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Jueves 6 de Abril de 2000
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EXCLUSIVO: DESDE LAS CALLES DEL DESENGAÑO, MANU CHAO HABLA SOBRE SU SEGUNDO DISCO SOLISTA Y LOS DIAS DE AGITE LATINOAMERICANOS

“Clandestino me dio un cheque en blanco”

Cuando falta un mes para que llegue a la Argentina (en los primeros días de mayo se presentará en Rosario y Mendoza, no en Buenos Aires), el francés que cambió el rumbo del rock latino habló con el No en México, donde convocó a 150 mil personas en la primera escala de su gira por Latinoamérica. La industria, la prensa, los conciertos programados, las presiones y todo eso que le “importa un carajo”. De cómo un disco que el ex Mano Negra consideraba el último de su carrera terminó musicalizando los días y las noches de Bali, la Patagonia y buena parte del tercer mundo.

Textos: MONICA MARISTAIN
(DESDE MEXICO)I

Llega cansado al lobby del hotel Meliá, situado en una zona céntrica del DF, a pocas cuadras de la Alameda frente al Palacio Nacional de Bellas Artes, donde acaba de dar un concierto gratuito para una radio de rock mexicana. Sí, es Manu Chao. Lo primero que sale de sus labios en el encuentro con el No es la palabra medialunas: memoria gastronómica de un país que visitará en mayo (dará dos shows, al menos anunciados: el 4 en Rosario y el 6 en Mendoza). Sus 38 años, su profusión de canas, su pasaporte europeo y su amor por los inmigrantes. Datos de un artista del que mucho se ha hablado en todos los medios de comunicación del mundo. ¿Quién no tiene una anécdota qué contar acerca de sus usos y costumbres en las ciudades (muchas) que visita alrededor del planeta? Aquellos africanos nostálgicos que en los bares fronterizos italianos escuchan Clandestino y lloran. La afición del músico francés por los tacos que hacen a la salida del metro Hidalgo. Su última visita a la Argentina. Las discusiones que tuvo con los organizadores de su concierto en el Teatro Metropolitan de México, el domingo último, a causa de la diferencia en el precio de las entradas. Hecho que, según la visión de Manu, “promueve la división de clases”. También aparecen los encuentros con amigos en el Salón Corona, un bar “cutre” donde se sirve la mejor cerveza de barril en todo México. Y Manu se define: “Soy un cuate del montón que muchas veces quisiera ser invisible”.
La presentación en México de Manu Chao formó parte del Festival del Centro Histórico, un megaevento con más de cuatrocientos espectáculos a lo largo de 20 días en la capital azteca que, además de la presentación del ex Mano Negra, convocó las bellas artes del jazzista Paquito D’Rivera, de la coreógrafa alemana Susanne Linke y de su compatriota cantante Ute Lemper, entre otros. Traído por el Instituto Francés de Cultura, Manu dice que “fue casualidad” que el primer puerto de una gira por siete países latinoamericanos (México, Bolivia, Ecuador, Perú, Ecuador, Chile y Argentina) haya sido la tierra de Moctezuma. Aunque luego duda y se retracta: “Bueno, casualidad... teníamos muchas ganas de venir, la banda estaba recién formadita, tenemos tres semanas juntos y quisimos salir de gira para tomar músculo”.
La banda a la que se refiere Chao es un grupo de siete instrumentistas, ninguno de los cuales podría ser definido como virtuoso, acaso porque, como declaró el artista en una oportunidad, todos son “amigos del barrio antes de ser músicos”. “Queremos ser un colectivo de tíos positivos y no lo que se considera que tiene que ser un grupo de rock”, explica. David en la batería, Gambip en el bajo, Magid y el argentino Tato en las guitarras (ver página 7), Giani en el trombón, Ibrahim en la percusión y B. Roy en el acordeón, musicalizan las sencillas canciones de Manu con ritmos rudimentarios, privilegiando los arreglos en clave ska y reggae. Si este hombre pequeño fue capaz de revolucionar el mercado musical latino con Clandestino –canciones de tres tonos, bastante parecidas entre sí, como capítulos de un diario de viaje– no habrá sido por seguir preceptos de conservatorio. Sin embargo, nobleza obliga admitir que esta banda hecha para la ocasión no está a la altura de la sensibilidad compositora de Manu. Los arreglos, desajustados y antiguos, dejan anémicas “rolas” exquisitas como “Día luna día pena”, “El señor Matanza” o “Lágrimas de oro”. ¿Les importa a sus seguidores? A los mexicanos, al menos, muy poco.
“Buenas noches, México. Próxima estación: esperanza. Encantado de estar en estas tierras, de todo corazón.” El discurso de Manu fue ovacionado por alrededor de 150 mil (sí: 150 mil) personas que escucharon como en trance su concierto en la Plaza de la Constitución, más conocido como el Zócalo. El sonido no estuvo preparado para la gran masa convocada por el artista, pero tampoco importó. Dos pantallas de video a cada lado del escenario proyectan la participación de Los de Abajo y de Panteón Rococó como teloneros. Luciendo en su remera una estrella roja del EZLN, Manu empezaba un recital que México no olvidará durante mucho tiempo. Más de 50 canciones en más de dos horas de concierto ininterrumpido hicieron vibrar a una multitud que si por algo se destacó fue precisamente por la tolerancia: los rastas con los punks, los padres de familia con sus banquetas de lona, los cuarentones sesentistas, los artistas, los universitarios, los franceses afincados en tierra azteca. Había hasta un tailandés que parecía no haberse bañado en años y que en media lengua ofrecía tragos de mezcal a las chicas bonitas de la plaza.
“Antes de hacer Clandestino estuve viajando mucho por toda Latinoamérica”, cuenta Manu en la entrevista. “De ahí salió el disco: de los taquitos de Hidalgo, de las medialunas de Buenos Aires...” Dueño de una voluntad política que se deduce fácilmente en las canciones, el artista aclara que no quiere “adoctrinar a nadie”. “Cualquiera que tenga el altavoz tiene que usarlo para denunciar todos los males que aquejan a la humanidad, y si el artista logra tenerlo, no debe pensarlo dos veces: tiene que alzar su voz por los que no tienen oportunidad de hacerlo.”
No le gustan las giras. “Prefiero tocar en bares o en el muelle de Barcelona”, dice. “Lo de tener conciertos anunciados y todo eso, para mí era algo que ya había dejado atrás. Lo he vivido bien, lo he disfrutado a pleno y estaba ya bien comido con ese tema, pero la casualidad de la vida hizo que la gente que está tocando conmigo ahora estaba disponible en el momento en que yo los necesitaba. Por eso nos juntamos y me dieron ganas de dar una vuelta con ellos. Me hace mucha ilusión que los chavales de mi banda estén por ejemplo en México, descubriendo todo esto, pues nunca habían cruzado el charco.”
Su búsqueda sonora no tiene secretos. Se define como “un periodista musical”. Viaja por el mundo con un pequeño estudio que le permite “tomar pequeñas instantáneas: grabar ahí donde surge la música”. “La música es alegre”, prosigue. “A mí me gusta hacer música para pasarla bien, lo más simple posible, y cuando escucho a los corridos, sus vientos desafinados, pienso: si estás haciendo una grabación para otro tipo de música, vientos desafinados no, y con los corridos no importa. ¡Venga!, me encantan los vientos desafinados.”
“¿Sabes?”, pregunta sin esperar respuesta. “El disco Clandestino cambió muchas cosas; fue una inmensa sorpresa, nunca pensé que iba a funcionar de esa manera. Estoy muy orgulloso de cómo se difundió el disco, comenzó a venderse de mano en mano, no tuvo una promoción clásica y nos está asustando cada día más de cómo se está escuchando en todo el mundo. Clandestino es un disco de viajeros; llega alguien de Bali en Barcelona y me cuenta que en una cabaña de Bali se estaban escuchando mis canciones. En la Patagonia lo mismo, y eso es muy bonito.”
Conocido por su aversión a la prensa de “grandes dimensiones”, Chao maneja con absoluta libertad el tiempo y el modo de difundir sus ideas y su música. “A mí me da resultados, no sé si ésa es la mejor manera, pero es la mía, y ya”, resume. Así también escucha la música que suena en estos días. “No estoy al tanto de lo último que se edita; escucho lo que me regalan. Es que no sé lo que está saliendo realmente en el panorama mundial”, asegura. Tiene un disco a punto de salir. No quiere dar muchas precisiones sobre el tema. Sólo menciona la existencia de cuarenta canciones nuevas. “Me estoy yendo de cabeza a otra movida como Clandestino, y encantado de la vida. No tengo ninguna presión. Con la banda actual tocaremos hasta que no querramos hacerlo más. Mirá, Clandestino me ha dado un gran cheque en blanco, una gran fuerza, porque para mí era mi último disco y no el principio de una carrera solista. El disco ha reventado así y mucha gente está llegando con una onda de puta madre, y yo vivo todo esto como una propina que me da Clandestino. Voy para adelante a muerte, pero no tengo ninguna presión carrerista ni nada de eso. Es que todo eso, además, me importa un carajo. Todo eso está detrás y tengo una posición muy fuerte frente al comercio, los medios de comunicación... Es algo bastante curioso, estoy muy tranquilo, no me da miedo subir al escenario, nunca tuve tanta libertad como ahora. Si lo que estamos haciendo ahora va a rendir un mil por ciento, me interesa, si vamos a bajar al 120 por ciento, pues lo dejo todo y me voy a dar la vuelta al mundo con mi novia y punto, o me aparco en un lado, me lo paso pipa y grabo mis canciones fumando marihuana y tocando en el bar de la esquina. Feliz de la vida. Esta salida tiene que ser muy fuerte como para que sigamos. Y en estas dos semanas, ¡ay, mi madre!, la estamos pasando de puta madre.”
“No me siento joven ni viejo, me siento yo, me siento bien”, afirma. “Hombre, me siento bárbaro porque los jóvenes escuchan mi música, pero mejor me siento cuando descubro a niños de siete años cantando mis canciones. Hasta las abuelas de 65 me siguen y eso es fabuloso. La gente que nos escuchaba con Mano Negra o Radio Bemba estaba entre los 17 y los 35 años, pero ahora he llegado a un público más amplio. Para mí, lo más bonito de Clandestino fueron los niños, alucino con los niños que son fans.”
Vive en Barcelona, donde al regreso de su gira latinoamericana mezclará su próximo disco. “Créeme –ruega–, no es que no quiera decirte algo más del disco, lo que pasa es que hay cuarenta canciones, hay que elegir, y depende de las que elija el disco se disparará para un lado o para el otro. A mi regreso, me tomaré quince días, me encerraré con 100 gramitos de marihuana y terminaré de armarlo.” Está ilusionado con su visita a la Argentina, último punto del tour. “No hay tacos allí, pero tengo mis costumbres. Me hace ilusión, además, tocar en Rosario y en Mendoza, que son dos ciudades en donde nunca habíamos podido tocar. Va a estar guay. Seguro.”