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TERRITORIOS Resistencia, la ciudad de las esculturas

Chaco For Ever

A comienzos del siglo XX, Chaco se convirtió en un punto neurálgico para la conquista económica del nordeste y un centro de avanzada para la población rural. Desde entonces, la instalación de esculturas en Resistencia fue una de las marcas distintivas de una ciudad de paso que intentaba echar raíces. Un siglo después, escultores de todo el mundo llegan para participar de la Bienal de Escultura. En la semana de mayor turbulencia social y artística en lo que va del año, Radar estuvo ahí.

Por CLAUDIO ZEIGER, desde Resistencia

Convendría empezar diciendo que la Bienal de Escultura de la ciudad de Resistencia es un espectáculo insólito y sumamente agradable compuesto por una serie de cuadros escénicos que no pueden sino llamar la atención del visitante, se trate de un turista, un escultor extranjero (este año llegaron desde puntos muy distantes del planeta) o un cronista invitado. Se podría continuar diciendo que, si por un momento se hace abstracción de toda cuestión estética, lo primero que salta a la vista es la cantidad de gente que circula por la plaza central 25 de Mayo para ver a una serie de hombres trabajando. El despliegue físico de los escultores es algo notable: allí están sudando a pesar del gran frío que sorprendió a los chaqueños por estos días, embutidos en unos trajes espaciales, ocultos detrás de antiparras para resistir la persistente nube de polvo de mármol. El modo en que el arte de la escultura y los secretos de los materiales y las herramientas que utilizan se hizo carne en la gente es también algo notable, conmovedor. “Figurativo, no figurativo” fue por estos días, en la ciudad de Resistencia, la antinomia que estuvo en boca de todos (en una civilizada ciudad que hace que la calle Juan Perón se continúe en Arturo Illia). Los escultores viven su semana de gloria en el Chaco. La gente les pide autógrafos y habla con ellos en forma permanente, los miman, se enamoran de ellos, los erigen (a algunos de ellos) en sex symbols y los agasajan todo el tiempo; los apoyan con el voto popular y –con los años– los resistencianos (así se dice) han aprendido a no enojarse más con el jurado que suele otorgar los primeros premios a una escultura diferente de la preferida por el gusto popular.
Todas estas postales, a las que hay que sumar algunas turbulencias sociales que finalmente no pasaron a mayores en el perímetro de la plaza donde tuvo lugar la Bienal, constituyen el espectáculo insólito y agradable de una ciudad que le está encontrando la vuelta a un dilema bastante complejo: cómo lograr un lugar en el mundo sabiendo que, al menos por mucho tiempo, van a seguir siendo parte de una provincia pobre.

ESCULTORES EN VIVO Y EN DIRECTO
La Bienal quedó inaugurada a pleno cuando a cada escultor le fue asignado un bloque de 0,60 X 0,80 X 1,50 m de mármol travertino. Ésa es la consigna básica del reglamento: los escultores deben trabajar “en vivo”, en igualdad de condiciones y en la plaza pública. Tienen siete días para terminar; luego se someten al veredicto de los jurados. Previamente saben que sí o sí se les entregarán dos mil dólares por las obras (los premios, por su parte, son de cinco mil dólares para el primero, cuatro mil para el segundo y tres mil para el tercero), que pasan a integrarse al patrimonio cultural de la provincia y se ubican en las calles de Resistencia, no sin razón proclamada “ciudad de las esculturas”. Ya hay trescientas obras emplazadas en la ciudad.
La primera impresión de la plaza es la de un paseo popular colorido y abigarrado. Los artesanos locales muestran lo suyo en el perímetro de la plaza y, hacia el centro, se ubican los protagonistas. Los escultores trabajan de a dos, separados del público por cordones. Hay, básicamente, dos estilos de trabajo bien diferenciados: están los que trabajan el bloque de mármol como un material resistente al que se debe ir doblegando a puro golpe (llamémoslo el estilo proletarizado) y aquéllos que van cincelando un concepto en forma más suavizada (llámeselo estilo artesanal). Durante las jornadas que dura la Bienal, la gente se ve fuertemente atraída por el juego de las nacionalidades (el belga, el turco, el japonés, el francés), a las que se les asigna imaginariamente una técnica particular. El despliegue artístico, por supuesto, se complementa con el despliegue de simpatías personales que se van exacerbando con la convivencia.
Aurelio Sandonato es un italiano que reside en Quebec (Canadá), donde ejerce como profesor de arte. Llegó a Chaco para las primeras bienales,participó como escultor en 1998 y esta vez vino a Resistencia simplemente de visita, de paso a otra exposición en Misiones. Ya es mucha la gente que lo conoce, hasta el punto de considerarlo un integrante más del peculiar clima multicultural que gana a la ciudad. Sandonato confiesa su amor a primera vista con el evento. Los cronistas partimos en una minigira por la plaza, anotadores en mano y guiados por este hombre tranquilo que odia el frío de Canadá y está pensando en vivir en Buenos Aires. Cada parada, frente a cada escultor, causa una pequeña y vistosa aglomeración. Los periodistas quedamos francamente integrados al espectáculo. Interrumpimos a cada artista (ya es viernes, día previo al cierre, nadie tiene mucho tiempo y flota cierto nerviosismo en el ambiente), y se inician entrecortados diálogos explicativos.
“La onda es un símbolo de la vida y el movimiento”, explica el belga Bernard Verhaeghe. “La ondulación crea además juegos de luces y sombras.” El viernes por la tarde lo suyo está prácticamente terminado y el hombre luce muy tranquilo. La gente simpatiza enormemente con su más que interesante “Ondulación”.
Los chicos llegan con una planilla prefabricada donde tienen los nombres de los artistas y les hacen estampar la firma. Un padre le señala al hijo la escultura ondulada: esa escultura es no figurativa, pero igual tiene un encanto irresistible, le dice. Un joven ciego, acompañado por otro hombre, recorre la plaza tocando las esculturas.
El sueco Dan Lestander (que finalmente se alzará con el primer premio con la obra “Camino de la nieve”) da una explicación bastante complicada acerca de la curvatura del horizonte y el sol en su país. Con respecto al clima general en la Plaza, dice que “no hay problemas con la gente, pero a veces se juntan muchos y se hace un poco difícil”. Lo suyo es lo más parecido a una “instalación”, y probablemente este concepto moderno haya influido en la decisión del jurado. Previsor, el holandés Hans Khonen decidió que lo mejor para tener una buena comunicación con la gente era hacerse entender por escrito. Por eso hizo imprimir unos volantes que explican en español el sentido de su obra “Pilar de contemplación”. “Una escultura acerca del tiempo que combina estilos arquitectónicos de la Edad Media europea, gótico y románico”, se lee. Más allá, el crédito local, el chaqueño Miguel Angel Acosta, da los últimos retoques a una muy buena escultura titulada “Opresión”.
El español Mariano Vilella revela el costado más duro del oficio. “Es duro, a veces trabajamos sin protección y eso es peligroso. Y uno se da sus buenos golpes”, dice abriendo unas manos enormes, que al plegarse resaltan los costurones de viejas heridas del arte. “Es pesado trabajar con la gente y a la vez es simpático. Te hacen preguntas inverosímiles. A mí, como soy español, me preguntan mucho por parientes que tienen allá, y yo no tengo qué responderles”, dice.

TEMPERATURA EN ASCENSO
Nuestro guía y protector, Aurelio Sandonato, tiene cara de saber mucho y un aire de imperturbable observador que da confianza. En consecuencia, tiene que contestar muchas preguntas del público: ¿qué pasa si una escultura presenta rayones, imperfecciones en el material? ¿Le descuentan puntos? (Respuesta: sí, corren el riesgo de que les descuenten.) ¿Se pueden agregar otros materiales que no sean mármol? (Respuesta: sí, pero luego aprenderemos que no es conveniente hacer agregados a último momento que revelen cierta inseguridad por parte del artista).
Una rápida ojeada a los diarios locales dan fe de la repercusión de la muestra e informan mínimos, pero importantes detalles, como por ejemplo que el turco Kemal Tufan es el favorito de las mujeres, o que el francés Vincent Liebore es de los más comunicativos gracias a su manejo del español. Pero también hay otras noticias en los diarios.
El viernes el clima está más distendido, pero la semana había comenzado con una manifestación de protesta de desocupados en la explanada de laCasa de Gobierno que elevó la térmica en medio de lo que los chaqueños consideran una insólita ola de frío (tema obligado de conversación: “¡En la bienal anterior trabajaban en musculosa!”). El gobernador Angel Rozas estaba en España el día del crack. La plaza, muy cercana a la Casa de Gobierno, estaba poblada por la gente y muchos medios, sobre todo TV y radios. La policía dio duro. El que finalmente pudo poner paños fríos a la situación fue el escultor Fabriciano Gómez (Fabriciano a secas para todos aquí), alma mater de la Bienal. El hombre, un morocho tan famoso aquí como el perro Fernando, medió entre los manifestantes y la gobernación.
El jueves los manifestantes bordearon la plaza, pero siguieron de largo. Fabriciano sufrió un ataque de presión que lo dejó fuera de juego hasta el acto de cierre; el sábado a la mañana se lo veía recuperado, pero visiblemente agotado.
“Desde los saqueos de 1989 que no se vivía una situación de tensión así”, nos cuentan más tarde en la carpa de la Fundación Urunday, la organizadora de la Bienal. “Esa vez, cuando la gente venía arrasando con todo, cuando pasaron por la plaza siguieron de largo. Nunca tocaron las esculturas.”

RESISTIENDO AL TIEMPO
En el libro de reciente aparición La ciudad de las esculturas, editado por la Fundación Urunday, que es la que motoriza las bienales de escultura desde 1988, se pueden leer algunas consideraciones sobre el sentido más profundo que adquirió el hecho de emplazar unas 300 esculturas en la ciudad. Una historia que se remonta lejos, cuando en los comienzos del siglo xx el Chaco se convirtió en un punto neurálgico para la conquista económica del nordeste, sobre todo por parte de la inmigración italiana, y un centro de avanzada para la población rural. “La movilidad fue característica en una ciudad, donde todos venían de cualquier lado y se sentían de paso. Pero en esta ambigüedad entre el estar y el pasar, el habitante de Resistencia fue urdiendo sus claves y, como aquellos lejanos agrimensores Tassier y Coll que trazaron la ciudad, fueron plantando sus mojones urbanos, colocando sus nuevos hitos que terminaron dándole el imaginario simbólico que la definieron como la ciudad de las esculturas”, explican los autores Ramón Gutiérrez y Mariana Giordano. “Eran esculturas de madera que testimoniaban fragmentos de quebrachos centenarios, esculturas que recogen esa sensación dual que el chaqueño ha tenido entre lo que era su paisaje y la dinámica febril de cambio que le imprimió, entre la raíz desarraigada y esta nueva raíz esculpida”.
La historia más reciente de la ciudad de las esculturas nació exactamente en el año 1961, cuando Aldo y Efraín Boglietti, dos hermanos artistas y animadores de la vida cultural de Resistencia, crearon el renombrado Fogón de los Arrieros, un espacio multicultural que para ese año lanzó el Plan de Embellecimiento de Resistencia. Vale la pena transcribir la descripción de este proceso:
“Primaba la idea de crear una ciudad-museo, que si bien no era posible por la debilidad intrínseca de su arquitectura, podría serlo a través de este lenguaje superpuesto de las esculturas callejeras. La tarea desarrollada fue realmente notable, pues en poco más de tres lustros la ciudad recibió obras de esculturas y murales de Perlotti, Leguizamón Pondal, Fontana, Fioravanti, Pettoruti, Monsegur, Badíi, Gerstein, Labourdetti y muchos otros. El contacto cotidiano de la población con las obras de arte también fue ambiguo, una muestra de interés y afecto por algunos, un desinterés y la afrenta peor por otros: desde los graffiti al vandalismo, pasando por el encadenamiento de la bicicleta o la moto a ellas. Como no medió una campaña de concientización sobre la política cultural que avalaba la colocación de esculturas y murales, cada grupo social incorporaría a su manera la obra de arte a un imaginario propio, pero nadie quedaría afuera de esta inusual experiencia urbana”.

LAS TRETAS DEL POBRE
De vuelta al año 2000, en la carpa que la Fundación Urunday ubicó en la Plaza 25 de Mayo mientras dure la Bienal, su presidente (puesto rotativo entre los miembros, que son escultores o habitantes de Resistencia interesados en el tema, todos trabajando en forma voluntaria) Eugenio Milani otea la plaza y dice: “No hace falta el chingui chingui para juntar gente acá”.
La muy amigable gente de la Fundación explica los hitos ya clásicos del tema: el Fogón de los Arrieros, el plan de embellecimiento de 1961, el primer concurso que aún con mucha timidez se hizo en 1987, el susurro que fue creciendo en el exterior, en los eventos donde participan escultores de todo el mundo que hoy conocen al Chaco mucho más que a otros lugares de América latina. “Al principio, imaginate que había que empezar explicando qué cuernos es el Chaco”, se sincera Milani. “Hoy, cuando los escultores de acá viajan a algún país para un concurso o exposición, llevan fichas de inscripción y vuelven todas llenas”, cuenta Mimo Eidman, escultora y miembro de la Fundación.
Estamos conversando en la carpa el viernes y se calcula que el promedio de gente que pasó a mirar y participar del evento ronda las 14 mil almas, sumando resistencianos, gente del interior de la provincia y otras provincias, y una buena dosis de turismo extranjero.
“Los escultores extranjeros y los jurados se quedan muy sorprendidos por la organización”, apunta Milani. “Con los años vas notando si te dicen algo sinceramente o por compromiso. Pero te imaginás que vivimos en una provincia pobre y que va a seguir siendo pobre, así que tratamos de combatir esa desventaja con organización. Aquí la gente los trata muy bien, y como si fuera poco, acá los escultores son famosos y se la pasan firmando autógrafos. Se van y afuera difunden lo que les pasa en Chaco durante estos días”. Mimo completa el panorama: “El hecho de trabajar rodeados de gente les produce un efecto muy fuerte a los escultores, y de paso desmitifica el arte”.
La curiosa desmitificación del arte que efectivamente se produce durante los días que dura la Bienal encuentra una curiosa vuelta de tuerca en el momento del cierre: de la desmitificación a la apoteosis. Es sábado a la tarde, el jurado ya deliberó, la gente ya votó, hace mucho frío y unas cinco mil personas se juntan en la plaza alrededor del escenario montado para la entrega de premios. Hay un exceso de auspicios empresariales que se confunden con los premios pero, como bien se dijo, una provincia pobre saca de donde puede.
La gente espera el veredicto con la carga de suspenso que en la televisión se reserva para los premios Martín Fierro. Los resultados arrojados son los siguientes: primer premio para el sueco Dan Lestander; segundo premio ex aequa para el japonés Baku Inoue y Kemal Tufan de Turquía; tercer premio para el escultor argentino Miguel Angel Acosta. El público votó por el belga Bernard Verhaeghe y los chicos eligieron al japonés Baku Inoue, en la única coincidencia con el jurado de entendidos. El sueco es ungido ganador con una botella de champagne gigante al mejor estilo gran premio de Fórmula Uno.
Algunas voces de la ciudad empiezan a advertir que el crecimiento del “parque escultórico” puede irse de las manos, y que ya es hora de prestar atención al tema de la preservación de todo lo que se va emplazando en calles y plazas. Por el momento, y por encima de las premisas de las artes plásticas y las consignas del turismo cultural, la gente vive sumergida en una experiencia extraña, estimulante, una apuesta a resistir el paso del tiempo (¿for ever?) en una ciudad que fue pensada como un lugar de paso, quizás el sentido más profundo del slogan “la ciudad de las esculturas”.

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