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Richard Brautigan publica de nuevo
El hombre que volvió de la muerte

Por Rodrigo Fresán

Se puede pensar en el escritor norteamericano Richard Brautigan (1935-1984) como en el eslabón perdido entre la marihuana be-bop de la literatura beatnik y el ácido folk-rock del Dylan más visionario. Brautigan fue reconocido por la crítica, adorado por los jóvenes y –suele ocurrir– prontamente descartado autor de un inmenso librito titulado Trout Fishing in America (1967) que poco y nada tiene que ver con la pesca de la trucha en los Estados Unidos y sí con casi todo el resto de las cosas de este mundo y que en su momento vendió más de tres millones de ejemplares. Trout... captó a la perfección el pulso de esos días acuarianos y sigue siendo uno de esos libros que no se parecen a ninguno salvo a los otros escritos por Brautigan: nueve novelas, nueve libros de poemas y The Revenge of the Lawn, una de las mejores colecciones de cuentos jamás escritas en Estados Unidos y, tal vez, fundador del realismo limpio o micromalismo que después explorarían autores como Spencer Holst o cantautores como Jonathan Richman.

En los primeros tiempos de la colección Contraseñas, Anagrama se atrevió con el “western gótico” El monstruo de Hawkline, esa demencial novela negra que algún día filmarían los hermanos Coen con el nombre de Un detective en Babilonia y una obra maestra sobre la crisis matrimonial contemplada a través de los ojos de un pájaro de papel mâché titulada Willard y sus trofeos de bolos. Las tres son novelas felices porque están escritas en la cima de la fama de Brautigan, pero junto a los bordes del abismo. Brautigan –a diferencia de Vonnegut– no supo saltar del césped del campus a las terrazas de la intelligentzia neoyorquina, dilapidó su dinero bien ganado (mucho), se enamoró demasiadas veces y, después de varias idas y vueltas por el mundo (era venerado en Francia y Japón), se recluyó en su rancho de Montana donde después de varios años de errar el blanco se pegó un tiro con envidiable puntería.

Su cuerpo fue hallado varias semanas más tarde devorado por animales mucho más salvajes que los críticos literarios y el mensuario Vanity Fair le dedicó un perfil de varias páginas con el tono y la forma de “otra pequeña gran tragedia americana”. Una Richard Brautigan Library honra su memoria en Burlington, Vermont, a partir del concepto que es el marco para su novela The Abortion: la existencia de una generosa biblioteca donde se aceptan y se ordenan todos aquellos manuscritos rechazados por las editoriales.

Por estos días –mejor tarde que nunca– Brautigan vuelve en tres libros. The Edna Webster Collection of Undiscovered Writings (Mariner Books, $ 12) es un conjunto de textos primerizos que el autor dejó en consignación a la madre de su primera novia, “para que pases una vejez despreocupada cuando yo sea famoso”. Poemas narrativos de una madura inocencia que los acerca a los pronunciamientos íntimos de un maestro zen o a esas súbitas iluminaciones con que suelen sorprendernos ciertos niños dignos de Salinger. You Can’t Catch Death: A Daughter’s Memoir (St. Martin Press, $ 21,95) está firmado por la hija del muerto, Ianthe Brautigan, pero –en sentimiento y estructura– aparece marcado a fuego por la figura del escritor al frente de una biografía sobre el fracaso, la desesperación y el suicido. El plato fuerte e imprescindible –la trucha más pesada– es An Unfortunate Woman: A Journey, “novela” encontrada por Ianthe entre los papeles de su padre y que recién ahora, aceptado el dolor de la ausencia definitiva, se atreve a publicar.

Está claro que es un libro doloroso y terrible donde –como era su costumbre– Brautigan aparece en la tapa y en las páginas por aquí y por allá, describiendo el suicidio de una mujer en cuya casa se va a vivir y la agonía cancerosa de una gran amiga. Las dos muertes funcionan como paréntesis dentro de los cuales se va ordenando este libro tan desordenado como riguroso sobre la imposibilidad de seguir escribiendo y la inminencia de un final inevitable. Es, sí, otro mínimo e inmenso libro y puedeentenderse como la cara oscura de aquel soleado Trout... que lo convirtió en un gurú de la contracultura, trabajo peligroso e insalubre si los hay. An Unfortunate Woman es la perfecta crónica del despertar de un sueño para descubrirse en una pesadilla. En la última página leemos: “Me voy a levantar para salir a caminar un ratito por este paisaje de Montana. Una terrible tristeza me cubre. Volveré en un momento para despachar este libro. Ya volví... Ahora comienzo la última página (la 160) de este libro. Entran 28 líneas por página, pero yo dejo una vacía entre una línea y otra para utilizar ese espacio con correcciones y agregados. Por lo que podemos hablar de 14 líneas por página multiplicadas por 160. Sí, eso es lo que hay. No puedo evitar sonreírme. Tienen que reconocer que tiene su gracia. Quedan diez líneas por llenar en esta página, pero he decidido no usar la última de ellas. Se la dejaré a la vida de otra persona. Espero que le den un mejor uso del que le hubiera dado yo. Yo ya lo intenté”.

Entonces el libro se cierra y descubrimos que An Unfortunate Woman probablemente sea la carta suicida más larga jamás escrita. Y que todos nosotros –después de tanto tiempo– seguimos siendo sus destinatarios

 

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