Las colecciones 
            de las últimas semanas de la moda de París y Milán demostraron tal 
            avanzada de las pasarelas masculinas que la definición (“hombres cuyo 
            oficio, función y existencia consiste en poner en las ropas todas 
            las facultades de su alma. Como otros se visten para vivir, ellos 
            viven para vestir”) que fue aplicada a George Brummel, el dandy que 
            dedicaba dos horas sólo a anudarse una corbata de muselina blanca, 
            vuelve a tener vigencia. Hubo terciopelos, damascos, y pantalones 
            de piel de víbora en versión haute couture masculina ideada por Tom 
            Ford, diseñador de Gucci, y pantalones de franela símil uniformes 
            de colegios ingleses fueron el tema por excelencia en la fusión de 
            técnicas, corte y proporciones de Hedi Slimane para Yves Saint Laurent, 
            Marc Jacobs en su línea para Vuitton decretó que vuelven los abrigos 
            de tweed y los clásicos mocasines. Al mismo tiempo la moda masculina 
            tiene un apartado literario para sí misma donde conviven Man of Fashion, 
            edición glamorosa que combina sastres de alcurnia con diseñadores 
            avant garde, Zapatos de caballero hechos a mano y El traje imagen 
            del hombre. De reciente aparición en las librería locales el vademécum 
            para coquetos El Caballero, manual de moda masculina clásica, además 
            de resolver dudas existenciales de quienes toman desayunos en bata 
            y pijamas con monograma (tiene apartados con consejos para una manicura 
            perfecta o esquemas para identificar si el sombrero se inclina en 
            el ángulo adecuado) revela los orígenes de básicos del guardarropas 
            como fraques, corbatas, camisas, sombreros y calzoncillos. Su autor, 
            el especialista alemán Bernhard Roetzel, aporta consejos para la puesta 
            a punto masculina (que el ritual de afeitarse incluya cuenco de madera 
            con jabón, brocha de pelo de tejón, navaja pulida antes de cada afeitado 
            y espejo de dos caras para observar la transformación) y sitúa al 
            Acqua di Parma, un perfume de rosa de Bulgaria, lavanda y romero que 
            ahora es el favorito de los antiguos consumidores de Eau Savage de 
            Dior o Penhaligon encabezando la lista de perfumes para sibaritas. 
            Además, fundamenta el liderazgo de Inglaterra en el circuito de la 
            elegancia masculina: mientras que sus vecinos franceses se dedicaban 
            a los excesos reales y la vida mundana, ellos centraban su existencia 
            en deportes sanguinarios como la caza del zorro, principal desencadenante 
            de una nueva forma de vestimenta llamada frock coat con chaquetas 
            más cortas, pantalones más estrechos y tonos de la naturaleza que 
            pasaron de los cotos de caza a las ciudades. A continuación una guía 
            de estilo para militantes del elegante sport, trajes de etiqueta y 
            camisas a medida, que parte de la lencería masculina. 
          Calzoncillos
             Antes 
            de la era Calvin Klein, Andy Warhol elogió los Jockey que compraba 
            a cinco dólares en la tienda tierra Macy’s “por sus cualidades anti-roce 
            y goma duradera” en su libro La filosofía de Andy Warhol de A a B 
            y de B a A. Cuando aparecieron en 1934 los Jockey fueron revolucionarios: 
            su forma citaba a los bañadores cortos de la Costa Azul y ostentaba 
            en la parte delantera una Y invertida. Como el push up femenino puso 
            a los escotes en la mira, la aparición del slip provocó cambios en 
            la moda para hombres como de pantalones más ajustados, mientras que 
            el boxer, siempre más elegante, trajo al pantalón de pinzas. En 1942 
            Carlos Sinagliesi inventó el anatómico Ca-Si, que desplazó la moda 
            de las camisetas y pantalones largos del Dr. Jaeger, un psiquiatra 
            que pregonaba las bondades de la lana para ropa íntima masculina. 
            
          
Camisas 
            Antes de que la primera abotonada de arriba a abajo fuera patentada 
            en 1871 por la casa Brown Davis & Co. de Aldermanbury, se pasaban 
            por la cabeza y era parte de la ropa interior, de ahí que la costumbre 
            moderna de llevarla sin saco crispe a los espíritus más conservadores. 
            De todas las variaciones cromáticas la blanca fue exclusiva de los 
            aristócratas hasta fines del 1800; como las estampadas eran sospechosas 
            de esconder manchas se les agregó cuellos y puños blancos para terminar 
            con esa falsa reputación. Los modelos a cuadros se inspiraron en las 
            mantas de los caballos del mercado Richard Tattersall. Pasaron de 
            uniforme de la vida rural a prenda favorita de los conservadores neoyorquinos 
            para ser usadas los fines de semana en sus casas de New Jersey. Desde 
            los ochenta tiene como competidora al modelito firmado por Brook Brothers, 
            una tienda de la calle Madison y la 44 de Nueva York, que impuso los 
            modelos con botones en las puntas del cuello en tonos azul claro, 
            rosa, amarillo y verde menta que incorporaron los yuppies. Las distancias 
            entre las puntas de los cuellos que diferencian el estilo inglés del 
            italiano funciona para vestir defectos, simulando alargar o acortar 
            cuellos (Ronald Reagan cita en sus memorias el uso de ese truco). 
            Tom Wolfe, el gran dandy norteamericano, es uno de los últimos usuarios 
            de cuellos desmontables. 
          Corbatas
            Su formato moderno fue patentado en 1924 por el sastre neoyorquino 
            Jesse Langsford, quien inventó una modalidad de cortarlas trazando 
            un ángulo de 45 grados y uniendo tres piezas entre sí para evitar 
            arrugas. Aunque la Columna Trajana de Roma muestra la costumbre de 
            usar focale, un pañuelo en el cuello a modo de adorno, los verdaderos 
            precursores son los pañuelos de garganta con encajes que Carlos II 
            de Inglaterra puso de moda en el 1600. El boxeador americano James 
            Belcher impuso los pañuelos estampados bandanna y Beau Brummel hizo 
            una religión del uso de los pañuelos de lino blanco. Los estudiantes 
            de Oxford también fueron generadores de tendencias cuando tímidamente 
            empezaron a atarse las cintas de los sombreros de paja con un nudo 
            sencillo alrededor del cuello y después encargaron a un sastre la 
            primera corbata con los colores del club. Con el tiempo esa costumbre 
            se bastardeó y cualquier deportista del zapping puede simular ser 
            socio de un club de remo o pertenecer al Regimiento Real de Hampshire. 
            Las estampadas surgieron en Macclesfield, una ciudad de Inglaterra 
            donde se trabajaba la seda cruda de la India y China, y alcanzaron 
            su versión más glamorosa en los laboratorios de Hermes desde los cincuenta. 
            El local situado en el 24 de Fauborg St. Honoré –donde Bioy Casares 
            se compraba hasta los cuadernos para notas– convoca a compradores 
            compulsivos que consumen cuarenta cada año. Por ello, la firma, ahora 
            enmanos del belga Martin Margiela, hace dos ediciones anuales con 
            veinte diseños de cada una, reediciones de antiguos estampados y de 
            todas la más taquillera lleva figuras de anclas. Otro corbatero de 
            estirpe, famoso por sus terminaciones a mano, es Eugenio Marinella, 
            el dueño de una tienda de Nápoles por donde recalaron Mijail Gorbachov, 
            François Mitterrand, George Bush y Helmut Kohl para imponer presencia 
            en sus días de estadistas. La pajarita, prima hermana freak de la 
            corbata, está en vías de extinción pero aún algunos excéntricos acuden 
            a Turnbul&Asser, donde se abastecía de ese adorno Winston Churchill. 
            El foulard de seda natural, aliado de los playboys de antaño –Cary 
            Grant enseña cómo llevarlo con gracia en Para atrapar al ladrón–, 
            vuelve en las propuestas de Missoni y Saint Laurent. 
          Pantalón 
            y saco
            
Fred 
            Astaire simboliza al pantalón de franela gris tanto como Audrey Hepburn 
            al vestido de cocktail negro. Roetzel cuenta que Audrey Hepburn se 
            hizo enmarcar una foto dedicada por él con un marco de franela gris. 
            Los caquis o chinos impuestos desde las campañas de Gap, los catálogos 
            de básicos de JCrew o Banana Republic en reemplazo más elegante del 
            jean tiene más de cien años. A mediados del 1800 un comandante inglés 
            radicado en la India tuvo la idea de teñir los uniformes de sus soldados 
            con una mezcla de café, polvo de curry y jugo de mora para camuflar 
            la mugre. Su complemento ideal en los códigos de etiqueta sajona es 
            el blazer y también tiene raíces militares. Derivado de la chaqueta 
            corta y cruzada de los marines, fue bocetado por el capitán de la 
            Fragata Blazer en 1837 para que su tripulación impresionara a la reina 
            Victoria. 
          Sombreros 
            
            El bombín que Patrick Mc Nee inmortalizó en su personaje de Jonathan 
            Steed en la serie “Los Vengadores” fue inventado por el sombrerero 
            inglés Lock por encargo de un jefe de guardabosques que anhelaba un 
            sombrero que no se enredara con las plantas. El sombrero de copa se 
            presentó en 1797 y su creador, el sombrerero John Hetherington, fue 
            el primero en modelarlo, los peatones reaccionaron horrorizados y 
            él tuvo que pagar una multa. El sombrero de paja que se impuso como 
            fetiche del verano y los elegantes de Ascot empezó cubriendo las cabezas 
            de los carniceros ingleses. El panamá, elaborado con las hojas de 
            las palmeras Carludovica palmata, lo incorporaron los ingenieros y 
            trabajadores norteamericanos que construyeron el canal de Panamá. 
            El verdadero, el que usa el inspector Clouseau, se puede enrollar 
            y guardar en su envoltorio. 
          Trajes 
            La meca de los trajes a medida se llama Savile Row y desde finales 
            del 1800 reúne además de tailors ingleses a sastres judíos procedentes 
            de Polonia, Rusia y Hungría. Pool o Dege & Sons son algunos de los 
            santuarios que hacen hasta cinco pruebas antes de entregar un traje 
            a medida. En ellos las hombreras son casi inexistentes, los botones 
            de las mangas aptos para deaabrocharse, los pantalones llevan cintura 
            alta y en el interior de la solapa izquierda jamás falta un lacito 
            para insertar el tallo de una flor. Además de locales llenos de pompa 
            existen sótanos y espacios tamaño lata de conservas que sirven de 
            workshop a sastres no menos célebres. Fueron los vestuaristas de rigor 
            de los mods de los sesenta, chicos de clase baja que buscaban con 
            sus trajes personificar la extravagancia. Desde que estuvo casada 
            con Mr. Rolling Stone, Bianca Jagger es clienta devota de Tommy Nutter, 
            ahora también sastre de cabecera de Naomi Campbell. Porque las chicas 
            adhieren a la perversión de vestirse con ropadel sexo opuesto que 
            impuso Marlene Dietrich, cuando dedicaba jornadas a los fittings de 
            la sastrería Knize de Viena. Sean Connery fue cliente de Dimi Major, 
            quien lo vistió tanto para su vida privada como para sus James Bond. 
            La nueva raza hollywoodense, cansada de años de Armani y Cerrutti 
            vistiéndolos en sets y entregas de los Oscar recurrieron a los maestros 
            de Savile. En los años treinta, el duque de Windsor fue precursor 
            en encargarles un esmoquin azul “porque bajo las luces artificiales 
            parece más negro que el negro”. También creó la actual camisa de cuello 
            blando y pechera plisada en lugar de la rigidez que acompañaba a la 
            del frac y combinó suéteres y medias de distintas rayas con zapatos 
            de dos tonos anticipándose a los Missoni, Moschino y Gaultier. La 
            dinastía Windsor es sinónimo de generadores de tendencias: la tela 
            Príncipe de Gales fue bautizada en honor a Eduardo VII, quien siempre 
            ordenaba trajes sport, mientras que Eduardo VIII inventó las bocamangas 
            para impedir que se mojaran las extremidades de sus pantalones en 
            sus tours de caza por la campiña inglesa, que después se apropiaron 
            los estudiantes del Ivvy League en ensamble con los abrigos Chesterfield.
          