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Se estrena Magnolia, de Paul Thomas Anderson

La tragedia humana

La nueva película de Paul Thomas Anderson (nominado al Oscar por el guión de Boogie Nights y nuevamente por el de esta película, que se llevó el Oso de Oro del Festival de Berlín) es la encarnación más devastadora, melodramática, verdadera y epifánica que se haya visto en mucho tiempo de ese viejo adagio que dice que hay una manera muy sencilla de provocar la risa de Dios: haciendo planes. En la misma línea que Ciudad de ángeles de Altman, Magnolia cuenta la historia de un puñado de personajes unidos por la desgracia, el amor, las coincidencias, el arrepentimiento y el perdón en un radio de pocas cuadras de Los Angeles.

POR DOLORES GRAÑA

Historia de un grupo de personas unidas por cosas que “ojalá no sean sólo casualidad”, Magnolia empieza con una anécdota tan improbable como vertiginosa: un joven se tira al vacío desde la terraza de un edificio, un balazo disparado desde una de las ventanas lo mata en plena caída y su cuerpo aterriza sobre un toldo que le hubiera salvado la vida. Por si esto fuera poco, hay más: la que disparó el tiro fue su madre, en medio de una discusión con su marido (y padre del muerto). Ella no sabía que el arma estaba cargada. Su hijo lo había hecho en secreto, esperando que eventualmente uno de sus padres matara al otro en una discusión. Pero, harto de las reyertas familiares, decide suicidarse.
Durante las tres horas siguientes, Magnolia no pretende en ningún momento la lógica o la mesura. Paul Thomas Anderson no persigue cosas tan nimias. Sus planes son tan gigantescos como el mecanismo que propulsa su película, comprimiendo como en un Big Bang todo el arco de la miseria humana en un día y un lugar. El día es uno cualquiera; el lugar es el Valle de San Fernando, en las afueras de Los Angeles, y los protagonistas son un grupo de personas unidas por distintos accidentes y un cataclismo bíblico (ver Éxodo 8:2) que encontrarán la manera de salir adelante.
En el centro de la trama está la familia Partridge: Earl (Jason Robards), un célebre productor de televisión a punto de morir, quiere reencontrarse con su hijo (Tom Cruise). Su esposa Linda (Julianne Moore) descubre –después de haberse casado por dinero y haberle sido infiel un sinnúmero de veces-. que está verdaderamente enamorada de él y trata de ahogar la culpa con pastillas de todos los colores. Al otro lado de la cama está Phil (Philip Seymour Hoffman), un enfermero por vocación que intenta localizar al hijo de Earl, un experto en motivación masculina que no quiere saber nada de su padre ni de nada que lo aparte de su imagen de gurú ultrasuficiente y sarcástico. Entre los otros personajes que componen la historia se encuentran: a) un policía ridículamente honesto (John C. Reilly), que se enamora de b) una mujer quebrada (Melora Walters); c) su padre, un conductor moribundo de programas de preguntas para niños que no tienen respuestas (Philip Baker Hall); d) un niño prodigio explotado por su padre (Jeremy Blackman) y e) el hermano del policía enamorado, un ex niño prodigio (William H. Macy) buscando alguien que lo quiera.
Lo verdaderamente deslumbrante de esta suerte de Tragedia Humana que es Magnolia consiste en la manera en que se entretejen estas historias, un poco deudora de Ciudad de ángeles, de Robert Altman, es cierto, pero también de una forma de contar y sentir las pequeñas cosas de la vida metropolitana que tiene su ejemplo más visual en ese video perfecto de REM, Everybody Hurts, que no desentonaría en lo más mínimo entre las canciones de Aimeé Mann que conforman la banda de sonido de esta película. Aquel embotellamiento en una autopista de Los Angeles en el que la cámara descubría las historias (con subtítulos) de quienes estaban varados allí hasta que –a la señal de algo intangible, pero no menos apremiante-. dejaban sus autos, sus pertenencias y sus discusiones atrás y se dejaban ir, caminando al sol. Una liberación igualmente colosal de aquello que nos tiene presos se manifiesta en la película de Anderson, en una forma mucho más compleja y perfectamente articulada. Los ecos y variaciones de algunos motivos clásicos de su breve filmografía (padres que piden perdón, hijos que no pueden o no quieren perdonarlos, gente que trata de ayudar, pedidos desesperados al cielo que obtienen respuesta, pero diferentes de las que se esperaban) se multiplican sin que se pierda un ápice de interés en sus destinos, porque todos parecen tocados por una capacidad de redención.
Todas las películas de Paul Thomas Anderson tratan sobre familias disfuncionales. En Hard Eight (1995), su debut, un mafioso retirado buscaba discípulos e hijos sustitutos en el mundo del juego. En Boogie Nights (1997), la historia era la de una “familia” de popes de la industria del porno que fatalmente -.como la época que le dio origen–llegaba a su fin. La industria del entretenimiento (sea el casino, las películas porno o la televisión, como en Magnolia) en la que se mueven sus personajes tiene un antecedente personal: la madre de Anderson era actriz y su padre (a quien está dedicada Boogie Nights) fue anfitrión de un programa de películas de terror tipo Sábados de super acción bajo el seudónimo de Ghoulardi, quien hacía las delicias de los niños con sus intervenciones irremediablemente bizarras. El conocimiento de Anderson sobre las reglas tácitas del comportamiento en una familia del show business es otra de sus virtudes, como el abrumador detalle con el que reconstruye tiempos pasados: una de las tres breves escenas que forman el prólogo de Magnolia está ambientada en el patio de una prisión de 1911 y fue filmada con una cámara Pathé de la época, con el propio Anderson a cargo de la manivela.
El director de Magnolia logró con esta película algo que muy, pero muy pocos de sus pares logran en Hollywood a lo largo de sus vidas, y menos que menos en su tercera película: el final cut. A Scorsese, por ejemplo, le llevó veinticinco años. Anderson, en cambio, rozando los treinta ya decide absolutamente todo lo concerniente a su película, incluyendo la duración. Nada mal para alguien que dejó la prestigiosa escuela de cine de la Universidad de Los Angeles a los dos días de haber comenzado. “Me senté en clase el primer día y un profesor arrogante entró y dijo: Si alguno de ustedes quiere escribir Terminator 2, puede irse ya. Algo bastante desagradable. Además, es una película fantástica. En esa misma materia, nos pidieron que escribiéramos una página de guión sin diálogos. Encontré una parte del guión de David Mamet para Hoffa y lo entregué tal cual... y saqué un cinco. Entonces pensé: si Mamet es un cinco en este lugar, yo no tengo nada que hacer ahí”, declaró Anderson en el Village Voice.
Entre las objeciones que planteó la crítica norteamericana a Magnolia (muy larga, muy complicada, muy inverosímil), un momento en particular parece haber despertado las iras: en el clímax de la película, cuando todo lo que está mal parece volverse insoportable (y Julianne Moore demuestra una vez más que es una de las más sutiles e inteligentes actrices de todos los tiempos), los personajes rompen a cantar las estrofas de una canción de Aimée Mann que suena de fondo. Según Anderson: “Todo el mundo quiere hablar de esa escena y no entiendo por qué. Creo que es algo muy natural en el contexto de realidad que maneja la película. Todos cantamos una canción en voz alta alguna vez. Uno se sumerge en una canción para sentirse mejor, o peor, lo que sea necesario. Los actores no tuvieron problema en hacerlo, pero Bill Macy y Tom Cruise me dijeron después que no tenían la menor idea de qué estaban haciendo. Pero creo que lo mejor de todo fue filmar la parte de Julianne Moore primero: si alguna vez un director quiere hacer algo extraño, debe empezar con ella. Ella lo hará posible, sea lo que sea”. (La canción que cierra la película, “Save Me”, fue nominada al Oscar. Perdió contra Phil Collins. Hay cosas que ni Julianne Moore puede.)
Si Magnolia parece en estas líneas una película con muchos personajes y parentescos que recordar –del tipo que dificulta la ingesta de pochoclo y el seguimiento de la trama al mismo tiempo-.; tres horas de crisis, desbordes y momentos de revelación que no cuentan más que la historia de siempre, la respuesta es sí. Magnolia es una gran película que no disimula sus intenciones detrás de la ironía o la displicencia, ni teme caer por el peso de sus propias ambiciones. Magnolia es agotadora por todas las razones correctas: porque es larguísima, exquisita, técnicamente deslumbrante, desvergonzadamente sincera, y verdadera incluso en sus momentos más desparejos. Una de esas películas que logran encontrar un desvío para evitar el lugar de donde salen todos los adjetivos (épico y epifánico son los que duran más tiempo en este caso), reduciendo a la platea a un manojo de emociones demasiado vergonzosas como para seguirdiscutiendo el alcance de sus méritos. Algo que, uno está seguro, no es una casualidad.

palabra de director: P.T. Anderson HABLA DE MAGNOLIA
Y lo haría de nuevo

En este texto, incluido en la edición en forma de libro del guión de Magnolia, su director explica por qué el film es un homenaje al lugar donde nació, por qué le daba vergüenza decir que venía de allí, a quién le debe, a quién robó y cómo es realmente la anatomía de Tom Cruise.

Por P. T. ANDERSON

Empecé a escribir el guión de Magnolia con la intención de hacer algo chico, íntimo y barato. Ciento noventa páginas después, me siento conforme con el resultado. Es, creo yo, un interesante estudio sobre cómo se escribe desde las entrañas. Escribir desde las entrañas equivale a escribir muchas páginas. Ser un director joven y moderadamente exitoso equivale a poder salirse con la suya y no tener que cortar nada. Así que, para bien y para mal, consideren este guión como un guión desde las entrañas.
Nací en el San Fernando Valley, en los suburbios de Los Angeles, pero durante muchos años me dio vergüenza reconocerlo. Pensaba que si no había nacido en la gran ciudad de Nueva York o en las verdes planicies de Iowa, no tenía nada para decir. Luego de hacer las paces conmigo mismo y con el lugar en el que nací, descubrí que amaba Los Angeles, y espero que esta sea una verdadera Película-Sobre-Los-Angeles. Y, en particular, La-MadreDe-Todas-Las-Películas sobre el San Fernando Valley.
Escribo como respuesta a la música, y reconozco haber robado muchos diálogos de Magnolia a Aimeé Mann, que aportó todas las canciones que se escuchan en la película. La primera frase de “Death”, por ejemplo, dice: “Ahora que te conocí, ¿tenés algún problema en no verme nunca más?”. Esto puede sonarles conocido: está en alguna parte de las últimas treinta páginas del guión. Debo confesar que, en cuanto escuché esa frase, empecé por ahí, y escribí el resto hacia atrás. En otras palabras, este guión es una adaptación de las canciones de Aimeé Mann. Le debo plata, probablemente.
La conexión que existe entre escribir desde las entrañas y escribir a partir desde la música es evidente en la secuencia “Wise Up” de la película (ver nota central). Había llegado al final del monólogo de Earl (Jason Robards) antes de morir y estaba tratando de encontrar una manera de avanzar en la emoción, pero me había atascado. Hasta que, mientras borraba y borraba en la computadora, escuché a Aimeé Mann cantando “Wise Up”. Empecé a escribir con la canción, sin pensar en nada más que en la letra. El curso más natural de las cosas era hacer que todos los personajes la cantaran, y que cantaran tal como la sentían. Pero, en la vena más Hollywood, cada personaje cantó cómo se sentía en aquel momento. Es una de esas cosas que pasan. Fui lo suficientemente estúpido o lo insuficientemente cobarde como para no apretar delete una vez que terminé de escribirlo. Y, antes de que me diera cuenta, ya estaba filmándolo. Sólo quiero agregar que me alegro de haber sido tan inconsciente.
Mucha gente me señaló las coincidencias entre Magnolia y Ciudad de ángeles, de Robert Altman. No sé qué quieren que diga. La de Altman es una gran película. Lo sé. La vi y me la robé toda. Eso es lo que hago. Eso es todo lo que hago.
Debo reconocer que, con Boogie Nights, por lo menos tenía un “tema”: la pornografía era una especie de armadura. Sé que no fue así pero, por lo menos, me permitía justificarme: “Si no les gustó la película fue porque no les interesaba el tema”. Con Magnolia, en cambio, sólo estoy yo ahí dentro, gritando desesperado: “¿Me quieren? Espero que sí, porque es la mejor película que hice y haré en mi vida”. Prometo en lo sucesivo tratar de caer en el blablablá lo menos posible y seguir con esto, pero soy escritor y no puedo evitarlo. Así que voy a tratar de agradecer a algunas personas que hicieron posible la película:
Gracias a Fiona Apple. Es mi novia y escribe canciones. Me enseñó algo que nunca supe realmente antes de que ella me lo señalara: ser claro y honesto es la mejor táctica para contar historias. Antes de conocerla no lo sabía. Esto significa, también, muchas páginas. Ella tiene la culpa.
Gracias a mis actores. Me gusta decirles así porque todo lo que yo hago es contribuir a que actúen. Y mi objetivo es que me dejen verlos trabajar.El resultado de ambas cosas es, nuevamente, muchas páginas. Ellos tienen la culpa.
Gracias a Jonathan Demme, porque es un humanista y sabe poner el corazón en la pantalla. El elemento humano me puede. Mátenme si quieren.
Gracias a todos lo que quisieron ver, escuchar y/o leer esta película. Nunca me he sentido tan feliz, sentimental, avergonzado, humilde, ególatra o sorprendido que mientras hice Magnolia. Espero que todo eso implique que es una buena película. En el sentido más honesto, traté de escribir una gran película. No me avergüenza decirlo. Además, ya es tarde. Y sólo sé una cosa: lo volvería a hacer. Así que échenme a mí la culpa de todo.
Posdata para todos aquellos que me lo preguntaron una y otra vez: Tom Cruise es efectivamente el actor más famoso del mundo. Y, por supuesto, tiene la pija más grande del mundo.

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