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Jueves 15 de Junio de 2000
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tapa del No

El No salió de rally nocturno en busca de la crisis y preguntó cómo viene la mano

¿No tenés una moneda vieja?

Todos saben que está todo mal, pero... ¿está todo mal? El fin de semana resultó (cómo dice Marianaaaaaa Closs) un buen momento para intentar saberlo o, al menos, pulsar el estado de las cosas en donde las cosas suceden. La recorrida se complementa con un diagnóstico de la situación general de la (pequeña) industria del rock argentino y una guía de consumo para tiempos de malaria. Buen provecho.

Textos: MARIANA ENRIQUEZ

Viernes 10 PM, La Plata
Unas 200 personas se acomodan como pueden en una de las salas del Centro Cultural Islas Malvinas. Toca Pez y no cabe un alfiler porque, claro, es gratis. En la confitería, una cerveza cuesta 5 pesos, así que todo el mundo se compra latitas o una botella en el kiosco (un peso). O un vino en cajita, a un peso también. “Yo nunca veo bandas si no tocan gratis”, dice Pablo, que tiene 18 y estudia plástica. “No tengo un peso, y aparte me mantienen mis viejos, así que no da.” La mayoría de los jóvenes que viven en La Plata está en la misma situación, porque muchos vienen a estudiar del interior. Afuera de la sala, los chicos toman vino en los bancos del patio central, sin tener demasiado claro qué van a hacer más tarde. Media hora después, en el Auditorio de la Facultad de Bellas Artes, toca Palo Pandolfo, y la entrada cuesta 7 pesos. Se trata de una probable serie de recitales que empezará a organizar Radio Universidad de La Plata a “precios populares”, según los responsables. Funciona: el auditorio está lleno, colmada su capacidad de 200 personas. Pero la mayoría de los que se acomodan en los asientos tiene más de 25 años. Adentro de la sala no se puede tomar, así que la gente decidió ir a la plaza Rocha, enfrente, y comprar cerveza en el kiosco, siempre a un peso. Hay una pizzería cerca donde la cerveza está bastante barata (2 pesos), pero de cualquier manera está vacía.

Viernes 11 PM, Museum
Otoño Pop le sirvió a la empresa Telecom –que puso unos 30.000 dólares para bancar todo– para lanzar con bombos y platillos su ciclo “On Tour”, pero en Museum hay apenas un centenar y medio de personas. La noche fría y las últimas horas de un paro nacional con alto acatamiento no alcanzan para disimular el hecho de que los artistas que forman parte del festival (el “regreso” de Juana Molina, Venus, Francisco Bochatón y María Gabriela Epumer) no están entre los más convocantes de la escena local. Veinteañeros con ropas modernas y peinados elaborados piden chop suey o chow fan (“vegetales” y “arroz”, aclaran los cartelitos) a 3 pesos, se incomodan por el precio de la cerveza (3 pesos la lata) y ni siquiera piensan en pedir la botella de champán que se ofrece a 25. La entrada cuesta 10, pero los que llegan hasta la puerta los desembolsan sin chistar. No hay cola ni nadie pidiendo monedas para poder entrar. En los entrepisos se exhiben cortometrajes. Cuando terminan los shows, Dj Zucker pone música para que bailen unos veinte ravers saltarines, que ni en sus mejores sueños tuvieron tanto espacio.

Sábado 0.30 AM, esquina
de calle 8 y 48, La Plata
Doscientas personas bailan y dan vueltas por la esquina, mientras se escucha música desde un parlante. Se trata de una protesta: en los últimos dos fines de semana, la Municipalidad de La Plata clausuró 21 locales, entre ellos Terruko y El Estudio, donde habitualmente tocan bandas. La clausura es por una infracción a una ordenanza municipal que indica lo siguiente: los únicos lugares donde se puede bailar en La Plata son las discos. Así que está prohibido moverse, aun cuando se esté viendo a una banda. Los dueños de los boliches están reuniéndose con los concejales para llegar a un acuerdo, presentando recursos de amparo y demás. El viernes a la noche organizaron una protesta en la calle. La ciudad está cubierta de carteles que dicen “Bailar=Prohibido”. Iban a tocar bandas en la esquina, pero la gente de control urbano amenazó con levantar todo si se cortaba la calle, así que apenas quedaron los parlantes. Mucha gente, como Julia, de 23, había decidido no ir a la protesta un poco por la lluvia y otro poco porque “igual es al pedo”. Pero muchos otros como Juan Cruz, 17, que va a la secundaria, se acercaron con un poco más de optimismo (“si no, ¿dónde vamos a ir?”). “La ciudad de por sí es una tristeza, si encima nos cierran los boliches nos cagamos de aburrimiento.” La intención es que la gente vaya a bailar a las discos de Camino Centenario, por ejemplo, pero no todos tienen plata como para movilizarsehasta allá (son más de 10 km desde el centro), y además se trata de locales caros, tanto para consumir como para entrar.

Sábado 10 PM, El Borde, Temperley
En la esquina, muchos “luquean” para llegar a los 7 pesos que vale la entrada con consumición para ver el festipunk con De Romanticistas, Expulsados y Doble Fuerza. “No me queda otra. Mi viejo labura todo el mes, le dan 500 mangos y yo no consigo trabajo. ¿De dónde querés que saque el filo, del afano?”, se excusa Martín, un punkie de cresta enjabonada que les pide plata a los que van a bailar “bien vestidos” a las discotecas de la avenida Meeks, ahí nomás. Las tres bandas, sin embargo, lograron meter 300 personas, a 7 pesos cada uno (5 la anticipada). Pero la barra apenas trabaja. “En estos recitales viene gente de entre 18 y 25 años, casi todos andan sin guita, consumen su cerveza con la entrada y después manguean o no toman más. El resto, a lo sumo, pide dos y listo”, dice un barman, que calcula una facturación de unos 250 pesos. El vaso de medio litro de cerveza y el Gancia cuestan 2 pesos. Y la gaseosa –lo que menos se consume– la mitad. Igual que afuera. Para los músicos también hay recesión. Federico Pertusi, líder de De Romanticistas, opina que “para que las cosas funcionen las entradas tendrían que costar 15 pesos, pero es imposible. Son pocos los que pueden pagar”. Así que... En general, De Romanticistas saca entre 50 y 150 pesos por show: “Casi siempre vamos a porcentaje y salimos perdiendo. Pocas veces tocamos por un cachet preestablecido”. Al final del show, Roberto, transpirado por el pogo, se va solo. Tiene que esperar una hora y media hasta que pase el primer tren a Constitución. Había llegado de City Bell para ver a Expulsados. “Tengo casi 4 pesos de viaje. La entrada me salió 5 y tomé dos birras. Ahora me voy a tomar un trago con lo último que tengo. Es un drama, si me llegaba a levantar a una chica no tenía ni para el telo”, se queja. Enfrente, en la plaza, una pareja se acurruca atrás de un árbol. Algo es algo.

Domingo 2 AM, Salón Pueyrredón
“Ah, ¿el boliche punk?”, pregunta el taxista desde el retrovisor llegando a Pueyrredón y Córdoba, estacionando sobre mano derecha. “Sí, ése”, concede uno de los dueños del Salón Pueyrredón, que no es precisamente un “boliche punk” pero que, desde hace tres años, es regenteado por una pequeña cooperativa de músicos punks. Una vieja casa destrozada se convirtió en un pub con pista de baile, escenario, cuadros de The Jam y Joe Strummer, discos de los Smiths y una agenda de miércoles a domingo con performances circenses, shows de bandas pop, festipunks y demás. El lugar se estaba hundiendo, pero las Fiestas del Pop inglés vinieron a salvar la ropa: ahora el Salón recibe entre 200 y 300 personas por sábado, y se prepara para ser sede de la próxima fiesta del orgullo gay (el martes 27). Javier y Lisandro, de 16 años, son dos compañeros de escuela secundaria que se acercaron para ver a Menos Que Cero por primera vez. Casi todos los sábados, desde hace un año, van a ver algún show -prefieren a las bandas indie, sobre todo Fun People, Loquero, She Devils-. “Nos llegan más las letras de estas bandas... Las del cantante de Loquero, ponele, que expresa sus problemas con las drogas. Lo que dicen grupos grandes como La Renga nos rebota, no nos interesa.” Sobre la financiación, cuentan que “la plata se picotea de algún lado”. “La entrada nunca pasa de cinco pesos (si es que no hay algún show gratis), y después sobran un par de pesos para tomar algo o comprar alguna cosita en el stand.”

Domingo 3 AM, Sarajevo
Noelia y Brenda, de 20 y 21, están tomando un trago sobre un sillón a un costado de la barra, dándole la espalda al escenario donde Río Gloria toca su pop rock de living para unas 30 personas. Las chicas frecuentan el Podestá, La Ideal, y esta noche irán a ver a Spleen a La Cigale. Coherencia estética absoluta. Sarajevo queda en la zona turística de San Telmo (¿San Telmo sensible?) y Noelia y Brenda (estudiantes –actual y ex- de Bellas Artes) alquilan desde hace un par de meses una casa en elbarrio, así que su nueva condición independiente las tiene bastante excitadas. “Por eso estamos saliendo poco últimamente”, explican, “porque invitamos gente a casa y terminamos haciendo algo ahí”. Cuando salen, llevan unos diez pesos en el bolsillo, el equivalente a dos botellas de cerveza en Sarajevo. Viernes por medio, el local de la calle Defensa presenta un ciclo de tango, y todos los domingos se concretan veladas de música electrónica. Casi todos los sábados toca algún grupo en el pequeño escenario que mira a la docena de mesitas dispuesta en el salón, y en el sótano funciona una pista de baile algo más caliente que la zona de confort; esta noche hay una fiesta de cumpleaños. “Siempre es bueno que te inviten a fiestas privadas”, comenta sin dejar de bailar Lisa (19). “Sobre todo porque zafás la entrada, y todo el presupuesto te queda para comprarte algo en la barra.” A la vuelta, sobre Independencia, un kiosco open 24 horas convoca más gente que el mismo Sarajevo y presenta un aspecto, digamos, interesante.

Domingo 8 PM,
Cemento
Mientras apuran, en seco, los panchos (1 peso) que les servirán de cena, Hernán, Gonzalo y Martín se entretienen mirando de lejos el show de Mimi Maura. Los tres son seguidores de Fun People, el número principal, y están acostumbrados a armar “vaquitas” para que ellos o sus amigos –depende de quién haya conseguido plata esa vez– puedan entrar a los shows de la banda (7 pesos). Cemento está repleto de chicos como ellos, de entre 14 y 18 años, algunos con dreadlocks como Nekro, varios con mochilas negras pintadas con líquido corrector. Sofía y Catalina tienen 14 y hacen maravillas para poder salir los tres días del fin de semana con sólo veinte pesos. A veces no cenan, igual que Guadalupe, de 21, empleada en una perfumería y mesera en un bar. “A lo sumo, como en Ugi’s, que es la pizza más rockera: el superpancho no me va”, dice. ¿Trago favorito? Agua mineral, pero a veces el bolsillo le aconseja que compre la Pepsi de 50 centavos. En un rincón, sentados sobre la barra y apoyados sobre una bicicleta, Damián (18) y Eduardo (15) cuentan que se vinieron desde José C. Paz (entre tren y colectivos, 6 pesos per cápita) a ver a Fun People, su banda nacional favorita. Cuando tocaron sus preferidos extranjeros, Green Day y The Offspring, no pudieron juntar la plata para la entrada. No es raro que se queden en casa, “tomando un vino y escuchando música”. Sobre la misma barra en la que están sentados, pero más lejos, se venden compacts (entre 5 y 12 pesos), prendedores (1 peso), calcomanías (50 centavos), hamburguesas vegetarianas (1 peso), y pantalones (15 pesos). Damián y Eduardo ni siquiera miran los precios: todavía hay que volver a casa.

Este es el bajón

Los sellos discográficos y las tiendas de discos (con la gran cadena argentina a la cabeza y la mitad del ¿mercado? en sus manos) viven días difíciles. Las cifras de ventas bajan cada año (según un ejecutivo de una compañía multinacional, en el 2000 se venderá entre un 40 y un 50 por ciento menos que en 1999, un año de por sí bastante malo); la recesión y la gradual instalación de la venta por Internet –aunque por ahora no represente un problema mayor en la Argentina– están llenando de dedos la cara de la tambaleante industria convencional. A propósito, ¿hace cuánto no aparece una banda de rock que se haga medianamente grande? Hacé memoria... “Nunca se vendieron tan pocos discos. Nunca en toda la puta historia de este país. Nunca estuvimos tan mal”, dice Rodolfo Muratorio, manager de Illya Kuryaki. “Hoy, montar un show te sale una guita que las discotecas no pueden pagar. No es un problema cultural, es un problema económico. OK, no estamos viviendo la euforia artística de los ‘80, pero esta depresión es económica más que cultural. Aunque el rock barrial cerró las fronteras e impuso una estética demasiado localista. Por eso a Illya Kuryaki le va mal acá y muy bien en el resto de Latinoamérica. Las bandas de rock barrial, en cambio, afuera no existen”, dispara. A un costado de las empresas Goliath están los sellos independientes, que sobreviven a los tumbos, pero se mantienen gracias a la lógica proporcional de oferta y demanda y a la coherencia estética (especializada) que ofrecen etiquetas como Ugly, Ultrapop, Indice Virgen, Besótico, etcétera. Sebastián Carreras, fundador y cerebro del sello que publicó los debuts solistas de Francisco Bochatón y Leo García, analiza el momento y cuenta su caso. “La semana pasada llamé a Musimundo para ver cómo iban las ventas, y me dijeron que se habían vendido mis discos, pero que no podían reponer porque no había presupuesto. Así que ellos me pasan sus problemas a mí. OK, la crisis existe, la gente tiene menos guita y eso genera una crisis cultural. Pero no es la primera vez que hay crisis, y las compañías no deberían tratar a los artistas como ganado. Ahí están siempre las multinacionales mandándose cagadas y errándole. Siempre esa política de pan para hoy, hambre para mañana. Y el mañana es hoy. ¿Por qué nadie, en ninguna compañía multinacional, se preocupó en los ‘90 por crear un semillero? Está bien, hay hambre, pero, ¿las discográficas hacen algo para que la gente elija entre un jean y un disco? Creo que hoy la gente elige el jean.”
Del lado mainstream, un importante manager que prefirió reservar su identidad dio su pronóstico al No: “Van a andar bien las bandas a las que no les preocupe tocar en discotecas; las bandas a las que les guste sonar en Rock & Pop y en las radios de fórmula; bandas que les gusten a las empleadas domésticas y a los rockeros. La gente quiere divertirse, algo que había en los ‘80: diversión y buenas canciones. La prensa especializada castigó lo popular durante años, y aplaudió la tendencia a generar tribus. Si queremos que esto empiece a crecer, creo que hay que empezar a aplaudir los ‘Avanti Morocha’ que aparezcan”. Joven songrwriter argentino, tomad nota.

C B C
Consumo Básico Callejero

Súper pancho: 1 peso.
Grande de muzzarela en Ugi’s: 2,10.
Cerveza de litro: 1 (más una seña por el envase, si no es descartable, que varía según la credulidad del quiosquero).
Lata de gaseosa: 0,75 (considerar la posibilidad de la Pepsi, a 0,50).
Cartón de vino: 1.
Cartón de jugo: 1,50.
Paquete de snacks (léase chizitos, papas fritas, palitos, 3D, etc.): 0,50 (el chico); 1 (el grande).
Cigarrillos: 0,75 (de 10); 1,50 (de 20).
Papel para armar cigarrillos: 0,50.
Chocolate “mata-bajón” Tokke: 1 peso.
Alfajor Jorgito: 0,30.
Triple: 0,50.
Chicles: 0,05 (unidad); 0,50 (paquete).
Bon o Bon y todos sus émulos: 0,25.