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A la cabeza

En 1989, Tim Burton era una promesa y Johnny Depp languidecía en una serie de TV. Pero ese año uno le ofreció al otro el protagónico de El joven manos de tijera. El resultado fue tal que Burton dejó de ser una promesa y Depp volvió con laureles al mundo de los vivos. Entonces vino la gran Ed Wood. A punto de estrenar Sleepy Hollow, su tercera película juntos, Rodrigo Fresán recorre vida y obra de esa bestia bicéfala que se las ingenia para hacer lo que se le canta dentro de la industria. Como yapa, Johnny Depp da su versión de los hechos.

POR RODRIGO FRESAN

Así como hay escritores que tienen la suerte de encontrar un Tema, hay pintores que, casi sin darse cuenta, se tropiezan con un estilo que no existía y lo hacen suyo para siempre; y así como hay una banda llamada los Beatles que se pone a grabar con un tal George Martin, también hay buenos actores que tienen la buena fortuna de un buen día coincidir con un buen director que los use, los defina y les dé una razón de ser. O tal vez sea al revés: quizá sea el director quien encuentra al actor. En cualquier caso, el resultado acaba siendo el mismo: la feliz reunión del Ying con el Yang. Una comunión de cuerpos y almas en función del arte. Le pasó dos veces a James Stewart (primero con Frank Capra y después con Alfred Hitchcock), le pasó a Jean-Pierre Leáud (con François Truffaut), le pasó a Robert De Niro (con Martin Scorsese) y le pasó a Woody Allen (con Woody Allen).
Y le pasó a Johnny Depp con Tim Burton y a Tim Burton con Johnny Depp.

UNO Para ver cómo empezó todo, dirigirse a lo que firma Johnny Depp más adelante en estas páginas. Un testimonio íntimo y emocionante. Dos potencias en potencia se saludan. 1989. Tim Burton ya era alguien a quien vigilar de cerca (aunque todavía no se había asentado como uno de los cineastas norteamericanos más personales e interesantes junto a los hermanos Coen, Jim Jarmusch y el ya mencionado Woody Allen) y Johnny Depp no era nadie. Todavía no se había estrenado Cry Baby (su primera rareza y otra rareza del raro John Waters, donde se homenajeaba a las películas de delincuentes juveniles) y en su currículum apenas aparecían los primeros cinco minutos de la primera de Freddy Krueger (Depp era devorado por una cama), otros cinco minutos en el Pelotón de Oliver Stone (casi todo su trabajo quedó descartado en la sala de montaje), una película mala para cine (Private Resort), otra película mala para televisión (Slow Burn) y demasiados episodios malos de 21 Jump Street (“Comando especial”), serie para el consumo adolescente donde se glorificaba el fino arte de ser buchón. Resulta más o menos comprensible que Johnny Depp se estuviera volviendo loco despacio y sin pausa, y que tuviera pesadillas donde se imaginaba como un futuro Ralph Macchio o Rob Lowe. Pero entra Burton y todo cambia. El joven manos de tijera (1990) inicia una colaboración creativa que se continúa con Ed Wood (1994) y –nada hace pensar que vaya a ser la última; todo indica que esto es, apenas, el principio– sigue ahora con Sleepy Hollow. La primera trata sobre un monstruo triste, la segunda sobre un feliz creador de monstruos tristes y la tercera sobre un triste perseguidor de un monstruo feliz. Dice Burton de Depp: “En El joven manos de tijera no hablaba, en Ed Wood no paraba de hablar, en Sleepy Hollow todavía no puedo precisar qué fue lo que hizo”.

DOS Algunas coordenadas a la hora de precisar el frente y el perfil del monstruo que contiene y crea y persigue a todos los monstruos. Johnny Depp nació en Kentucky, en 1963, y creció “por todas partes”. Sus padres se divorcian cuando tiene quince años y él deja la escuela a los 16. Considera, con cierto esfuerzo, a Florida como su patria chica, donde vivió hasta los veinte años y tocó la guitarra eléctrica en la banda Kids. Son teloneros de Iggy Pop, quien –cansado de soportar sus gritos y molestias– bautiza a Depp como “Soretito”. Soretito se muda a Los Angeles y conoce a Nicolas Cage, quien le sugiere cambiar de ramo. Depp renuncia a ser rocker y se convierte en actor. Papelitos en películas y papelón en serie de TV. Se casa con y se divorcia de la maquilladora Lori Allison y se queda con el rol de Edward luego de que Tom Cruise aceptara hacerlo “siempre y cuando al final al héroe le crezcan las manos y se vuelva lindo”. A Depp no le crecen las manos ni se vuelve lindo, pero se convierte en actor revelación en una película que, misteriosamente, es un gran éxito y hoy es justamente considerada un clásico moderno. Se enamorade Winona Ryder. Se tatúa un Winona Forever que, luego de la separación, se convierte en un Wino Forever (“Borracho para siempre”). Rechaza el protagónico de Speed. Rechaza varios protagónicos más y se consagra como el actor más interesante de su generación, el nuevo Marlon Brando, rótulo y etiqueta que, por una vez, no suena exagerada. Después, Johnny Depp actúa con Brando y dirige a Brando y dice cosas que suenan a Brando: “Siempre he odiado la idea del actor serio. Es una idea completamente imbécil. Es un oximorón del tipo Partido Republicano o comida de avión. Actor serio: ¿un tipo serio que miente? ¿A quién le importa? Mi trabajo es observar, no imitar. Observar y relacionarse con el mensaje. Las dos cosas que heredé de mis padres son la insania y la compulsión fumadora. Esos son mis recursos naturales. El resto es pura mierda”.

TRES El Mensaje. Recursos Naturales. El Método. En lo que más se parece Depp a Brando es en sus actuaciones en películas malas. Son malas actuaciones porque –al igual que Brando– Depp no es un actor infalible. Así, hay muchas actuaciones malas y películas malas de Johnny Depp. Y no son las primeras sino que aparecen –como en Brando– a lo largo y ancho de su filmografía como interesantes tumores. Como soretitos. De hecho, en los últimos tiempos, Depp ha hecho varias películas malas. Muy. The Astronaut’s Wife de Rand Ravich y The Ninth Gate de Roman Polanski son muy pero muy malas, y Depp está muy pero muy mal en ellas. Tan mal como alguna vez estuvo en Nick of Time o Don Juan de Marco. Pero, sí, es un placer observar a Depp en una película mala porque, entonces, él se convierte en lo pésimo/mejor, en lo más extraño de la película. Alguien que parece actuar con subtítulos donde todo el tiempo se lee: “¿Qué estoy haciendo aquí?” o “¿Qué he hecho yo para merecer esto?” o algo por el estilo. La ecuación se invierte a la hora de sus buenas películas: uno entra en ¿Quién ama a Gilbert Grape?, en Donnie Brasco, en Dead Man, en Miedo y asco en Las Vegas, en la Trilogía Burton y siempre se tiene la impresión inicial de que se está frente al peor actor de la historia. Una especie de actor de cine mudo que habla. Más Keaton que Chaplin, por supuesto. Una mutación, en cualquier caso. Un Edward fuera de tiempo y de lugar. Entonces, a los cinco o diez minutos en que se apagaron las luces, algo hace click y ahí vamos, lo seguimos a ciegas, maravillados por lo que puede llegar a hacer una persona con un personaje. O viceversa. Igual que Brando.

CUATRO No es fácil ser Brando. No es fácil ser Depp: “Tuve mis épocas difíciles. Hubo días, hubo noches en que no existía veneno que no probara. Mi familia y mis amigos se juntaron y me dijeron: Johnny, estás en una dimensión que no entendemos, pero que tampoco nos gusta; así que te pediríamos por favor que volvieras. Me demoré un poco, pero volví. Lo que no significa que no vuelva a irme de tanto en tanto. Ahora soy padre y tengo responsabilidades que atender y disfrutar... Sé que suena idiota, pero es tan difícil ser normal. Yo quiero que me dejen ser normal y no ser observado todo el tiempo como una rareza. Cuando me miran así, empieza a subir la furia y me da por pegarle a objetos inanimados como paparazzi”. No debe ser fácil ser Depp, pero debe ser bastante divertido. Y fuerte. Romper habitaciones de hotel con tu novia top-model. Vaciar botellas. Muchas. Tu amigo River Phoenix –el nuevo James Dean– muere de una sobredosis en la puerta de tu club. Mudarse al maldito Château Marmont. Con P, otra banda de rock, grabar el “Dancing Queen” de ABBA en una muy buena versión grunge. Los paparazzi te persiguen y persigues a los paparazzi y terminas en la cárcel. Más tatuajes. Dientes de oro. Actuar con Pacino y volverlo loco con un almohadón de pedos falsos durante el rodaje. Dirigir tu propia película –The Brave– en la que Brando tiene un papel, presentarla en Cannes, recibir una ovación y, a la mañanasiguiente, toda la crítica te destroza en todos los diarios y tu película nunca se estrena en tu país. Comprarte la casa que alguna vez perteneció a Bela Lugosi, mudarte a París donde “el sol es tan agresivo” y donde se idolatra a Serge Gainsburg, “el genio que dijo que la fealdad es mejor que la belleza porque dura más”. Casarte con una megalolita francesa –la pseudoactrizcantante Vanessa Paradis, alguna vez novia del insoportable Lenny Kravitz– y tener una hija y seguir tu camino. Mientras tanto, convertirte en el “actor de autor” por excelencia. Cuando te toca hacer de Hunter S. Thompson, irte a vivir con el mismísimo monstruo, convertirte en su agente y guardaespaldas y, cuando llega la hora del rodaje, es el mismo Hunter Thompson quien te pela y te deja igualito a él. “Puse toda mi confianza en él. Tuvo mucho cuidado. No me hizo cortes ni cosas raras. Hunter llevaba una linterna de minero para ver mejor. Calvicie total”, dictaminó el actor. Así se hace un Johnny Depp. Los directores –los buenos directores– lo aman e insisten en que resulta increíblemente fácil dirigirlo una vez que está en el set. Lo que cuesta es hacer que abandone su trailer. John Waters lo convierte en un adolescente épico y llorón. Jim Jarmusch lo transforma en un cowboy existencial y kafkiano perdido para encontrarse en la tierra baldía del western. Lasse Halstrom y Emir Kusturica lo ponen en la piel de un joven superado por un entorno familiar que bordea lo surrealista. Mike Newell lo esconde detrás de la máscara de un buen policía infiltrado en la mafia. Terry Gilliam lo obliga a abrazar la inflamable personalidad de un legendario periodista marcado a fuego y droga por el miedo y el asco. Lo que vendrá promete ser igualmente nutritivo: repetir con Terry Gilliam en The Man Who Killed Don Quixote, reencontrarse con Winona Ryder en Just to Be Together de Michelangelo Antonioni, otra vez con Christina Ricci en The Man Who Cried de Sally Potter y –monstruos verdaderos que vivieron para que Depp pueda vivirlos- nuevas biografías freaks del millonario loco Howard Hughes y del pianista lentejuela Liberace. Y, por supuesto, volver a recibir una llamada de Tim Burton cualquier día de éstos.

CINCO La última vez que Tim Burton llamó por teléfono a Johnny Depp fue para ofrecerle el protagónico de Sleepy Hollow. Era buen momento para juntarse otra vez. Burton venía del semifracaso de ¡Marte ataca! y del fracaso del proyecto Superman. Depp venía de días movidos en su vida real y sus vidas ficticias. Nada mejor entonces que mudarse con tu mejor amigo al año 1799 para filmar la película de terror más hermosa de todos los tiempos. Sleepy Hollow empezó siendo un proyecto por encargo para salir del paro y acabó convirtiéndose en una –otra– gran película de Burton & Depp Inc. Pero, además, es una gran película de terror con momentos de comedia, una rara combinación de alegría desaforada con la más melancólica de las tristezas, un festival de géneros manipulado por dos degenerados. Sleepy Hollow está basada en el célebre y breve relato de Washington Irving de casi doscientos años de antigüedad, “La leyenda de Sleepy Hollow”, una de las más grandes leyendas norteamericanas a la vez que constituye la primera aparición de lo que sería con el tiempo un gran ícono nacional: el asesino serial. Así, un jinete sin cabeza va cortando cabezas por las calles y las noches de un pueblito de inmigrantes holandeses en el Nuevo Mundo. Hay una diferencia decisiva y definitiva entre texto y película: Irving apuesta por una especie de proto-episodio de Scooby Doo donde el fantasma no es tal, mientras que Burton (quien de pasada le hace un guiño al original con un segundo y falso jinete descabezado) opta por un camino donde el elemento sobrenatural es exactamente eso. La versión Burton & Depp de la historia original -bastante inocente, aunque inquietante– está muy lejos de la aproximación naïf que alguna vez le dedicó Walt Disney y el guión escrito por Andrew Kevin “Seven” Smith (con una ayudita de un Tom Stoppard, que no figura enlos títulos) ofrece un más que interesante thriller ocultista, trasladando todo el asunto a la estética del cine de los estudios Hammer (aquellas películas sesentistas e inglesas con un Drácula sexy protagonizadas por Christopher Lee y Peter Cushing), donde las chicas siempre llevan vestidos que les aprietan y les suben las siempre generosas tetas y la sangre siempre salta a chorros a la cara y hay mucha pero mucha niebla. El Ichabod Crane del original –un maestro de escuela– es aquí un detective aficionado a manipular aparatos e instrumental que recuerdan a las manos de tijera de Edward y con una curiosa tendencia a desmayarse. Alguien perseguido por un trauma de su infancia que lo ha convertido en un adelantado de la razón en un tiempo irracional, que se verá obligado a admitir que existen otros mundos, otras realidades alternativas. Ichabod Crane es otro freak. Ichabod Crane es, por supuesto, Johnny Depp. Y lo acompañan Christina Ricci (quien, digan lo que digan, jamás será un símbolo sexual), Christopher Lee en un breve y sabroso cameo y el nunca del todo bien ponderado Christopher Walken, tal vez el actor más parecido y cercano a la estética y la estrategia Depp. Otro tipo muy raro e imprevisible. Cuentan que, antes de iniciar el rodaje, Depp le sugirió a Burton deformar su rostro con narices y orejas y cejas postizas, monstruificarlo, para convertirse en un héroe feo. Burton lo pensó un poco y decidió que mejor no. Después, Depp le pidió que el personaje de Ichabod Crane hiciera algo... diferente. Burton retrocedió horrizado y cabe preguntarse qué puede ser aquello que escandalizó a Burton. Cuando se le pregunta a Burton al respecto, el director prefiere cambiar de tema. Cuando se le pregunta a Depp, el actor contesta despacio y con muchos puntos suspensivos: “Bueno... la idea era... lo que se me ocurrió fue que... hay una escena donde Ichabod Crane ve algo muy horrible y le da mucho miedo y, bueno... yo pensé... que no estaría mal que el personaje se cagara de miedo. Literalmente. Que se cagara de miedo y que saliera caminando raro y con todos los pantalones manchados... Pero Tim pensó que era demasiado. Cobarde. Ahora que lo pienso, yo soy un artista bastante fecal. Me encantó que durante el rodaje mi caballo se tirara pedos todo el tiempo y lo cierto es que yo me cago en todo. Igual que Tim”.
Soretito ataca de nuevo.

SEIS Sleepy Hollow ha sido, por suerte, el primer gran éxito inesperado del milenio. Las acciones de Burton volvieron a subir. Se estrenó en Estados Unidos para Halloween y, por estos días, Tim Burton se pasea por Europa presentándola con resignado buen humor y las mismas respuestas a las mismas preguntas. En España acudió al estreno a bordo de una carroza y recibió, emocionado, el compact-disc/tributo que le dedicaron los rockers de la madre patria. Se llama Spicnic en No-Mundo e incluye una docena de canciones con títulos como “Hoy me voy con Tim”, “Pee-Wee Goes to Mars” y “Te llamas Timoteo y eres más feo que yo”. Su visita coincidió con la edición en español de su oscuro y luminoso librito de cuentos-poemasdibujitos titulado La melancólica muerte del Chico Ostra. Allí, en las breves pero perdurables semblanzas de adorables monstruitos, pueden encontrarse varios personajes que salen de Burton, pero a los que no les disgustaría llegar a Depp. El Chico Robot, el Chico Momia, el Chico Ancla, el Chico Mancha, el Chico Ostra que “decidió disfrazarse de humano el día de Halloween”. Gente sin hogar. Inadaptados. Como Burton, quien cuando era chico quería ser grande “para trabajar de hombre adentro del traje de Godzilla”. Como Depp, que para dejar de ser chico quiso más que nada en el mundo –y consiguió– ser El Joven Manos de Tijera, el dueño de la nieve, el artista solitario.
Lo bueno –lo verdaderamente interesante del asunto– es que tanto Burton como Depp son considerados productos interesantes por los poderosos dueños de la pelota sin que esto erosione o haya erosionado su raracalidad de figuras de culto. Hay algo consolador y optimista en sus vidas y en sus obras: dos tipos que hacen lo que se les da la gana y salen ganando sin que nunca les corten la cabeza.
Lo único que en realidad tuvieron que hacer fue encontrar la forma de encontrarse entre ellos.
Después, enseguida, los encontramos nosotros.Fue fácil.

MI BELLO GENIO

POR JOHNNY DEPP

En el invierno de 1989 yo estaba en Vancouver (British Columbia), filmando una serie de televisión. Era una situación muy difícil: atado por un contrato y trabajando con el piloto automático en algo que se llamaba 21 Jump Street y que, para mí, bordeaba lo fascista (policías encubiertos en un colegio secundario... ¡Dios!). Mi destino, todo parecía indicarlo, apuntaba hacia un futuro estilo Chips. Existían un número más bien limitado de opciones: 1) soportar el asunto lo mejor que pudiera y rezar para sufrir la menor erosión posible; 2) conseguir que me echaran lo más rápidamente posible y sufrir la menor erosión posible; 3) renunciar y ser demandado y perder no sólo mi dinero sino el de mis hijos y el de los hijos de mis hijos. Como ya dije, se trataba de un auténtico dilema. Finalmente, opté por la opción 1 y esa mínima erosión no demoró en convertirse en potencial autodestrucción: yo me había convertido en un ídolo adolescente consumido por los jóvenes republicanos. Yo era un póster de plástico.
Entonces, un buen día, mi agente me envió un guión para que leyera. Era la historia de un muchacho con tijeras en lugar de manos llamado Edward Scissorhands. Al llegar a la última página yo estaba llorando como un recién nacido y sin poder creer que existiera alguien tan brillante como para haber escrito algo así. Empecé a trabajar, a documentarme, a mirar tanto las láminas de la Anatomía de Gray como textos sobre psicología infantil. Volví a leer los cuentos de hadas clásicos... y entonces comprendí lo inevitable. Yo era uno de esos actores juveniles de televisión. Ningún director en sus cabales me contrataría para semejante papel protagónico. Aun así, se arregló una entrevista. Iba a conocer a Tim Burton y me preparé viendo sus otras películas. Asombrado por el talento del tipo, comprendí que era inevitable: nunca me daría el papel. Estaba avergonzado por el solo hecho de haberme creído un posible Edward. Volé a Los Angeles y entré en la cafetería del hotel Bel Age y me puse a buscar al genio (yo no tenía la menor idea de cómo era Tim Burton) y BANG! ahí estaba bebiendo una taza de café. Un hombre pálido y de aspecto frágil con un pelo que expresaba mucho más que un simple duelo con la almohada la noche anterior. No podía dejar de mirarle el pelo mientras lo escuchaba. Entonces la verdad me golpeó como una maza de dos toneladas en el centro de la frente. Sus manos –el modo en que las movía en el aire y sin control, sus dedos golpeando, nerviosos, la superficie de la mesa– y esos ojos que parecían mirar todo desde ninguna parte y con una curiosidad devoradora. Este loco hipersensitivo era Edward Scissorhands.
Después de compartir aproximadamente cuatro jarras de café, de completarnos mutuamente nuestras oraciones inconclusas, nos despedimos con un apretón de manos y un “encantado de haberte conocido”. Yo me sentí todavía peor que antes y me alejé del lugar completamente acelerado por lacafeína y mordiendo la cucharita como un perro rabioso. El haberme sentido tan conectado con Burton me hacía sufrir todavía más. Los dos habíamos comprendido la perversión implícita en la jarrita de la crema, la fascinación lustrosa por las uvas de plástico, la complejidad y el poder crudo de una de esos retratos de Elvis sobre terciopelo, el profundo respeto por “aquellos que no son como los otros”. Pero mis posibilidades eran escasas. Sabía que varios actores mucho más famosos que yo no sólo estaban siendo considerados para el personaje sino que, además, batallaban, pataleaban y gritaban para conseguirlo. Lo único que yo tenía a favor era estar convencido de que, de trabajar juntos, podría trasladar la visión artística de Tim al personaje de Edward. ¿Habría visto Tim algo en mí que lo hiciera arriesgarse? Yo esperaba que sí.
Esperé varias semanas sin tener novedades. Cuando ya me resignaba a mi destino de TV Boy, sonó el teléfono. “¿Hola?”, dije. “Johnny... Tú eres Edward Scissorhands”, dijo. Colgué el teléfono y me repetí esas palabras para mí mismo. Una y otra vez. Y empecé a repetírselas a todo aquel con quien me cruzaba. No podía creerlo. Burton estaba dispuesto a arriesgarse. Ignorando al estudio –que quería una gran estrella–, Burton me había elegido a mí. Me convertí instantáneamente en una persona religiosa: estaba convencido de que una intervención divina había tenido lugar. Este papel no significaba para mí un avance en mi carrera. Este papel era libertad. Libertad para crear, experimentar, aprender y exorcizar algo que llevaba muy adentro mío. Rescatado del mundo de los productos en masa por este extraño y genial hombre que había pasado su juventud haciendo dibujitos raros y sintiéndose un marciano. Yo me sentía como Nelson Mandela.
Es muy difícil escribir acerca de una persona a la que se aprecia y se respeta y se siente tan cercana. Es igualmente complicado explicar la relación de trabajo entre un actor y su director. Sólo diré que Tim me rescató, y que no necesita más que pronunciar unas pocas palabras desconectadas entre ellas, ladear su cabeza, entrecerrar sus ojos y lanzarme una de esas miradas para que yo sepa lo que quiere de mí en determinada escena, y que siempre obtendrá de mí lo mejor que tengo para dar.
Es un artístico, genial, chiflado, demente, brillante, valiente, histéricamente divertido, leal, inconformista y honesto amigo. Le debo algo imposible de ser saldado y lo respeto mucho más de lo que nunca podré expresar por escrito. Nunca conocí a nadie tan obviamente fuera de lugar que encaje mejor en cualquier parte y, siempre, a su manera. Él es él y eso es todo. Y también es, sin lugar a dudas, el mejor imitador de Sammy Davis Jr. en todo el planeta.
En resumen: debo la mayor parte del éxito que conseguí en mi vida a Tim Burton. De no ser por él, creo que hubiera acabado eligiendo la opción 3. Por eso, no me importa cuál será la película que Tim decida filmar. Si me necesita, allí estaré. Confío ciegamente en él, en su visión, su gusto, su sentido del humor, su corazón y su cerebro. Tim es para mí un verdadero genio y no le adjudico semejante palabra a muchas personas, pueden creerme. No se puede etiquetar o definir lo que él hace. No es magia, porque eso implicaría algún tipo de truco. No es habilidad, porque no parece ser algo que haya aprendido. Lo que Tim tiene es un don muy especial, algo que no se ve todos los días. No alcanza con considerarlo un simple y gran director de cine. Por eso, el raro título de “genio” le queda mejor.

Del prólogo al libro de entrevistas Burton on Burton, editado por Mark Salisbury (Faber and Faber). Traducción y adaptación de R.F.

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