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Campañas Benetton contra la pena de muerte

La espera

Durante los últimos dos años, el fotógrafo Oliviero Toscani recorrió prisiones norteamericanas con el periodista Ken Schulman, entrevistando a condenados a muerte. De esa experiencia salió la nueva campaña de Benetton, cuyo propósito es �mostrar a la gente la realidad de la pena capital, para que nadie pueda considerarla un problema distante o una noticia ocasional en TV�. Radar reproduce cuatro de los testimonios de convictos (a todos se les prohibió hablar del crimen por el que fueron condenados) y un fragmento del texto de Schulman que acompaña (junto a uno del Papa y otro del Dalai Lama) este alegato titulado Mirar a la muerte a la cara.

Por Ken Schulman

¿Cómo hablar con ellos? ¿Cómo mostrarlos humanos? ¿Cómo ignorar lo que hicieron? Este proyecto puso a prueba mis convicciones una y otra vez. Siempre estuve en contra de la pena de muerte, pero desde una confortable distancia. Y entonces tuve enfrente a los asesinos. Arrepentidos, catatónicos, arrogantes, proclamando su inocencia o ajenos a lo que habían hecho. Tan distintos entre sí como los casos que los llevaron a prisión. Pero con algo en común: la manera en que se daban cuenta de nuestra presencia, sin demostrarlo, haciéndonos sentir intrusos allí. Había algo diabólico y divino en ellos, como si haber matado los hubiese instalado en otro plano, en el que nada podía avergonzarlos o confundirlos de nuevo. En donde ya no necesitaban saber nada que no supieran ya. En donde el tiempo no fluía sino que estaba congelado, y ese continuum sólo se resquebrajaba cuando uno de ellos era sacado de su celda para ser ejecutado. Confieso que, al tenerlos enfrente y pensar en los crímenes que habían cometido, sentí que merecían morir. Que merecían la violencia que habían infligido a sus víctimas. No conocía a las víctimas, ni a sus familiares. Estaba poseído. Por la posibilidad de matar, sin amenaza de castigo. Hoy estoy más en contra que antes de la pena de muerte. Y no por simpatía hacia los asesinos. Algunos de ellos parecen agradables, algunos han cambiado mucho (al tener el tiempo y la oportunidad de reflexionar que no tenían afuera, irónicamente), algunos quizá son inocentes (aunque no podría decir cuáles), algunos podrían llegar a llevar una vida constructiva fuera de la prisión, algunos son deficientes o enfermos mentales. Casi todos ellos tuvieron poco control sobre su destino. Pero sus víctimas no tuvieron ninguno. Estoy en contra de la pena de muerte porque nos hace parecidos a esos condenados a muerte. Más abstractos, más cínicos. No pretendo que quienes perdieron a un ser querido en un asesinato concuerden conmigo. Pero nuestro sistema jurídico no existe para dar revancha. Existe para hacer cumplir la ley sin la cual nuestra sociedad no podría funcionar. La pena de muerte subvierte la ley. Incluso si pudiera administrarse en forma justa �y no se puede�, cada ciudadano, y la sociedad entera, la raza humana, se degrada con cada ejecución. La pena de muerte contamina a todos los que entran en contacto con ella: desde los fiscales que la piden �y la consiguen� en el tribunal hasta los guardias que participan en la ejecución de personas con las que han convivido durante años. Por momentos, los condenados me parecieron los únicos equilibrados en ese mundo obsceno, sólo porque su papel en ese drama había terminado: sólo les queda esperar. Para todos ellos, sus vidas ya han concluido, aunque vivan otros cincuenta años, aunque terminen muriendo en su celda y no en la cámara de ejecución. Ellos saben que matar los ha cambiado para siempre. Y para peor.

DAVID LEROY SKAGGS
Fecha de nacimiento: 2/6/1950
Crimen: doble homicidio
Sentencia: muerte por electrocución
Fecha de la sentencia: 13/7/1982

 

 

 

¿Cómo fue que nació en un psiquiátrico?

�Mi madre estaba embarazada cuando la internaron. ¿Pasó allí su infancia?

�No, mi padre me llevó a casa tres días después de mi nacimiento.

¿Fue a la escuela?

�A la primaria, después me escapé de casa y tuve que trabajar.

¿Por qué se escapó?

�Porque él bebía, me pegaba y amenazaba de muerte. No sólo a mí, también a mis hermanas. Era un buen trabajador, pero era borracho.

¿Abusaba de su madre también?

�No conocí a mi madre. Me mintieron que había muerto. Cuando tenía doce años, a uno de mis tíos se le escapó la verdad y empecé a buscarla.

¿Tuvo problemas con el alcohol usted también?

�Sí, desde que me fui de casa a los 16. Con el alcohol y las drogas. Y la cosa se puso cada vez peor.

¿Su primera entrada a prisión fue a los veintidós años?

�En 1972. La primera vez que caí no fue nada: cumplí la sentencia (tres años y medio) y salí. Pero la segunda vez, de pronto vi que mi vida se había acabado y no entendía cómo. Un día, yendo de la celda al gimnasio, miré por la ventana con barrotes hacia afuera y dije: �Oh, Dios, qué hago acá�. Ahora sé lo que el Señor quiere que haga. Podría haberlo hecho, y debí haberlo hecho, pero era como si hubiese dos personas tirando de una soga. El más fuerte gana, siempre. Bueno, yo era el más débil.

¿Está en paz?

�Estoy más en paz que cuando estaba afuera. Creo que todo esto tenía que pasarme, había una razón, y por eso pasó.


CARLETTE PARKER
Fecha de nacimiento: 12/6/1963
Crimen: Secuestro y homicidio
Sentencia: Muerte por inyección letal
Fecha de la sentencia: 1/4/1999

 

 

 

¿Cómo era su familia?

�Tengo una hermana, dos hermanos y muchísimos tíos. Mi papá tiene 17 hermanos.

¿Hace cuánto que está en prisión?

�Tres meses.

¿Estuvo en otra antes?

�No.

¿Es un lugar triste?

�Sí. La familia viene a verme el domingo, pero no puedo irme a casa con ellos. Ellos quieren llevarme, yo quiero irme, pero no se puede. Todavía no acepté que estoy en prisión, y no sé si lo quiero aceptar.

¿Se puede aceptar la idea de estar condenado a muerte?

�No la he aceptado todavía.

¿Tiene ventana su celda?

�Sí, se ve una iglesia, algunas ardillas, conejos.

¿Le gustan los animales?

�No mucho.

¿Y los niños?

�No. ¿Cómo son las noches en esta prisión?

�Tranquilas. Sólo se oye un ruido de heladera, o algo así.

¿Algún olor distintivo?

�No huelo nada, así que no sé.

¿Sueña cuando duerme? �A veces.

¿Recuerda algo cuando se despierta?

�No, nunca.


CESAR FRANCESCO BARONE
Fecha de nacimiento: 4/12/1960
Crimen: cuatro homicidios, abuso y violación Sentencia: Muerte por inyección letal
Fecha de la sentencia: 31/1/1995

 

 

 

¿Qué extraña más de su vida fuera de prisión?

�A mi hijo. Tiene ocho años ahora y no lo veo desde 1993. Vive en Oregon con su madre, de la que me separé cuando sucedió todo esto. Pero ésa es otra historia.

¿Cómo es la prisión de noche?

�No hay nada aquí, nada de esa sensación confortable de estar en casa, o en el barrio de uno, o en un lugar mínimamente familiar.

¿Dónde está su hogar?

�En ningún lado. Yo soy mi hogar.

Si esto no hubiera pasado y usted no estuviera en prisión, ¿qué estaría haciendo en este momento?

�Probablemente lo mismo que antes de caer: trabajar en un hospital.

¿Cuán frecuentemente piensa que está condenado a muerte?

�Es una situación muy diferente a que alguien te apunte con un arma. No hay nada físico, no es que hay un tipo con la inyección en la mano diciendo: �Tu tiempo se acabó�. Es como los barrotes: siempre están ahí.

¿Pensaba en la muerte antes?

�En el ejército vi bastantes muertes, pero pensaba que no me iba a tocar, por mi entrenamiento. Ahora es diferente. Trato de no pensar en ella.

¿Se ve distinto el mundo desde la prisión?

�Drásticamente distinto. Leyendo diarios o revistas, me pregunto cuáles son las prioridades de la gente. Antes ni me daba cuenta de eso.

¿Qué hace cuando pierde las esperanzas?

�Espero que ese momento nunca llegue. No puedo imaginar que suceda. Creo que tendré esperanza incluso en el momento en que me aten a la mesa. No puedo verme de otra manera. No sé darme por vencido.

WILLIAM QUENTIN JONES
Fecha de nacimiento: 29/8/1968
Crimen: Homicidio
Sentencia: Muerte por inyección letal
Fecha de la sentencia: 3/11/1987

 

 

 

¿Cómo era a los dieciocho, cuando entró en esta prisión?

�Nómade. Me gustaba vagabundear. De hecho, mi mente sigue vagabundeando. Voy adonde quiero. Ayer a la noche fui a ver a mi hija en Baltimore. Se llama Quincina Jones, y va a cumplir 14 un día después de que yo cumpla 31.

¿Adónde le gustaría ir?

�A ver a mi madre. Esta mañana la visité y le dije que la amaba.

¿Ella le habla?

�A su manera, con movimientos.

¿Qué pediría, si pudiera pedir cualquier cosa?

�Fácil: fideos con queso, ensalada de papa, budín de banana, los bizcochos caseros que hacía mi madre y los M&M de mi hija.

¿Qué otra cosa extraña?

�El olor de la tierra mojada al amanecer. El sonido de los autos, de las madres jugando con sus niños en la plaza, los pájaros, los perros ladrando de noche. Hace trece años que no siento la lluvia. Hasta que me encarcelaron no pensaba en estas cosas; las daba por sentadas.

¿Piensa en la muerte? ¿Tiene miedo de morir?

�Dejé de temerle a los doce años, cuando un amigo murió en mis brazos. Vi muchas cosas de chico. La muerte fue una de ellas.

¿De qué murió?

�De heridas de bala. El tiroteo me asustó, pero pude hablar con él antes de que muriera y me dijo que no tuviera miedo porque él no lo tenía.

¿Alguna vez imaginó su propia ejecución?

�La he visto. Estoy solo en un cuarto muy iluminado, sé que hay gente detrás del vidrio pero no puedo ver a nadie. Siento que me atan pero no sé cómo muero. Sólo sé que pido perdón. Y que llueve.

¿Cómo sabe que llueve?

�Si llevas tiempo condenado a muerte, sabes que siempre llueve cuando ejecutan a alguien. Si no es antes, es después. En estos trece años, después de cada ejecución de alguien cercano, he soñado que alguien me decía algo, luego de que me ejecutaran a mí. Pero nunca puedo escuchar qué, exactamente.

 

 

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