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Amor y política

Por Daniel Link

Habrá que esperar la edición que prepara la editorial Adriana Hidalgo de la obra Cachafaz (la última que escribió el autor, muerto en París el 14 de diciembre de 1987, a los cuarenta y ocho años, antes de verla representada) para examinar en profundidad la obra completa de Copi, probablemente uno de los acontecimientos más originales de la literatura argentina de los últimos veinte años. Pero dos milagros editoriales precipitan la reflexión al menos sobre su obra narrativa: las reediciones de El baile de las locas y La Internacional Argentina, dos auténticas obras maestras (lo que no es decir demasiado: Copi sólo escribió obras maestras), publicadas originalmente en francés y traducidas con gran solvencia al castellano de España, opción que el mismo Copi parece haber elegido (ver la memoria de Jorge Herralde, “Canutos con Copi”, publicada en este suplemento el 6 de agosto pasado).
Raúl Damonte nació en Buenos Aires en 1939 (en El baile de las locas se lee: “me llamo Raúl Damonte, pero firmo Copi porque así me ha llamado siempre mi madre, no sé por qué”), en el seno de una familia llamada a brillar en la cultura criolla. Su madre era la hija menor de Natalio Botana, el fundador y propietario del diario Crítica, casado con Salvadora Onrubias, anarquista feminista, escritora y dramaturga que tuvo, aparentemente, una importancia decisiva en la formación del joven escritor. El padre, Raúl Damonte Taborda, tuvo una prominente actuación política. De hecho, los Damonte se exiliaron en el Uruguay tras el ascenso de Perón, con el que Raúl padre rompió relaciones luego de haber sido su hombre de confianza. También vivieron en París, donde Copi hizo su bachillerato. Poco después, en 1962, Copi se instaló definitivamente en aquella ciudad, el mismo año en que Fernando Arrabal (que acababa de romper con el surrealismo, disconforme con el autoritarismo de André Breton), Alejandro Jorodowsky y Roland Topor fundaban el grupo de acciones teatrales Pánico. Copi trabajó desde el comienzo con el grupo Pánico (actuó, incluso, en una puesta de Las criadas de Jean Genet), al igual que Víctor García y Jorge Lavelli (responsable de prácticamente todos los estrenos de sus piezas teatrales). Al mismo tiempo, comenzó a vender sus dibujos en la calle, luego logró colocarlos en pequeñas revistas, hasta llegar a su célebre tira semanal para Le Nouvel Observateur, donde creó su personaje más famoso, La Mujer Sentada. Escribió doce obras teatrales, incluido el sainete en verso Cachafaz.
Ya famoso como dibujante y dramaturgo, con la novela corta El uruguayo (1972) comienza su producción narrativa. Publicó cinco novelas: El baile de las locas (1976), La vida es un tango (1979, única que escribió en castellano), La ciudad de las ratas (1979), La Guerre des Pedés (1982, aún sin traducción al castellano) y La Internacional Argentina (1987). Además reunió sus relatos en dos recopilaciones: Las viejas travestis (1978, donde se incluye “El uruguayo”) y Virginia Woolf ataca de nuevo (1984). Apenas considerada por la crítica argentina (periodística o académica), la obra de Copi atrajo recién en los últimos años la atención sistemática que, desde el comienzo, se merecía. Es por eso que hay que festejar estas reediciones de Anagrama que pondrán al alcance de todos el deslumbramiento por una narrativa que –como ha señalado César Aira en las páginas admirables que le dedicó– forma un continuo con la obra gráfica y dramática del autor.
Los argumentos de Copi son imposibles de resumir porque son casi imposibles de recordar: las catástrofes se suceden, los personajes proliferan (liberados de toda carga psicológica) y mutan hasta volverse irreconocibles. En El baile de las locas, por ejemplo, todo está sucediendo en ese Teatro Total de la Homosexualidad a una velocidad de vértigo (travestismo, sadomasoquismo, drogas, casamientos, amputaciones, muertes violentas), sin otra lógica que la de la escritura como un valor puro y, a la vez, político. Esa novela es una de las más conmovedoras historias de amor que se hayan escrito jamás, y en su desmesura y su delirio encuentra Copi los fundamentos para pronunciar una verdad que justifique la penosa tarea de escribir novelas a partir de historias amorosas: “Más enamorado de mí de lo que se cree, (Pietro Gentiluomo) necesita de mi mirada para vivir, soy ya su asesino. Bueno, asesino es una palabra fuerte, yo no sé aún que voy a matarlo, él no sabe que yo puedo olvidarlo. Y, desde el momento en que he empezado a escribir ya lo he matado, el movimiento hipnótico de la Bic sobre mi libreta bloquea el recuerdo de su olor”.
El escritor que escribe en la novela de Copi (y que se llama, queda dicho, como él) escribe y dibuja para sobrevivir: entrega sus dibujos a diarios franceses y sus manuscritos a un editor que confía en su talento a cambio del dinero que le permitirá seguir llevando el “tren de vida” que la novela necesita para durar en el tiempo. Pero también escribe para sobrevivir a la pena infinita de un amor perdido para siempre. No hay allí ninguna “metafísica del autor”: ese escritor odia lo que hace, pero no le queda más remedio que seguir escribiendo y dibujando para sobreponerse, una y otra vez, a la adversidad. Poderes de la literatura que se comparan a los poderes de una falsa vidente a la que el protagonista terminará estrangulando: “¿Sospechará acaso que nuestras profesiones se parecen (al menos a sus ojos), que yo también soy un inventor de historias?”.
Las historias que Copi escribe suelen ser totales y puras (por eso se organizan alrededor de la catástrofe y la devastación): algo que sólo puede funcionar en la lógica de la narración, nunca en la del teatro, la del cine ni, sobre todo, la de “la vida”. Una vez propuesto un universo con sus propias leyes, todo lo que podría suceder –es decir, todo– sucede efectivamente, hasta las resurrecciones, las trasposiciones de género, los cambios de sexo, la pérdida y la recuperación del amor, el fin del mundo y su recomienzo perpetuo.
La Internacional Argentina tiene, leída hoy, tantos años después de su publicación original, poderes de videncia que estremecen. Lo que cuenta allí Copi tiene que ver con el desarrollo de la democracia postalfonsinista. En París, naturalmente, un oscuro millonario se dedica a financiar las actividades espirituales y políticas de una ilusoria comunidad de argentinos (y simpatizantes de la causa). “En el extranjero, formando parte del grueso de las tropas que Nicanor Sigampa designaba con el nombre de Internacional Argentina, estábamos nosotros, que habíamos huido, no de la dictadura militar, sino de todo lo que hacía posible su existencia en la sociedad argentina: la hipocresía católica, la corrupción administrativa, el machismo, la fobia homosexual, la omnipresente censura hacia todo... Pero supongo que esas categorías hoy pertenecen al pasado”.
El propósito último de Sigampa es colocar un presidente en Argentina, cargo para el cual elige al escritor que, en la ficción, otra vez se llama Copi (aunque nada tenga que ver con la imagen del que aparece en El baile de las locas), inspirado por un poema juvenil, una oda maoísta que el poeta, en su madurez, aborrece. La intriga política de La Internacional Argentina es tan delirante como el “policial de amor” que era El baile de las locas y resulta igual de melancólica: “Éramos todos como niños viejos que intentaran reiventar la Argentina”.
Pero si hay algo que salva a la literatura de Copi de la melancolía del amor y de la política –tristeza de la inacción y desesperación ante la historia– es ese impulso utópico que la lleva siempre hacia adelante, hacia territorios siempre nuevos y desconocidos, con una velocidad de vértigo y una agudeza deslumbrante.

 

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