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El ejemplo de Sophie Scholl
Por Osvaldo Bayer

En esta época, en que la tendencia general es llevarnos a la superficialidad y a un pérfido consumismo ocurren hechos que nos hacen exclamar: no es así, no todo está vendido, hay seres humanos que comienzan a marchar en dirección contraria o dejan pasar la corriente y construyen su propio mundo. ¿Quién no se quedó sorprendido, increíblemente sorprendido en Alemania, cuando se publicó el resultado de una encuesta de la revista femenina para modas y temas generales del mundo del espectáculo más vendida en este país? La encuesta pedía a sus lectoras votar por la mujer más importante del siglo que acaba de finalizar. Y, oh sorpresa, no triunfó ni la Madre Teresa ni Lady Di ni Madonna, como esperaban todos, sino una joven mujer llamada Sophie Scholl. ¿Quién?, se habrán preguntado los poco informados. Sí, Sophie Scholl, aquella joven de veintidós años, estudiante universitaria de Medicina que en plena guerra, en 1943, en la ciudad de Munich, arrojó volantes contra la guerra en el propio patio de la universidad exigiendo de inmediato la paz. Sophie Scholl, esa hermosa joven, se dijo, en plena matanza mundial, alguien tiene que empezar, no todos debemos quedarnos con la boca abierta aguantando los crímenes nazis y la muerte enfrente de toda la juventud. La mala suerte de Sophie fue que el portero de la casa de estudios la observó y la denunció. Se ordenó juicio y este ángel salvador sin alas pero de hermosísimo rostro fue condenada a muerte y decapitada 48 horas después. Uno no puede imaginarse escena de más horror. Su inteligente cabeza rodó por el suelo. Mientras las clases en la universidad siguieron dándose y todo el mundo no vio ni oyó ni movió la lengua en la protesta.
Los volantes arrojados contenían un mensaje pleno de coraje civil: “Compañeras, compañeros: nuestro pueblo está estremecido por la muerte de nuestros soldados en Stalingrado. Trescientos treinta mil jóvenes ha arrojado a la muerte y la perdición un dictadorzuelo, sin sentido e irresponsable. ¿Queremos acaso dejar en manos de un grupo inmoral de un partido, en sus bajos instintos, al resto de nuestra juventud? ¡Nunca jamás! Ha llegado el día de la rendición de cuentas ante nuestra juventud de la más infame tiranía que ha sufrido nuestro pueblo. En nombre de la juventud alemana exigimos del Estado de Adolf Hitler la libertad personal, el bien más costoso, en la que él nos mintió en la forma más baja”. Y su última frase dirá: “El nombre de Alemania queda manchado para siempre si la juventud alemana no se levanta, no destruye a sus tiranos y no levanta una nueva Europa del espíritu. Estudiantas, estudiantes: nos está mirando el género humano. Marquemos el camino hacia el Honor y la Libertad”.
Al grupo libertario de Sophie pertenecían también su hermano, Hans, y los estudiantes Willi Graf, Alexander Schmorell y Christoph Probst –todos los cuales murieron guillotinados– y llevaba el hermoso nombre de “La rosa blanca”.
Se conserva un curioso documento escrito por el policía que interrogó a Sophie Scholl, cuando fue detenida. Ese funcionario de la Gestapo se llamaba Robert Mohr. Dice textualmente: “Lo que ocurrió nunca me había sucedido en 26 años de servicio. Sophie Scholl se esmeró en cargar toda la culpa sobre sus hombros y así salvar a su hermano. Ambos, tanto Sophie como Hans, eran conscientes de las consecuencias que tendría su accionar y a pesar de todo guardaron una actitud hasta el final que puede calificarse de única”. Hasta el miembro de la Gestapo quedó sorprendido por la decisión y valentía de los jóvenes.
Un detalle: Sophie y su hermano no fueron torturados antes de recibir la muerte, despiadada ya de por sí. Nos hace pensar esto en que los chicos adolescentes de La Noche de los Lápices, de La Plata, fueron humillados hasta el hartazgo antes de “desaparecer”. Por obra y gracia de generales argentinos católicos como Camps. Los verdugos de Munich eran bestias, pero los nuestros llegaban hasta el borde de la más corrupta de las cobardías en la tortura de detenidos.
Después de enterarme de que Sophie Scholl había sido elegida como la mujer del siglo leí las declaraciones del general argentino Martín Balza sobre el mal proceder de sus compañeros de uniforme durante la época de desaparición de personas. Dijo “sentir vergüenza ajena por los miembros del ejército, por los actos aberrantes que se cometieron durante el terrorismo de Estado”. Y a la sustracción de menores que realizaron hombres de ese mismo ejército, la marina de guerra, la aeronáutica y la policía la calificó de “monstruosa”. Muy bien, lo que los organismos de derechos humanos denunciaron cuando Balza estaba en servicio, él lo confirma ahora. Pero la pregunta que cabe es: ¿qué hizo contra esos crímenes que se cometían al lado de él? Nada, fue avanzando sin perder un solo año de ascensos, hasta que llegó a general y a jefe del Estado Mayor, el cargo máximo. ¿Qué pasó en todos esos años: miró al costado, no oyó ni siquiera ningún comentario, no vio nada, no percibió nada? Se calló la boca. Todos los crímenes que cometieron sus colegas fueron posibles porque los hombres uniformados como Balza se callaron la boca. Permitieron con su silencio que se torturara en los mismos cuarteles y que los desaparecidos desaparecieran. Y ahora, como los cardenales, piden disculpas, muchos años después. Un accionar que siempre da ganancias personales. Los crímenes se realizaron en medio del silencio de toda la cofradía tanto militar como eclesiástica, salvo muy contadas excepciones.
Dos seres: Sophie Scholl, que con sus veintidós años arroja volantes contra la tragedia y se juega por entero. Y un general que como Pilatos se lavó las manos durante toda su carrera y ahora comienza a hablar, ya retirado y en época distinta. Dos procederes. Lo bueno para el ser humano es saber que si bien hay gente como Camps, asesinos natos; y gente como Balza, que bien se balancea para quedar siempre bien acomodada, existen mártires bellos que hacen lo que deberíamos hacer todos, Sophie.
¿Por qué no reaccionó Balza ante ese saber de los “actos aberrantes del terrorismo de Estado” (son sus palabras) cuando era el jefe máximo y no se dedicó a descubrir hasta el último de los criminales? No, todo se deslizó y se fue cubriendo con viveza: se hicieron autocríticas suaves, poco a poco, para que los que pedían justicia se fueran conformando. Después de sus palabras el general Balza tiene la obligación ética de decir todo lo que vio y sabe, quiénes fueron los grandes criminales y los que ayudaron a los crímenes, sabe todo, porque estuvo diez años al frente del ejército, tiempo suficiente para llegar a saber dónde está hasta el último desaparecido. Tiene el deber de ofrecerse a la Justicia, y decir todo lo que vio, oyó y calló. Si hace eso cumplirá con su deber de ser humano íntegro, pero jamás podrá explicar su silencio en los años del oprobio y cuando tuvo el mando superior.
En los que sí vamos a creer toda la vida es en seres del coraje civil de una Sophie Scholl. Cuando estuvimos en la Universidad de Munich no pudimos dejar de llorar pensando en su hermosa cabeza caída en el suelo, plena de ideas, de bellezas, de sueños, de valentía, una verdadera madre de la vida. A casi sesenta años de su sacrificio, la vemos muchas veces en los amaneceres, venir por los caminos, acomodándose sus cabellos sueltos caídos como lluvia temprana sobre esa frente llena de nobleza y de suprema bondad.

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