo rol, definiendo su función como vital para la democracia, además de ayudar a mantener a la democracia viva.
–Usted dice que los medios de comunicación son uno de los pocos lugares de resistencia.
–La cuestión pedagógica no pasa sólo por las escuelas. Hay otros lugares, entre los cuales están los medios. Todo eso representa ese lugar de la cultura donde lo pedagógico se convierte en político. Esos son los lugares reales donde los chicos están segmentados: la cultura popular y los medios. Como decía Gramsci, reconocemos en el más amplio sentido que en la posmodernidad están las últimas armas de pelea. Este es el lugar donde las opciones están disponibles para que la gente elija sobre lo que significa vivir o no vivir realmente en democracia. Son los elementos para resistir, para oponerse, porque ofrecen la posibilidad de cuestionar el presente, pensando en el futuro. Los conservadores siempre entendieron esto, mucho mejor que la izquierda o que la izquierda de Estados Unidos, que tiende a creer que la cultura política no es “política” realmente. No entienden cómo lo político se convierte cada vez más en pedagógico y lo pedagógico en político. Esto los intelectuales argentinos lo van a tener que tomar muy en serio, sobre todo por las nuevas tecnologías y la concentración de poder, que no se limitan tampoco al Estado-Nación; Disney va afectar tu vida y la de tus hijos, de la misma medida en que afecta a mis hijos hoy. Está en todos lados.

 

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