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La crema antiarrugas
me queda como el culo

Por Deborah Orr

Anita Roddick, la creadora de The Body Shop, es el paradigma de lo que muchos dicen que es un nuevo grupo socioeconómico: los “bubos” (burgueses bohemios), exitosos millonarios que, sin embargo, tienen una ética del trabajo y llevan vidas supuestamente simples y moderadas. Estos ex hippies vienen a suceder a los “socialistas champagne”, desterrando los dos potentes símbolos de sus predecesores: los “bubos” beben Merlot con entusiasmo y votan con menos entusiasmo a Blair. En realidad, este nuevo estilo de vida es tan complaciente y sospechoso como el viejo modelo: sus exponentes poseen magníficas casas, se premian con frecuentes vacaciones y no padecen nada de incómoda culpa por la vida que llevan. ¿Se puede ser tan indulgente? Lo que nos lleva al escepticismo general que despierta Anita Roddick, quien ha vuelto a la primera plana de los diarios, esta vez por lo que dijo al lanzar al mercado su autobiografía Business as Unusual, en el Festival Literario de Cheltenham.
Cuando se le preguntó a Anita cómo cuida su piel, la emperatriz de The Body Shop arremetió contra las cremas antiarrugas sosteniendo que, fuera de los productos hidratantes, el resto es sanata: “No hay nada en este planeta que pueda erradicar treinta años de discusiones con tu marido y cuarenta años de abuso del medio ambiente”. Algunos no tendrán nada que decir, salvo que casarse a los diez años no ha de ser muy bueno para la piel. Otros, en cambio, habrán notado que una mujer que ganó casi trescientos millones de dólares vendiendo cosméticos no es la persona indicada para hacer ese tipo de comentarios. La prensa amarilla contestó de inmediato: “Body Shop lanza su nueva línea –ni una crema hidratante a la vista”, tituló uno de ellos una nota en donde investigaba los componentes de la línea de limpieza facial (que ostentan nombres tales como éstos: Leche de Orquídeas, Aceite de Hojas de Té, Agua de Miel, Granos Japoneses de Limpieza). Hay múltiples razones para criticar las cremas antiarrugas: la más sólida es que contienen AHA (ácidos de frutas o leches similares a los que usan los dermatólogos y cirujanos plásticos en los peelings, e incluso ácido glicólico, que es la base de los productos para limpiar metales). Hay toda una corriente de opinión entre las asociaciones de defensa al consumidor que dice que el uso de cremas antiarrugas en realidad acelera el envejecimiento de la piel, especialmente si después de haberla usado una se asoma al sol. A propósito: en Cheltenham, Anita recomendó a todas las mujeres que quieren preservar su piel que se mantengan a la sombra (no dijo que el consejo era doblemente útil para quienes estén usando alguna crema antiarrugas).
Puedo entender por qué Anita, además de dar consejos tan saludables y producir cosméticos tan sanos, genera esta inquietud entre la gente: lo que siempre ha vendido The Body Shop es un pasatiempo que en realidad se basa en la promoción de la inseguridad sobre el propio aspecto. Cuanto más tiempo se pasa alguien encremando, exfoliando, humectando o purificando su piel, más se obsesiona con ella. A fines del siglo veinte, las feministas creían que, una vez que las mujeres se ganaran el derecho de expresarse por otros medios que no fuera el aspecto físico, dejarían de obsesionarse con su apariencia. Lo que ha ocurrido es, lamentablemente, lo contrario: no sólo las mujeres sino también los hombres están cada día más preocupados por su apariencia. Como dijo mi colega Suzanne Moore: “Queríamos hombres más sensibles y lo que obtuvimos fue hombres de piel sensible”.
La última moda de esa capital mundial de la neurosis que es Nueva York son las “fiestas-siesta”: reuniones donde mujeres de treintipico y cuarentipico se dan tratamientos faciales unas a otras y luego se echan todas juntas a disfrutar de un sueño reparador. Estas actividades teen entre adultos pueden adjudicarse a la influencia de las comedias del Sony Channel, pero también remite a esa inseguridad prototípica de las adolescentes: lavarse furiosamente el pelo cuando vuelven desconsoladas de la peluquería, pasarse horas pintándose y despintándose y volviéndose a pintar las uñas, apretándose granitos y disimulando las evidencias, o”experimentando” con cuanta poción o loción milagrosa aparece en el mercado de cosméticos. En una adolescente, angustiada por la cercanía o la irrupción de la sexualidad, ese comportamiento, si bien irritante, es comprensible. En un adulto es disfuncional, sencillamente.
Mientras el imperio de Anita se enorgullece de su política ambientalista de traiga-el-frasco-que-se-lo-rellenamos, no-probamos-nuestros-productos con-animales y firme-este-petitorio-ecologista, lo cierto es que The Body Shop sigue abonando la idea (y lucrando con ella) de que el aspecto que una tiene, puede y debe mejorarse, y quien no lo hace es una desaliñada. Lo reconozco, soy un poco desaliñada. Puedo pasar días sin lavarme el pelo, ni hablar de la frecuencia con que voy a la peluquería y tampoco le hago mucho caso al consejo de Anita respecto del uso de humectantes. Un gerente de personal una vez sostuvo que yo no merecía el trabajo para el que estaba aplicando porque tenía las uñas descuidadas y en este preciso momento me estoy mirando los pies y descubriendo que, del esmalte que me puse en las uñas ya no recuerdo cuándo, sólo sobrevive algo en los dedos gordos. Me gustaría tener la disciplina de antaño y dedicar una tarde de sábado o domingo a una sesión de acicalamiento integral, pero no consigo acumular la motivación suficiente.
Lo que demuestra que no soy la interlocutora ideal de Anita Roddick, y menos que menos ahora que The Body Shop anuncia un nuevo tratamiento de belleza para las plantas de los pies (Dios me guarde). Aun así, debo decir que los consejos de Anita ni se acercan en eficacia a los de Tara Palmer Tomkinson, quien sostiene que el uso de crema antihemorroidal en las arrugas faciales las hace desaparecer mágicamente en media hora. Anita, querida, la próxima vez que hables en público ¿no deberías recomendar a tus clientas que se pongan Xiloprocto en la cara y se metan las cremas antiarrugas ya saben dónde?

La corrosiva Deborah Orr tiene una columna semanal en el diario londinense The Independent por la cual fue elegida columnista del año en Inglaterra.

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