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        Una 
        extraña dictadura 
      Por 
        VIVIANE FORRESTER 
       En esta 
        época de política única, globalizada, ¿sabemos 
        bajo cuál régimen vivimos? ¿Advertimos que se trata 
        de un régimen político y cuál es su política? 
        ¿Nos preguntamos qué función puede tener la pluralidad 
        de formaciones diversas, indispensables para la democracia, ahora que 
        reina de manera cada vez más abierta la afirmación, que 
        sería blasfemo rechazar, de que la economía de mercado representa 
        el único modelo posible de sociedad? 
        No hay alternativa a la economía de mercado: pretender 
        que existe un solo modelo de sociedad, sin alternativa, no sólo 
        es absurdo sino directamente estalinista. Y esto es así, cualquiera 
        que fuese el modelo propuesto. Es un discurso dictatorial que sin embargo 
        define el espacio en el cual nos encontramos confinados. Un espacio que 
        en apariencia no depende de ningún régimen. Pero la economía 
        no ha triunfado sobre la política. Lo contrario es verdad. 
        No asistimos a la primacía de lo económico sobre lo político 
        sino, por el contrario, a la relegación del concepto mismo de economía, 
        que cierta política trata de sustituir por los dictados de una 
        ideología: el ultraliberalismo. 
        La globalización parece estar generalizada y asociada con la economía 
        y no con la política, pero en realidad no se trata de la economía 
        sino del mundo de los negocios, el business, que hoy está entregado 
        a la especulación. Y a su vez es una cierta política, la 
        del ultraliberalismo, la que intenta por ahora con éxito 
        liberarse de toda preocupación económica, desviar el sentido 
        mismo del término economía, antes vinculado 
        con la vida de la gente y ahora reducido a la mera carrera por las ganancias. 
        Un ejemplo del ostracismo de la economía verdadera y la ineficacia 
        arrogante es el triunfal milagro asiático, tan festejado, 
        exhibido como prueba indiscutible de los fundamentos ultraliberales. Y 
        su derrota. La conversión brutal del milagro en un 
        fiasco preocupante. Ésta es una situación que se ha vuelto 
        clásica: en función de las ganancias, se pretende exportar 
        un sistema económico sin tener en cuenta la población. De 
        ahí la implantación brutal, colonialista, en regiones incompatibles, 
        de mercados ávidos de mano de obra con salarios de hambre, sin 
        garantías laborales ni leyes de protección social, que son 
        consideradas arcaicas. Estos mercados están ávidos 
        de la libertad pregonada por los exegetas del liberalismo; 
        una libertad que permite suprimir la de los demás al 
        otorgar a unos pocos todos los derechos sobre la gran mayoría. 
        Una libertad que permite en ciertas regiones del globo aquello 
        que prohíben en otros los progresos sociales tachados de arcaicos. 
        Como resultado, se obtienen ganancias alucinantes en tiempo record y, 
        en el mismo lapso, la derrota absoluta, el derrumbe lamentable de la apoteosis 
        asiática, modelo ejemplar del sueño liberal. Quedan de ello 
        las gigantescas megalópolis, soberbias y desiertas, incongruentes 
        en esos lugares, y la miseria agravada de los pueblos. Mientras los campeones 
        de esta epopeya, incapaces de controlar o siquiera comprender el desastre, 
        indiferentes a los pueblos sacrificados, sólo se interesan por 
        remendar unos mercados financieros cuyos caprichos resisten cualquier 
        intento de manejarlos. Y de huir o adquirir por monedas los restos de 
        esos países en liquidación. Una vez más, el ultraliberalismo 
        pretendió hacer economía y sólo hizo negocios. Pretendió 
        hacer negocios y sólo hizo especulación. 
        A partir de estas confusiones y engaños se despliega, de manera 
        inadvertida, una política destructora de las demás, que 
        después de anularlas y sustituirlas puede pretender que no queda 
        ninguna política, ni siquiera la que ella misma encarna y que reina, 
        única y disimulada, sin temer oposición alguna. 
        Semejante neutralización de la política proviene evidentemente 
        de una resolución extrema que sólo mediante una acción 
        y propaganda exacerbadas puede lograr su objetivo, el de un régimen 
        político único, vale decir totalitario, que reina sobre 
        un vacío. Es un régimen autoritario capaz deimponer las 
        coerciones reclamadas y otorgadas por su poder financiero sin poner de 
        manifiesto el menor aparato, el menor elemento que deje traslucir la existencia 
        del sistema despótico instaurado para implantar su ideología 
        imperiosa. Esta política se pretende realista a la 
        vez que impone una indiferencia asombrosa respecto de la realidad. 
        Es una política única, dispuesta a divorciarse de la democracia, 
        pero por ahora lo suficientemente poderosa para no interesarse en hacerlo. 
        Una política, digamos mejor un nuevo régimen, 
        oculto detrás de hechos económicos supuestamente ineluctables, 
        tanto menos advertidos por la sociedad por cuanto ésta respira 
        y circula en una puesta en escena y una estructura democráticas. 
        Lo cual no carece de importancia; lejos de ello, debemos conservarlas 
        a toda costa mientras aún haya tiempo para liberarnos de este régimen, 
        de esta extraña dictadura que cree poder darse el lujo, mientras 
        sea poderosa, de mantener el marco democrático. 
       
        (Este fragmento pertenece 
        al libro Una extraña  
        dictadura de Viviane Forrester que por en estos días distribuye 
        el Fondo de Cultura Económica). 
        
      
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