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el Kiosco de Página/12

Nene
Por Antonio Dal Masetto

Estas fiestas vienen de malaria, así que con el Gallego a la cabeza los parroquianos decidimos, por una noche, convertir el bar en un oasis, lo más lejos posible de tantas promesas de futuro grandioso y optimismo de cartón. En la puerta el Gallego colgó un cartelito que dice: Fiesta privada, sólo para los íntimos. El que más, el que menos lo que dejó fuera son pestes: cuentas a pagar, reclamos, conflictos laborales, compromisos que no puede cumplir.
Adentro, rápidamente, la cosa se pone linda. Las damas están espléndidas, los caballeros lucen elegantes y entusiastas. Algunos trajeron su música favorita. Corre la bebida, se cuentan anécdotas gloriosas de la historia del bar y el Gallego, de cada tres botellas que despacha, regala una. Esta noche nuestra señorita Nancy ha tenido la cortesía de no seducir a más de un hombre por vez, para que reine la paz y la concordia.
Se oyen golpes tímidos en la puerta: toc, toc. El Gallego baja la música.
–¿Quién es?
–Soy yo, el nene.
Varias de las damas corren a abrir y entra el nene, descalzo y vestido con su chiripá. En la vereda quedan el buey y el asno. El nene no parece feliz. Las damas lo alzan y lo sientan sobre el mostrador.
–¿Qué pasa? ¿Por qué estás triste?
–Porque nadie me quiere. Golpeo en las casas y no me abren. Les abren nada más que a esos gordos de colorado y de barba blanca que vienen del Polo Norte. Miro por las ventanas y todos les festejan las payasadas. Cuando veo un trineo con los renos estacionados sobre los techos o las terrazas, directamente ni toco timbre. No soy bienvenido en ningún lugar.
–Será posible, todos los años la misma historia con estos gordos chantapufes –decimos todos.
Nancy le alcanza una leche chocolatada al nene y otra dama una vainilla.
–Acá siempre me recibieron bien. Este año vine más temprano porque me di cuenta de que era inútil seguir caminando. Hasta el buey y el asno me dijeron: patroncito, no sigamos más, no ganamos ni para forraje, nos desconocen en todos lados, a nadie le importamos.
El nene se sorbe los mocos y una dama solícita le limpia la nariz con un pañuelito perfumado.
En la vereda se oyen frenadas de trineos, el tintinear de campanitas y siguen sólidos golpes en la puerta.
–Abran, somos nosotros, Santa Claus y Papá Noel, traemos regalos y premios, cruceros gratis alrededor del mundo, teléfonos celulares sin resumen ni facturas, dijes de la buena suerte, radiollaveros, una selección de vinos personalizados, patines biplaza marca Juntitos para enamorados, relojes-bolígrafos que dan la hora y escriben en cuatro idiomas, paraguas musicales automáticos de bolsillo, llamadas rebajadas al Polo Norte, almohadas para viajes Noni-noni, agendas electrónicas solares y lunares, vales para seis juegos en el más célebre parque de diversiones, estadía sin cargo, dos días y una noche, en un Spa-Resort & Centro de Revitalización en las Sierras de Córdoba y además los famosos cupones Navidad Feliz Raspe y Gane con miles de recompensas sorpresa. Ho, ho, ho.
Todos nos miramos y preguntamos:
–¿Qué hacemos con éstos?
–Una antepasada mía estuvo en las invasiones inglesas y los rajaron tirándoles todas las porquerías que tenían a mano –comenta una de las damas.
Inmediatamente tomamos los baldes con agua e hielo, los tachos de basura de la cocina, juntamos los puchos de los ceniceros.
–Ya vamos –grita el Gallego.
Abrimos la puerta y le zampamos todo encima. Los gordos atajándose como pueden de la lluvia de agua helada y la basura saltan sobre los trineos y parten a través de la noche.
El nene, divertido, festeja dando vueltas carnero sobre el mostrador. Ríe. Bate palmas y a cada dama le aparece una rosa blanca en los cabellos y a cada caballero un habano prendido entre los dedos. La máquina de café silba una chacarera y en las mesas los platitos marcan el ritmo con los pocillos. El aire está lleno de chisporroteos.
–No vamos a dejar al buey y al asno afuera –dice el Gallego–, que entren a festejar también. Arriba los corazones, feliz Navidad para todos.

REP

 

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