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QUIEN ES QUIEN EN EL EQUIPO QUE MANEJARA LA CASA BLANCA DESDE EL 20 DE ENERO
Un conservador muy compasivo (con los ricos)

�Conservadurismo compasivo� es la consigna del presidente electo George W. Bush, pero lo primero parece correr sólo para los pobres y lo segundo para los ricos. Esta investigación enfoca a un grupo de asesores bastante pintoresco, donde se destaca un ex marxista convertido en ultraliberal y místico.

George W. Bush saluda ayer a los niños de una escuela primaria
de Austin durante su primer día como presidente electo de EE.UU.

Por Julian Borger *

Si Al Gore hubiera logrado la presidencia, su entorno en Washington habría sido más o menos la misma casta de jóvenes, ansiosos demócratas que han llenado las sucursales del café Starbucks en la Avenida Pennsylvania durante los últimos ocho años. Pero el triunfo de George Bush significa que Washington tendrá que prepararse para una nueva ola cultural desde Texas. El gobernador traerá una nueva multitud de asesores, expertos, gurúes y parásitos de la mansión de la Gobernación en Austin. Habrá cambios inmediatos. De la noche a la mañana, las botas de cowboy serán de rigor usadas con trajes formales, y la tonada de Texas (tanto en su variedad auténtica como la artificial) resonará alrededor de los cafés de Georgetown.
Pero debajo de la superficie, habrá otra transformación cultural más profunda en el epicentro de la única superpotencia del mundo. Gore tenía la reputación de hacer suyas las decisiones claves. Conocerlo, era saber quién estaba detrás del volante. Bush es un tipo de operador totalmente distinto. Mantiene horas de oficina como las de todo el mundo, y espera que su equipo llegue a un acuerdo sobre una decisión política y se la presente en forma digerible, bastante en el estilo de Ronald Reagan. Así, igual que con Reagan, la identidad de esos asesores tendrá un significado particular para Estados Unidos y para el mundo. Son, para decir lo mínimo, un grupo bastante interesante, una tribu totalmente diferente a los pragmáticos nuevos demócratas que estuvieron en el poder hasta hoy. Tienen más en común con los Reagonautas que con la corte que subsecuentemente dirigiera Bush el Mayor.
El asesor económico clave de Bush es Larry Lindsey, un adherente temprano a la economía ofertista de la era Reagan. La doctrina (famosamente ridiculizada en su momento como “economía vudú” por el padre del gobernador de Texas) constituía una fundamentación académica de la decisión de dar recortes impositivos a los ricos. Según la teoría, los ricos invertirían su botín en la bolsa de valores, dando una inyección moral de fondos e inversión de capital para crear empleos, lo que de traduciría en un “goteo” de riqueza hacia la gente común. Hoy los ofertistas ofrecen una fundamentación teórica al plan de recortes de impuestos de Bush, lo que significaría una entrega de 81.000 millones de dólares (el 60 por ciento de la reducción total) a los 13 millones de contribuyentes más ricos.
El equipo de asuntos exteriores también tiene un dejo de la década de 1980. Condoleeza Rice, la probable asesora de seguridad nacional si gana Bush, trabajó para el padre del gobernador, pero es hija de la mentalidad de Guerra Fría que reinó bajo Reagan. Junto con Paul Wolfowitz (otro reagonauta de la línea dura y posible secretario de defensa), Rice defiende una postura más dura y adversa hacia Rusia y China y una evaluación más determinada de los intereses nacionales vitales, desprovista de las intervenciones humanitarias que florecieron bajo la administración Clinton-Gore. En términos de política económica y exterior, la Casa Blanca de Bush probablemente será una vuelta al pasado. Pero lo verdaderamente exótico –hasta excéntrico– de la futura administración republicana se encuentra en otra parte.
El “conservadurismo compasivo”, slogan favorito de Bush durante su campaña, no es una frase hueca: en realidad está tomada de los escritos de un par de oscuros gurúes conservadores, cuya influencia seguramente crecerá con la reconquista republicana de la Casa Blanca. Uno es Myron Magnet, un halcón cultural de derecha del Instituto Manhattan. Su rival en el corazón y alma de George W. es Marvin Olasky, un ex marxista texano convertido al cristianismo que cree que toda la maquinaria del bienestar social provista por el Estado debería anularse a favor de un regreso de las caridades religiosas y las ollas populares estilo siglo XIX.
Olasky recorrió un largo camino intelectual. Nacido en una familia judía de Boston en 1950, renunció a su religión a los 14 años y se convirtió en un ateo confeso. En Yale, se unió al Partido Comunista, y en 1972 viajó a Moscú en un carguero ruso, para dar fe de su pasión marxista-leninista. Su transformación de 180 grados sucedió sólo un año después, aparentemente como resultado de ver muchos westerns. Hizo un curso de posgrado en cultura norteamericana en la Universidad de Michigan, enfocado en el cine de Estados Unidos. Más tarde dijo que el profundo sentido moral del bien y del mal que encontró en el género de películas del oeste suscitaron en su mente marxista la pregunta: “¿Y si hay un Dios?”. La respuesta no parece haber estado lejos, porque Olasky rápidamente renunció a su afiliación comunista y se convirtió al cristianismo evangelista.
Ahora enseña periodismo en la Universidad de Texas, pero gran parte de su esfuerzo está dedicado a la publicación de un diario conservador cristiano de derecha, ambiciosamente llamado World (Mundo) (y ampliamente dedicado a denunciar a Bill Clinton y todos sus males) y en dirigir la iglesia que fundó en Austin, la Prebisteriana Redentora. Esta iglesia enseña que la mujer no tiene lugar alguno en el liderazgo, habiendo causado ya la caída del hombre en el Jardín de Edén. Olasky dijo una vez que había una “cierta vergüenza relacionada” a la idea de votar por una mujer, porque quería decir que los hombres habían fracasado en su rol. Olasky también cree que los periodistas liberales tienen “agujeros en sus almas” y “practican la religión de Zeus”, lo que cayó como una sorpresa a la prensa de la costa este. “¿Qué quiso decir?” se preguntaban. Frank Rich, un columnista veterano del New York Times, y uno de los acusados de tener un agujero en su alma, dijo: “Todavía no me ha dicho si la religión de Zeus incluye el Bar Mitzvah”.
Aparte de estas distracciones, la fuerza enérgica detrás del trabajo en la iglesia de Olasky y su prolífica escritura es la guerra contra el seguro de bienestar social. En su libro de 1992, “La Tragedia de la Compasión Humana”, sostiene que los programas de la Gran Sociedad lanzados en la década de 1960 debilitan la fuerza moral de los pobres al brindarles un sustento económico: “Cada vez que le decimos a alguien que es una víctima, cada vez que decimos que merece un descanso hoy, cada vez que repartimos caridad a alguien que es capaz de trabajar, estamos lastimando en lugar de ayudar”, sostiene. En cambio, Olasky afirma que la caridad debería canalizarse a través de organizaciones basadas en la fe, que distribuirían donaciones acompañadas por los requeridas fortificaciones religiosas para contrarrestar el efecto de destrucción de la fuerza personal que se deriva de la práctica de dar algo a cambio de nada. Para sostener sus conclusiones, Olsaky una vez se vistió como mendigo y anduvo por las calles, informando después que aunque recibió alimento y abrigo, su verdadera necesidad, la de una Biblia, no fue satisfecha.
La época dorada en trabajos cristianos de caridad, para Olasky, fue en la década de 1890, cuando los agradecidos pobres recibían la asistencia de los “ángeles de los barrios bajos” que daban “con felicidad” a través del “amor de Jesús”. Es la ideología de la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, más Dios. Todo esto explica mucho de lo que ha estado sucediendo en los últimos cinco años en Texas, donde los servicios sociales y los programas de salud de gobierno han estado bajo intensa presión en el mismo momento que el gobernador Bush le informaba al resto del mundo de su compasión más sincera.
Myron Magnet está cortado del mismo paño que Olasky. El profeta conservador tiene unos frondosos y grandes bigotes estilo Dickens (aparentemente inspirados en su estadía en la Universidad de Cambridge) y una filosofía victoriana que le hace juego. Su obra original, “El Sueño y la Pesadilla”, tiene muchas de las ideas de Olasky, al sostener que muchos de los actuales problemas sociales del país son un resultado directo de la contracultura de la década de 1960, que “permitió, aún celebró, conductasque, practicadas por los pobres, los encierran irremediablemente en la pobreza.”
Bush ha dicho que este libro “realmente ayudó a cristalizar algo de mi pensamiento sobre culturas, el cambio de culturas, y una parte del legado de mi generación”. La filosofía subyacente surgió en su retórica de campaña contra la idea de “Si lo siente bueno, hágalo.” Examinando a los genios detrás de los slogans de Bush, esto es más que una promesa que no practicará sexo oral en la Oficina Oval. Sugiere que una victoria de Bush traería a la ciudad una nueva clase política que mira hacia atrás en busca de inspiración, no sólo a los días felices de Reagan, sino mucho más atrás, a la pasado edad victoriana cuando había biblias en las ollas populares y los pobres mantenían su lugar.

* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère.

 

Claves

Ayer el vicepresidente electo, Dick Cheney, recibió en Washington las llaves de las oficinas oficiales de la transición.
Al futuro gobierno republicano le quedan sólo 37 días para llenar 7000 posiciones que
dejará vacantes la administración Clinton.
Promesas electorales de Bush como la baja
de los impuestos, la educación, la privatización parcial del sistema de jubilaciones y la construcción del sistema antimisiles integran la agenda legislativa que Cheney debe coordinar con los líderes republicanos del Congreso –y aun con los demócratas, debido a la paridad de las fuerzas políticas–.
La temida pero esperada desaceleración de la economía norteamericana vuelve más difíciles de cumplir en el corto plazo aquellas promesas que signifiquen un gran
gasto o una merma en la recaudación.
Es posible que los republicanos quieran comenzar su gobierno con una medida más
fácil de consensuar como un aumento general de los salarios militares.

 

LAS PRIMERAS FIGURAS DEL GABINETE DE GEORGE W.
Todos los hombres de papá

Dick Cheney. El vicepresidente electo fue el primer secretario de Defensa de George Bush. Es otro petrolero tejano que ve el mundo a través de sus ojos petroleros, con una tendencia inherente a igualar los intereses norteamericanos con los de las grandes empresas de Estados Unidos. Su lugar en la fórmula presidencial fue para compensar la inexperiencia de Bush Jr. en asuntos internacionales. Es razonable que Cheney asuma el liderazgo en los aspectos de política internacional de la Casa Blanca, al menos en los primeros meses de la nueva administración. Como Gore, Cheney acumulará más poder de lo que es tradicional para un vicepresidente. Pero, a diferencia del vice saliente, no invertirá parte de su tiempo en las conferencias mundiales sobre recalentamiento global.
Colin Powell. Otro rostro de la antigua corte de Bush padre. Powell era consejero de la Casa Blanca en Seguridad Nacional y ayudó a Cheney a mantener la campaña de la guerra del Golfo. Es casi seguro que sea el próximo secretario de Estado norteamericano, reemplazando el entusiasmo de Madeleine Albright por la intervención humanitaria (aún hoy, Kosovo es conocida como “la guerra de Madeleine”) por el pragmatismo de un soldado que llegó a lo más alto corriendo pocos riesgos y cometiendo menos errores.
Paul Wolfowitz. Wolfowitz será, después de Cheney, Powell y Condolezza Rice, el último lado del cuadrilátero de la nueva política exterior norteamericana. El ex subsecretario de Estado de Cheney en el antiguo régimen de Bush es otro veterano de la Guerra Fría que estuvo esperando su oportunidad desde su puesto de decano de la John Hopkins University de estudios internacionales avanzados en Washington. Es un halcón de la Guerra Fría que fue muy crítico de la administración Clinton por su manejo de las relaciones con Rusia y China.
Andrew Card. Andy Card era subsecretario general de la Presidencia del padre del actual gobernador de Texas, y ya fue elegido como futuro secretario general de la Presidencia. Como ex lobbista de la General Motors, será el que le abra ampliamente las puertas del edificio de la Pennsylvania Avenue a las grandes empresas, que donaron una cifra record a la campaña de Bush y que buscarán un retorno de sus inversiones.
Katherine Harris. La secretaria de estado de Florida va a ser vista bien de cerca, luego de haber cumplido el rol que cumplió en los acontecimientos del último mes. Es heredera de una fortuna producto de las plantaciones de cítricos, que antes de ser asociada a votos dudosos y chads colgantes era la zarina cultural de Florida. Antes de los comicios, se esperaba que le dieran una embajada por sus esfuerzos como coorganizadora de la campaña de Bush en Florida. Ahora puede ser considerada radioactiva cuando ejerce su generosidad distributiva.

 


 

Cómo el Jr. hizo premier a su vice Dick Cheney

Por Martin Kettle *
Desde Washington

Los funcionarios de la Administración Federal de Servicios Generales entregaron ayer al nuevo vicepresidente electo, Dick Cheney, las llaves de las oficinas oficiales de Washington destinadas a la transición. Allí residirá las próximas cinco semanas el equipo de la futura administración Bush-Cheney, hasta que Bill Clinton abandone la presidencia el 20 de enero. El nuevo gobierno republicano de Estados Unidos es conocido formalmente como administración Bush-Cheney, pero la entrega de las llaves de la transición subrayó algo que muchos ya habían constatado: que con más exactitud el equipo debería llamarse Cheney-Bush.
Mientras que Cheney daba estos importantes pasos para instalar el nuevo gobierno en la capital norteamericana, ayer el presidente electo, George W. Bush, fue a la iglesia y a reuniones privadas en Austin, tal como había hecho durante gran parte del mes pasado. En las semanas que siguieron a la jornada electoral del 7 de noviembre, fue Cheney quien armó el equipo de transición de Bush, quien entrevistó a potenciales integrantes de la nueva administración y quien tomó a su cargo las negociaciones con los líderes del Congreso sobre la agenda legislativa.
Hasta antes del fallo decisivo de la Corte Suprema, el gobierno republicano que esperaba serlo había tenido su base de operaciones en suburbios de Washington en el estado de Virginia, cerca de la residencia particular de Cheney. Desde ayer están mudados a las oficinas oficiales de la transición, a dos cuadras de la Casa Blanca. De pareja importancia fue que Cheney ya puede empezar a gastar los 5,3 millones de dólares que el presupuesto federal tenía reservados para el equipo de transición.
A pesar de haber sufrido su cuarto ataque al corazón el mes pasado, el paso que debe marcar Cheney lo obliga a ajustarse a un cronograma punitivo. Su papel se parece más al de un auténtico primer ministro que al de un vicepresidente discreto y marginal. Cheney es un ejemplo más de que muchas de las más importantes posiciones de la administración Bush van a resultar ocupadas por gente que ya había trabajado para el padre del nuevo presidente durante la administración de aquél una década atrás. Pero el pasado de Cheney –como ex legislador, ex secretario general de la Presidencia y ex secretario de Defensa– funciona también como respaldo y reaseguro de muchos baches en la experiencia personal de Bush Jr.
Dos tareas de suma importancia han caído sobre las espaldas de Cheney mientras los republicanos se esfuerzan por completar la estructura de su administración en un plazo más breve del que habían esperado. Les queda sólo la mitad del tiempo normal (37 días).
La primera es reclutar cerca de 7 mil personas para llenar en Washington los cargos políticos de la administración que quedarán vacantes cuando la administración Clinton abandone la ciudad en cinco semanas. La segunda de sus preocupaciones es la negociación con los líderes políticos en el Congreso. Casi diariamente, Cheney mantiene encuentros cara a cara con legisladores clave. Hasta ahora, todos sus encuentros fueron con miembros de su propio partido, pero Cheney sostiene que también tiene la intención de encontrarse con líderes demócratas.
Las prioridades legislativas de la nueva administración reflejan algunos de los temas que Bush reiteró el miércoles por la noche en su primer discurso como presidente electo, después de que Gore reconociera la victoria de su adversario. Los impuestos, la educación, la salud y las jubilaciones estarán también en el primer lugar de la agenda, cuando Bush pronuncie su primer discurso del Estado de la Unión ante el Congreso en menos de dos meses.
Indudablemente, el factor más acuciante en la agenda gubernamental es la desaceleración de la economía norteamericana, un dato que ya se ha anticipado. Esto hace mucho más difícil para el nuevo equipo mantener promesas de campaña tales como las reducciones de impuestos, la privatización parcial del sistema de jubilaciones y la construcción delsistema nacional de defensa antimisiles. Por esta razón, muchos observadores anticipan que la nueva administración procurará poner bien arriba en la agenda legislativa una medida que acapare todos los titulares, pero que sea relativamente fácil de obtener en el corto plazo. Como un aumento general de los salarios militares.

* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Alfredo Grieco y Bavio.

 

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