Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH LAS/12

Pag/30 index

Los tríos del rock
por Santiago Rial

 

La leyenda dice que los bajistas son guitarristas frustrados, los guitarristas son autistas y los bateristas están más cerca de las bestias que de los seres humanos. ¿De qué diablos hablamos, entonces, cuando hablamos de power trío?

 

 

La llamada música rock (música derivada del rock & roll, pero que perdió movimiento para convertirse en una roca que ya no rollea, no rueda: una Stone sin Rolling) se ha convertido en una de las músicas clásicas del siglo XX, con sus obras maestras, su canon estético y sus mitologías. Entre ellas, la formación del trío conserva para sí un prestigio merecido, resultado de la suma de frustración, autismo y bestialidad. No cualquier músico puede lograr generar ese efecto alienante, shockeante, de petrificación musical, que convierte a un trío de instrumentistas en lo que se llama un Power Trio de Rock.
Ya sea con el agregado de un cantante (bandas fundamentales en el rock como Led Zeppelin, The Who, Black Sabbath, los primeros tríos que acompañaban a Elvis Presley, The Sex Pistols, Ramones, The Smiths y Suede entrarían en esta categoría de tríos no puros) o con el atractivo de que el cantante sea uno de los tres instrumentistas (los pioneros Jimi Hendrix Experience y Cream, Emerson, Lake & Palmer, Pappo’s Blues, Manal, The Police, The Jam, Nirvana, Husker Du), el triángulo musical formado por el tándem clásico de guitarra, bajo y batería parece ser, por alguna razón, un formato que define al rock. La situación musical que se genera resulta entonces tan desafiante en cuanto a lo técnico como fértil en lo musical.

Nuestros tríos Como si se tratara de una lucha contra el silencio, cualquier trío que pretenda hacer rock tiene que coordinarse y multiplicarse para que el sonido resulte atronador. Cristian Aldana, guitarrista atronador, cantante aullador y líder implacable del ahora cuarteto El Otro Yo, pasó ocho años (de 1990 a 1998) tocando con su por entonces trío en todos los escenarios en los que pudo. Para él, la situación que genera esa descarga de adrenalina tiene que ver con la posibilidad y la necesidad de llenar espacios: “En un grupo de reggae, el guitarrista no se puede zarpar: tiene que tocar lo justo, meter su parte para que se complete el sonido. Lo mismo pasa con el baterista: si toca mucho, lo más probable es que arruine todo, que moleste demasiado a los demás instrumentos. En un trío, en cambio, tenés que llenar espacios: el guitarrista puede darle y darle, el baterista puede golpear a full todos los cuerpos de la batería y el bajista puede tocar mucho. Además también pueden estar los tres integrantes haciendo el mismo riff y queda bien. Para llenar los espacios todo sirve. Todo depende de lo que quieras, pero si querés hacer rock y tocás en un trío no hay otra posibilidad: tiene que ser una masa”.

Reforzando la extraña relación que tiene el número tres con la Creación de Masa Sonora Rockera, los hermanos Aldana (la bajista del grupo siempre fue su hermana María Fernanda) vivieron y ensayaron durante todos esos años en el Triángulo de Témperley, un pequeño sector rodeado en cada uno de sus tres lados por vías de trenes eléctricos y gasoleros en el que, aún hoy, el grupo continúa preparando lo que tanta gente espera recibir de ellos: una montaña de sonido y furia preparada a base de electricidad y percusión, un magma incandescente en el que las palabras parecen estar talladas y las melodías esculpidas. O, como lo definirían algunos de los miles de fans que tiene por el país: “El Otro Yo es una masa”.
Lo mismo se podría decir de Divididos o de A.N.I.M.A.L (sigla de “Acosados Nuestro Indios Murieron Al Luchar”). En comparación, otras bandas más nutridas, como Los Fabulosos Cadillacs, Los Babasónicos, Los Pericos o Los Auténticos Decadentes nunca merecerían ese calificativo. Aunque estos grupos formen parte del rock y se nutran de él, están más cerca de las orquestas populares que de la fuerza visceral de los triángulos rockeros que antes mencionábamos. Los tríos son otra cosa.

Ser tres

De cualquier forma, un caso como el del El Otro Yo, que tras ocho años como trío se transforma en cuarteto, es casi la excepción que confirma la regla: los tríos suelen convertirse en grupos herméticos y cerrados en su propia dinámica, de la cual no quieren (o no pueden) salir. Como si se tratara de un delicado mecanismo de relojería, no pueden prescindir de ninguna de sus partes. Así fue como superbandas como Led Zeppelin o The Who, que contaron con cantantes de altísimo perfil pero encajan en la categoría de tríos instrumentales de rock, no pudieron superar la salida de sus respectivos bateristas. Aunque ni el 1/3-Zeppelin John Bonham ni el 1/3 Who-Keith Moon participaban activamente en la composición, sus muertes significaron la desaparición de los grupos. Eran insustituibles. A pesar de su tan comentada inestabilidad (el tres es un número impar), los tríos tienden a volverse cerrados y se convierten en una obsesión musical.
El caso de Ariel Minimal —cantante, compositor y guitarrista de Pez (power trío retorcido, progresivo y a la vez brutal), y también guitarrista en Los Fabulosos Cadillacs— demuestra cómo un músico talentoso, creativo y abierto, a pesar de su experiencia tocando en una orquesta profesional, con una sección de vientos y varios percusionistas y tecladistas, sigue obsesionado con la idea del rock de a tres.
“Es muy difícil que deje de tocar con el grupo. A lo sumo puede haber invitados”, confiesa. Fascinado con la última formación de Tía Newton, en la que tocaban Carca (guitarra y voz), Guillermo Cides (stick) y el que luego sería el baterista de Pez, Ariel Minimal encontró en el trío “la formación mínima del rock. Al ser triangular, la energía se distribuye de otro modo, fluye de una manera especial. Hay una inestabilidad musical a la que se suma la personal: es como una mesa a la que le falta una pata, y hay que hacer un esfuerzo extra para que se mantenga el equilibrio. Por otro lado, la música hace un recorrido más corto entre cada uno de los integrantes, y todo es más inmediato. Inclusive en la sala uno puede estar mirando al bajista, mientras que el bajista tal vez esté mirando a su vez al baterista; es decir que todos pueden estar mirándose entre sí y conectarse mucho más”.
Para Aldana, otro de los secretos del trío está en que “podés tener más conexión entre la gente que toca y esa conexión puede ir aumentando a través del tiempo”. La clave que subyace a todo trío reside entonces en el desarrollo telepático que existe entre cada uno de sus integrantes. “Llega un momento en el que nos tenemos tan estudiados que ya nos conocemos todas las vueltas y los yeites del otro”. Llegada esta instancia, el grupo puede llegar a funcionar automáticamente, y a la vez que aumenta la intercomunicación, aumenta la interdependencia personal.
Para el líder de El Otro Yo, otra clave consiste en que “es mucho más fácil ver a cada integrante por sí solo, tanto para el resto de los músicos como para el público. Eso pasaba en The Police o en Soda Stereo. Todos conocían al resto. Ser solamente tres personas permite que cada uno puede aportar su personalidad a la personalidad del grupo, cosa que se hace muy difícil cuando hay más gente en escena”. Comparando su experiencia con la de los Fabulosos Cadillacs, Minimal comenta que “tocando con los Cadillacs me doy cuenta de que la gente ni te mira. A su vez, con los Fabulosos hay más posibilidad de cubrirnos. Si de repente alguno de los vientos tiene que hacer un solo y justo no lo puede hacer porque está lastimado o lo que fuere, tal vez me hace un gesto y yo lo puedo cubrir. A su vez, si yo tengo que hacer un solo y se me rompe una cuerda, tal vez alguien me pueda cubrir a mí. En cambio, en un trío cualquier error que surja te deja más expuesto: si me llego a equivocar, lo único que voy a encontrar es a los otros dos mirándome mal”.

Pioneros

Hacia mediados de 1966, en el momento culminante de la explosión de la cultura psicodélica, dos tríos definieron el canon de todo buen Power Trio: hacer sonar una orquesta electrizante con sólo tres integrantes. Tanto Cream (Eric Clapton en guitarra, Jack Bruce en bajo y voz y Ginger Baker en batería) como The Jimi Hendrix Experience (Hendrix en guitarra y voz, Noel Reading en bajo y Mitch Mitchell en batería) lograban, a base de virtuosismo, exhibicionismo, talento y actitud experimental, demostrar lo que hasta entonces (y aún ahora) parecía imposible: que tres personas pudieran generar un efecto sonoro semejante. Al escuchar sus grabaciones o ver alguno de sus shows, algo se volvía evidente: valiéndose de sus habilidades técnicas, su creatividad y su capacidad para sintetizar diferentes influencias, un grupo de tres personas, equipadas únicamente con un par de amplificadores, una batería, una guitarra y un bajo, podían salir a romperle la cabeza al mundo. Porque, aunque mucho se haya teorizado sobre la historia del Rock, uno de sus fundamentos fue (y probablemente será, aunque quizá con otras formas e instrumentaciones) su capacidad para causar un profundo impacto físico y mental. Y en definitiva, e independientemente de sus contenidos y de sus múltiples consecuencias culturales, proveer a un mercado ávido de consumir este Shock Rockero no deja de ser un trabajo como cualquier otro.
El mérito de estos dos tríos, además de haber hecho mucha música excelente y dado grandes shows, reside entonces en haber sentado un precedente histórico que aún hoy tiene validez. Reuniendo estos requisitos, tres personas con talento y convicción pueden conquistar con su música y sus shows un sector del mercado lo suficientemente significativo como para que sus vidas cambien radicalmente.
Volviendo a Cream y la Experience, la versatilidad de este tipo de formación les permitió convertir sus más diversas influencias en material adaptable al formato de la canción pop convencional. Sintetizando blues y free jazz con la experimentación en estudio propia de la época, Cream supo crear un estilo sofisticado y abrir nuevas posibilidades. Por su parte Hendrix, un guitarrista afroamericano, salvaje y amante de la distorsión, fanático del blues, el funk, el soul y las canciones de Bob Dylan, logró plasmar una propuesta revolucionaria y comercial.
Casi diez años después, Sting (bajista y cantante jazzero con talento y buena facha), Andy Summers (excelente guitarrista, veterano de formación clásica) y Stewart Copeland (baterista ágil y de mente moderna) supieron comprender la lección y en sólo cinco años completaron una meteórica carrera valiéndose oportunamente de un cocktail irresistible: reggae blanco, fuerza rockera y encanto pop.
Hecho a imagen y semejanza de The Police, Soda Stereo supo partir a su vez de la extraña situación de ser un “trío de jóvenes argentinos fans de The Police” para convertirse finalmente en el grupo más vendedor de la historia del rock nacional. Liderados por Gustavo Cerati, el grupo logró absorber todas y cada una de las corrientes que surgieron en el pop inglés (ni siquiera faltaron sus coqueteos con el rock “sónico”, sus remixes oportunamente House, ni los hits influenciados por la movida manchesteriana), manteniendo un cierto equilibrio de grupo moderno pero accesible: el ideal de todo grupo pop. Además de ser muy buenos músicos (y tener talento, profesionalismo, etc.), Cerati y el bajista Zeta Bosio armaron el grupo mientras estudiaban Publicidad en la Universidad del Salvador. Y Charly Alberti, el tercer Soda, era el que conseguía los auspicios.

De Codeine a los Beat Happening

Las razones para que tres músicos decidan arreglárselas por sí mismos abundan, y, como hemos visto, abarcan tanto lo musical como lo económico. A la hora de repartir las ganancias, resulta más interesante dividirlas en tres partes que en doce. A su vez, en los casos en que un músico desee no ser solista pero tener el control total de su grupo, el trío soluciona muchos inconvenientes. Uno de los mejores ejemplos de esta variante de triángulo isósceles, con un lado más importante que los demás, es el de los míticos y diversos Pappo’s Blues. En sus distintas etapas y formaciones, el grupo de Roberto Napolitano, (a) Pappo, sólo mantuvo a un mismo integrante: el genial guitarrista, enigmático compositor y pésimo cantante que lideró a decenas de músicos que lo acompañaron a través del tiempo.
Otro tipo de triángulo isósceles sería el que se da en Divididos, grupo liderado por Ricardo Mollo y Diego Arnedo, ex guitarrista y bajista de Sumo en su momento, que, tal vez para hacer honor a su nombre, cambia periódicamente de baterista sin que eso afecte demasiado su estilo ni su música.
Pero, volviendo a los distintos tipos de tríos musicales, la convención del Power Trio dominante en esta nota —que implica egos fuertes, la necesidad de cierto virtuosismo y el imperativo de llenar el espacio de sonido— tiene también una contracara.
Menos exitosos que cualquiera de las bandas mencionadas, pero no por eso menos interesantes, desde la austera y rica época del postpunk (primera mitad de la década del ‘80), algunos tríos musicales también tomaron otra dimensión: en vez de llenarlo, crearon el espacio generando musicalmente un espacio vacío, despojado. Integrado por Allison Statton (voz) y los hermanos Phillip y Stuart Moxham (bajo el primero, guitarra y órgano el segundo), los Young Marble Giants le dieron la bienvenida a los ‘80 con “Collosal Youth”, dulce y apático disco que muestra otro tipo de propuesta. Invirtiendo las cosas, prefiriendo minimalismo a virtuosismo, las últimas dos décadas del siglo vieron nacer a bandas como Galaxie 500 (trío pop, otoñal, ambiental, lírico y velvetiano), Codeine (creadores del slowcore, música extremadamente lenta y dramática) y muchas otras bandas. Entre ellas, Beat Happening desbarata casi todo lo dicho sobre un trío. Oriundos de Olympia, Washington, dos torpes guitarristas (Bret y Calvin) y una baterista fea y petisa (Heather) se encargaron de producir discos encantadores, tan rudimentarios como hipnóticos. Evidentemente ninguno de los tres tenía muchas ambiciones y tampoco demasiado talento musical, pero, además de la telepatía de todo buen trío, los Beat Happening tuvieron algo que muchos Power Trios nunca tuvieron ni tendrán: canciones sentimentales.

arriba