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FUE LANZADO EN LA ARGENTINA EL AÑO INTERNACIONAL DEL VOLUNTARIADO
El auge de trabajar gratis por los demás

Son los militantes del 2000: en lugar de un partido, como en los 70, optan por una organización social. Y ayudan a la gente en forma desinteresada. Unos 3,5 millones de argentinos participan del fenómeno. La ONU lanzó ayer el Año del Voluntario para potenciar esa tarea.

En Buenos Aires, muchas ONG participaron del lanzamiento
que se hizo en la Facultad de Derecho.

Por Mariana Carbajal

Alejandro Montagne (39) es cirujano y dos veces al año viaja con su camioneta y un grupo de médicos al Impenetrable chaqueño para atender a comunidades tobas, donde la mitad de los chicos tiene Chagas y dos de cada diez se mueren antes de cumplir 5 años. Andrés Tocalini (31) es religioso marianista y armó en General Roca, Río Negro, un hogar-refugio para sacar a los chicos de la calle. Nahuel Levaggi (21) es estudiante de antropología y dedica la mayor parte de sus horas a colaborar en un comedor comunitario de la Villa 20, en el barrio porteño de Lugano, donde además brindan apoyo escolar. Son apenas tres historias (ver aparte) del fenómeno solidario que viene expandiéndose en los últimos años en el país, ahí donde el Estado no llega. Entre 2.200.000 y 3.500.000 de argentinos realizan tareas voluntarias, de acuerdo con distintas estimaciones. Aunque los gratifica, la posibilidad de prestar asistencia a personas sin recursos económicos también los expone a sufrir un estrés particular: el que genera la frustración por no poder colmar la demanda –prácticamente ilimitada– de los desamparados (ver aparte). Para que su labor sea reconocida y potenciada, la ONU proclamó el 2001 como el Año Internacional del Voluntariado, celebración que fue lanzada ayer en Buenos Aires en forma simultánea con el resto del mundo.
Hasta hace una década prácticamente no se conocían otros voluntarios que no fueran bomberos. Hoy el voluntariado argentino tiene múltiples caras. Cáritas es la entidad con mayor número de voluntarios: 45.000. La siguen el Club de Leones y la Cruz Roja. Según precisó el secretario de Salud porteño, Marcos Buchbinder, en los hospitales públicos de la ciudad de Buenos Aires hay “unas dos mil personas” que acompañan y asisten a pacientes que no tienen familiares ni amigos que los contengan durante la internación. “Hay dos tipos de voluntariado: el que tiene que ver con el altruismo, es decir, alguien que no está afectado por un problema que trata de solucionárselo a otros que sí lo tienen; y el que tiene que ver con la solidaridad y generalmente involucra a gente de menores recursos que se agrupa para resolver un problema común”, explicó a este diario Mario Roitter, investigador del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (Cedes), que en el marco de un proyecto de la Johns Hopkins University, de los Estados Unidos, analizó el fenómeno del tercer sector en la Argentina.
De acuerdo con las estimaciones del Cedes, actualmente unos 2.209.000 de personas realizan actividades en forma desinteresada por los demás. Su tarea es equivalente al trabajo que realizarían 203.860 empleados a tiempo completo (8 horas diarias). Una proyección de Gallup Argentina, en tanto, calculó el número actual de voluntarios en 3,5 millones de habitantes, lo que representa al 26 por ciento de los mayores de 17 años. Según Gallup, en 1999 eran el 20 por ciento. El mayor número de voluntarios se observó entre los encuestados que tienen entre 35 y 59 años, entre los universitarios y entre quienes pertenecen a la clase alta y media alta. Seis de cada diez reconocieron que su vida cambió a partir del momento en que decidieron servir a los demás.
“Lo cierto es que no existen en el país mediciones certeras del fenómeno. Es una deuda del Estado realizar un relevamiento del voluntariado”, admitió a Página/12 María Catalina Nosiglia, titular del Centro Nacional de Organizaciones de la Comunidad (Cenoc), que coordina en la Argentina el Comité Nacional del Año Internacional del Voluntariado, que fue lanzado ayer por el Gobierno y una serie de organizaciones sociales, en la Facultad de Derecho de la UBA, con una serie de actividades: desde entrega de premios a proyectos comunitarios innovadores y exitosos hasta charlas y exposiciones sobre el tercer sector.
El crecimiento del voluntariado no sólo es un fenómeno argentino. “Es un movimiento internacional”, indicó Roitter. Los voluntarios locales cumplen tareas en cooperadoras escolares, clubes sociales o deportivos, hospitales públicos, el área cultural, organizaciones comunitarias, religiosas ovinculadas a religiones, entidades de derechos humanos o medio ambiente y comedores populares. “La característica del voluntariado argentino es que está vinculado a organizaciones”, precisó Nosiglia. Roitter señaló que uno de los países con un tercer sector muy desarrollado es Estados Unidos. “Pero hay diferencias sustanciales con los voluntarios argentinos –advirtió el investigador–. Allá, una gran parte son personas que se jubilaron jóvenes y no tienen un rol que cumplir en su estructura familiar. Acá, los abuelos no solo no tienen recursos sino que además, muchas veces se encargan del cuidado de sus nietos. Otro sector importante en Estados Unidos son los jóvenes: en muchas universidades y colegios la tareas solidarias son un tema curricular.”

 

El comedor de los chicos de la villa

Nahuel Levaggi tiene 21 años, es educador ambiental y estudiante de antropología en la UBA. Vive en Palermo con sus padres y se gana unos pesos para subsistir como profesor de ecología en un jardín de infantes y como guía de la Reserva Ecológica de la Costanera Sur. Desde los 15 años solía viajar al sur para llevar ayuda a comunidades mapuches. El año pasado tomó conciencia de que la necesidad estaba a la vuelta de su casa y se sumó a una iniciativa que venía andando desde 1996 impulsada por alumnos del Colegio Nacional Buenos Aires, a la que hoy dedica la mayor parte de su tiempo: en un centro cultural que levantaron en la Villa 20, de Lugano, tienen un comedor que alimenta diariamente a 95 chicos y madres, los fines de semana brindan apoyo escolar y desarrollan una serie de talleres para adultos, de comunicación y lenguaje, pintura y teatro, entre otros. Ahora acaban de conformar una murga, la primera que tiene el barrio. “Saber que vivimos en una sociedad injusta, que las reglas no son las mismas para todos”, dice Nahuel cuando se le pregunta qué lo motiva al trabajo solidario. “El eje del proyecto es lograr una mejor calidad de vida a través de la educación. La idea es que lo nuestro sea el puntapié inicial para que puedan autogestionarse”, precisa. Junto a él participan de la iniciativa unas 35 personas más entre estudiantes secundarios y universitarios. “Puedo hacer esta tarea porque tengo la suerte de que mis padres me dan techo y comida”, dice Nahuel.

 

Los médicos que atienden a los tobas
Cinco años atrás tuvo la inquietud de viajar al Africa para brindar atención médica a los más pobres y consultó a un sacerdote que había visitado el continente negro. El religioso le pinchó, en cierta forma, la idea. “No tenés que viajar tanto. A 1000 kilómetros vas a encontrar las mismas necesidades”, le sugirió. Así, Alejandro Montagne, un cirujano de 39 años, de Los Parajes, en el sur de Santa Fe, reclutó a médicos amigos y conformó un grupo de siete profesionales que dos veces al año se traslada a Pampa del Indio, a 300 kilómetros de Resistencia, en el Impenetrable chaqueño, donde viven 14 comunidades tobas con unas 8000 aborígenes. “Tres de cada 4 tienen tuberculosis; la mitad de los chicos tienen Chagas y 1 de cada 5 no llega a cumplir los 5 años”, describió Montagne. Las comunidades no tienen luz ni agua potable, viven de la pesca y de la caza, pero pasan hambre debido a la escasez de animales por la tala del monte.
Cada vez que viaja, el grupo permanece una semana entre los tobas. Llevan pizarrones, pupitres, colchones, ropa, muebles viejos y bicicletas. Uno de los profesionales es oftalmólogo. Otro se encarga de fumigar las chozas para combatir a la vinchuca del Chagas. “Siempre he trabajado en hospitales públicos y nunca vi enfermos que se mueran de hambre o de sed. Ahí los vi y duele mucho. Las enfermedades de los aborígenes no son raras, son muy comunes, pero por falta de alimentación, una gripe o una diarrea, los compromete severamente”, cuenta a Página/12 el cirujano, que ayer participó del lanzamiento del Año Internacional del Voluntario.
“Es simple, cada vez que vamos nos sentimos útiles”, explica Montagne los motivos que los mueven a dedicar parte de su tiempo a esta acción. Hace seis meses su familia se agrandó. Una mujer toba, con 10 hijos, le entregó en adopción una de sus chiquitas de 6 años. Ahora el cirujano tiene 5 hijos.

 

Un refugio en la Patagonia
Cuando en 1996 llegó a General Roca el religioso marista y psicólogo Andrés Tocalini, de 31 años, se topó con una realidad cada vez más visible en la ciudad rionegrina: los chicos de la calle que mendigaban, limpiaban vidrios de autos y llevaban carritos por unas monedas frente al principal supermercado. Con una religiosa empezó a acercarse a los adolescentes. Primero trabajó con Cáritas y después sumó al municipio (que puso personal rentado), la Cámara de Comercio (que les dio recursos) y la Universidad (con estudiantes de trabajo social) para llevar adelante el Proyecto Ninquihue, un hogar-refugio para chicos de y en la calle, y una panadería para capacitarlos y ofrecerles una salida laboral. La iniciativa ganó ayer el primer premio (5000 pesos) del Concurso Nacional de Experiencias Asociativas, convocado por el Ministerio de Desarrollo Social y en el que participaron 235 proyectos de todo el país. En la casa-refugio viven entre 8 y 12 jóvenes y alrededor de 60 pasan diariamente por el lugar. “Trabajamos haciendo acompañamiento familiar para que puedan volver a sus casa, tratamos de que puedan continuar con la escuela y que tengan un oficio para armar su propio proyecto de vida y así salir de la calle”, explicó a este diario Tocalini, enviado al sur, desde Buenos Aires, por su congregación. “Más que el premio que nos dieron, la mayor gratificación que siento hoy es que Martín, uno de los chicos del refugio, acaba de terminar séptimo grado y otros dos jóvenes obtuvieron su diploma de computación. Eran chicos condenados a la carrera carcelaria, que ahora pueden hacer una historia distinta”, reflexionó.

 

 

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