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La nueva Oficina Oval, o el arte
de retapizar una silla eléctrica

Los cambios en lo que en tiempos de Bill Clinton se apodaba “la Oficina Oral” han sido grandes: George W. Bush Jr. la redecoró con el gusto convencional de la clase media norteamericana.

George W. Bush contesta preguntas junto a los senadores James Jeffords y Edward Kennedy.

Por Jonathan Glancey
Desde Washington

George Bush hizo reír a sus partidarios al prometer que haría en la Oficina Oval de la Casa Blanca “una limpieza de aquellas” cuando se mudara a la famosa oficina presidencial esta semana. Así que esta semana, después de una limpieza a fondo, los obreros removieron hasta el último pedacito que encontraron del legado de Clinton, salvo el escritorio que la Reina Victoria le regaló al presidente Rutherford B. Hayes en 1880. Afuera quedaron la alfombra azul real de Bill, sus llamativas cortinas de damasco dorado y sus sofás tapizados en seda roja y crema. En cambio entró la alfombra marfil, beige y terracota de Ronald Reagan (aunque un comentarista describió esto como “marfil anillado en melón y salvia”; buen gusto, ¿eh?) y el esquema de colores “durazno y crema” en las cortinas color crema.
El renombrado fabricante de lapiceras AT Cross proveyó las lapiceras favoritas del presidente, azul noche con punta de fibra; descansarán sobre el escritorio de Hayes junto a los portarretratos con las fotos de los padres de Bush, su mujer e hijas. Las medallas y bustos de los presidentes demócratas Franklin D. Roosevelt y Harry S. Truman fueron retirados, pero se conservaron las siguientes obras de arte: el retrato por Rembrandt Peel de George Washington en su traje del Ejército Revolucionario Norteamericano; “The Bronce Buster”, la escultura de Fred Remington; el paisaje épico “The Three Tetons” de Thomas Moran; y un óleo del estirado brazo de la Estatua de la Libertad por Norman Rockwell. Bush añadió un cuadro de un niño pescando desde un puente y otro de un hombre a caballo. Ah, y hay bols de rosas color durazno sobre la mesa baja. Lindo.
No hay un gran cambio aquí, ¿verdad? Esto depende de si usted piensa que la decoración de una oficina nos dice algo. Lo hace, por supuesto. Bush no es, ni lo ha sido jamas, el señor Buen Tipo, y sin embargo los colores durazno y crema, el edulcorado cuadro del niño pescando, el cuadro pasado de moda de un macho a caballo, la alfombra marfil con rosas color durazno, sugieren un presidente que quiere parecer tan cálido y cómodo como un hotel familiar en Dallas. El gusto de Bush en la decoración de la oficina es el de un respetable americano medio. El personal y los visitantes no podrán ya entrar a la Oficina Oval color durazno y crema vistiendo jeans y por cierto no remeras. En cambio el TUP (traje universal del político, generalmente gris o azul y totalmente banal) para hombres viriles y, presumiblemente, la pollera tableada para las mujeres matronas, será el nuevo código del vestido. Reunidos, la costura y la decoración implican valores respetables, blancos, de mediana edad y clase media. No hay perversos ni radicales aquí. No estamos seguros acerca de los perros.
Como un ejercicio para re-imaginar a Bush como un político cariñoso y compasivo, este interior suave, asexuado, color pastel, post Clinton, ¿convencerá a alguien? El nuevo look de la Oficina Oval es más bien como una silla eléctrica cubierta en felpa, o las celdas del corredor de la muerte en Texas después de la visita de un decorador de interiores. Para un hombre que ha tratado con empeño de probar lo macho que es, el truco de los duraznos con crema es particularmente poco convincente. Si fuera honesto con él mismo, Bush realmente debería haber elegido una oficina de alta tecnología, toda de acero inoxidable, picaportes cromados, pisos de metal agujereado y alambres estirados, y quizás, pirañas nadando por debajo. Una reproducción del cuadro de Francisco de Goya de un escuadrón de fusilamiento seguramente hubiera sido una elección más adecuada que la del pequeño pescando. Y quizás algunas armas enviadas por los buenos viejos muchachos republicanos podrían haber decorado las paredes tapizadas con hojas de afeitar en lugar de la pintura de acabado satinado.
En los buenos viejos tiempos, cuando los políticos de derecha eran leales a su propia imagen, uno podía suponer que Hitler planeaba, digamos, la invasión de Polonia por las profundidades de su titánica oficina neoclásica diseñada por Albert Speer en un intento de superar a Versailles.Esas oficinas eran claramente las obsesiones de fanáticos y megalómanos. Por lo menos uno sabía quién era el que nos iba a reprimir o extender las fronteras de su imperio a toda Europa occidental y un pedazo de los Balcanes y de Rusia. El talento banal de los políticos como Bush, con sus duraznos, crema y marfil y sus trajes respetables, son para que los regímenes de derecha parezcan casi decentes. ¿Como puedo hacer daño, parece decir la Oficina Oval, cuando me gusta la misma clase de decoración de acabado satinado, de colores beige y pasteles que le gusta a la mayoría de la clase media norteamericana?
Hay algo definitivamente mucho más estremecedor en tener un presidente al que le gustan las ejecuciones trajeado en un traje de ejecutivo de gran corporación y sentado en una oficina que atraería al miembro más maternal de las Madres de Norteamérica, que si él revelara su verdadera naturaleza. Hannah Arendt acuñó la frase inmortal “la banalidad de la maldad” para describir la cultura de los fascistas y los nazis en el poder; ahora nos enfrentamos a la banalidad del decorado bajo el cual disimular los regímenes de derecha elegidos democráticamente. De alguna manera, después de “una limpieza de aquellas” de George Bush, los duraznos y la crema no parecerán nunca más tan inocentes.

De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

 


 

NO PUEDEN TECLEAR LA INICIAL MEDIA DEL PRESIDENTE
El caso de las W que desaparecieron

Por Martin Kettle
Desde Washington

Cientos de empleados de George W. Bush descubrieron el verdadero legado demócrata en el gobierno norteamericano. Gran parte del personal saliente de Bush retiró la letra “W” de sus teclados al abandonar sus oficinas. Cuando llegaron sus reemplazantes republicanos, descubrieron que habían sido objeto de una broma a gran escala. En escritorio tras escritorio faltan las “W”’s, y muchas de las teclas están apareciendo en lugares insólitos.
Un portavoz citado anónimamente ayer por el Washington Post describió que “hay docenas, si no cientos de teclados a los que les falta esa tecla. En algunos casos la ‘W’ simplemente fue tapada, pero lo más común es que fueran quitadas”. Estas están siendo descubiertas pegadas a la parte superior de las puertas y en otros lugares difíciles de alcanzar. Bush enfatizó mucho su segundo nombre de “Walker” durante la campaña, a menudo sosteniendo tres dedos en alto para formar una “W”. Popularmente se le dice “Dubya” (fonéticamente “W” en inglés). Las teclas “W” fueron extraídas de la Casa Blanca y la vecina Oficina del Ejecutivo donde trabaja la mayor parte del equipo del presidente y su vice. “Ha mantenido muy ocupados a los técnicos. Ya tenían mucho que hacer y no creo que esperaran tener encima que lidiar con esto”, agregó el portavoz.
El ex asesor de Clinton Sidney Blumenthal, siempre el primer sospechoso entre los republicanos cuando se registran trucos sucios políticos, proclamó su inocencia: “Yo me enteré por los diarios”. Chris Lehante, portavoz del ex vicepresidente y candidato presidencial demócrata Al Gore, sugirió con cara de piedra que “la Casa Blanca no tenía muchos motivos para usar la letra ‘W’ en los últimos años: es posible que (las teclas) simplemente se cayeran por estar atrofiadas”.

De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12

 

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