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Disparen contra Madre Teresa por Christopher Hitchens

Miseria de la caridad

Basándose en un sugestivo álbum de fotos de gira, Christopher Hitchens
—uno de los polemistas más devastadores del periodismo contemporáneo—
desmonta el mito de santidad que envuelve a Madre Teresa de Calcuta y
excava las pasiones políticas que sostienen a la caridad.

En mi mesa, mientras escribo, hay un viejo ejemplar de L’Assaut (El ataque). Es, o más bien era, un órgano de propaganda del despotismo personal de Jean-Claude Duvalier, de Haití. Hijo irremediablemente gordo y mofletudo y estúpido de un padre muy flaco y despiadado e inteligente (Jean-François “Papa Doc” Duvalier), el corpulento delfín, para su vergüenza, era conocido por todos como “Baby Doc”. En un intento por salvar cierta dignidad y diferenciar su identidad de la de su padre, L’Assaut llevaba el subtítulo de Organo de Jean-Claudismo.
Pero evitar la expresión más apropiada de “duvalierismo” sólo sirvió para subrayar la impresión de dinastía de república bananera que intentaba disipar. Debajo del titular aparece un pájaro ridículo y pesado, casi incapaz de volar, pero que, a juzgar por la estilizada ramita de olivo que sujeta en el pico, estaba claramente destinado a representar una paloma. Bajo ese pájaro abatido hay un gran slogan en latín —In hoc signo vinces (“Con este signo habrás de vencer”)— que parece desmentir las intenciones pacíficas y herbívoras del logo. Símbolos del cristianismo primitivo como la cruz o el pez sobrecargan a veces esa estampa. La he visto en panfletos que llevaban otras runas y fetiches; la esvástica, por ejemplo. Lo cierto es que nadie podría vencer a nadie bajo un estandarte que luciera el emblema reproducido en este cuadernillo.
Adentro, pegada a un largo y devoto informe sobre el aniversario de bodas del bulboso Primer Ciudadano de Haití y su célebre esposa, Michèle Duvalier, hay una gran fotografía. Muestra a una Michèle serena y relajada y elegante en su calidad de líder de la élite blanca y créole de Haití. Hay otra mujer que, en un gesto de amor, le sostiene las manos cargadas de pulseras, y que le dedica una mirada llena de respeto y deferencia. Junto a la imagen hay una cita de esta mujer, que evidentemente siente que sus gestos sicofánticos no bastan y que es preciso ofrecer también algunas palabras: “La Señora Presidente es una persona que siente, que sabe, que quiere probar su amor no sólo a través de palabras sino también de acciones concretas y tangibles”. En la página vecina, la sección Sociedad recoge el guante con el titular: “Señora Presidente, el país vibra con su obra”.
El ojo descansa en la imagen. La mujer que ofrece estos profusos cumplidos es la mujer que millones de personas conocen como la Madre Teresa de Calcuta. Varias preguntas aparecen al mismo tiempo, atropelladamente. Primero: ¿y si la foto fuera acaso un montaje? ¿Y si los hábiles editores de L’Assaut convirtieron a una extranjera insospechable en una visitante ilustre, poniéndole palabras en la boca y colocándola en una posición de vulnerabilidad? La respuesta parece ser negativa, ya que la edición está fechada en enero de 1981, y hay material fílmico que registra a Madre Teresa visitando Haití ese año. El material, que fue exhibido en el programa de documentales de la CBS “Sixty Minutes”, muestra a Madre Teresa sonriendo a cámara y diciendo, a propósito de Michèle Duvalier, que había conocido a montones de reyes y presidentes en su vida, pero que “nunca había visto entre los pobres y sus jefes de Estado una familiaridad como la que vio con ella. Para mí fue una hermosa lección”. En pago de ese y otros favores, Madre Teresa fue premiada con la Légion d’honneur de Haití. Y su sencillo testimonio, lleno de cálido encomio hacia la pareja gubernamental, fue exhibido todas las noches por la televisión pública durante al menos una semana. No se conoce que haya habido protesta alguna por ese material de parte de Madre Teresa (que tiene los medios para difundir ampliamente sus opiniones) entre el momento de la condecoración y el momento en que el pueblo de Haití tuvo tanta “familiaridad” con Jean-Claude y Michèle que la pareja apenas tuvo tiempo de llenar sus valijas con el Tesoro Nacional antes de huir para siempre a la Riviera francesa.

Con el fraudulento John Roger, sobre fondo trucado de miseria india y cheque de diez mil dólares que no aceptó aparecer en la foto.

También se plantean otras preguntas, todas referidas a cuestiones de santidad, de modestia, de humildad y devoción hacia los pobres. Antes que nada, ¿qué hacía Madre Teresa en Port-au-Prince, asistiendo a eventos fotogénicos y a ceremonias de condecoración con la oligarquía local? ¿Qué hacía, lisa y llanamente, en Haití? El mundo necesita representársela en una pose de sujeción, agonizante pero bien dispuesta, lavándoles los pies a los pobres de Calcuta. La política no es su verdadero métier, y menos, sin duda, la política remotísima de una sofocante dictadura caribeña. Durante muchos años, Haití tuvo la justa reputación de ser el lugar donde los miserables de la tierra recibían el trato más cruel y más caprichoso. Queda perfectamente claro, además, que eso no era fruto de ningún desastre natural ni de ninguna desventura inexorable. La isla ha sido propiedad de una clase depredadora especialmente dura y codiciosa que empleó la fuerza más implacable para mantener en su lugar a pobres y desposeídos.
Volvamos a contemplar la fotografía de las dos mujeres que sonríen. En términos de los lugares comunes que circulan sobre Madre Teresa, algo no “va”. No “pega”, como se dice. La imagen y la percepción lo son todo, y quienes las poseen tienen la capacidad de determinar su propio mito, de ser considerados como ellos mismos se valoran. Las acciones y las palabras se juzgan según las reputaciones, y no al revés. De modo que mantengamos la foto a la luz por un momento, y tratemos de sacar una copia del “negativo”. ¿Es posible que el reverso en blanco y negro cuente no una historia gris sino una más verdadera?
También ante mí, mientras escribo, hay una fotografía de Madre Teresa de pie, modesta, los ojos bajos, amistosamente cerca de un hombre conocido como “John-Roger”. A primera vista, el espectador casual creería que están parados en un lugar de Calcuta. Un vistazo más cuidadoso deja en claro que los indigentes de segundo plano fueron agregados a la foto como telón de fondo. La foto es falsa. Como lo es, ya que estamos, John-Roger. Líder del culto a veces conocido como “Insight”, pero más precisamente como MSIA (“Movement of Spiritual Inner Awareness” —Movimiento de Conciencia Espiritual Interior), el hombre es un fraude de proporciones chaucerianas. Probablemente más conocido para el público por su lucrativa conexión con Arianna Stassinopoulos-Huffington —cuyo marido, Michael Huffington, gastó 42 millones de dólares de su propia herencia en una fallida licitación por un puesto en el Senado de California—, John-Roger sostuvo reiteradamente que era, y que tenía, una “conciencia espiritual” superior a la de Jesucristo. Difícil emitir un veredicto sobre una afirmación semejante. Pero se podría pensar que para Madre Teresa sería una blasfemia. Y sin embargo allí está, haciéndole compañía y prestándole el lustre de su nombre y su imagen. Habría que advertir que el MSIA apareció repetidas veces en la prensa denunciado por corrupción y fanatismo, y que la Cult Awareness Network (Red de Conciencia de Culto) califica a la organización de “altamente peligrosa”.
Resulta ser que la fotografía fraguada registra el momento trascendental en que Madre Teresa acepta un cheque de diez mil dólares. Lo recibió bajo la forma de un “Premio a la Integridad” otorgado por el mismo John-Roger, un hombre que cayó en la cuenta de su propia divinidad durante las secuelas de una operación de riñón visionaria. Los partidarios de Madre Teresa tendrán sin duda algo a mano para defenderla. Su heroína es demasiado inocente para detectar la deshonestidad ajena. Y diez mil dólares son diez mil dólares, y, como Lenin, citando a Juvenal, decía con orgullo, pecunia non olet: “el dinero no tiene olor”. ¿Qué más natural, pues, que vuelva a abandonar Calcuta, viaje hasta Tinseltown y comparta su aura con un gurú que dice superar al mismísimo Redentor? A medida que este cuentito se despliegue iremos descubriendo a Madre Teresa en compañía de algunos otros fraudes, rateros y explotadores. ¿En qué momento —quizá esta vez sus defensores acepten permitirse esta módica pizca de escepticismo— esas asociaciones dejan de ser simple coincidencia?
El álbum se cierra con una última serie de fotografías. Contemplemos a Madre Teresa en actitud de orar, flanqueada por Hillary Rodham Clinton y Marion Barry, inaugurando un orfanato de ocho camas en los suburbios de Washington, D.C. Es un gran día para Marion Barry (el alcalde de la ciudad), que llevó la capital a la miseria y la corrupción y que cubre sus debilidades proponiendo el rezo obligatorio en las escuelas. También es un gran día para Hillary Rodham Clinton, que casi sin ayuda destruyó un acuerdo sobre la seguridad social nacional cuya construcción y maduración insumieron un cuarto de siglo.
Las semillas de este caso de fotogenia múltiple, ocurrido el 19 de junio de 1995, habían sido sembradas en marzo del mismo año, mientras la Primera Dama estaba de gira por el subcontinente indio. Molly Moore, la distinguida periodista que el Washington Post había enviado al tour, dejó en claro en sus artículos el estilo Potemkin de la visita:
“Ayer, cuando la caravana de los Clinton atravesó rauda el campo de Pakistán, un largo cerco de tela brillantemente pintado la protegía de un vasto y ardiente vertedero de basura donde había niños hurgando entre los desperdicios y varias familias pobres habían levantado cabañas con pedazos de cartón, periódico y plástico... En otra oportunidad, los oficiales paquistaníes, enterados del rumor de que la Primera Dama pensaba pasear a pie por las colinas de Margala, que dan a la capital de Islamabad, se apuraron y pavimentaron diez millas de un caminito que llevaba a un pueblo de las colinas. Nunca dio el famoso paseo (lo vetó el Servicio Secreto), pero los lugareños consiguieron el camino pavimentado que habían reclamado durante décadas”.

Madre Teresa de Calcutta: ¿Santa o dama de compañía de poderosos?
Aquí con Hillary Clinton en 1995 inaugurando un orfanato en Washington

Así es como los líderes de Occidente dejan una momentánea impresión en los pobres del mundo, antes de volar a casa infinitamente purificados y moderados por la experiencia. Una parada en alguna institución de Madre Teresa es algo absolutamente de rigueur para todas las celebridades que visitan la región, y no sería la Sra. Clinton quien violara el precedente. Después de “atravesar cruces en los que los autos, ómnibus, rickshaws y transeúntes se extendían hasta donde se perdía la mirada”, llegó hasta el orfanato de Nueva Delhi de Madre Teresa, donde, para citar otra vez a la periodista enviada al lugar, “los chicos que normalmente sólo llevan pañales finos de algodón, que no hacen más que ocasionar sarpullidos y exacerbar el vaho de la orina, habían sido engalanados para la ocasión con Pampers norteamericanos y jumpers con flores recién cosidas”.
Favor con favor se paga, de modo que la visita subsiguiente de Madre Teresa a Washington les dio a la Sra. Clinton y al alcalde Barry la posibilidad de un poco de publicidad segura y gratuita. El nuevo centro de adopción, de doce camas, está en los suburbios dignos y frondosos de Chevy Chase, y nadie tuvo la grosería de mencionar la visita que Madre Teresa había hecho a la ciudad en octubre de 1981, cuando el maltrecho ghetto de Anacostia eclipsó la luz de su rostro. Situada del otro lado del Potomac, casi segregada, Anacostia es la capital del Washington negro, y en aquel entonces se veía con recelo la posibilidad de realizar allí un operativo de los “Misioneros de Caridad”, ya que se sabía que los habitantes del lugar tomarían a mal la sugerencia de que eran tercermundistas desamparados y abyectos. Justo antes de la conferencia de prensa, Madre Teresa vio su oficina invadida por un rudo grupo de negros. Su asistente, Rathy Sreedhar, recuerda la anécdota:
“Estaban muy enojados... Le dijeron a la Madre que Anacostia necesitaba empleos decentes, viviendas y servicios, no caridad. La Madre no discutió; sólo los escuchó. Finalmente, uno de ellos le preguntó qué pensaba hacer allí. La Madre dijo: ‘Primero debemos aprender a amarnos los unos a los otros’. A eso no supieron qué contestar”.
Bueno, no. Pero posiblemente porque ya lo habían oído antes. De todos modos, cuando la conferencia de prensa empezó, Madre Teresa aclaró rápidamente cualquier malentendido:
“Madre Teresa, ¿qué es lo que espera lograr aquí?”
“La alegría de amar y de ser amado.”
“Eso requiere mucho dinero, ¿verdad?”
“Requiere mucho sacrificio.”
“¿Les enseña usted a los pobres a soportar su destino?”
“Pienso que es muy hermoso que los pobres acepten su destino, que lo compartan con la pasión de Cristo. Pienso que el sufrimiento de los pobres es de gran ayuda para el mundo.”
Marion Barry bendijo el evento con su presencia, por supuesto, así como el reverendo George Stallings, el pastor negro de la iglesia de Santa Teresa. Catorce años después, Anacostia es un antro aún peor y el reverendo Stallings se separó de la Iglesia para fundar un catolicismo exclusivamente negro cuyo principal objeto de devoción es él mismo. (Ultimamente también estuvo en la picota por supuesto ultraje a la inocencia de una joven de su grey.) Sólo Marion Barry, renacido en prisión y reelecto como demagogo, llegó realmente a dominar los usos de la redención.
Así que retomemos la fotografía de Madre Teresa sellada en un abrazo de hermandad con Michèle Duvalier, una de las mujeres más cínicas, superficiales y malcriadas del mundo moderno: un sepulcro pálido y un parásito de “los pobres”. La foto, y su contexto, anuncian a Madre Teresa como lo que es: una fundamentalista religiosa, una operadora política, una sermoneadora primitiva y una cómplice de los poderes seculares del mundo. Esa fue siempre la naturaleza de su misión. La ironía es que nunca fue capaz de inducir a nadie a creerle.
Cuando pedí una lista de libros sobre Madre Teresa, el índice electrónico de la Biblioteca del Congreso imprimió unos veinte títulos. Estaban Madre Teresa: ayudando a los pobres, de William Jay Jacobs; Madre Teresa: los años de gloria, de Edward Le Jolly; Madre Teresa: una mujer enamorada, que me sonaba más prometedor, pero resultó ser del mismo autor y participar del mismo espíritu; Madre Teresa: protectora de los enfermos, de Linda Carlson Johnson; Madre Teresa: sierva de los sufrientes del mundo, de Susan Ullstein; Madre Teresa: amiga de los sin amigos, de Carol Greene, y Madre Teresa: cuidando a todos los hijos de Dios, de Betsy Lee —por mencionar solamente los títulos más destacables. Incluso el más neutro de todos —Madre Teresa: su vida y su obra, del Dr. Lush Gjergji— demostraba ser un panfleto devocional disfrazado de biografía, compuesto por uno de los correligionarios albaneses de Madre Teresa.
En efecto, el tono general era tan fuertemente devocional que por un momento parecía casi común. Y sin embargo, si pasamos revista a los títulos en voz alta —Madre Teresa, auxiliadora de los pobres, protectora de los enfermos, amiga de los sin amigos—, lo que hacemos, en realidad, es imitar una invocación a la Virgen e improvisar un “Ave María” propio. Nótese, además, la escala de la invocación: los sufrientes del mundo, todos los hijos de Dios. Tenemos aquí a una santa en plena formación, cuyas sedes y reliquias algún día serán veneradas y que ya es objeto personal de una adhesión que no está muy lejos del culto.

Con la elegante Michele Duvalier primera dama de Haití, por entonces (1981) uno de los países más corruptos y menos piadosos del planeta

El Papa actual está muy encariñado con el proceso de canonización. En dieciséis años ha creado cinco veces más santos que todos los de sus predecesores juntos. También multiplicó la cantidad de beatificaciones, manteniendo bien provista la antesala de la santidad. Entre 1588 y 1988, el Vaticano canonizó a 679 santos. Sólo bajo el reinado de Juan Pablo II (y hacia junio de 1995), hubo 271 canonizaciones y 631 beatificaciones. Quedan varios centenares de casos pendientes, incluido el pedido de canonizar a la reina Isabel de España. La propuesta es tan rápida y tan general que recuerda el bautismo de fuego con que los generales chinos cristianizaban sus ejércitos; en una ceremonia de 1987, un total de 85 mártires ingleses, escoceses, galeses e irlandeses fueron beatificados en un solo día.
La santidad no es una petición menor, porque conlleva el poder de interceder y permite que el santo pase a ser destinatario de la oración. Muchos papas han sido lentos para canonizar, así como la Iglesia es generalmente lenta para convalidar milagros y apariciones, porque un reconocimiento promiscuo de la intervención divina en los asuntos humanos encerraría un peligro obvio. Si se puede curar a un leproso, podría preguntar la grey, ¿por qué no a todos los leprosos? Autoricen un milagro demasiado fácil y será difícil contestar preguntas sobre la leucemia infantil o la pobreza masiva y la injusticia con alguna fórmula insatisfactoria sobre la predilección que tiene el Señor por actuar de maneras misteriosas. Se trata de un viejo problema, y es improbable que el departamento de canonizaciones ceda a la metodología de la producción en masa.
Aunque la tradición requiere que un “santo” haya realizado al menos un milagro, hecho “buenas obras” y poseído “virtudes heroicas” y demostrado tener ubicuidad, esa cualidad logísticamente tan difícil, mucha gente que ni siquiera es católica romana ya decidió que Madre Teresa es una santa. Algunas fuentes de la Congregación por las Causas de Santidad del Vaticano (que examina casos espinosos como el de la reina Isabel) abandonan su reticencia y su reserva habituales y declaran que la beatificación y eventual canonización de Madre Teresa son seguras. Es difícil que esta consumación la desagrade, pero es posible que no haya estado entre sus objetivos originales. Su vida muestra más bien la determinación de ser la fundadora de una nueva orden —su organización Misioneros de Caridad, que nuclea a unas cuatro mil monjas y 40 mil trabajadores laicos— y figurar junto a San Francisco y San Benedicto como autora de una “regla” y una “disciplina”.
Madre Teresa tiene una teoría de la pobreza, que es también una teoría de la sumisión y la gratitud. También tiene una teoría del poder, que deriva de las desatendidas palabras de San Pablo sobre “los poderes que son”, que “son ordenados por Dios”. Es, finalmente, la emisaria de un papado muy decidido y muy politizado. Sus viajes por el mundo no son los vagabundeos de una peregrina sino una campaña ajustada a los requerimientos del poder. Madre Teresa también tiene una teoría de la moralidad. No es una teoría difícil de comprender, aunque presenta sus dificultades. Y Madre Teresa interpreta perfectamente los usos de ese pasaje bíblico que habla de lo que se le debe al César.
En cuanto a lo que se le debe a Dios, ése es un asunto para los que tienen fe, o para los que de algún modo se sienten aliviados por el hecho de que hay otros que la tienen. La parte rica de nuestro mundo es pobre en conciencia, y una monja albanesa no tiene la culpa de que tanta gente satisfecha decida vivir indirectamente a través de lo que suponen es su caridad. De ahí que la discusión no sea con un embustero sino con las víctimas del embuste. Si Madre Teresa es objeto de adoración para muchos observadores crédulos y acríticos, entonces la culpa no es de ella, o no sólo de ella. En la manufactura gradual de una ilusión, el mago es apenas el instrumento del público. Puede incluso presentarse a sí mismo como un embaucador y un prestidigitador y aun así engañar a la multitud. Populus vult decipi —ergo decipiatur (“Si el pueblo quiere ser engañado, entonces será engañado”).

(Fragmento de The Missionary Position.
Mother Teresa in Theory And Practice,
de Christopher Hitchens,
Londres, Verso, 1995.)

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