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DOMINGO TRAMA, EL DIRIGENTE ANARQUISTA QUE ENCABEZO LA HUELGA MAS LARGA DEL SIGLO PASADO
“Un grito de guerra contra la injusticia”

La Federación Obreros en Construcciones Navales, a la que pertenecía Trama, fue clausurada por todos los gobiernos pero aún así pudo sobrevivir al tiempo que lograba importantes reivindicaciones laborales. La huelga de 1956 implicó también el comienzo del fin. Se abría otra época con nuevos protagonistas.

Por Luis Bruschtein

“Un indio ranquel y un obrero italiano me acercaron al anarquismo.” Domingo Trama dirigió la huelga obrera más larga del siglo pasado. Fueron catorce meses de huelga rigurosa bajo un régimen militar, en 1956. Era secretario general de la Federación Obreros en Construcciones Navales enrolada en las ideas del anarco comunismo desde principios del siglo pasado. Los obreros luchaban por una jornada de seis horas y mejoras en la calidad de vida, pero los militares no podían aceptar que el movimiento fuera conducido por anarquistas. Con artimañas y represión lograron frustrar el movimiento. Uno de sus dirigentes fue asesinado a cuchilladas y el mismo Trama fue encarcelado. Hoy, a los 90 años, en un pequeño departamento de Palermo, Trama reivindica las ideas libertarias y recuerda la época de oro del anarquismo, origen del movimiento obrero argentino y de sus reivindicaciones históricas más importantes. “Los trabajadores serán siempre un grito de guerra contra toda injusticia” asegura.
–Usted era secretario general de la Federación cuando en 1956 cumplieron una huelga de casi catorce meses, la más larga del siglo...
–Nosotros veníamos clausurados desde el 50 por los peronistas. Cuando llegó la Libertadora nos legalizaron y trataron de usarnos como ejemplo de sindicalismo. Veníamos planteando una lucha por la jornada de seis horas y otras medidas que hacían a una mejor calidad de vida de los trabajadores. Los patrones más o menos estaban dispuestos a discutir, pero los astilleros del Estado, Tarena, que dirigía un almirante Sadi Bonnet, se oponían. Una asamblea democrática de los trabajadores convocó a la huelga y así empezamos. En Rosario fue asesinado por esbirros uno de nuestros compañeros, el carpintero Ramiro García, un asturiano que había combatido junto a Buenaventura Durruti en la Guerra Civil española, y las cosas se pusieron más duras.
–A usted lo metieron preso durante varios meses...
–Mire, estuve seis meses en la cárcel. Injustamente. Llevábamos varios meses en huelga general y algunas empresas hicieron el lock out. Nosotros teníamos la solidaridad maravillosa de las mujeres de nuestros asociados, que se instalaban en la puerta de los talleres para garantizar la huelga, pero después estábamos muy aislados, solamente nos apoyaba el sindicato de plomeros, que seguía siendo anarquista, los demás nos hacían llegar ayuda material nomás. Bueno, otros compañeros y yo teníamos una reunión con unos patrones ahí en La Boca, en un taller que estaba al lado de un barco donde había krumiros trabajando. Yo venía medio resfriado y saqué un pañuelo para sonarme la nariz. Y en ese momento empezaron a ametrallar el barco con los krumiros. Me acusaron de que yo había dado la señal con el pañuelo. Pero no era cierto, a esta altura no tendría por qué negarlo.
–¿Y cómo siguió la huelga?
–Aquí estábamos muy aislados, pero en Uruguay teníamos un apoyo bárbaro. Lo fueron a ver a Alfredo Palacios que era el embajador argentino y gestionó una reunión con el presidente Eugenio Aramburu. Hubo una reunión con Aramburu, Palacios, la patronal, los ministros y los trabajadores. Los compañeros me hicieron el honor de elegirme democráticamente para que los representara. Hablaron los patrones y hablé yo. Mire, no sé qué me pasó, pero ese día estaba inspirado, vio, me salieron todas pero redondas. Y de repente el almirante Sadi Bonnet me increpa: “¡pero usted es un anarquista!” y ahí se metió Palacios que le dijo que no se estaba discutiendo la ideología de nadie sino la solución a un conflicto laboral y Aramburu lo respaldó. Después de más de un año de huelga que se cumplió absolutamente, se llegó a un acuerdo que no fue respetado por la patronal ni por el gobierno. Finalmente hicimos una asamblea, la gente necesitaba el trabajo, muchos lloraban, pero tuvimos que levantarla.
–¿Cómo se relacionó con las ideas anarquistas?
–De jovencito nomás, teniendo 16 años, mi padre, que era obrero calderero, me llevó a la naval como pasarremaches. Mi padre consiguió queme anotaran como changuista. El primer día, le dije que no quería volver porque no les entendía una palabra, hablaban todos en italiano. Mi padre me dijo: “pero es gente buena, hablan en genovés, en champurreao, en tres meses lo vas a aprender”. Me convenció y después de trabajar varias changuitas de pasarremaches, se me acercaron dos compañeros. Uno era un indio ranquel, dueño de una cultura superior, maravillosa: Hermenegildo Rosales, y Juan Navone, un italiano. Me tantearon. Yo recién me iniciaba en la vida, todavía no tenía un convencimiento. Entonces en el café me pasaban libros de Malatesta y otros. Los leí, pero no les di mayor importancia. Yo daba mis primeros pasos políticos y andaba sin definición, me gustaban los radicales, los socialistas... más bien por hombres. Conocí a hombres maravillosos como Crisólogo Larralde o Bernasconi, yo admiraba a muchos de ellos. No eran como los políticos de ahora. En esos tiempos se hablaba con convicción de las ideas. Hoy la política está degenerada a un extremo máximo...
–¿Y entonces en qué momento decidió volcarse al ideario del anaquismo?
–Bueno, con el tiempo me tocó hacer el servicio militar. Eran los tiempos de Uriburu, la época maldita. Y pude ver cómo procedía un régimen militar que imponía el sistema dictatorial. Yo estaba de uniforme y vi cuando salía para Ushuauaia un barco cargado con presos sociales que iban al penal de allá. Iban Navone y Hermenegildo Rosales, los que me habían dado los primeros libros anarquistas. También iban Atilio Biondi y Humberto Correales. Lo he presenciado yo. Ellos con uniforme de presos y yo con el de militar, me daba una vergüenza... De ahí me surgió tanta indignación que le agarré una repugnancia al extremo al sistema militar. Cuando salí del servicio militar, recién comencé a abrir los ojos. Al año 35 me dicen Navone y Rosales, que ya habían regresado de Usuhaia: “Tramita, te recomendamos que te pases de pasarremaches a pintor y rasqueteador que tenés más probabilidades de trabajar”. Me aconsejaban bien, acepté. Y a la vez me dijeron: “¿Por qué no aceptás un cargo, de bibliotecario aunque sea?”. Y qué iba a aceptar, les dije yo, si no tenía conocimiento de libros. “Ninguno tenemos conocimientos, Tramita –me contestaron– todos los adquirimos con la constancia, a conciencia”. Y bueno, acepté, a los 25 años me desempeñaba como bibliotecario del gremio.
–¿Navone y Rosales eran dirigentes de la Federación?
–Sí, sí. Eran militantes, porque nosotros no acostumbrábamos decir “dirigentes”. Era una ofensa decir “dirigentes”. Ahí me compenetré de la carta orgánica de la Federación. Militares y vigilantes no podían ser de la comisión, sí como trabajadores. Además no había rentados, todos los cargos eran ad honorem, todos seguíamos trabajando. Y el que estaba un año no podía ser reelecto, tenían que pasar varios años para ser reelecto. Los estatutos decían que ante la violencia institucional, los trabajadores podían utilizar en defensa de sus intereses la acción directa, la huelga en todas sus formas, el boicot y el sabotaje. La Federación la componían cinco gremios: caldereros, metalúrgicos, carpinteros, calafates y pintores y rasqueteadores, todos de la rama naval.
–¿Qué era lo que más lo atraía del ideario anarquista?
–A medida que me fui metiendo en la Federación me empezaron a surgir las ideas lógicas de una mayor libertad en todos los sentidos, de una actitud solidaria frente a los problemas de la vida, una actitud de fraternidad. El ideario anarquista me fue convenciendo. Como estaba de bibliotecario leía muchos libros sobre el anarquismo, Malatesta, Bakunin, Kropotkin...
–¿Cómo era la vida en La Boca con tanto movimiento obrero y los anarquistas de aquella época?
–Había mucha ebullición. Nos reuníamos en los cafés, el principal el Torres, en diagonal al viejo puente de La Boca, en Pedro de Mendoza y Ayolas; el Münich, en Almirante Brown y Lamadrid, el Roma que estaba en Olavarría y Almirante Brown, el Paulista que estaba en frente. Y el Dante. Los obreros nos reuníamos en los bares, se armaban charlas que siempreterminaban en el movimiento obrero. Se discutía mucho y siempre se desembocaba en asuntos de trabajo, siempre en beneficio de los trabajadores. Y si trataban mal a los mozos, le hacíamos boicot al café. En el salón Verdi, de almirante Brown, se hicieron grandes asambleas de la Federación y muchas conferencias. Invitábamos a charlistas. Por el Verdi pasaron Alfredo Palacios, Corona Martínez, Sánchez Viamonte y muchos compañeros de destacada actuación, como ser Humberto Correales, que era un maestro, un trabajador, y además un intelectual fenómeno, sabía de cualquier cosa. Correales era un trabajador de la FORA, que respetaba a todos los demás compañeros, porque había un antagonismo muy fuerte con otras corrientes. Yo fui de la tendencia de Correales, aprendí mucho de él, que siempre fue un perseguido social, muchos años preso.
–Después del ‘30 viene el peronismo. ¿Cómo se relacionaban ustedes con el peronismo?
–Tuvimos por lo menos cinco clausuras, pero siempre salíamos airosos. Desde el ‘50 hasta el ‘55 estuvimos clausurados. Teníamos el local en Pedro de Mendoza 1921. Pagamos el local los cinco años de clausura, pero igual lo usaban ellos. Mire, en 1952, la Federación estaba clausurada, yo trabajaba en un barco y vinieron dos compañeros a consultarme por unos chanchullos que estaban haciendo el contratista y el capitán. Yo los aconsejé y sabía que el capitán estaba escuchando. Al otro día me despidieron, me quisieron indemnizar con un montón de plata pero no acepté. Una semana después me vinieron a buscar. Resulta que al día siguiente que me echaron, cuando llamaron a los trabajadores, todos decían:”’yo no voy, hoy le toca a Trama”, y al otro día, otra vez: “Yo no voy, le toca a Trama”. Así me reincoporaron.
–¿Cómo visualizan ustedes al peronismo cuando produce toda la legislación social?
–Nosotros lo veíamos como algo natural, porque ya teníamos en vigencia nuestro convenio que en muchos aspectos era mejor. Las ocho horas las habíamos ganado a principios de siglo. Lo que no teníamos era aguinaldo ni pago el 1º de Mayo. Eran dádivas y no las íbamos a aceptar a cambio de nuestra libertad de actuar, nosotros no dependíamos del Estado. En asamblea rechazamos el pago del 1ª de Mayo porque consideramos una ofensa cobrar una dádiva por un día de lucha. Y ningún obrero lo cobraba. Y eso que muchos de los compañeros eran peronistas. Pero ellos estaban convencidos de nuestra honestidad, ninguno de nosotros cobrábamos nada y cuando se hacía la fila para las changas con los contratistas, nosotros éramos los últimos, primero estaban los compañeros. No había descuento obligatorio, los trabajadores venían al local a dar su cuota a conciencia.
–¿Cómo habían conseguido la jornada de 8 horas?
–En 1901 el sindicato de calafates se puso en la conquista de las ocho horas de trabajo. Hicieron una asamblea secreta y encomendaron a un artesano que confeccionara una campana de bronce. Cuando la terminó, los calafates le comunicaron a la patronal que trabajarían ocho horas, en dos turnos de cuatro. Uno tocaba la campana y todos salían del trabajo. Pero resulta que el primer mediodía tocaron la campanita y por las dudas la escondieron. Apareció la Prefectura Marítima buscando la campanita y amenazando a los trabajadores con despidos. Los calafates tiraron la campanita al Riachuelo, donde había mucho petróleo. Esta situación duró cuatro o cinco días. Seguían amenazando, pero los obreros seguían cumpliendo: se retiraban a las cuatro horas. Al quinto día, el patrón resolvió cederles las ocho horas a todo el personal. Así conquistaron las ocho horas. Hace poco llevé la campanita a la cátedra que daba Osvaldo Bayer, fue una noche gloriosa. La gente lloraba. Ahora está en el museo histórico de La Boca. Primero estuvo en el museo Quinquela Martín.
—¿Quinquela simpatizaba con el anarco comunismo?
–Quinquela y Juan de Dios Filiberto fueron asociados de la Federación. Metalúrgico naval, Filiberto; y calderero y carbonero, Quinquela. Eran de ideario libertario. También había payadores nuestros. Al principio la FORAtenía una hegemonía total en el movimiento obrero, después fue decayendo por los sindicatos títeres que se creaban y entró en degeneración con el peronismo. Quinquela Martín tenía un museo propio. Le entregamos la campanita en 1949, porque el sindicato de calafate fue superado por el progreso, los barcos venían de hierro y no se calafateaba más. Quinquela apoyó mucho el movimiento, era amigo de todos, y hablaba el genovés, como todos.
–Ustedes le daban mucha importancia al oficio que tenían...
–Mire, yo he presenciado obreros que lloraban porque hacían mal su trabajo. Por ejemplo, los caldereros trabajan en yunta que le dicen. Va un remachador de afuera y desde el otro lado de la plancha, del lado de adentro del barco, digamos, va el aguantador. Ellos están separados por la plancha de hierro, no se ven y para hablarse usan unas gomas. Había rusos, españoles, italianos, franceses y criollos, de todo, por eso teníamos que hablar en genovés, para entendernos, porque el remachador tenía que estar hablando siempre con el aguantador. Había un remache que iba medio torcido. Había que buscarle la vuelta porque no entraba en el agujero. El de afuera le gritaba “noooooo, ponelo derecho”, en italiano. “E mi apretus, e no te avanti”, bueno, era todo un drama, lloraba el que estaba adentro porque no podían remachar el remache. Había mucho amor propio.
–¿Alguna vez tuvieron algún problema de corrupción en el gremio?
–Por favor. Hay una anécdota de un policía que encontró a un hombre medio desmayado en la calle. Le preguntó qué le pasaba y el hombre le contestó que no comía desde hacía varios días. Cuando el policía lo revisó le encontró cincuenta pesos, que era mucha plata. El hombre le dijo que no podía tocar esa plata porque era del sindicato. La plata del gremio era sagrada. En mi gremio teníamos al gordo Aquilino Fernández, que me decía: “cuando agarremos una buena changa nos vamos a tomar un vinito Barón de Río Negro”. El gordo Aquilino se enfermó y el doctor le dijo que tenía que comer en base a productos lácteos para curarse. Bueno, por no usar la plata de la Federación, se murió. Eran así, eran así. A los tesoreros le ponían apodos, a uno le decían “el comisario”, porque cuidaban la plata como perros.
–¿Y hacían fiestas...?
–Sí, sí, hacíamos picnics de los trabajadores. Los picnics de La Protesta eran grandiosos, memorables. En 1941 alquilamos una cuadra de campo en Bernal. En una semana los carpinteros, ad honorem, levantaron cinco, seis quinchos, y cuatro o cinco servicios, para mujeres, para los hombres. Se hizo un club deportivo que más que deportivo era deliberativo. Ese año, por iniciativa de unos cuantos jóvenes fundamos el Ateneo de la Federación. Se hizo para dictar conferencias, en ese tiempo estaba el doctor Bedán, que daba sobre sífilis, lo utilizamos varias veces. Formamos un cuadro artístico. Primero contratamos a la compañía Joaquín Pí Bernal y otros. Pero eso sí, siempre en el intermedio había una conferencia. Después formamos un teatro con nuestro director artístico. Todo esto era en La Boca. Del Ateneo salían los nuevos militantes, no les imponíamos ideas, pero se formaban, que es la misión que tienen que tener los organismos como los nu-stros, hay que formar con la teoría y con el ejemplo.
–¿Y cómo se relacionaban con los anarquistas expropiadores?
–Muchas veces me preguntaron por el anarquismo, la actividad de los violentos y la de los silenciosos. El fuerte del movimiento anarquista lo constituyó el movimiento sindical. Tuvo mucho ideólogo, pero el ideólogo aporta su pensamiento, trae ideas, y después se va a dormir a su casa. El trabajador, que hoy desgraciadamente atraviesa por un mal momento, sin embargo sigue siendo un grito de guerra contra la injusticia para cualquier circunstancia, aunque no digan que son anarquistas. El anarquismo tenía vigencia cuando mataron al coronel Falcón y el hecho, tal cual fue y el respeto por la chica, porque Radowitzki no consumó el hecho ese mismo día por no poner en peligro a la chica... Bueno esa fue unaépoca de apogeo del anarquismo... A mí me venían a hablar para hacer tal o cual cosa y no me oponía, pero a mí la violencia nunca me gustó. Una vez, discutiendo con un patrón, me dijo: “ah, entonces querés guerra” y yo le contesté: “No, lo que yo quiero es paz y fraternidad”.
–¿Usted tiene la esperanza de que renazca el movimiento anarquista, las ideas libertarias?
–Yo tengo la esperanza de que va a haber una eclosión social, como una revolución, sin tener el sello. Yo no puedo determinar qué sector la encabezará, pero estoy seguro de que los trabajadores no van a aguantar esta serie de leyes que se le imponen a modo de mordaza, porque sin trabajo, millones de trabajadores, en todas partes del mundo, por más parches que le pongan, llegará el momento que van a explotar, no puedo decir cuántos años va a tardar, pero va a estallar una eclosión popular. Al perder el timón de las organizaciones obreras, el anarco comunismo ha dejado mucha chance en el camino de los ideales y entonces, vuelvo a repetir, hay muchos dignos de la labor que despliegan, pero no son de un alcance para una transformación social de inmediato, quizás con el pasar de los años puedan hacerlo, yo ya no viviré y no puedo vaticinar quiénes serán, pero muchas inquietudes de los anarquistas estarán allí.

¿POR QUE DOMINGO TRAMA?

Por L.B.

Los ideales libertarios

La historia que se enfoca desde las pautas culturales de cada coyuntura, es una historia balbuceante con huecos inmensos porque es incapaz de recuperar y valorar lo que no entiende. La historia del anarquismo es una de las páginas más importantes del movimiento obrero argentino y sin embargo también es una de las más olvidadas y subestimadas. En algunas de las notas de Osvaldo Bayer ya estaba mencionado Domingo Trama. La artista plástica Magdalena Jitrik, que había expuesto sus obras en la Federación Libertaria, había encontrado escritos de Trama en el periódico El constructor naval. Fueron las dos vertientes para llegar hasta él y tener así la suerte de escuchar esa reconstrucción de La Boca proletaria de las primeras décadas del siglo pasado. La historia de la campanita de las ocho horas es una joya de la historia del movimiento obrero. Pero además, el mismo Domingo Trama es el producto de una cultura proletaria, donde el hombre encuentra la felicidad en el orgullo por su capacidad solidaria y de lucha, en el orgullo por su trabajo y en el orgullo por su honestidad. Desde la cultura instalada en esta época, Trama no existe, no sobresale. Pero muchos de los que pensarían eso, más quisieran llegar a los 90 años con esa tranquilidad de espíritu y la satisfacción de una vida plena.

 

 

 

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