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adolescencia
interrumpida

El 16 por ciento de las mujeres que son madres en la Argentina tiene entre 14 y 19 años. La edad de iniciación sexual en las chicas es de 15 años. Ante esa realidad incontrastable, fruto entre otras cosas de la falta de educación sexual, hay diferentes tipos de reacciones. Mientras María Fernanda Alloi debió librar su propia cruzada para seguir estudiando, en otras escuelas, como en la ENEM 4 de Lugano, las alumnas embarazadas son asistidas por psicólogos, los docentes, la directora y otras alumnas que ya son madres.

Por Marta Dillon

Frente a las cámaras, María Fernanda no disimula su desconcierto. Dice que no sabe exactamente de qué se trata esa especie de boicot que padres y autoridades de la escuela Santa Isabel de Formosa organizaron para que ella no pueda asistir a clases. Cuando le preguntan si se siente discriminada, suelta un sí algo tímido y se ríe cuando le preguntan por sus compañeras. “Ahí están”, señala con la cabeza y la sonrisa la devuelve a su categoría de estudiante secundaria, una adolescente de ojos claros que todavía no imagina de qué se trata tener un hijo, aunque lleva cuatro meses de embarazo. Ella no quiere perderse nada. “Voy a terminar la escuela, voy a tener a mi bebé, voy a seguir estudiando y voy a ser feliz con mi novio”, afirma a modo de desafío, aunque esté enunciando ni más ni menos que sus derechos. Va a ser madre y no está en sus planes detener el resto de sus proyectos como mujer.
El mismo día en que María Fernanda volvió a clase venciendo la doble moral de la escuela en la que se educó desde los cinco años –a clase en una escuela vacía, sólo el 20 por ciento de las alumnas la acompañaron ese día–, Anita se sujeta una panza que sólo es posible distinguir si está de perfil y se sopla el flequillo como si quisiera despejar el susto. Está en su escuela, la ENEM Nº 4 de Villa Lugano. Tiene 14 años, el pelo largo y lacio y siete meses y medio de embarazo que no le quitaron ese aire infantil que tiene para quitarse el pelo de la cara. “Esto es urgente -dice un preceptor a la directora del establecimiento, Norma Colombatto–, Anita dice que le duele la panza”. La directora no duda en interrumpir la entrevista con esta cronista y corre al pasillo que Anita camina soplando cada vez más fuerte. Es un susto, nada más, no está de parto y una compañera de cuarto año la consuela con su experiencia: “Cuando sea el momento te vas a dar cuenta, no te preocupes”, aunque la forma en que Johanna le habla no parece augurar momentos mejores. “Y –dice la mamá de 16 años de Emiliano–, doler, duele un montón”. La conversación es bastante habitual en esa escuela de Lugano en la que hace cinco años que funciona un grupo de reflexión para madres adolescentes que concurren a clase y que sirvió de modelo para experiencias similares que funcionan en cinco escuelas más de Capital Federal, todas en zonas de bajos recursos.
Entre Anita y María Fernanda se abre una distancia mucho más profunda que los kilómetros que las separan. María Fernanda cuenta con el apoyo de sus padres y va a un colegio privado. Anita hace rifas en la escuela que se creó para dar respuesta a las necesidades de una villa de emergencia y así junta el dinero que sabe que necesitará para, por ejemplo, comprar pañales. Las dos serán madres adolescentes, pero mientras la escuela de Anita organiza redes para que ella no deje sus estudios, en Formosa la cruzada es para excluir a la joven de su grupo de pertenencia a costa de infligir leyes elementales –como la que sanciona toda forma de discriminación– con total indiferencia.
Para las estadísticas,las dos son parte de ese 16 por ciento de partos que tienen como protagonistas a mujeres de entre 14 y 19 años. Un porcentaje preocupante para la Organización Panamericana de la Salud y uno de los indicadores de que este país no pertenece exactamente al Primer Mundo, sino que está acorde con el resto de Latinoamérica y por encima de Bulgaria, por ejemplo, el país con mayor tasa de embarazos precoces en Europa.


Esta foto y la de tapa pertenecen al ensayo fotográfico Madres Adolescentes,
realizado por Adriana Lestido, entre 1988 y 1991.

En riesgo
“Yo me di cuenta de que había quedado, pero no se lo dije a nadie. Tenía miedo. No pensé, qué sé yo. Y entonces no comía, para que no se me notara y nadie lo notó hasta que estuve de siete meses y mi mamá me dijo que por qué no me venía el período. Se enojó mucho ella, y después mi papá. Pero fue un alivio y ahí me empezó a crecer la panza. Porque antes no me crecía, si cuando mi mamá me llevó al hospital me hicieron un tacto o algo así y me dijeron que estaba de un mes y medio”. Johanna tuvo un embarazo y un parto de alto riesgo, tenía 15 cuando nació Emiliano y sólo faltó a la escuela diez días. El padrino y la madrina de su hijo son sus docentes. Su caso se encuadra perfectamente en la definición de la OPS sobre los riesgos de la maternidad adolescente: “Riesgo biológico, psicológico y social, porque se interrumpen sus oportunidades laborales y educacionales, sin contar con los problemas que puede tener el hijo. Johanna se ríe y esconde la cara bajo las solapas de la campera cuando se le pregunta si alguna vez hablaron en clase sobre cómo prevenir embarazos no deseados o si tiene idea de qué se trata la educación sexual. “A veces algún profesor saca el tema, pero no hablamos de eso porque nosotros sabemos cómo hay que cuidarse, lo que pasa es que a veces no se puede”. ¿Y entre las chicas y los chicos hablan sobre cómo cuidarse? “No, nosotras hablamos de si estudiamos o no, si nos transamos a alguien... qué sé yo”.
Ni Johanna ni María Fernanda Alloi en su provincia reconocen haber recibido educación sexual alguna. Aunque esta omisión es una forma de educar. Johanna, con su hijo de casi un año, funciona en esa escuela de Lugano como educadora: “Yo les digo a las chicas que no tengan hijos, porque es terrible”. María Fernanda, con su decisión de seguir en su escuela, también. Porque da luz a lo que todos saben y pocos quieren ver: “A mí me juzgan por lo que se ve y no por lo que no se ve. Si hubiera abortado, no sabrían que las chicas tenemos relaciones prematrimoniales. El mío no es el primer caso”. Otros como el de ella fueron ocultados.
“Hay mucha gente que cree que hablar de sexualidad es promover que los chicos hagan el amor y paradójicamente es al revés. Se meten en la sexualidad porque no pueden hablar. Los adolescentes necesitan conversar con adultos confiables en una relación participativa y no vertical. La educación sexual es fundamental, pero no parece ser una prioridad. De hecho la Ley de Salud reproductiva que tuvo media sanción en Diputados se cayó, entre otras cosas, porque no se podía aceptar la modificación sobre que los adolescentes tenían que contar con la autorización de los padres para poder recibir información y anticonceptivos”, opina Cristina Zurutuza, psicóloga y miembro de la comisión directiva del Centro de Estudios de la Mujer y profesora de posgrado de la UBA.
Después de aquel intento fallido de sancionar una ley de salud reproductiva, el debate quedó postergado. “No es una cuestión de estar de acuerdo o no con la educación sexual, es una necesidad que formó parte de la plataforma de acción de Beijing y no se cumple”, dice Gloria Bonder, también psicóloga y consultora en temas de género y educación. Y es, en parte, esta gran ausencia dentro de la educación lo que promueve la alta incidencia de embarazos precoces. Algo que ya ni siquiera llama la atención. ¿O acaso alguien notó que la primera mamá del 2000, esa que apareció en los medios insistentemente en los primeros días del año, tenía apenas 16? ¿Va a la escuela esa joven madre de la zona más pobre del conurbano bonaerense? Reducir los riesgos que enuncia la OPs en relación con el embarazo adolescente significa, en parte, ayudar a sostener la escolaridad de las madres precoces. Una emergencia que desde el año pasado el gobierno de la ciudad de Buenos Aires atiende a través del Programa Zonas de Acción Prioritaria que entonces determinó que en sólo 8 escuelas de los bolsones más pobres de la capital había 92 casos de embarazos precoces. En esas escuelas se promovieron los grupos de reflexión y este año se está avanzando en la capacitación de preceptores que de hecho actúan como referentes de los y las adolescentes. Y también cuidan a los bebés que asisten a clase con sus madres, les cambian los pañales y controlan, como se puede, la gravidez de las alumnas. Karina fue una joven madre –a los 16– y hoy es preceptora de la secundaria de la villa 20. Su experiencia es valiosa para las alumnas madres y con ellas se da el lujo de hablar de métodos anticonceptivos. “Con las otras no porque hay menos confianza, a los chicos les da vergüenza hablar. Y además ahora los pibitos vienen, desde rechiquitos, con eso de que el preservativo no les deja sentir placer, entonces toda la carga cae siempre sobre las mujeres”, dice.

La iniciación
Cristina Zurutuza está segura de que la educación es una herramienta básica para prevenir los embarazos precoces, si se la entiende como un “modo de tender puentes hacia la subjetividad. No se trata de informar sino de encontrar la manera de que los chicos venzan sus dificultades internas y se puedan apropiar del saber de manera operativa”, dice refiriéndose al conocimiento de los adolescentes sobre métodos anticonceptivos. “Se informa, pero no con buenos contenidos –agrega–, porque nunca aparece el placer cuando se habla de sexualidad en las escuelas, y mucho menos en una escuela de monjas como la de Formosa. Y lo cierto es que a mayor educación –y a mayor escolarización– hay estudios que demuestran que se retrasa la edad de iniciación sexual, que para mí es fundamental. Lo que pasa es que para hablar de esto con los chicos, para hacer campañas públicas en este sentido como las que se hicieron en Italia, es necesario reconocer que los adolescentes se inician. Y acá parece que eso es imposible”.
La edad de iniciación de la vida sexual en los adolescentes oscila, según estudios del Consejo Nacional de la Mujer, alrededor de los 15 años para las mujeres y de los 14 para los varones. Edades promedio que bajan según la escolaridad y el entorno social. A modo de ejemplo, según un estudio realizado por el Cetis, entre alumnos de escuelas secundarias de zonas céntricas de Capital Federal, la edad de iniciación para las mujeres se situaba en los 16 años.
Aunque huelgue decirlo, todo empeora a medida que se baja en la escala social, sobre todo en cuanto a las razones de la iniciación. Un estudio realizado por Alejandra Pantelides revela que mientras entre jóvenes de clase media un 5,5 por ciento de ellas sufrió algún tipo de presión en la iniciación sexual, en la clase baja ese porcentaje crecía hasta el 17,3 por ciento. “Esta presión es solamente de tipo psicológico entre las de clase alta, mientras que en la clase baja un 7,7 por ciento de claras amenazas o uso de la fuerza física”, dice Pantelides. Atendiendo a estos números es difícil pensar que bajo amenazas se pueda tomar algún tipo de precaución frente a la posibilidad de quedar embarazadas.

Mujeres, madres
Norma Colombatto, directora de la ENEM 4, conoce a cada uno de los alumnos de su escuela y lleva en su agenda la foto de los bebés “nuestros”, como ella llama a los nacidos casi “dentro de la escuela”. La experiencia del taller de reflexión con madres adolescentes que coordinan las psicólogas Mariana Vera y Silvina Córdoba la llena de orgullo, pero se siente impotente en cuanto a la prevención de embarazos no deseados. “Por un lado porque de alguna manera muchos embarazos aparecen como el únicoproyecto a futuro en una población de excluidos y discriminados estructuralmente y, por otro, porque estuve en congresos pedagógicos en los que me di cuenta de que, hagas lo que hagas, las chicas quedan embarazadas. Entonces lo que intentamos es que su proyecto de vida no termine ahí, en ser madres”.
Sandra Cesilini, responsable del área de desarrollo del Banco Mundial en Buenos Aires, se sorprendió cuando durante la puesta en marcha del Programa AIGE –financiación de iniciativas estudiantiles para secundarios bonaerenses– dos escuelas propusieron la creación de guarderías para que, contra turno, las mismas alumnas cuidaran a los hijos de sus compañeras. “Si entre 50 escuelas dos proponen esto, quiere decir que la magnitud del problema es inmensa ¿y qué estamos haciendo para que esa chica madre permanezca en la escuela?”, se preguntaba. Poco y nada, a juzgar por las estad{isticas que indican que el 73% de las madres adolescentes han dejado la escuela. sin embargo, hay algunas respuestas: iniciativas que tienden a paliar la emergencia como las propuestas desde el Gobierno de la Ciudad, o en la provincia de Chaco y Chubut donde funcionan guarderías para hijos e hijas de las alumnas.


María Fernanda Alloi
en su vuelta a clases.

Tres de las alumnas madres
de la escuela Nro 4 de Villa Lugano.

En los talleres de reflexión que dirigen Mariana Vera y Silvina Córdoba no se trabaja sobre la idea de guardería aunque la escuela funcione de hecho de esa manera. “No queremos ser asistencialistas; nuestra idea es que las chicas encuentren formas de organización solidarias, pero para cada una. Lo que más nos interesa es desentrañar esa confusión acerca de aquello que inscribe la diferencia entre dos posiciones: mujer y madre. Las adolescentes creían que en el grupo iban a reflexionar, a escuchar y compartir únicamente experiencias acerca del embarazo y la maternidad. Sin duda nuestra intervención tenía como objetivo escucharlas en ese nuevo papel, pero el objetivo suplementario era y es ayudar a las adolescentes a pensarse, a interrogarse desde su posición en tanto mujeres”, describe Vera.
“El embarazo adolescente suele ser satisfactor de muchas cosas –dice Bonder–, seguramente no el mejor, pero sirve como proyecto de autoestima e incluso de poder cuando otros satisfactores no existen. Por eso creo que una de las formas de prevención es trabajar sobre cuáles son los proyectos de las adolescentes, qué metas quieren alcanzar y cómo planean hacerlo. Cuando esto sucede se dan cuenta de que no es el momento de tener hijos y la autoestima se funda en un proyecto vital”.
En la provincia de Santa Fe, la experiencia de la ONG Acción Educativa acerca una hipótesis similar a la enunciada por bonder. Este grupo coordinado por Mabel Busaniche y Miriam Tucci psuo en marcha en dos de los barrios más pobres de esa provincia un programa de salud sexual y reproductiva luego de constatar que "las mujeres de estos sectores sobredimensionan e idealizan el rol materno vivido como realización personal, como fin único y exclusivo de su existencia", lo que las sume en el "aislamiento, la descalificación laboral, sus vínculos afectivos rara vez traspasan los límites del grupo familiar primario". Una situación que comienza cada vez más temprano, a partir de un primer embarazo precoz que las deja "sin proyectos propios y deslibidinizada, sin capacidad de registrarse como sujeto erótico", dicen las coordinadoras que después de 3 años de trabajo en estos barrios pueden contar entre sus logros un franco descenso de la natalidad.
La realidad que ve Colombatto en los pasillos de su escuela también es cruda. Para ella lo que rige entre estos chicos que son discriminados “hasta cuando dan la dirección para pedir trabajo, o porque en el colectivo se les siente el olor a transpiración”, es la “lógica del instante, eso es todo lo que tienen y no pueden mirar más allá. Entonces hay una negación, creen que a ellos no les va a pasar eso de quedar embarazadas y, cuando el embarazo aparece, a veces se propone como el único proyecto a largo plazo que se les presentó nunca”. Johanna lo dice con sus palabras: “Ahora voy a terminar la escuela por mi hijo, quiero trabajar de algo, pero de limpieza no, no quiero que él pase por lo que yo pasé”. Lejos, María Fernanda es capaz de pensar por ella; estudiar en su escuela es un deseo propio independiente del hijo que va a tener. Dos voces que se escuchan para romper un mismo silencio.