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el Kiosco de Página/12

Un soto
Por Juan Sasturain

Se sabe que el soto –más allá de lo que diga la Academia– es una popular unidad de medida que se utiliza para estimar la importancia relativa de algo o alguien. El soto se utiliza para mensurar lo que importa, vale o puede darse, entregar por una cosa. A diferencia de lo que sucede con otras unidades de apreciación igualmente populares –como el carajo, por ejemplo–, del soto sólo se menciona la unidad: un soto. Carajos suelen mencionarse hasta tres (“no vale tres carajos”), pero nadie ha ido más allá en la enumeración del soto solitario a la hora de formular un juicio valorativo: ni tres sotos, ni diez sotos, ni mil... Eso no existe.
Tal vez por eso mismo, en ciertos casos la palabra soto suele aparecer con mayúscula (Soto), ya que adquiere de pronto la singularidad de lo irrepetible. O más aún, de lo valioso. Es que, trastrocando la regla, el soto devenido en Soto cambia de signo, pasa de ser índice clásico de lo desdeñable (“me importa un soto”) a rótulo que define lo importante, lo fundamental. Como sucedió ayer.
Nadie daba, hasta una semana atrás, un soto por las esperanzas de River de salir campeón. Tras la derrota de Boca ante Independiente el domingo pasado, la mayoría seguía no dando un soto por la ilusión del equipo de Gallego y, menos aún, cuando los manejos de influencias hicieron que el potencial verdugo de los punteros boquenses, Chacarita, cediera graciosamente sus privilegios de localía para jugar en Vélez con el malherido puntero: nadie daba un soto por el triunfo de los falsos locales. Sin embargo, Chacarita le ganó justamente a Boca entre las cuatro y las seis de la tarde y en ese momento –sin paradojas– ya nadie daba un soto por la posibilidad de que el Campeón Intercontinental pudiera llegar a serlo también de este devaluado Apertura.
Precisamente eso sucedía porque cuando a las seis pasadas de la tarde empezó el partido entre River y Huracán en el Monumental, nadie daba un soto por lo que pudiera hacer el equipo de Parque Patricios frente al ambicioso –por entonces– segundo con perspectivas de puntero y campeón potencial a plazo fijo. Y el soto se redujo aún más –si cabe– cuando Saviola puso a River 1-0 durante el primer tiempo y virtualmente lo colocó en la puerta del triunfo y del campeonato. Menos de un soto valía la ilusión de Boca y por el destino de Huracán.
Sin embargo, a los 12 minutos del segundo tiempo, se trastrocó la gramática, se rompió el uso y la costumbre y el Soto pasó a usarse con mayúscula –excepcionalmente– y no fue un valor negativo. Sólo por esa única vez, un Soto (con mayúscula) importó. Y fue un Soto importante e importado: Derlis Soto, delantero paraguayo de Huracán, al cumplirse la primera docena de minutos del segundo tiempo recibió un pase forzado pero muy preciso de Chaparro entre los centrales rivales y entrando solo -nadie marcaba un soto en River y menos a éste en particular– convirtió el gol del empate con un toque cruzado y preciso.
El partido siguió –faltaba más de media hora– y la mayoría no daba un soto por la posibilidad de que Huracán aguantase. Pero aguantó. Y terminó. Y a las ocho de la noche River había quedado un punto abajo de Boca pese al regalo de las seis de la tarde y a partir de ese momento y hasta ahora –hoy lunes– nadie ya da un soto por las ilusiones de River de ser campeón. La historia no tiene moraleja, pero tal vez haya que inventarle una. Supongamos que se siga midiendo, evaluando en sotos. Y así será. Se seguirá diciendo que algo no vale o que no se da un soto. Lo que va a ser más difícil de sostener es el concepto de importar. Hay que considerar al Soto. Es importante. Nunca más “me importa un Soto”. Un Soto importado te puede amargar la tarde, el año...


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