Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

KIOSCO12

OPINION
Por Mario Wainfeld

Si lo tiran a Machi al bombo...

“Y Machi no se va/ y Machi no se va” canturreaba, futbolero y burlón, José Luis Machinea poniéndole fondo a un párrafo del discurso del Presidente ante el Congreso, que parecía apuntalarlo. Como suele sucederles a los hinchas de Racing, su optimismo era largamente superior a su capacidad para evaluar sus perspectivas futuras. Dos días después se estaba yendo del Ministerio de Economía en un clima pletórico de malas ondas.
Se fue broncando, sintiéndose solo, sin apoyo del gabinete (sólo Federico Storani lo bancó hasta el final), furioso con su ex sponsor Carlos “Chacho” Alvarez, rezongando ante su gente por la falta de apoyo del Presidente, por su carencia de liderazgo político y atisbando –acaso fabulando– conspiraciones en su contra dentro del oficialismo.
Perdió la paciencia y anticipó por unos días, acaso por unas horas, lo que intuía –conociendo el estilo presidencial– una larga agonía. Su salida precipitó el debate por la sucesión, un escenario que los Machi boys siempre evaluaron como una especie de subsidio implícito a la perduración del ex ministro: pocos candidatos viables hay para el cargo y todos arrastran lastres pesados. Domingo Cavallo implica reformular la Alianza. Ricardo López Murphy entre ningún cambio y un leve giro a la derecha, condimentado con resistencias frepasistas. Chrystian Colombo -según la gente de Machinea– no integraba el escueto pelotón de economistas de nivel de ministro. Ese empate de imposibilidades era una de las apuestas del equipo Machinea. El ministro, designado aún antes que los candidatos a Presidente y vice, era el único que garantizaba el equilibrio interno de la Alianza. Claro que esa jugada se fue erosionando a la par que la coalición. Alvarez, por meses el mejor espadachín a la hora de defender a Economía, pasó a ser un agudo cuestionador. Alfonsín se enojó con quien fuera su pollo y que un par de veces lo llamó a silencio. Andando el tiempo el cambio seguía siendo difícil (los cabildeos de ayer y anteayer lo corroboran) pero menos costoso que la continuidad.
La otra apuesta de los Machi Boys ponía sus fichas a que cerrara el círculo virtuoso de la Economía. Que el equilibrio fiscal atrajera inversiones, éstas produjeran crecimiento y éste derramara sobre el empleo. Nada de eso pasó en el transcurso de más de un año. No se cumplieron ni remotamente las profecías de despegue económico; por el contrario, se padeció un estancamiento exasperante y –rara avis en una economía globalizada– a contrapelo de la tendencia mundial. Argentina fue casi un antirrecord.
No le faltó decisión a Machinea, quien acometió reformas importantes: impuestazo, recortes salariales, desregulación de obras sociales, pacto fiscal con las provincias, reforma previsional. Ni le faltó poder para plasmarlas. No se fue del Gobierno a consecuencia de una conspiración ni de haber tenido las manos atadas. Se fue porque su propuesta minimalista no era un programa a la medida de un gobierno de base popular y necesitado de revalidación por las urnas.
Un temor presidió toda la gestión de Machinea y da que pensar que fue un error designarlo: temía a un riesgo mucho más que a otros. La posibilidad de irse por una corrida, de repetir su eyección del gobierno alfonsinista signó todas las decisiones del equipo económico. Por miedo a ese albur se ahondaron otros: perder aliados en el Gobierno, apoyos corporativos, consenso en la sociedad. El que se quema con leche ve una vaca y llora, reza un viejo refrán. Cabría agregar, pues bien, o que se cure o que no se dedique más a ordeñar.
El blindaje añade un elemento paradojal al balance. Machinea logró al fin algo que lo zafara de la pesadilla que lo agobió durante todo su desempeño. Pero era más un salvavidas que una condecoración, aunque se quisiera vender lo contrario. En los pasillos de Economía se escucharon en los últimos días largas diatribas contra “los políticos” (una forma elíptica de nombrar a Fernando de la Rúa y sus equipos de comunicación) que se durmieron sobre los laureles del “blindaje 2001” y salieron acelebrar una tregua –cara por añadidura– como si fuera un triunfo. Es real que hubo soberbia excesiva por el acontecimiento, pero en eso los hombres de Machinea no fueron la excepción.
“José Luis debió irse el 5 de enero, no bien se otorgó el blindaje”, razonaba un alto integrante del gabinete anteayer ante Página/12 reiterando como análisis un consejo que le diera Chacho a Machi por aquel entonces. Cuando todavía se llevaban bien.

Aplausos para el que no habló

Curiosamente Machinea fue uno de los pocos que pareció divertido durante el discurso de apertura de las sesiones ordinarias. La oratoria presidencial es –deliberadamente– la negación del carisma, hasta algún punto un recurso para diferenciarse de sus predecesores Carlos Menem y Raúl Alfonsín. Pero ha devenido también monocorde, carente de seducción y hasta de énfasis. Si se adiciona una ausencia palmaria de propuestas tangibles el resultado, palpable, es el tedio. El PJ no lo aplaudió nunca, lo que no es fatal, está en el inventario. Pero los radicales también estuvieron amodorrados y demoraron demasiado tiempo en festejarlo. Los frepasistas dejaron pasar 20 y pico tandas de aplausos hasta que el santacruceño Rafael “Rafa” Flores pensó en la convivencia y les pidió a sus cofrades de bancada “muchachos, aplaudamos una”. Tuvo su éxito. Aplaudieron media docena de veces.
La obsesividad presidencial, el minimalismo de sus propuestas, la falta de algo que se parezca a un proyecto de gobierno se hicieron tan ostensibles como la desmesurada extensión de su discurso, mera enumeración de acciones pasadas y futuras, casi todas de escasa raigambre. El instante más expresivo fue acaso cuando De la Rúa propuso un programa de subsidios de 105 pesos al mes para jefas de hogar solas con 3 a 6 hijos de menores de 18 años. Ese plan es loable pero también hiperespecífico, alusivo a un universo necesariamente acotado. Lo saludó un aplauso, demostrativo por default de que había poco para festejar.
Si algo trasluce la oratoria presidencial es su visión del gobierno como una recta administración de lo dado, criterio que no parece adecuado para un país donde cada semana un juez federal es sometido a jury, donde el presidente del Banco Central está en la cuerda floja y el ex presidente y su séquito sospechados de haber lavado dinero por 4500 millones de dólares. Un país en crisis permanente, necesitado de acción política y liderazgo, no un cantón suizo.
La oratoria presidencial combina tópicos que podrían parecer obvios o triviales pero que, bien mirados, son entre conservadores y reaccionarios. El viejo adagio positivista “el progreso es el desarrollo del orden”, esa pertinaz negación del cambio, la ruptura, el conflicto y las contradicciones como motores de la historia estuvieron implícitos en un mensaje que no será memorable. Y que se dio el lujo de ignorar el escándalo del Senado, la renuncia de Alvarez y casi (una mención en 110 minutos) la palabra “Alianza”.
El aplausómetro del Parlamento dejó para el Presidente un saldo fastidioso: la mayor ovación, casi incomparable con los protocolares batires de palmas que él recibió, fue para Alfonsín.

¿Se acuerdan de la Alianza?

El ex presidente –que anunciará en la semana que comienza mañana que acepta ser candidato a senador en provincia– es, entre otras cosas, un símbolo de la Alianza. Aunque hoy parezca mentira, a la luz de las políticas que emprendió y que pretendía continuar Machinea también lo era. Más aún, como ya se dijo, era el único ministro estrictamente de la Alianza. Los demás representaban a las fuerzas que la integran o a otras (como Juan Llach). El primer cambio de gabinete del Gobierno –con susecuela de renuncia de Alvarez– significó una quiebra de equilibrios internos, una delarruización. Su contrapartida fue niveles mayores de armonía interna, centrada en el eje Machinea-Chrystian Colombo-Patricia Bullrich. Menos ruido endógeno y una creciente distancia con el Frepaso, especialmente (¿o es decir?) con Chacho Alvarez fueron los tonos prevalecientes desde octubre de 2000.
El Presidente solía estar contento con el funcionamiento de ese equipo, pero de hecho, haciendo abstracción del blindaje, los desempeños oficialistas traducidos en logros para la gente común no han mejorado desde octubre pasado. La economía real no mueve el amperímetro; confirmando algún relato borgeano el aleteo de una mariposa en Turquía causa un terremoto en la City porteña, la existencia de brotes de aftosa se niega pero existe. Y, como una suerte de Rey Midas al revés, el Gobierno viene logrando la hazaña de transformar un penal a favor (la explosión del escándalo por lavado de dinero) en algo que parece más un gol en contra.
La ausencia de liderazgo presidencial se ha transformado en un tópico no ya de la oposición sino de la mayoría de los representantes empresarios. Varios economistas de primer nivel del Gobierno aseguran que la falta de protagonismo del “number one” empieza –por primera vez desde diciembre de 1999– a formar parte de los análisis e informes de las temidas calificadoras de riesgo.
Más aún. La desazón por la falta de protagonismo presidencial ha cundido aún en el Gobierno. Página/12 pudo palpar durante la semana que termina hoy, y que parece tan remota, un malestar creciente aún entre los funcionarios más fieles al Presidente por lo que (palabra más palabra menos) definieron como “falta de política”, usando la expresión como imperfecto sinónimo de decisión, determinación, de rumbos claros. Nadie podía precisar, por caso, en la Rosada si el misil que disparó el ministro de Justicia Jorge de la Rúa contra la línea de flotación de Pedro Pou obedeció a una consigna emanada de su hermano o a un criterio propio. De cualquier modo, como siempre se mencionó en este diario y en esta columna, la suerte de Pou está echada. Sólo que el Presidente quiere respetar las formas y tener en sus manos el dictamen de la comisión parlamentaria. Más ahora cuando su sillón puede ser el puente de plata para la jugada más audaz y riesgosa que emprendió De la Rúa después del ascenso de Alberto Flamarique: el desembarco de Domingo Cavallo en el staff oficial de la Alianza. ¿De la Alianza?

Vísperas

Al cierre de esta columna –al ocaso de un sábado lluvioso y denso– el Presidente se munía de todas las renuncias de su gabinete. A la espera de la respuesta hoy día de Ricardo López Murphy y –cumplido lo formal de la defenestración de Pou– la futura de Cavallo. El mediterráneo fue sondeado durante esta semana por el propio Presidente y por Colombo, con quien estuvo ayer en Jefatura de Gabinete. También mantuvo un par de conversaciones telefónicas con un frepasista que integra el gabinete nacional. Todavía no dijo que sí pero todavía el Banco Central tiene Presidente.
López Murphy y el ex ministro de Economía de Menem son dos pesos pesado, no sólo por su contextura física. Intentar juntarlos es una jugada llena de incertidumbre: es difícil imaginar que Cavallo se conforme-resigne a hacer exactamente lo que puede o debe hacer un presidente del Central. De todas maneras, a esta altura, las resistencias de los radicales parecían superadas, aunque muchas fuentes consultadas revelaron sus temores sobre la posibilidades de contener a Cavallo. Las menciones a la famosa parábola del escorpión que pincha a la rana y muere ahogado con ella “porque es mi naturaleza” daban el tinte del sentido común oficialista frente a lo que -desde hace meses– se consideraba una jugada dolorosa pero inevitable. El ofrecimiento presidencial de la Secretaría General de la Presidencia a Darío Alessandro pone al Frepaso en un brete. No aceptar está en el linde de romper la Alianza. Hacerlo es ponerle un moño a un equipo de gobierno que sugiere el advenimiento de medidas que poco tienen que ver con los reclamos de los frepasistas. Si Alvarez rezonga desde hace meses por las decisiones de Machinea, cuesta imaginar que pueda bancar las que proponga López Murphy.
Parecería que el Frepaso está en un callejón sin salida. Y si se tiene cierta malicia podría colegirse que eso no es exclusivo producto de la crisis desatada por el portazo de Machi. Por si todo esto fuera poco, Graciela Fernández Meijide parece estar en preembarque a la sociedad civil. Y no está claro si su ministerio –o la Agencia llamada a sucederlo cuyo parto podría inducirse como coletazo de la crisis– seguirá en manos de algún frepasista (ver asimismo páginas 2 y 3).
El cantito tribunero “Y Machi no se va” no fue profético. El clima que se respiraba en el sofocante anochecer del sábado se deja expresar mejor por otro: “Si lo tiran a Machi al bombo/ va a haber...”.


 

PRINCIPAL