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HACE HOY CIEN AÑOS, MORIA EL GENIAL GIUSEPPE VERDI
El más pop de los clásicos

Es un nombre fundamental en el terreno de la ópera, aunque él mismo admitía que �con �Los Lombardos� el público se reía a gritos�. Prototipo del músico pop amado por el público y convertido casi en un símbolo de unión nacional, fue de un origen humilde a lo más alto del arte musical.

Por Jutta Lauterbach
Desde Roma

Cuando hace un siglo el cuerpo de Giuseppe Verdi era llevado a su tumba en Milán, decenas de miles de personas marchaban en silencio, con la certeza de que aquel día marcaba el final de una era. Bajo la dirección del gran Arturo Toscanini sonaba en tanto la orquesta de la Opera de La Scala, y novecientos cantantes atacaban con “Va pensiero”, el famoso coro de Nabucco. Era un homenaje mínimo, de todos los posible al padre de la ópera monumental italiana. Como su contemporáneo alemán Richard Wagner, el compositor italiano dejaba tras de sí una obra que marcaba la época: más de treinta óperas y versiones adaptadas, incluyendo éxitos mundiales tan perdurables como Aida, La Traviata, Il trovatore y trozos inolvidables como “La donna è mobile” de Rigoletto.
Giuseppe Fortunino Francesco Verdi nació el 10 de octubre de 1813 en Roncole di Busseto, cerca de Parma. Su padre, pobre e inculto, era dueño de una taberna y una tienda de comestibles. Pero él nació con la música en la sangre: a los siete años ayudaba al organista de su aldea. Antonio Barezzi, un comerciante local amante de la música, lo alentó y lo promovió. Su hija Margherita se convirtió en su esposa en 1836 y, tras la muerte prematura de ésta, encontró en 1841 a la cantante Giuseppina Strepponi, quien sería el amor de su vida. Con “Peppina” adquirió Verdi en 1850 la granja Sant’Agata, cercana a su aldea de nacimiento. Durante diez años la pareja convivió sin casarse, un verdadero escándalo para la época. “Necesito mi libertad de acción, porque todos los hombres tienen derecho a ella, y mi naturaleza rebelde me prohíbe dejar que otros me determinen”, escribió Verdi. Sus contemporáneos lo describen dueño de un carácter tímido con tendencia hipocondríaca. Se dejó crecer una barba impresionante para cultivar su imagen de latifundista, a quien, pese a su escasa cultura, su genio había convertido en músico.
Verdi tenía 29 años cuando se consagró con Nabucco: el éxito de su estreno, en 1842 en La Scala de Milán, le abrió todas las puertas en Europa. Pero en realidad el músico nunca quiso componer esa ópera, pues ya en 1840 pasaba por una profunda crisis vital: en una seguidilla irresistible, uno tras otro habían muerto sus dos hijos y su esposa Margherita. “Fueron los peores golpes de mi vida”, recordó más tarde en una carta. En aquellos días, el empresario de La Scala, Bartolomeo Merelli, puso el manuscrito de un libreto en las manos del joven músico que, iracundo, lanzó sobre la mesa. Su mirada cayó por casualidad en unas líneas del manuscrito: “Va pensiero, sull’ ali dorate” (“Vuela, pensamiento, sobre alas doradas”). “Quedé profundamente impresionado... Leí el poema no una sino dos, tres veces, tanto, que a la mañana siguiente lo tenía desde el comienzo hasta el final grabado en el corazón”, relató Verdi. “Va pensiero” se convirtió en el siglo XIX en la canción del Risorgimento, el movimiento por la unidad italiana, y pasó a ser el verdadero himno nacional de Italia. “Viva Verdi”, gritaban las masas, pero con ello no pretendían aclamar al compositor sino manifestar su adhesión a la unidad del país. Convertido en figura-símbolo del patriotismo italiano, Verdi fue incluso por breve tiempo miembro del Parlamento en Roma.
Tras la alentadora experiencia de Nabucco, los contratos comenzaron a llover sobre el joven músico. Así, creó obras monumentales con gigantescas escenas corales, y se presentó en Londres, París, El Cairo y San Petersburgo. “Años de galera”, decía, refiriéndose a los años ‘40, con grandes triunfos y más de algún espectacular fracaso. Así, señalaba: “Los Lombardos (1843) fue un fiasco grandioso. Los espectadores se rieron a gritos”. Rigoletto, Il trovatore y La Traviata confirmaron en los años ‘50 su fama mundial. Expertos como el director Riccardo Muti ven a Giuseppe Verdi como un innovador en el cual hay todavía mucho que descubrir. Lo que no significa que haya coincidencia absoluta, ya que no son pocos los que no dudan en calificar a su obra operística como “pomposa y sentimental”. Visto en la perspectiva actual, Verdi tuvo la popularidad de una estrellapop, cuya música llega al corazón del espectador. Numerosas veces reescribió óperas, convencido de que también un fracaso puede ser útil.
Pero no todo es armonía en el comienzo del “año Verdi”, ya que las celebraciones de hoy provocaron un enfrentamiento entre los Ayuntamientos de Busseto, localidad natal del músico, y Parma, a la que siempre estuvo muy vinculado durante su carrera. Ambas ciudades programaron un homenaje especial, la Aida dirigida por Franco Zeffirelli en Busseto y la Misa de Requiem en lo que será el inicio del Festival de Parma, con presencia del presidente de la república, Carlo Azeglio Ciampi. Busseto quería contar con la presencia del jefe del Estado, por lo que sus representantes políticos acusaron a Parma de no querer modificar el horario de su homenaje para impedir que Ciampi acudiera también a esa pequeña localidad del norte de Italia. Más que ópera, una opereta.

 

Los discos necesarios

La discografía verdiana es, por supuesto, abundante. Pero hay algunas obras y algunas versiones que resultan imprescindibles, y que pueden encontrarse en cualquier sección de clásicos de una disquería medianamente seria. Empezando por La Traviata, en la interpretación de Callas y Kraus (grabada en vivo en Lisboa), la Aida de Leontyne Price y Jon Vickers conducidos por Solti, y el Falstaff con Giuseppe Taddei y la dirección de Herbert von Karajan. De Otello hay una versión canónica, a cargo de Mario del Monaco y Renata Tebaldi y, más cercana en el tiempo, la discutida (aunque valiosísima) lectura de Plácido Domingo. Rigoletto con Fischer-Dieskau, Bergonzi y Scotto, Il trovatore de Price, Warren y Tucker, Don Carlos (versión francesa) dirigido por Pappano y Don Carlo (versión italiana) por Haitink, La forza del destino en la versión estrenada en San Petersburgo en 1862 (por el elenco del Kirov), Simon Boccanegra conducida por Abbado y el Requiem historicista dirigido por Gardiner, completan un buen panorama al que sólo faltaría agregar el Cuarteto de Cuerdas, en la muy buena versión del Julliard.

 

En Viena también lo recuerdan

En concordancia con el centenario de su muerte, el célebre Baile de la Opera de Viena abrirá el próximo mes su 50º edición con la música del compositor italiano Giuseppe Verdi. Los organizadores del evento señalaron ayer que esperan que el próximo 22 de febrero el teatro lírico vienés se llene de personalidades destacadas del mundo de la economía, la política y el arte, tanto de la república alpina como de otros países. El presidente de Croacia, Stipe Mesic, asistirá como invitado del jefe de Estado de Austria, Thomas Klestil, mientras que la ministra de Exteriores de este país, Benita Ferrero—Waldner, invitó a su palco a sus homólogos de España (Josep Piqué), Hungría, Eslovaquia y Croacia. Así confían en restablecer por completo esta tradición, después de las turbulencias que acompañaron la edición del año pasado, la más conflictiva desde el fin de la II Guerra Mundial debido al bloqueo impuesto a Viena por los demás países de la Unión Europea, en protesta por la entrada al poder del polémico partido del ultranacionalista Joerg Haider.
En un principio, el baile del 2000 iba a dedicarse a Portugal, pero los invitados de honor, los más altos dignatarios políticos de ese país, cancelaron su participación, por lo que este año los organizadores optaron por no establecer ningún lema. “Creemos que Baile de la Opera es lema suficiente de por sí: serán los artistas de todos los géneros que influyen en la vida cultural de Viena quienes deberán impregnar esta fiesta”, afirmaron los organizadores, tras recordar que este conocido teatro lírico dedica su actividad del 2001 a la conmemoración del centenario de la muerte de Verdi. El coro de los prisioneros de la ópera Nabucco, uno de los más famosos compuestos por el autor italiano, será interpretado en la inauguración por los cantantes del Coro de la Opera de Viena bajo la dirección de Ernst Dunshirn. Además, el grupo de ballet del teatro bailará la “Seviliana” del tercer acto de Il trovatore en una coreografía de su director, el italiano Renato Zanella, quien además ofrecerá otra novedad: una coreografía con la participación de artistas impedidos.

 

SU OBRA OPERISTICA, SEGUN PASAN LOS AÑOS
Del olvido al gran homenaje

Verdi dejó una obra lírica que atestigua su genio inagotable, que no dejó de evolucionar a largo de una carrera de más de medio siglo. En apariencia, nada hay en común entre su primera ópera, Oberto, creada en 1839 y que es una mezcla de convenciones y de bellezas evidentes, y el Falstaff de 1893, obra última de un octogenario de sorprendente vitalidad que inauguró el teatro musical del siglo XX. El compositor italiano escribió 27 óperas, una Misa de Requiem y notables piezas corales. A lo largo de toda su carrera, tuvo un solo objetivo: hacer el teatro mejor y la música mejor a medida que ganaba experiencia, sin por ello querer revolucionar la ópera. Cuando murió era considerado el gran hombre de la música internacional: Wagner, su contemporáneo fallecido en 1883, lo había dejado solo en el primer puesto, y las futuras grandes figuras populares de la primera mitad del siglo XX, como Richard Strauss y Puccini, empezaban solamente a imponerse en el dominio lírico.
Verdi había alcanzado esa insigne posición gracias a sus logros artísticos, pero también porque supo identificarse con las aspiraciones de sus compatriotas. Su música fue para los italianos tanto una fuente de diversión como un aliento durante el período de ocupación de parte de Italia por Austria. Su nombre era sinónimo de patriotismo italiano y ciertos coros de sus óperas galvanizaban al público popular, que admiraba a ese hombre de modesto origen que llegó a la más alta posición de la vida cultural. Sin embargo, en los años que siguieron a su desaparición, gran parte de su obra pasó por un período de olvido. Los lenguajes de Debussy, Mussorgski, Berg o Schoenberg habían impuesto tendencias radicalmente diferentes, frente a las cuales la gran ópera verdiana parecía sobrepasada. En los ‘30 incluso hacían sonreír su lado formal, los ritmos rotundos, las repeticiones, los momentos líricos con cadencias y ornamentos. En Italia, el romanticismo de Verdi había sido reemplazado por una nueva estética que tendía a un mayor realismo: hubo que esperar los ‘50 y el 50º aniversario de su muerte, para que sus compatriotas empezaran a reconsiderar las obras más conocidas (Nabucco, Macbeth, Rigoletto, Il trovatore, La Traviata, Don Carlos, Aida), pero sobre todo las que habían caído en el olvido, como Attila (1846) o Simon Boccanegra (1857).

 

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